Muchos hemos soñado que volamos cuando estamos dormidos; que somos capaces de levantar vuelo y viajar por el aire a otros lugares.
¿Y si realmente fuera posible?
A continuación les quiero contar de Daniela, una chica como cualquier otra... o bueno, tal vez como ninguna otra. Esta joven, estudiante de arte, es muy extraña. Tiene esa peculiaridad que muy pocos tienen, y es la de tener trocados los sentidos.
Pues Daniela tiene esa particularidad llevada al extremo: Ella utiliza sus sentidos en forma diferente: Es capaz de "saborear" los colores, olfatear los sonidos, o palpar y ver los sabores... Y como si fuera poco, puede volar de noche. Pero no se trata de un simple sueño. Daniela aprendió a caminar por el aire a los diecisiete años....
No se pierdan la nueva novela de la escritora colombiana Angela Ramírez, que esta vez nos deleita con la historia de una joven muy extraña que descubre que además de tener trocados los sentidos, puede volar mientras todos duermen y hacer cosas maravillosas y asustadoras.
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Te invito a ver el video sobre el libro. (instagram) y a leer algunos fragmentos:
«No tengo nada de raro, solo te
puedo decir que vuelo». «Qué decepción, pensaron mis papás. No
me lo dijeron así, pero cuando tu mamá te pregunta todos los días: ¿hija,
estás segura?, ¿hija, de verdad? Y tu papá te dice: vamos a ver qué se va a inventar
para vivir, pero usted sabrá, de pronto pinta un mercado que le alimente. Ya
uno va sabiendo. Además de eso, hubo otro detalle por el que me pareció que
mi papá no estaba de acuerdo. —Ni pensés que te voy a alcahuetear
eso. Sí, yo creo que al final eso fue lo que
me hizo estar segura de que a mi papá no le gustaba que yo estudiara artes…» «Nunca me he considerado una enferma
mental, ¿dudas?, sí, claro, las he tenido, pero aprendí algo y es que a veces
hay que aceptar la imagen que transmitimos si queremos estar tranquilos». _______________________
Fragmento del capítulo El poste: Raquel se llamaba la profe de
bidimensional, o sea dibujo uno. Y la bienvenida fue: —De ustedes treintaicinco se graduarán
diez. —Revisó la planilla de matrícula proyectada en el video beam y empezó a contar—: uno, dos, tres —y llegó a diez,
los señaló. Yo seguí con el dedo contando, mi nombre era el número
veintitrés, yo no me iba a graduar, entonces ella me vio, sonrió. —Usted. Yo, igual que en las películas, me
toqué el pecho y… —¿Yo? —Sí, usted con cara de atembada. Atembada es otra palabra muy común por
aquí, dicen que mi cara es así, como sonsa, como lela, como «caída del
zarzo», así como yo. Me paré, ya estaba roja, con pena, con
rabia. —¿Por qué se presentó a artes? Maldita pregunta, y yo bien atembada
que soy, no se me ocurrió ninguna respuesta. Ya me habían preguntado lo
mismo, mi papá y mi abuelo, y yo contestaba, «porque me gusta el arte»,
aunque no supiera nada y los únicos cuadros que tenía en mi casa fueran
réplicas viejas, el ripio que quedaba de las remodelaciones, «herencias de la
familia», ah, claro y el gobelino. Agaché la cabeza. —Porqué… Pero no alcancé a contestar, me quedé
alargando la e, y sentí el poste que me atajó, la cara roja y algo húmedo me
escurría de la nariz, y yo me quería hundir, desaparecer, mocos pensé, qué
pena. Repetí: —Porquééé… Y con disimulo me llevé la mano a la
nariz. Me vi la mano roja, sangre… —Vaya a la enfermería. Usted no dura ni
este semestre.
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