Desde mucho antes de que el húngaro, nacionalizado en Argentina, Ladislao Biro inventara en 1938 el primer bolígrafo, la gente de clase solía escribir con plumas.
Las aves habían sido por muchos siglos una fuente inagotable de instrumentos para la escritura. Bastaba de una buena pluma, el filo de una navaja para darle punta, un recipiente con tinta, y una mano prolija unida a un buen cerebro para que un texto pudiera salir a la luz.
Pero entre el bolígrafo actual, como lo conocemos, y la pluma de ave, hubo un invento que trasformó la escritura. En 1827 un inventor rumano tuvo la magnífica idea de crear una pluma metálica unida a un pequeño recipiente que podía contener tinta. Lo llamó pluma estilográfica o pluma fuente.
Los invito a escuchar este extraordinario cuento que fue publicado en mi libro "COLA DE CERDO, EL SUICIDA FALLIDO"
Agradecimientos al doctor Emilio Alberto Restrepo y al canal regionalTeledonmatías quienes hicieron posible este video.
Si les ha gustado, denle "like" y compártanlo con sus amigos.
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Cola de cerdo, el suicida fallido
ISBN 978-958-49-1505-4
Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto Editorial: Libros para Pensar Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías Materia: Narración de cuentos Publicado: 2021-02-07 Número de edición: 1 Número de páginas: 152 Tamaño: 14x21cm. Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo Soporte: Impreso Idioma: Español
A veces uno encuentra noticias tan insólitas que cuesta creerlas.
Una de ellas, que me encontré recientemente en la web, es la de un hombre que fue al baño y hundió el submarino alemán en el que viajaba.
Quizás muy pocos se han puesto a pensar como se suelta un inodoro cuando uno está dentro de un submarino sumergido. Pues bien, durante la segunda guerra mundial, una de las preocupaciones de los ingenieros de cualquier bando, era la forma como debían descargar los desechos de los sumergibles. Dado que sería poco práctico mantener los desechos adentro, decidieron que descargarían en el mar.
Al principio solo se podían vaciar los sanitarios cuando se estuviera en la superficie para evitar que el agua entrara, pero a medida que la guerra avanzaba, y con ella la tecnología, se buscó la forma de poder vaciar los inodoros sin que el agua del mar entrara a la nave a pesar de la alta presión en el exterior. Entonces se idearon una serie de válvulas que se tendrían que abrir y cerrar en estricto orden para que los desechos salieran, en lugar de que el agua de las profundidades entrara.
El submarino U-1206 en el mar del Norte
El procedimiento era tan complejo, que era necesario destinar una sola persona para que aprendiera el orden y manipulara las palancas y válvulas sin ningún riesgo. Sin este experto, nadie podría ir al baño.
Pero como no hay nada a prueba de ineptos, sucedió algo insólito: El 6 de abril de 1945, (a un mes de la capitulación de Alemania), el U-1206 alemán partió del puerto noruego de Kristiansand hacia el mar del norte, con el fin de atacar las naves aliadas. El capitán de dicho submarino era Karl Adolf Schlitt, quien estaba novato en el cargo.
Capitán Karl Adolf Schlitt
Cuando estaban cerca a las costas de Escocia, Schlitt tuvo la necesidad de ir al baño y sintió que no podía esperar al encargado. A más de 100 metros de profundidad el capitán comenzó a abrir y cerrar las palancas y llaves, cometiendo un grave error: Abrió la válvula del retrete al mismo tiempo que la válvula exterior.
El agua salada entró al sumergible e hizo contacto con las baterías que estaban debajo del inodoro. La reacción entre éstos hizo que se liberaran gases tóxicos (cloro gaseoso) por todo el interior de la nave. El capitán dio la orden de salir a la superficie para ventilar el submarino pero la aviación británica alcanzó a divisar el sumergible nazi y le disparó inmediatamente. Un tripulante falleció por los impactos y otros tres se ahogaron.
El capitán Schlitt ordenó la evacuación total en botes salvavidas. Treinta y seis miembros fueron salvados por pequeñas embarcaciones y otros diez llegaron a la orilla y fueron capturados por las fuerzas aliadas.
Sin embargo hay otra versión. Según el informe del capitán, éste adjudica los problemas a la falla de una válvula. Tiempo después afirmó que se encontraba reparando los daños que había recibido el submarino en uno de los motores de diésel cuando le informaron que había un problema en el retrete. Acudió al llamado y el desenlace ya es conocido. Según parece, esta es la versión oficial.
Llama la atención que el submarino U-1206 no tuvo bajas durante los ocho días que estuvo de patrullaje pero terminó hundiéndose de la manera más insólita.
Los restos del U-1206 en el Mar del Norte
Independientemente de si el hundimiento del submarino fue por un error humano o no, quiero terminar esta historia con una reflexión:
Rodéate de gente capacitada, pide ayuda cuando no sepas hacer algo... y evita a los ineptos...
Hace cerca de cinco años escribí un cuento corto sobre un general israelí, Benjamín Goldstein, que en el año 2028 construía una máquina para viajar en el tiempo y matar a Adolf Hitler antes de que se convirtiera en el canciller de Alemania y arrastrara con su locura a la guerra más sangrienta que ha sufrido la humanidad.
Después fueron apareciendo nuevos capítulos del general en su lucha por impedir la segunda guerra mundial y el holocausto judío. El resultado fue una novela de ciencia ficción que combinaba la historia de la primera mitad del siglo XX con los viajes en el tiempo.
Este libro quedó en tercer lugar en la convocatoria del Ministerio de Cultura en la modalidad de Obra Inédita (2018), obteniendo "Mención de Honor y suplencia". Por poco gana la beca para ser publicado, pero había dos mejores, y se sabe que algunos libros deben recorrer muchos senderos (a veces fallidos) antes de encontrar la ruta para ser publicados. (Y este es un consejo que le doy a los que apenas comienzan: No se desesperen. Todo libro, tarde o temprano, encontrará su camino y llegará al lugar que le corresponde).
El camino recorrido con Matar al lobo fue largo, y lleno de tropiezos. Por muchos años estuve tocando puertas en diversas editoriales. En algunas ni siquiera respondieron. En otras, la respuesta fue un rotundo "No", hasta que por fin, una de ellas creyó en el proyecto de Goldstein: La editorial de la Universidad de Antioquia.
Luego de varios meses de trabajo, hace pocos días me avisaron que el libro Matar al Lobo ya estaba en las librerías digitales y que próximamente estaría en formato físico.
Para mi es un orgullo presentarles este libro, pero ello no hubiera sido posible sin la participación de muchas personas a quien debo agradecer.
En primer lugar, debo empezar agradeciendo a mi familia que pacientemente entendió mis largos trasnochos mientras luchaba con la palabra precisa, la cadencia de una frase, o consultaba e hilvanaba por horas los datos históricos.
A mi profesor de literatura Luis Fernando Macías quien siempre creyó que el libro sería un éxito y quien me honró con sus palabras en el texto de presentación.
A mis compañeros del taller de escritores de COMEDAL (a todos, pero muy especialmente a Sonia Emilce García, Angela Ramirez, y Luisa Fernanda Mesa), quienes me retaban a que cada semana les llevara nuevos capítulos, y siempre estuvieron atentas a detectar las fallas en la sintaxis y los errores en el texto.
Al profesor Nahum Mont quien me escribió animándome a publicarlo por otros medios, cuando no logré acceder a la beca del Ministerio.
Al profesor Memo Anjel, quien lo leyó desinteresadamente, y me hizo unas excelentes observaciones. Fue él quien me recomendó presentarlo a la Universidad de Antioquia, cuando tantas puertas estaban cerradas.
De la Universidad de Antioquia debo agradecer a Doris Aguirre, quien en medio de la pandemia me explicó pacientemente los trámites para poner en consideración el libro ante la editorial, a los evaluadores que dieron el aval para el libro y al comité editorial que tomó la decisión de su publicación.
Debo un agradecimiento muy especial a Silvia García Sierra, mi editora, por sus enormes contribuciones al libro para que saliera sin errores y estuviera mejor escrito. Sin ella, el libro estaría plagado de imprecisiones y errores. Su tremendo ojo crítico y sus vastos conocimientos, evitaron que se publicaran yerros imperdonables.
Por último quiero agradecer a todo el equipo editorial: A quien hizo el diseño de portada, a los que hicieron la maquetación y a los que trabajaron en la producción y mercadeo. No los conocí durante el proceso, pero les estoy muy agradecido.
No queda más que invitarlos a comprarlo y a compartirlo. Estoy seguro que esta novela les encantará. Disfruten este viaje por la historia y por los sueños del general Goldstein y su grupo de valientes voluntarios que contra todo pronóstico dieron sus vidas para Matar al lobo.
Pueden adquirirlo en la librería de la Universidad de Antioquia, Cooprudea, CIS y Al pie de la letra. (o escribiendome directamente) .
A continuación les comparto los enlaces donde lo pueden adquirir en formato digital. En los enlaces siguientes podrán leer los primeros capítulos en forma gratuita.
La siguiente historia me la enviaron en un correo electrónico hace algún tiempo y quiero compartirla con ustedes. Desconozco su autor, por lo que agradecería si alguien conoce su procedencia, para dar los respectivos créditos.
Espero la disfruten:
El último vagón.
Cada año los papás de Martín lo llevaban con su abuela para pasar las vacaciones de verano, y ellos regresaban a su casa en el mismo tren al día siguiente.
Un día el niño les dijo a sus papás:
"Ya estoy grande, ¿puedo irme solo a la casa de mi abuela?".
Después de una breve discusión los papás aceptaron.
Están parados esperando la salida del tren, se despiden de su hijo dándole algunos consejos por la ventana, mientras Martín les repetía:
"¡Lo sé! Me lo han dicho más de mil veces".
El tren está a punto de salir y su papá le murmuró a los oídos:
"Hijo, si te sientes mal o inseguro, ¡esto es para ti!". Y le puso algo en su bolsillo.
Ahora Martín está solo, sentado en el tren, sin sus papás por primera vez. Admira el paisaje por la ventana. A su alrededor unos desconocidos se empujan, hacen mucho ruido, entran y salen del vagón. El supervisor le hace algunos comentarios sobre el hecho de estar solo. Una persona lo miró con ojos de tristeza.
Martín ahora se siente mal cada minuto que pasa. Y ahora tiene miedo. Agacha su cabeza, se sienta en un rincón, solo, con lágrimas en los ojos.
Entonces recuerda que su papá le puso algo en su bolsillo. Temblando, busca lo que le puso su padre. Al encontrar el pedazo de papel lo leyó. En él está escrito:
"¡Hijo, estoy en el último vagón!".
Así es la vida. Debemos dejar ir a nuestros hijos. Debemos confiar en ellos. Pero siempre tenemos que estar en el último vagón, vigilando, por si tienen miedo o por si encuentran obstáculos y no saben qué hacer.
Tenemos que estar cerca de ellos mientras sigamos vivos. El hijo o la hija siempre necesitará a sus papás.
Agradecimientos al doctor Emilio Alberto Restrepo y al canal regionalTeledonmatías quienes hicieron posible este video.
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Cola de cerdo, el suicida fallido
ISBN 978-958-49-1505-4
Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto Editorial: Libros para Pensar Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías Materia: Narración de cuentos Publicado: 2021-02-07 Número de edición: 1 Número de páginas: 152 Tamaño: 14x21cm. Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo Soporte: Impreso Idioma: Español
¿Para qué sirve la medicina narrativa? ¿Por qué los médicos deben leer literatura?
Un médico recibe en su consultorio a un paciente que tiene una tuberculosis. Al conversar con él, el hombre le cuenta de sus accesos de tos, su esputo sanguinolento, su debilidad. Le relata de su sudoración nocturna. Posiblemente le hable de su temor de no mejorar o el miedo a contagiar a su familia.
Sin embargo, el contacto con su paciente solo será de unos pocos minutos.
Al anochecer, el médico tomará el libro de su mesa de noche. Leerá sobre una mujer que tose y se cubre con un pañuelo. Descubrirá el miedo a que alguien más vea la pinta de sangre, leerá sobre la forma de cerrar su mano para que su acompañante no descubra la mancha roja. Entenderá sus mecanismos para distraer a los presentes y poder ocultar su pañuelo sin que nadie más lo note. El lector acompañará esa mujer en su angustia sobre el temor a morir; sus pensamientos de desesperanza, su dilema de contarle a su pretendiente y perderlo, u ocultar su enfermedad y hacerle un daño mortal. Sentirá su temor a ser excluida de la sociedad y la ansiedad que le produce encontrarse en medio de una conversación cuando llegue un nuevo acceso de tos. Por eso la mujer casi no ha hablado en la reunión: cuando habla mucho la tos ataca con más facilidad. Todos los asistentes opinan que el silencio es una virtud. La mujer, por el contrario, sabe que calla porque teme caer presa de los espasmos de una tos.
El médico cierra por un momento el libro dejando un dedo entre las páginas. El paciente del consultorio ahora parece más real. En la media hora que estuvo con él, solo hablaron de un poco de su enfermedad y medicamentos. Pero en el libro, aunque solo ha leído una media hora, ha vivido por una semana con una mujer tuberculosa. ¡Qué enfermedad tan horrible!
Leer hace que la práctica médica sea más humana.
Los invito a escuchar esta conversación sobre la medicina y la literatura. Les aseguro que les va a encantar.
Quiero agradecer a mi colega y amigo, Sebastián Alba Ospina, fundador de Revive, entrenamiento médico, el haberme dado esta oportunidad de contar un poco, lo que es la Medicina Narrativa.
Este video fue posible gracias a la invitación de mi colega y amigo Emilio Alberto Restrepo y del canal regionalTeledonmatías.
Mi gratitud para ellos.
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Cola de cerdo, el suicida fallido
ISBN 978-958-49-1505-4
Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto Editorial: Libros para Pensar Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías Materia: Narración de cuentos Publicado: 2021-02-07 Número de edición: 1 Número de páginas: 152 Tamaño: 14x21cm. Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo Soporte: Impreso Idioma: Español
Los médicos, y en general el personal de la salud, vemos a la historia clínica como una obligación. Creemos que luego de examinar el paciente, sentarnos a escribir es una pérdida de tiempo.
Pero les tengo una noticia. La historia clínica no es el hecho de sentarse a escribir en un papel o en un computador.
La historia clínica es una investigación detallada que el profesional de salud hace para conocer la enfermedad que aqueja al paciente, las preguntas que hace, la información que logra sustraer y el análisis que hace de esa información.
El papel o el archivo son tan solo la evidencia de que se hizo una historia clínica.
La historia clínica es el arte de ver, oír, entender y describir la enfermedad humana.
Los invito a ver esta amena conversación que tuve con mi amigo el doctor Sebastián Alba Ospina, gerente de la empresa Revive.
Espero la disfruten
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Usar mascarilla puede ser para algunos una forma de protegerse y proteger a los demás, pero para otros, puede ser una forma de opresión.
La mascarilla facial (tapabocas) fue inventada por el médico Johannes Mikculicz Radecki como una forma de impedir que los médicos contaminaran las heridas de sus pacientes durante un procedimiento quirúrgico. Pero rápidamente se descubrió que la protección iba en ambos sentidos. No solo era el paciente el que se beneficiaba, sino también el médico evitaba enfermar cuando el ambiente estaba contaminado.
Eso ya se conocía desde la antigüedad. Las máscaras de los médicos de la peste dan cuenta de eso.
Con la epidemia de influenza de 1917, el uso de la mascarilla facial se popularizó, como forma de evitar la enfermedad.
A principios de 2020, la epidemia por el virus SARS-Cov-2 mas conocido como COVID-19, hizo que la mayoría de los gobiernos reglamentaran el uso obligatorio de la mascarilla (tapabocas) cuando se estuviera en espacios públicos.
La mascarilla no solo evita que quien tenga la enfermedad, la transmita, sino que también previene del contagio a quien la usa. Además impide que un virus alojado en la nariz de un portador sano se transmita a una persona susceptible, (pues aunque el individuo esté vacunado, de todos modos puede trasportar el virus en su nariz, lo que implica un problema de salud púbica).
Las personas en occidente han visto con recelo el uso del tapabocas, mientras que en el oriente (en especial China y Japón), acostumbran usar la mascarilla como hábito, cuando hay contaminación o cuando se está enfermo. En el resto del mundo se ha visto su uso como una imposición que riñe con la libertad individual.
Según George Sand, profesor de historia japonesa de la Universidad de Georgetown, “existe una falsa creencia de que los japoneses adoptaron esta medida porque sus gobiernos son autoritarios (…), pero no es así, lo hicieron porque confiaban en la ciencia”, precisamente en la recomendación científica dicha en un país que estaba en un proceso de industrialización, como la adaptación a un mundo moderno”. Y agrega que en el nuevo milenio, las mascarillas en Japón se volvieron omnipresentes, no tanto por directivas estatales sino por lo que se conoce como “estrategia de afrontamiento”, que abarca los recursos externos e internos que usa una persona para adaptarse a un entorno que lo estresa¹.
Se podría decir que existen dos extremos en la forma de afrontar el uso del tapabocas: Por un lado, los que lo usan con la convicción de que con ello están protegiendo su propia salud y la de los otros, a pesar de las incomodidades que pueda generarles, y del otro lado, quienes se niegan a usarlo porque lo consideran una imposición arbitraria y autoritaria: Aquellos que pregonan a todo pulmón "no me pueden obligar". En el centro están las personas que consideran que una mascarilla es "un mal necesario" que le evita complicaciones mayores y la usan con desgano, porque no hay algo mejor.
Cuando voy por las calles de mi ciudad y observo a las personas, puedo identificar fácilmente a aquellos que tienen una actitud transgresora y quienes están en sintonía con el bienestar de todos. Tengo que confesarlo. No quiero tenerme que enfrentar en ningún momento con una persona que se niega a usar mascarilla cuando todavía hay riesgo. Para mí, este tipo de personas están en el mismo nivel que los que se meten en la fila, los que se pasan los semáforos en rojo, los que parquean en lugares prohibidos, los que evaden impuestos o los que hacen trampa en los juegos. Son personas que acostumbran infringir las normas porque "nadie me puede obligar". Son seres que solo siguen "sus propias reglas" y se niegan a adoptar aquellas en las que hay que ceder la comodidad en favor de la convivencia.
Cuando voy por la calle y observo tanta gente sin mascarilla, me duele la ciudad. Pienso en tanta gente que se identifica con el "no pueden obligarme" y me pregunto: ¿Qué nos espera como sociedad?
Cuando mi profesor de medicina interna decía que debíamos
creerle a los enfermos, yo me convencí de que tenía toda la razón. Incluso
cuando el doctor González, mi profesor de psiquiatría nos presentaba sus
pacientes, siempre tuve la certeza de que a pesar de que por muy disparatada
que fuera la idea delirante de alguno, siempre había algo de cierto en ella.
Eso fue lo primero que pensé
cuando a mi consulta llegó por primera vez don Guillermo, un hombre de unos
cincuenta y cuatro años, que solicitaba mis servicios por un motivo que jamás
yo había escuchado.
—Doctor, vengo a que me oriente. Desde hace tres meses vengo
sintiendo cosas muy extrañas. A veces veo y en otras escucho un mensaje en mi
cabeza que dice: “Su cerebro está llegando a la capacidad máxima de
almacenamiento. Por favor póngase en contacto con el servicio técnico para
hacerle mantenimiento”.
Mi primera reacción fue mirar si el hombre tenía algún tipo
de cámara escondida en el botón de su camisa. Era la consulta más disparatada
que yo hubiera escuchado en treinta años de ejercicio.
Por supuesto, mi ética profesional me impidió soltar una
carcajada. Con el tacto que había aprendido de mis maestros, comencé mi
anamnesis con las consabidas preguntas: cuándo le empezó la condición, cómo le
empezó, a qué lo atribuye, etc.
Fue así como pude enterarme de que
el paciente era un hombre con una vida relativamente normal. Hasta el momento
no había sufrido de ninguna patología relevante.
Era antropólogo, y se desempeñaba como
profesor en el área de humanidades, en una prestigiosa universidad. Tenía un
matrimonio convencional, y nada de su vida podía catalogarse como fuera de lo
común.
Me contó que hacía cerca de tres o
cuatro meses había tenido una especie de ceguera temporal mientras leía el
diario. Todo se le puso negro por unas centésimas de segundo y mejoró al
parpadear. El siguiente evento ocurrió unos días después, mientras leía un
libro. Esta vez la duración de la oscuridad fue mayor y vio —como si se
encontrara en una sala de cine— una advertencia que decía que su cerebro estaba
llegando a la capacidad crítica de almacenamiento y que debía comunicarse con
el servicio técnico para programar el mantenimiento.
—Era un letrero escrito en letras verdes sobre un fondo
negro. Estaba rodeado por un marco del mismo color —agregó.
Por supuesto don Guillermo pensó inicialmente que se había
tratado de un microsueño, que no dejaba de ser extraño, pero no prestó atención
hasta que la advertencia volvió a aparecer a los pocos días, mientras
calificaba unos exámenes.
El hombre consultó a un oftalmólogo, quien le recetó unos
lentes ya que, había descubierto una leve deficiencia visual, pero no encontró
nada que explicara la imagen observada. Le recomendó que consultara a un
psiquiatra, cita que ya había pedido el paciente desde el mismo día del evento.
El psiquiatra tampoco encontró ninguna alteración de
percepción que pudiera enmarcarse en una psicopatología. Su diagnóstico fue
agotamiento, y le dio una incapacidad por una semana que el paciente aceptó a
regañadientes.
Cuando reanudó su actividad académica no sólo volvieron a
aparecer los letreros, sino que también escuchaba en su cabeza una sensual voz
femenina, con acento español, que sobre una música de fondo le recordaba que su
cerebro se acercaba a un nivel crítico de almacenamiento y debía ponerse en
contacto con el servicio técnico para adelantar labores de mantenimiento.
Consultó varios psiquiatras,
fonoaudiólogos, oftalmólogos, sin que ninguno pudiera encontrar la causa de sus
visiones y alucinaciones auditivas. Las advertencias se hicieron más
frecuentes.
—¿Y por qué cree
usted que yo puedo ayudarlo?
—Doctor, usted es uno de los mejores neurólogos del país, y
me dijeron que tal vez, podría tratarse de un problema neurológico.
El paciente sacó de su maletín una carpeta con todo tipo de
estudios: Tomografías, resonancias magnéticas cerebrales, electroencefalogramas,
pruebas de sangre y de orina: todo absolutamente normal.
El examen físico no arrojó ninguna información adicional con
excepción de un retardo en los reflejos osteomusculares, posiblemente debidos a
la fuerte medicación antipsicótica que había prescrito el último psiquiatra.
Tuve que ser honesto y confesar
que yo tampoco encontraba la causa para sus alucinaciones y sugerí que todo
apuntaba a un trastorno psiquiátrico.
—Usted está siendo víctima de alucinaciones visuales y
auditivas. Aunque dichas manifestaciones pueden verse en algunos tipos de
tumores, las tomografías y resonancias no muestran ninguna masa mayor a tres
milímetros que pueda ser detectada. Es probable que se trate de un trastorno
psiquiátrico por lo que lo más prudente es continuar la medicación que le
ordenó el psiquiatra y seguir buscando otras posibles causas. Le di
una orden para que se hiciera otros estudios y le programé con mi secretaria,
una revisión en ocho días.
Esa noche, en mi casa relaté el
caso tan extraño que me había llegado, por supuesto sin violar la
confidencialidad de mi paciente.
—Pá, ¿no será un
caso de obsolescencia programada?
—¿Un qué?
—Un caso de obsolescencia
programada —respondió mi hijo que ya se sentía un ingeniero, a pesar de que
apenas iba en la mitad de la carrera.
—¿Y eso qué es?
—Eh, Ave María, Pá. ¿No sabe?
—dijo con aire de suficiencia— Eso es lo que hacen las empresas para que las
cosas se dañen a propósito y poder fidelizar sus clientes.
—Sigo sin
entender…
—Muy sencillo. ¿Recuerda la
impresora que dejó de funcionar y sacó un aviso para que la lleváramos a
mantenimiento? La mayoría de las veces no se necesita. Pero ellos ponen un chip
para que luego de 5.000 impresiones deje de funcionar y uno tenga que llevarla.
Lo mismo que pasa con los celulares de ahora: están hechos para que cada dos
años uno los tenga que cambiar, porque no le caben las aplicaciones.
—Eso es porque
las cosas de ahora están mal hechas…
—No, Pá, las hacen muy bien, pero
las programan para que se dañen más rápido… En la universidad nos contaron que
uno de los primeros bombillos que hizo Thomas Alva Edison lleva más de cien
años encendido sin fundirse¹. ¿Se imagina una empresa que haga bombillos y
ninguno se queme? ¿O un pantalón que no se rompa ni se decolore? Hay que hacer
cosas que se dañen rápido para que haya trabajo para todos.
—Eso está muy mal. En mi época las
cosas no se dañaban. Mi mamá todavía tiene una nevera General Electric que
compró cuando se casó.
—Pero es que ya no estamos en tu
época. Es la época de nosotros —afirmó en plan de sorna.
—¿Cómo dijiste
que se llamaba?
—Obsolescencia
programada.
—Voy a tener que leer sobre eso.
Nunca lo había oído mencionar. Aprendí una cosa nueva, gracias.
—¿Para qué estudiamos ingeniería? —respondió con picardía
mientras terminaba la cena.
A la semana siguiente mi paciente
no llegó a la revisión. Pedí a la secretaria que lo llamara, y se disculpó
porque había olvidado la cita. Le abrimos espacio para el día siguiente.
—Doctor, la situación se ha vuelto peor. Cada vez es más
frecuente el aviso, con el agravante de que se me están olvidando las cosas y
en ocasiones, es como si me quedara en standby. Haga de cuenta que uno fuera un
computador y el cerebro se “reseteara”. A veces mis estudiantes me tienen que
hablar fuerte, porque dando la clase me quedo bloqueado.
Fui honesto con él. Su caso excedía mis conocimientos. Le
prometí que trataría el tema en un staff, aunque le recomendé continuar el
manejo por psiquiatría. Mientras tanto comencé a enfocarme en una posible
isquemia cerebral transitoria, aunque eso no explicaba las alucinaciones.
Cuando comenté el caso con el grupo de colegas del hospital,
se rieron pensando que lo de los avisos era una broma mía. Por más de que les
aseguré que hablaba en serio, no me tomaron en cuenta. Uno de ellos, incluso,
preguntó si también había películas y a qué horas se presentaban. Finalmente,
ante mi insistencia, accedieron a que a la próxima reunión yo llevara al
paciente.
Un día cercano a esa fecha, mi
secretaria me recibió con una mala noticia. La familia de don Guillermo había
llamado. Tuvieron que llevarlo de urgencias a un centro hospitalario. En la
mañana no se había levantado y cuando fueron a ver lo que le ocurría, el hombre
no podía hablar.
Pedí los datos y me dirigí al Instituto Neurológico. Me
identifiqué como su neurólogo y descubrí que visitaba a otros tres. Uno de
ellos, el doctor Eusebio Ramírez, antiguo condiscípulo, también había ido a
visitarlo a la Unidad de Cuidados Intensivos. Luego de saludarnos efusivamente,
después de no vernos por varios años, hablamos con el médico a cargo, que nos
contó que el paciente había tenido un infarto cerebral masivo y que su
pronóstico era reservado. Aún se desconocía la causa.
La reacción de mi colega fue imprevista. Se puso pálido y
tuvimos que acercarle una silla para que no se cayera. Nunca había visto un
grado tal de empatía con un paciente.
Unos minutos más tarde, cuando el
doctor Ramírez se repuso, nos sentamos en la cafetería a hablar de nuestro
paciente y comparar impresiones.
—Es el caso más extraño que he
tenido —dije—. Inicialmente pensé que se trataba de un cuadro psiquiátrico,
pero luego me incliné por una epilepsia del lóbulo temporal. Eso explicaría las
alucinaciones visuales y auditivas. Después pensé que se trataba de un problema
isquémico, pero todas las pruebas habían salido normales.
—¿Y qué te hace pensar que las
advertencias fueron alucinaciones?
—¿Y qué otra cosa puede ser? ¿Acaso crees que el aviso era
real?
Entonces el doctor Ramírez puso su
mano sobre mi antebrazo y se inclinó hacia mí.
—¿Puedo pedirte
un favor muy especial?
—Claro, Eusebio.
Dime qué necesitas.
—Estoy asustado. Necesito
averiguar en dónde o quienes prestan el Servicio Técnico. Ayer recibí el primer
aviso.
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Cola de cerdo, el suicida fallido
ISBN 978-958-49-1505-4
Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto Editorial: Libros para Pensar Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías Materia: Narración de cuentos Publicado: 2021-02-07 Número de edición: 1 Número de páginas: 152 Tamaño: 14x21cm. Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo Soporte: Impreso Idioma: Español
El dolor de cabeza es tal vez, uno de los síntomas más frecuentes en la consulta médica. Se supone que prácticamente todas las personas han tenido al menos un dolor de cabeza que ha requerido tratamiento. No conozco a nadie que jamás haya tenido un dolor de cabeza.
Sin embargo, no todo dolor de cabeza es una migraña. La migraña es mucho más que dolor de cabeza: Se acompaña de otros síntomas y de otras condiciones que la hacen muy especial.
Esta semana les comparto un "Minutico de Salud" escrito por mi profesor Rodrigo Isaza Bermúdez, Neurólogo clínico y experto en el tema, donde nos habla de esta enfermedad tan "misteriosa".
La migraña tiene como entidad de salud muchas cosas que no solamente son dolor. En los niños los “equivalentes migrañosos” cursan con indigestión con síntomas abdominales, otras veces con vértigo que también se presenta en los adultos, estados alucinatorios llamado el Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas” y otras cosas que también afectan al adulto con fenómenos de despersonalización que parecen que se estuviera saliendo usted del cuerpo y se percibe como si hubiera otra persona: usted, al lado suyo, que es como para salir corriendo donde el psiquiatra pero que es una jugarreta del cerebro afectado por el proceso inflamatorio migrañoso que se le llama autoscopia.
Los estados previos al dolor suelen ser emocionales, porque uno o dos días previos se pueden presentar alteraciones del ánimo con euforia o también desaliento y pérdida del estado del ánimo, como si amaneciéramos deprimidos. Los antojos alimenticios “como en el embarazo” son órdenes que nos manda una parte del cerebro: el hipotálamo, donde se regulan patrones hormonales y el sueño. No es raro, entonces, la somnolencia previa, el insomnio, sed, ganas de comer helado o productos cítricos lo que lleva a asociarlos como desencadenantes, cuando, al contrario, ya son eventos de inicio muy temprano de la crisis migrañosa.
El cerebro busca energía que produzca placer, esto nos lleva a la ingesta de sustancias altamente energéticas como el chocolate o los dulces, que a su vez también asociamos como un factor que predispone al dolor. Lo que sí sucede es que la variación en los niveles de azúcar en la sangre con cambios bruscos, sin causar hipoglicemia como piensan algunos, es un factor que se debe corregir al enseñarle al paciente que maneje una dieta fraccionada.
Sin hablar de un “perfil de personalidad”, con lo cual me echaría a todos los psicólogos de enemigos, hay algunos patrones con los identificamos: como ser madrugadores, áltamente rendidores, responsables, no delegan nada, todo lo supervisan, acumulan trabajo y tareas porque saben que las pueden realizar cuando se propongan lo que los lleva a una sobrecarga emocional , más que de cansancio, pero con una alta intolerancia a la frustración, cualquier comentario los pone preocupados porque tienen una alta valoración de su eficiencia. Sin entrar en discusiones filosóficas puede ser las alteraciones de la Serotonina, Dopamina y Noradrenalina actuando en otros sistemas diferentes a los del dolor.
En definitiva, se ha demostrado que el paciente migrañoso tiene pérdida de los procesos cerebrales de acostumbramiento, lo que los hace intolerantes siempre al ruido, la luz, los cambios bruscos de ambiente, clima, sueño y vigilia y estrés. Estudios con estímulos luminosos visuales muestran actividad de la corteza cerebral visual con respuestas continuas a la luz, comparado con personas no migrañosas, luego de muchos estímulos éstas últimas el cerebro deja de reaccionar a la luz, lo que no sucede con el migrañoso que termina desencadenando dolor y todos los otros síntomas.
Si no podemos cambiar al cerebro del paciente migrañoso, son ellos los que tienen que cambiar llevándole los caprichos a ese órgano manipulador y marrullero.
Sin embargo, la edad de jubilación para los
hombres es de 62 años, en tanto que la de las mujeres es de 57. En Colombia, ellas se jubilan cinco años antes que los
caballeros.No quiero entrar en la discusión de que "las mujeres trabajan más que los hombres porque ellas asumen las labores domésticas", o por tener hijos (no todas los tienen y no todas realizan labores domésticas). Tampoco voy a discutir que más del 90% de los accidentes laborales mortales o incapacitantes ocurren en hombres. Ellos tienen mayor desgaste físico porque son los que tradicionalmente asumen los trabajos de más riesgo y de mayor carga física: (soldados, policías, bomberos, trabajos en alturas, cargadores, obreros civiles, albañiles, operarios de maquinaria pesada, aserredores, mineros, pescadores, soldadores, topos de alcantarillas, carpinteros, etc.).
Mi punto esta semana, independiente de las
razones por las cuales nuestro país ha decidido pensionar antes a las
mujeres que a los hombres, está relacionada con el tiempo de disfrute de la
jubilación.
Las cuentas son muy claras.Una mujer que se pensiona a los 57 años y
vive hasta los 80, puede disfrutar de su jubilación por un tiempo promedio de 23 años
antes de fallecer (casi el 30% de su vida). El caballero que se jubila a los 62, y tiene un promedio de
vida de 74 años solo disfrutará de una jubilación por 12 años. (16% de su vida podrá ser un "jubilado". Aproximadamente, la mitad del tiempo con el que cuenta una mujer).
En la actualidad, cuando todos exigen equidad para la mujer, valdría la pena revisar el tema. No parece justo que los hombres tengan 11 años menos de disfrute de su jubilación en tanto que las mujeres sobrepasan más de la cuarta parte de su tiempo como jubiladas. La equidad también se debe mantener en la vejez.
Los 23 años en uso del buen retiro en las mujeres, contra 12 (en los hombres) equivale a casi el doble de tiempo. Un hombre promedio ejercerá su condición de "jubilado" sólo la mitad del tiempo, que lo hará su pareja. Las cifras hablan solas.
Ahora, cuando en todos lados se habla de igualdad y equidad, vale la pena exigir que dicha lucha se de en todos los campos y en ambos sentidos.
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Nota posterior (marzo de 2022):
Un abogado me hace caer en la cuenta de algo que no había vislumbrado: El que una mujer se jubile antes del hombre también es desventajoso para muchas de ellas. Me explico:
La ley establece que si una persona cotiza 1300 semanas, se puede pensionar con un 65% del promedio de salario de sus últimos 10 años.
Pero si esa persona cotizara 1800 semanas, podría obtener una mesada equivalente al 80% del promedio de sus últimos diez años de salario, porque por cada 50 semanas por encima de 1300 hay un incremento de la mesada en 1.5% al porcentaje inicial de 65%.
Si las mujeres se jubilan cinco años antes que los hombres, como establece la ley, algunas no podrán incrementar el porcentaje de su mesada porque trabajarán 260 semanas menos que los hombres. Menos mujeres podrán llegar a las 1800 semanas y obtener el 80% de su salario.
Ahí les dejo la inquietud. La inequidad es evidente, por cualquier lado por el que se mire.