I
Ángela se levantaba temprano todos los días a despachar a su
pequeña hija al colegio. Luego, se sentaba frente al computador y trabajaba
durante varias horas en su texto. A veces, en las noches pasaba largas
horas frente a la pantalla tratando de darle forma a su nueva novela.
Algunas tardes, discutía el avance con su editor y ocasionalmente
leía alguno de los capítulos a sus amigos del taller de literatura. La
construcción de una novela es un proceso lento y arduo que solo muy pocos
se dan el lujo de poder lograr.
Ángela tenía el tesón que le faltaba a sus colegas que escribían
cuentos. El cuento trata de una acción específica. La novela por el
contrario, es una intrincada red en que cada personaje tiene su propio
mundo. Cada uno debe ser creado meticulosamente. Con precisión relojera,
no sea que en alguna parte de la trama, la falta de un piñón impida que el
engranaje pueda mover la obra.
Pero un día Ángela se sentó ante su teclado y por primera vez en
la vida las palabras no fluyeron. Había escuchado que los escritores en
cualquier momento de su trabajo literario tenían algún tipo de bloqueo.
Quería escribir sobre su personaje: Isolda, pero esta vez no se le ocurrió
nada. Era como si hubiera olvidado quién era la protagonista de su novela.
Fue a la cocina, se sirvió una segunda taza de café y repasó los
capítulos anteriores. La historia de Isolda era coherente, fluída, habían
comentado algunos. El final ya lo tenía visualizado. Solo debía desarrollar
la historia de su heroína desde el momento en que la protagonista había
empezado a recordar su pasado.
Ángela intentó escribir otro capítulo más, pero algo se lo impedía.
Cansancio. Tal vez era cansancio lo que sentía. Ese día apagó el computador
y se dedicó a hacer otras cosas, esperando que al día siguiente volviera la
inspiración.
Tres días después Ángela ya estaba desesperada. Se había puesto
como meta escribir al menos dos capítulos a la semana. Quizás había estado
demasiado inmersa en el mundo de Isolda y se había saturado de ello.
Decidió escribir sobre otros temas.
Ángela no tuvo ningún inconveniente en escribir un capítulo entero
sobre Omar, otro de los personajes de la novela, que para el momento de la
historia se encontraba en un lugar muy diferente al de la protagonista.
Describió los lugares donde otros personajes vivían su momento y no tuvo
problema con la coherencia del relato. Esa noche Ángela durmió tranquila
pensando que su inspiración había vuelto.
Al día siguiente, luego de enviar a su hija para el colegio,
Ángela retomó el trabajo del día anterior. Uno de los personajes debía
comunicarse con Isolda para darle la noticia que daría el giro al final de
la trama. Pero al llegar a “Isolda”, Ángela sintió que había chocado contra
un muro. Solo pudo digitar la letra “I” y quedó paralizada en el acto. No
era capaz de digitar el nombre de su protagonista.
A ver, pensó, después de la “I” sigue la “S”, pero sus dedos no
respondieron. Trató de pronunciar el nombre que tan sonoramente había
escogido para su protagonista, pero fue imposible. Un balbuceo torpe salió
de su boca.
“Erre con erre cigarro…erre con erre barril” se oyó decir en voz
alta y confirmó que era capaz de hablar sin dificultad. Cogió una pluma de
su escritorio y escribió en un papel en blanco “Me llamo Ángela Ramírez.
Vivo en Medellín. Soy escritora…”.
“Entonces, no tengo un accidente cerebrovascular. Estoy bien” se
dijo a sí misma. Pero cuando intento escribir la palabra “Isolda” en el
papel, la pluma cayó de su mano como si no tuviera fuerzas.
II
Los exámenes de sangre salieron normales. Igualmente la resonancia
cerebral no había mostrado ningún tipo de lesión. Daniel y Ángela
escuchaban cómo el neurólogo explicaba que no había ninguna razón para
estar preocupados. Todas las pruebas habían sido excelentes y no existía
ninguna lesión neurológica que explicara el por qué no podía escribir esa
palabra en especial. El diagnóstico definitivo fue agotamiento.
—Quizás es un bloqueo momentáneo —le decían sus compañeros
escritores
—Sí. Has trabajado mucho en esa novela y quizás estás cansada —dijo
alguien.
—Déjala un tiempo y trabaja en otros proyectos —recomendó otra voz.
Para Ángela no era fácil. Estaba obsesionada con esa novela que
quizás la sacaría del anonimato. Había pensado que “Isolda” sería su Best
Selller, pero tal vez sus compañeros tenían razón: debía dejar que la
historia se aireara un poco. Su editor estuvo de acuerdo.
Durante dos semanas, Ángela estuvo escribiendo otros textos,
evitando conscientemente su novela. Envió algunos cuentos a su editor quien
le prometió revisarlos.
Una mañana luego de despedir a su hija, Ángela encendió su
computador, abrió su procesador de texto y encontró una frase que la
perturbó.
ISOLDA ESTÁ SECUESTRADA.
Daniel dormía plácidamente pero Ángela quería ahorcarlo. Ese tipo
de broma no le hacía ninguna gracia y se lo hizo saber mientras
desayunaban.
Su esposo aseguraba que él no había sido quien había escrito eso.
Ángela no quiso creerle. Discutieron. Él se fue para el trabajo y ella
quedó en casa muy molesta.
En la noche, ambos habían olvidado la discusión. Pero dos días después,
al iniciar la mañana, el procesador de texto tenía otra nota.
SI QUIERES VOLVER A ESCRIBIR SOBRE ISOLDA, DEBERÁS SEGUIR LAS
INDICACIONES.
—¡Esto es el colmo! —gritó Ángela mientras que se lanzaba contra
Daniel que apenas abría los ojos. —Desgraciado, sabes que estoy pasando
por un momento difícil de inspiración y disfrutas molestándome.
Daniel, asustado, miraba a Ángela que lo atacaba con una almohada,
mientras trataba de entender qué era lo que estaba pasando.
—Te lo juro. No sé de qué me estás hablando.
—Claro que lo sabes, desgraciado. Estoy harta de que no me apoyes
en mi trabajo. Siempre has estado en contra de que sea una escritora
famosa.
—Eso no es cierto, y lo sabes.
—Mira, mejor déjame sola. No quiero verte.
—Claro que me iré. Podrás estar en paz.
Ángela había olvidado que Daniel tenía un viaje de trabajo en otra
ciudad. Un viaje muy oportuno. Así tendría tres días para no discutir con
él.
Daniel se bañó y se vistió. Mientras organizaba la maleta, trató de
hablar con Ángela. No le quedaba claro el reproche que ella le hacía.
Cuando Ángela señaló la frase en la pantalla, él se defendió diciendo que
él no había sido. Ella por supuesto, no le creyó. La despedida fue un frío
beso en la mejilla.
Ya sola en el apartamento, intentó nuevamente retomar la historia
de Isolda. Fue imposible. No se le ocurría nada. Es más: no recordaba casi
lo que había escrito en los primeros capítulos. Sabía que Isolda era un
personaje de su libro, pero no recordaba qué diablos hacía en la historia.
A pesar de que el diagnóstico del médico había sido “cansancio”,
estaba asustada por lo que le estaba pasando.
Las lágrimas comenzaron a brotar. Había sido muy dura con Daniel y
lo llamó para disculparse. Él, aún dolido por lo que él creía que era una falsa
acusación, contestó en un tono seco e impersonal. Debía colgar. Ya iba a
abordar el avión. Ángela le recordó lo mucho que lo amaba y ofreció
disculpas por el escándalo que había hecho. Era consciente de que se había
alterado más de lo necesario. Él colgó.
III
Esa noche, Ángela, luego de acostar a su pequeña, intentó escribir
algo, pero no pudo. Estaba agotada y se fue a la cama.
Quizá fue por la ausencia de Daniel, tal vez por la sensación de
culpa, pero no pudo dormir. Se quedó dando vueltas en la cama pensando en
cómo iba a resolver su novela y en lo que estaba experimentando.
De pronto escuchó un “bip” que provenía del estudio. Parecía el
sonido que hacía su computador al encenderse. Por primera vez se le ocurrió
que a lo mejor era su hija quien jugaba con ella. Le pareció extraño.
Apenas, si sabía escribir. Se levantó y caminó sigilosamente hacia el
estudio. Al pasar por la puerta de la habitación de su hija vio su silueta
en la cama. Cuando llegó al computador notó que las luces de la CPU estaban
encendidas. Quizás había olvidado apagarlo.
Encendió la pantalla para verificar que no había dejado ningún
archivo abierto y poder apagarlo sin perder información, cuando vio
asustada que en la pantalla había una hoja en blanco en la cual se estaba escribiendo
una frase sin que nadie tocara el teclado.
—TENGO EN MI PODER A ISOLDA. SI QUIERES VOLVER A SABER DE ELLA
DEBERÁS SEGUIR MIS INSTRUCCIONES.
Con manos temblorosas, Ángela comenzó a digitar…
—¡Quién es? ¿Quién está escribiendo?
—YO
—¿Y quién eres?
—ESO NO IMPORTA. LO IMPORTANTE ES QUE ISOLDA ESTÁ SECUESTRADA Y NO
ESTARÁ LIBRE HASTA QUE SIGAS LAS INDICACIONES.
—No entiendo…
—NO TIENES QUE ENTENDER NADA. ES UN SECUESTRO. SI QUIERES A ISOLDA
TENDRÁS QUE HACER LO QUE TE DIGA.
Ángela, evitando dar un alarido oprimió instintivamente el botón
“reset” del equipo, pero se arrepintió inmediatamente por haber actuado de
forma tan apresurada. Pensó que debía haberlo dejado encendido, pero era la
primera vez que le pasaba algo tan extraño.
En la mañana, después de enviar a su hija al colegio, llamó a su
editor para contarle lo ocurrido.
—Puede ser eso que llaman “delito informático”. A lo mejor alguien
está entrando a tu computadora. ¿Por qué no hablas con la policía?
—Sí. ¿Pero y eso qué tiene que ver con que no sea capaz de escribir
sobre Isolda?
—Buen punto. No sé. Habla con ellos.
Cuando Ángela fue a la oficina de delitos informáticos de la
Policía Nacional, pensaron que estaba loca. Una escritora estaba
denunciando que habían secuestrado el personaje de una de sus novelas y que
sus captores le escribían en una página de Word de su propio computador.
Sin embargo, el técnico que la atendió ante la insistencia de que
el computador escribía sin que nadie digitara, le sugirió que lo hiciera
revisar de un técnico. Quizás había sido víctima del algún hacker.
—¿Y eso no es lo que investigan ustedes? — preguntó Ángela bastante
molesta.
—Señora, nosotros investigamos delitos informáticos. ¿No dijo usted
que no tenía información personal o bancaria en su computador?
—Así es. Solo lo uso para escribir mis libros y hacer alguna
consulta en internet.
—Entonces, no hay delito. Debe hacerlo revisar por un técnico
particular para ver si se le coló un hacker.
—Pero…
—Lo siento, señora. Solo nos corresponde investigar si hay un
delito.
—Pero… ¿y el secuestro de mi personaje?
Ángela se interrumpió bruscamente cuando se escuchó decir la frase.
“¿Así hablaría una persona cuerda?” La mirada del técnico de la policía, la
hizo recapacitar.
—Sí señor. Haré lo que me dice. Buscaré un técnico.Mil gracias —y
salió lo más rápido que pudo antes de que la retuvieran por loca.
—Con mucho gusto señora —respondió el policía mientras pensaba en
lo extraños que suelen ser los escritores.
IV
Al llegar a su casa, encontró el computador encendido. Estaba
segura de que lo había dejado apagado.
—¿QUÉ DICES, ÁNGELA. QUIERES RECUPERAR A ISOLDA?
—¿Quién eres? —escribió Ángela, más enojada que asustada.
—SOY QUIEN ESTÁ BLOQUEANDO TU MENTE. SOY QUIEN TIENE SECUESTRADA A
ISOLDA —las letras iban apareciendo, una a una en la pantalla.
—¿Qué quieres de mí?
—QUE ESCRIBAS UN CUENTO SOBRE SECUESTRO DE IDEAS.
—¿Y luego?
—PODRÁS VOLVER A ESCRIBIR SOBRE ISOLDA.
—¿Y si me niego?
—PONDRÍAS EN PELIGRO TU NOVELA. JAMÁS PODRÁS TERMINARLA.
—Pero podría escribirla a mano.
—NO PUEDES. YA LO HAS INTENTADO, ¿VERDAD? NO ES ESTE EQUIPO EL QUE
TE IMPIDE ESCRIBIR. ISOLDA FUE SUSTRAÍDA DE TU MENTE. PERO HAS SIDO TAN
NECIA QUE ME HAS IGNORADO POR COMPLETO. YO USO ESTE COMPUTADOR PARA
COMUNICARME CONTIGO, PERO ISOLDA NO FUE SECUESTRADA DE UN DISCO DURO. FUE
SECUESTRADA DE TU HISTORIA, EN TU CABEZA. POR ESO NO PUEDES ESCRIBIR SOBRE
ELLA. ISOLDA ES UNA IDEA SECUESTRADA.
Ángela sintió desmoronarse. Era una situación muy inusual. Parecía
que la ficción había entrado a su mundo, para quedarse. Miró el reloj. Era
hora de recoger a su hija en el colegio. Era viernes y salía un poco más
temprano. Empacó algunas de las pertenencias de la niña y habló con su
madre. La llevaría con sus abuelos el fin de semana para tenerla fuera de
la casa por un tiempo mientras resolvía la situación.
Antes de salir, Ángela imprimió la hoja de Word y la echó en su
cartera por si acaso necesitaba pruebas. Dejó el computador encendido y
salió por su hija.
Luego de dejarla donde los abuelos, llamó a su editor. Le contó lo
que le habían dicho en la Estación de Policía y este le sugirió que hiciera
lo mismo: hacer revisar su equipo por un técnico en sistemas. Le dio el
teléfono de uno que había trabajado en la editorial. También le sugirió que
escribiera un cuento sobre secuestro de ideas. Nada perdería con hacerlo, y
qué mejor inspiración tenía, que una historia donde un protagonista
imaginario era raptado de la mente de un escritor.
Cuando terminó de hablar con su editor, encontró en su celular una
llamada perdida. Era Daniel que estaba un poco preocupado. Había llamado a
la casa y nadie había contestado. Llorando, Ángela le contó lo que había
pasado luego de que él se fuera de viaje. Daniel más preocupado aún, le
sugirió que no regresara a casa y se quedara con sus padres. Ángela por el
contrario se mostró partidaria de volver y escribir la historia en el
computador. Quizás si el secuestrador veía que seguía sus instrucciones
liberaría a Isolda. Daniel no estuvo de acuerdo y le insistió para que
esperara su regreso que sería al día siguiente. Ángela no quiso esperar.
Llamó al técnico en sistemas. “Es viernes”, respondió él. ¿Sería
posible la semana siguiente? No. Claro que no —respondió ella. La situación
era apremiante. ¿El sábado? Costaría un poco más. No importa —contestó
ella. ¿A las nueve? Perfecto. Ángela le dio la dirección de su apartamento.
Apenas Ángela llegó a su casa, se dirigió a su estudio. La página
con la conversación estaba sin modificaciones en la pantalla. Dio clic en
“documento nuevo” y comenzó a escribir la historia del secuestro de ideas.
Trabajó en ella hasta muy entrada la noche. Era la historia de un escritor
al que le secuestraban un personaje imaginario. La idea en sí era fascinante.
Era una lástima que no se le hubiera ocurrido antes y que escribirla
hubiera sido un acto forzado.
Cerca de las tres de la mañana, Ángela terminó la historia y la
envió por correo electrónico a su editor. Pensó que quizás así, los captores
de Isolda podrían ver que había cumplido su parte. Se acostó muy cansada y
se durmió sin problema. Soñó con Isolda que reía y cantaba mientras
transitaba por un bosque florido. En el sueño, Isolda se reunía con los
demás personajes de la novela y departían animados.
Serían algo más de las nueve y media de la mañana del sábado,
cuando el citófono la despertó. Había llegado el técnico. Mientras se ponía
algo de ropa para hacerlo pasar Ángela descubrió que se sentía más ligera.
Tenía cientos de ideas sobre cómo continuar su novela, cada idea mejor que
la anterior. Incluso pensó que lo del técnico ya no era necesario. Había
vuelto su inspiración. Sentía que podía terminar su novela si trabajaba
todo el día.
Ángela hizo pasar al técnico y le contó lo del posible hacker,
omitiendo cuidadosamente hablar del secuestro de su personaje. El técnico
se sentó al teclado, digitó unas instrucciones y un fondo negro se
desplegó en toda la pantalla, con un cursor intermitente que se desplazaba
a medida que escribía unos comandos que Ángela desconocía. Ella respondía
todas las preguntas que el hombre hacía sobre el antivirus, sobre quién más
tenía acceso a la máquina, instalación de programas recientes, descarga de
música o videos, etc.
Finalmente, luego de correr varios programas, el veredicto del
técnico fue contundente. El equipo había sido infectado por un virus que
permitía el acceso remoto desde otra ubicación. Habría que formatear todo
el disco duro. ¿Había riesgo de perder toda la información? Claro que sí. El
virus había infectado varias carpetas del registro. Cualquier archivo
podía estar infectado.
¿Habría forma de hacer un backup? No. El backup podría quedar con
el virus. ¿Entonces qué podría hacer? Si no había hecho una copia de
seguridad antes de la infección lo perdería todo.
Ángela recordó que cada mes enviaba sus textos a su editor. Además
hacía un mes había guardado sus archivos en un disco externo. Si no estaban
infectados podría reconstruir sus cuentos y novelas. Solo perdería lo
escrito en las últimas tres semanas.
Quedó decidido, formatearían el disco duro. Solo hubo una
solicitud. Pidió al técnico que imprimiera todos los últimos trabajos
escritos en el último mes, incluyendo el cuento sobre el secuestro de las
ideas.
El disco duro del equipo fue formateado y el técnico volvió
pacientemente a instalar casi todas las aplicaciones que tenía
originalmente. Fue una jornada larga. Hasta las tres de la tarde Ángela y
el técnico estuvieron trabajando, tratando de reconstruir los archivos
perdidos a partir de un disco duro externo. Las pruebas habían descartado
que los archivos en él, estuvieran corruptos o infectados.
Luego de verificar que el equipo funcionaba a la perfección y que
la mayoría de los archivos quedaron restablecidos, con excepción de los del
último mes, Ángela pagó al técnico una suma considerable de dinero. Luego
de que este se fuera, llamó a su madre para preguntar por su hija y se
sentó a revisar las nuevas aplicaciones que el técnico había dejado
instaladas en su computador.
V
A las seis de la tarde, un ruido en la puerta la sobresaltó. Era
Daniel que regresaba de su viaje. Se abrazaron como dos enamorados que no
se veían en mucho tiempo.
Conversaron y se contaron las mutuas experiencias de los tres
últimos días, Daniel sonreía viendo que la inspiración había regresado a su
amada y le daba esa cara de felicidad que no había visto en las últimas
semanas.
Tenían lo que quedaba del fin de semana para ellos solos y se
desatrasaron con pasión. El domingo en la tarde recogieron a la hija y la
vida volvió a ser normal.
El lunes Ángela despachó a su hija para el colegio y a su esposo
para el trabajo y se sentó nuevamente frente al teclado. Escribió y
escribió como si nada hubiera pasado. Isolda había sido liberada y se
reintegraba a la novela como si nunca hubiera estado ausente.
El miércoles llevó dos nuevos capítulos a su editor y el cuento
impreso que había escrito sobre el rapto de una idea. Él ya lo había leído
y le había parecido maravilloso.
En el taller de escritores contó la historia del hacker y les
sugirió que hicieran una revisión de sus computadores, no fuera que
tuvieran un virus en sus equipos. Sus compañeros estaban estupefactos.
Quiso mostrar la página en la que pedían el rescate, pero por alguna
extraña razón la hoja que había guardado en su bolso estaba en blanco. Se
conformó con leerles el cuento que había escrito sobre el secuestro de
ideas.
Mientras lo hacía, una de sus compañeras se movía incómoda en la
silla. Cuando Ángela terminó su lectura, Luisa, una compañera comenzó a
llorar.
—¿Qué te pasa, Luisa? No es una historia tan trágica para que te
pongas así. Tuvo un final feliz.
—No es por eso. ¿Recuerdan ustedes la novela que empecé a escribir
sobre Gabriela, la abogada?
—¿Qué hay con ella?
—¿Recuerdan que ustedes siempre me regañaban porque la dejé
inconclusa y nunca volví a trabajar en ella? Les voy a confesar algo.
Gabriela, mi personaje, fue secuestrada…Nunca escribí la historia que me
pedían como rescate y ella nunca volvió a mi cabeza. Solo Dios sabe quién
la tiene secuestrada aún.
© Carlos Alberto Velásquez Córdoba
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