"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)
Mostrando las entradas con la etiqueta Literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Literatura. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de noviembre de 2024

La magia de las palabras

Hace poco, en un taller de creación literaria hablábamos de que los sinónimos no siempre significan lo mismo. Puse un ejemplo: En inglés para decir viejo o anciano usamos el término "old man". Si nos vamos a un diccionario de sinónimos en español y buscamos la palabra "viejo" aparecen "anciano", "abuelo", "añoso", "vejete", "veterano", y muchas más. 

Pero en el mismo contexto, esas palabras no significan lo mismo. Miremos la siguiente frase: "Cuando volví al vecindario evité a mi vecino. No quería encontrarme con el viejo..."

Ahora pensemos en los matices que tendríamos si reemplazáramos "viejo" por cualquiera de sus sinónimos.   ¿Verdad que no es lo mismo? 

Cuando digo "viejo", puedo decirlo en tono cariñoso, pero también despectivo, y queda una duda que solo aclarará el contexto. Sin embargo, cuando digo "abuelo" tiene otro caríz, mucho más cariñoso. Si digo "veterano" estoy haciendo énfasis en su pasado más que en su presente. Si digo "vejete" es innegable su carácter negativo. 

Para un buen escritor, cada palabra debe quedar precisa dentro de una oración. No es lo mismo decir que los vecinos quedaron asombrados, que decir atónitos, lo mismo ocurrec con pasmados, estupefactos, maravillados, sorprendidos, o fascinados.  Cada palabra tiene su matiz; hay conocer muy bien cada término y saberlo usar. Cada palabra tiene su magia, su historia, su fuerza.  

Hace unos años propuse a los asistentes a un Taller literario el siguiente ejercicio: buscar la palabra de nuestro idioma que les pareciera la más bella, la más sonora o la que mayor significado tendría para ellos y escribir un texto relacionado con ella. Y es que, ¿cuántos de nosotros hemos pensado en la magia de las palabras?

A continuación, les traigo un texto de Axel Grijelmo sobre ello. 


El camino de las palabras profundas



Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano. Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados. Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas…

Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia. Al adentrarnos en cada vocablo vemos un campo extenso en el que, sin saberlo, habremos de notar el olor del que se impregnó en cuantas ocasiones fue pronunciado. Llevan algunas palabras su propio sambenito colgante, aquel escapulario que hacía vestir la Inquisición a los reconciliados mientras purgasen sus faltas; y con él nos llega el almagre peyorativo de muchos términos, incluida esa misma expresión que el propio san Benito detestaría. Tienen otras palabras, por el contrario, un aroma radiante, y lo percibimos aun cuando designen realidades tristes, porque habrán adquirido entonces la capacidad de perfumar cuanto tocan. Se les habrán adherido todos los usos meliorativos que su historia les haya dado. Y con ellos harán vivir a la poesía. El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran significados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin embargo, quedan al alcance del conocimiento inconsciente. Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél, pero alcanza a toda la colectividad. Y este segundo significado conquista un campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquéllas extraídas de su preciso enunciado académico. Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la palabra y la dirige.

Hay algo en el lenguaje que se transmite con un mecanismo similar al genético. Sabemos ya de los cromosomas internos que hacen crecer a las palabras, y conocemos esos genes que los filólogos rastrean hasta llegar a aquel misterioso idioma indoeuropeo, origen de tantas lenguas y de origen desconocido a su vez. Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del idioma materno. Lo llamamos así, pero en él influyen también con mano sabia los abuelos, que traspasan al niño el idioma y las palabras que ellos heredaron igualmente de los padres de sus padres, en un salto generacional que va de oca a oca, de siglo a siglo, aproximando los ancestros para convertirlos casi en coetáneos. Se forma así un espacio de la palabra que atrae como un agujero negro todos los usos que se le hayan dado en la historia. Pero éstos quedan ocultos por la raíz que conocemos, y se esconden en nuestro subconsciente. Desde ese lugar moverán los hilos del mensaje subliminal, para desarrollar de tal modo la seducción de las palabras.

Extraído de “La seducción de las palabras” de Alex Grijelmo., Edición Santillana, páginas 13, 14 y 15.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Es hora de aceptarlo. Carlos Alberto Palacio (PALA)

A raiz del nuevo premio Nacional de literatura 2024 otorgado al cantautor y poeta Carlos Alberto Palacio (PALA), rescato un encuentro que tuvimos con el autor en el Taller del historias  el 24 de octubre de 2022. 

En esa reunión alucinante nos contó su experiencia como médico, de su viraje al mundo de la música, y de cómo incursionó en el mundo de la poesía y la literatura.

De su libro, Abajo había nubes, ganador del premio Miguel Hernández 2020., Pala (Carlos Alberto Palacio), nos deleitó con este bello poema.

Agradecemos al artista su visita y su autorización para la publicación de este video.


_______________________

Pala

Carlos Palacio (n. Yarumal, Antioquia, Colombia, 22 de mayo de 1969), es un compositor, cantante, guitarrista, poeta colombiano y Filólogo, considerado por la crítica especializada como uno de los mejores letristas de su género en el país. Ganador del Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura de Colombia y de los Premios Internacionales de Poesía Miguel Hernández, Antonio Machado, José de Espronceda, Premio Jaén de Poesía en España y multiples premios en Colombia. El más reciente el Premio Nacional de Literatura 2024. En sus canciones y poemas sólo hay uso de metáforas, humor e ironía, sino también intertextualidad con la creación estética de diversos artistas del canon universal. Sus temas principales son el amor, el carpe diem, la historia e idiosincrasia colombianas, y la urgencia de romper con una mentalidad conservadora, inquisitorial y ultracatólica.​

Pueden adquirir el libro en el siguiente enlace https://pala.com.co/abajo-habia-nubes/

miércoles, 23 de octubre de 2024

Dodecálogo de un cuentista. Andrés Neuman

Esta semana les comparto el dodecálogo de un cuentista, del escritor hispanoargentino Andrés Neuman.  Una serie de consejos simples, pero de gran profundidad. 

Espero les sea de utilidad. 


Dodecálogo de un cuentista  

Andrés Neuman

I

Contar un cuento es saber guardar un secreto.

II

Aunque hablen en pretérito, los cuentos suceden siempre ahora. No hay tiempo para más y ni falta que hace.

III

El excesivo desarrollo de la acción es la anemia del cuento, o su muerte por asfixia.

IV

En las primeras líneas un cuento se juega la vida; en las últimas líneas, la resurrección. En cuanto al título, paradójicamente, si es demasiado brillante se olvida pronto.

V

Los personajes no se presentan: actúan.

VI

La atmósfera puede ser lo más memorable del argumento. La mirada, el personaje principal.

VII

El lirismo contenido produce magia. El lirismo sin freno, trucos.

VIII

La voz del narrador tiene tanta importancia que no siempre conviene que se escuche.

IX

Corregir: reducir.

X

El talento es el ritmo. Los problemas más sutiles empiezan en la puntuación.

XI

En el cuento, un minuto puede ser eterno y la eternidad caber en un minuto.

XII

Narrar es seducir: jamás satisfagas del todo la curiosidad del lector

_________

Andrés Neuman Galán (Buenos Aires, 28 de enero de 1977) es un narrador, poeta, traductor, aforista,1​ bloguero y columnista hispano-argentino.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Niveles de lectura

Aclaración: El siguiente texto hace parte de una serie de reflexiones personales sobre el arte de la escritura. Se deja constancia que no he cursado ningun programa universitario sobre literatura por lo que mis opiniones no son "verdades académicas"; solo son el producto de muchos años de lectura y de "rumiar" ideas. Siéntanse con la libertad de acogerlas o rechazarlas: son solo opiniones.




Niveles de lectura

Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba

  

En su libro “Cómo escuchar la música” Aaron Copland propone que hay cuatro componentes de la música: El ritmo, la melodía, la armonía y el timbre. Cada componente tiene sus características específicas y pueden ser estudiadas por separado sin que la música pierda sus propiedades.

Ahora, bien: todos estamos capacitados para escuchar música, pero solo muy pocos son capaces de abstraerse de la reacción visceral que ella produce y analizar y escuchar la música teniendo consciencia de sus componentes. Recordemos que analizar es fragmentar algo en partes menores para estudiarlo mejor. Cualquiera puede escuchar música, pero un verdadero melómano puede escucharla en cuatro canales simultáneos y diferenciar cada uno de ellos. Igual pasa con la literatura.

Recuerdo que hace muchos años conversaba con la escritora Sonia Emilce García sobre la forma de leer un texto. En ese entonces yo tenía una hipótesis sobre los niveles de lectura y hoy quiero explicarla más detalladamente.

Desde mi punto de vista existen cuatro niveles de lectura:

1. El contenido. (De qué trata el texto).

2. El significado (La intención del texto - Qué quiere decir el autor)

3. El intertexto, el subtexto y el hipertexto (que relaciones ocultas tiene el texto)

4. La estructura (Cómo está construido el texto).




Nivel 1. El contenido (De qué trata el texto)

El nivel más simple de toda lectura es el contenido y se basa en una pregunta sencilla: “¿De qué trata el texto?  ¿Qué historia cuenta?”. Cuando comenzamos a leer, nos dejamos atrapar por la trama. Caperucita roja es engañada por un lobo que se la quiere comer, La isla del tesoro es una historia de piratas buscando un cofre lleno de oro, Cien años de soledad narra la historia de la familia Buendía, etc.  

No se trata de aprender. Se trata de un nivel que tiene como objetivo lo visceral. Entretener, emocionar, ilusionar, asustar, llevar al lector a otro mundo y hacerlo partícipe de una historia o una aventura. Aquí es donde podemos influir para que los niños amen la literatura porque es un tipo de lectura que atrae y no pone retos mayores. De hecho, cuando a un niño un profesor le pone a analizar un cuento, deja de tener encanto para aquel. El nivel básico es para sentir la aventura, para prestar atención a la trama, al argumento, a lo que se cuenta. Es un error que en los primeros años de vida se obligue al niño a leer para aprender. Hay que dejar que los menores lean para divertirse. Pronto se darán cuenta de que a la vez que lo hacen también aprenden, y ya no habrá que obligarlos a leer: ellos mismos buscarán lecturas y aprenderán de ellas, sin darse cuenta siquiera, de que lo están haciendo.  

A este nivel de lectura debería llegar toda persona como mínimo: entender lo fundamental del texto y comprender de qué se trata. Ello aplica para una noticia, para una novela, para un poema o para un manual de instrucciones. El lector básico debe haber entendido sobre qué trata el texto.

 

Nivel 2. El significado: (la intención del autor)

En este nivel el lector no solo se divierte con la trama (contenido) sino que saca conclusiones propias que parecen expuestas por el autor. En Caperucita roja puede intuir que la moraleja es que no se debe hablar con extraños, en La Isla del tesoro, comprender el valor de la honestidad y de la lealtad, etc. Cada texto tiene su enseñanza. Si bien en el nivel básico un libro de historia cuenta conquistas, y batallas, (entretenimiento) en este viene un análisis de causas y efectos. Un texto que narre el descubrimiento de América tiene una lectura básica sobre la aventura de Colón y sus carabelas. En el nivel siguiente el lector debe poder intuir las causas o consecuencias. Puede haber autores que presenten el hecho como una gran aventura y un descubrimiento épico, mientras que otros pueden enfocarlo desde el punto de vista de un mundo que fue invadido. El hecho narrado es el mismo, pero el lector puede interpretar la intención del autor, y estar o no de acuerdo con su punto de vista.

Aquí ya no se trata de dejarse llevar por la historia de Blanca Nieves y la bruja malvada, sino de encontrar personajes con los que se identifica y con los que no. Quien lee más allá del relato interpreta la motivación del autor y entiende que el cuento tiene un tipo de intención (explicita o no), y que no deja lugar a dudas porque es directa. La reina malvada está celosa y quiere ser la más bella del reino sin importar lo que deba hacer.

Ningún lector puede negar que Romeo y Julieta murieron a causa de un caprichoso amor adolescente y los odios irracionales entre los Montesco y los Capuleto. La historia en un primer plano narra la tragedia de dos jóvenes enamorados que no pueden ser felices porque sus familias son enemigas. En el segundo nivel viene la reflexión. Es evidente que Shakespeare quería mostrar lo que sucede entre dos grupos que mantienen viejas rencillas. Un buen lector sabe que no se trata solo de familias de Verona, sino que la historia puede asimilarse con otras situaciones: dos empresas rivales, dos universidades, dos ciudades enfrentadas, etc. Es evidente que Romeo y Julieta son el pretexto para reflexionar sobre las consecuencias del odio entre grupos de personas.

Después de comprender el contenido y las intenciones del autor, el lector puede profundizar más sobre lo que está implícito o relacionado con otros textos, lo que nos lleva al tercer nivel de lectura

 

Nivel 3. El subtexto, el intertexto y el hipertexto.

Este tercer nivel de lectura requiere de una mayor profundidad y una atención especial a las relaciones que el texto tiene tanto consigo mismo como con otros textos y contextos. Aquí nos adentramos en capas más sutiles de significado que pueden no estar explícitas en el contenido o en la intención del autor, pero que surgen a través de la intertextualidad, el subtexto y el hipertexto.

El subtexto se refiere a lo que está "debajo" de la superficie del texto. En otras palabras, “leer entre líneas”.  Aquí importa el significado implícito, lo que no se dice de manera directa pero que el lector puede inferir a partir de las palabras, las acciones o el comportamiento de los personajes. En el caso de Caperucita Roja, por ejemplo, el subtexto puede sugerir temas relacionados con el despertar sexual o los peligros de la ingenuidad en un mundo adulto y amenazante. El lector en este nivel interpreta no solo lo que está escrito, sino lo que está insinuado. ¿Es el Pinocho de Collodi una crítica al sistema educativo de su tiempo? ¿O tal vez una parodia al régimen político de la época?

El intertexto, por otro lado, consiste en las referencias que el texto hace a otros. Todo texto se enriquece con las lecturas previas de su autor y, por lo tanto, guarda diálogos ocultos o explícitos con otras obras literarias, históricas, filosóficas, etc. En Cien años de soledad, por ejemplo, encontramos alusiones bíblicas (el diluvio, la creación), elementos de la historia latinoamericana y referencias a otras obras de la literatura universal. El lector entrenado en este nivel reconoce esos ecos, esas conexiones, que añaden una dimensión adicional de comprensión al texto.

Finalmente, el hipertexto es una categoría que ha cobrado fuerza en la era digital, pero que también puede aplicarse a textos escritos en papel. Se refiere a los enlaces que un texto puede tener con otros textos y documentos, incluso, películas, videos, fotografías, ya sea de manera explícita o sugerida, formando una red de significados que puede expandirse a través de conocimientos o lecturas paralelas o asociativas. En la obra Don Quijote de la Mancha, por ejemplo, los textos caballerescos a los que hace referencia el propio protagonista son hipertextos, en el sentido de que influyen directamente en la interpretación de la obra.

En este nivel, y sin importar las subclasificaciones, el lector está constantemente buscando estas relaciones que no siempre son obvias, y que dependen de su bagaje cultural, histórico y literario. Un buen lector en este nivel es capaz de identificar influencias, alusiones y contrastes entre obras, y de ver cómo un texto no existe de manera aislada, sino como parte de un diálogo más amplio con el mundo literario y cultural.

 

Nivel 4. La estructura (Cómo está construido el texto)

El último nivel de lectura se centra en cómo está construido el texto. Aquí, el lector no solo se detiene en el contenido, el significado o las relaciones intertextuales, sino que presta atención a la forma en que el autor ha decidido organizar sus ideas y estructurar su relato. Este es el nivel de análisis más técnico y literario, que examina los elementos formales del texto: su narrador, su punto de vista, el tiempo narrativo, la disposición de los capítulos, el estilo del autor, el uso de figuras retóricas, entre otros.

En este nivel, el lector puede notar, por ejemplo, cómo en Cien años de soledad el tiempo no sigue una línea cronológica, sino que se despliega de manera cíclica, reflejando una concepción del tiempo distinta de la convencional. O cómo en Ulises de James Joyce, el autor utiliza diversas técnicas narrativas (monólogo interior, parodia, estilo directo, entre otros) que desafían las formas tradicionales de contar una historia.

También permite entender por qué ciertos autores eligen contar una historia de una manera particular. ¿Por qué usar un narrador en primera persona? ¿Por qué empezar la narración in media res, es decir, en medio de la acción? En Crónica de una muerte anunciada, García Márquez nos revela el final de la historia desde el principio, pero lo que atrapa al lector es el cómo se llega a ese final inevitable. La estructura misma del texto se convierte en parte de su significado.

En resumen, este nivel es para aquellos lectores que desean ir más allá de la historia, del mensaje y de las relaciones entre textos, y que disfrutan de desentrañar las decisiones estilísticas y formales que dan vida al mismo. Es aquí donde se aprecia verdaderamente el arte del escritor, y donde la literatura se revela no solo como contenido, sino como forma y técnica.

Para ser buen lector no se requiere llegar a este nivel. Sin embargo, si se quiere ser buen escritor, es necesario entrenarse en reconocer la técnica y el estilo de los otros. Cuando uno conoce los secretos de los grandes es más fácil dar los primeros pasos.

 

Carlos Alberto Velásquez Córdoba ®

El blog de los lagartijos

calveco@gmail.com

 

miércoles, 9 de octubre de 2024

Lenguaje y pensamiento

Esta semana les traigo un video interesante: Propone que el idioma y la cantidad de palabras que conocemos establecen la forma de pensar y de entender el mundo. Un ejemplo claro es que mientras más palabras conozca, más facilmente soy capaz de distinguir cosas. Como médico, si conozco la diferencia entre tumor, nódulo, pápula, pústula, quiste o absceso, tengo mas posibilidades de llegar a un diagnóstico que el que no los distingue; para esa persona solo será "una bolita que me salió".  Igual pasa con un mecánico que sabe el nombre de cada uno de los componentes de un motor, o el carpintero que sabe distinguir cada uno de los diferentes estilos de tornillos. No es lo mismo estar triste, atribulado, nostálgico, melancólico o deprimido. 

En el siguiente video, Lera Boroditsky reflexiona sobre su área de estudio, la ciencia cognitiva, y explica alguno de los experimentos en los que trabaja para mostrar el poder que tienen las palabras en el pensamiento. ¿Influye la lengua que hablamos en nuestra manera de interpretar el mundo? ¿Se comportan diferente los bilingües dependiendo de la lengua que estén usando? “Las palabras no están aisladas”, dice Boroditsky, haciendo referencia a que las palabras están unidas a recuerdos y experiencias que nos condicionan. La científica considera otros temas como el vocabulario, la categorización o las metáforas y su implicación en nuestra percepción de temas socialmente complejos.  “El lenguaje es una herramienta mágica que nos diferencia del resto de seres vivos”, sentencia. 


Lera Boroditsky es investigadora y profesora en el campo de la ciencia cognitiva. Su trabajo se enfoca en el área del lenguaje y la cognición. Es una de las fundadores de la teoría de la relatividad lingüística. La científica ha desempeñado su carrera en el MIT y en Stanford. Actualmente es profesora asociada de ciencia cognitiva en la Universidad de California, San Diego y editora jefe de Frontiers in Cultural Psychology. Su investigación se centra en las relaciones entre la mente, el mundo y el lenguaje con un enfoque multidisciplinar que incluye la lingüística, la psicología, la neurociencia o la antropología. En su labor de divulgación científica ha publicado en prestigiosos medios como el Wall Street Journal, Scientific American o The Economist. Lera Boroditsky ha sido nombrada una de los ‘25 Visionarios que están cambiando el mundo’ por el Utne Reader, y ha recibido, además, numerosos galardones como el prestigioso premio ‘NSF Career Award’.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Descifrar. Poema de Carlos Palacio

Esta semana les comparto un bellísimo poema de Carlos Palacio, mejor conocido como PALA, de su libro GRAMÁTICA DEL ASOMBRO (Ed. Hiperión), Premio Jaén de Poesía 2023, España.

El poema es tomado de sus redes sociales. Les recomiendo conseguir sus libros. No se arrepentirán.



DESCIFRAR

Carlos Palacio, Pala

En su mesita de noche
mi padre guardaba un libro pequeño, color barro:
La imitación de Cristo.

Todas las noches lo desarrugaba,
se lo bebía lento y, por momentos,
detenía su pose y su lectura
para decir con voz inapelable
Aquí está lo importante.

Mi abuela, que rezaba las novenas
con un fervor de lluvia y pese al mundo,
me regaló rosarios que indefectiblemente
se fueron al ayer, como las rosas.

Yo que jubilé dioses,
que deshice la hoguera de las supersticiones,
que denuncié el soborno del cielo y sus agentes,
y que cuando no hallaba biblias para hacer humo,
incineraba santos y bailaba en sus restos,
entendí con el tiempo y con la ceremonia de los dolores viejos
que mi padre era bueno porque así fue su leño,
pero también lo era
porque tenía un libro en su mesa de noche
y lo desarrugaba y lo bebía lento,
con sus ojos que hacían de la insolencia cielo,
y que mi dulce abuela no me daba rosarios
sino que me abrazaba
del modo en que te abrazan los naranjos del huerto.

----------------


A continuación el autor leyendo su poema.





______________________________________

Carlos Palacio (Pala) (n. Yarumal, Antioquia, Colombia, 22 de mayo de 1969), es un compositor, cantante, guitarrista, poeta colombiano y Filólogo, considerado por la crítica especializada como uno de los mejores letristas de su género en el país. Ganador del Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura de Colombia y de los Premios Internacionales de Poesía Miguel Hernández, Antonio Machado, José de Espronceda en España, y recientemente el Premio Jaén de Poesía.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Suplantación: cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Esta semana les comparto un cuento que fue publicado en la columna FUGA DE IDEAS, de la Revista Cronopio, revista que ya va por la edición 102.


SUPLANTACIÓN


por Carlos Alberto Velásquez Córdoba ®


Digan lo que digan los sociólogos, no se puede negar que el término «desechable» sí se aplica a algunos indigentes. Si no, mire mi caso. Déjeme le cuento mi historia y al final entenderá mi punto.

Jamás se imaginaría cómo llegué a las calles. Si me hubiera conocido usted, hace veinte años, me habría tomado por el gerente de una compañía. Bueno, eso era lo que yo quería llegar a ser.



Comencé como un ejecutivo joven que se esforzaba en trepar peldaños en una empresa de inversiones. No era difícil hacer que mis jefes notaran que yo era el que sobresalía del grupo. No sólo era apariencia, también fue un arduo trabajo para lograr escalar puestos. Había comenzado como encargado del archivo y lentamente fui avanzando en la empresa. A pesar de que mi sueldo inicial no era muy alto, siempre trataba de verme como un hombre exitoso; trajes elegantes y corbatas de seda, zapatos bien lustrados y relojes finos. Así fue como conquisté a mi esposa. Ella también trabajaba en la misma compañía. Decía que lo que le gustaba de mí era que yo era un hombre que sabía muy bien a dónde quería llegar. Me casé con ella cuando fui ascendido al cargo de analista de cuenta.

Cuando me nombraron coordinador de área, sabía que lograría mi objetivo de obtener al menos una subgerencia de una sucursal. Con el nuevo salario mi esposa dejó de trabajar y se dedicó al hogar.

Me instalaron en una oficina individual, con una gran ventana al patio central. Tenía una secretaria a la entrada, que se encargaba de enviar mis cartas y recibir la correspondencia. No era una oficina lujosa, no. Tan sólo era un espacio de unos pocos metros cuadrados con un escritorio y sendas sillas de madera. Completaban el mobiliario dos archivadores, que se podían ver desde afuera a través de sus paredes de vidrio. Quedaba al frente de los cubículos de los analistas por lo que si quería privacidad, debía bajar las persianas. Soñaba con que algún día tendría mi oficina en el último piso, con paredes de concreto, enchapadas en madera, un escritorio más lujoso, sillas de cuero, y sobre todo, un ventanal grande con vista hacia el parque.

Mientras lo lograba, disfrutaba mi empleo y trataba a toda costa de cumplir todas mis tareas. Todos los días llevaba trabajo a mi casa con la esperanza de que los jefes vieran en mí a un hombre confiable y ambicioso. Llegaba más temprano que todos en la empresa y era de los últimos en irme. Durante la jornada sólo sacaba un tiempo para comer algo o ir al baño.

Recuerdo muy bien un día que estaba en el lavamanos cuando me percaté de que una de las celosías del baño estaba quebrada y miré a través de ella. Vi mi oficina al otro lado del edificio, en el séptimo piso sobre el patio central. Nunca se me había ocurrido mirar por la ventana del baño y no había visto cómo se veía mi puesto de trabajo desde allí. Entonces, vi una sombra que se movía en mi oficina. Casi nunca subía completamente la persiana al patio y ese día la había dejado arriba. La sombra iba de un lado para otro. A pesar de la distancia que me separaba de la oficina, pude distinguir muy bien que se trataba de la empleada del aseo que había entrado a organizar un poco el lugar como solía hacer todos los días. Me hice un memorándum mental de no volver a dejar arriba la persiana mientras estuviera en la oficina o correría el riesgo de que cualquier persona pudiera espiarme desde cualquier sitio que tuviera acceso al patio central.

A partir de entonces, cada que entraba al baño miraba furtivamente mi lugar de trabajo. Empecé a dejar conscientemente la persiana elevada cuando salía de la oficina, para verla desde otra perspectiva. A veces veía a la secretaria dejarme algún papel sobre el escritorio, otras veces al personal del aseo recoger la papelera llena de borradores de cartas y otros documentos destruidos. Si alguien husmeaba en mis cajones, fácilmente yo le vería desde la ventana del baño.

Poco a poco, en cada ida al baño me quedaba unos minutos más de lo necesario mirando por esa ventana. Incluso comencé a ir con más frecuencia. Allí solía imaginarme a mí mismo sentado al escritorio leyendo los reportes, revisando las cuentas o escribiendo los informes. Me gustaba visualizarme desde allí y soñaba con tener un doble que hiciera mi trabajo en tanto que yo me demoraba largos minutos haciendo pompas de jabón mientras me lavaba las manos.

Imaginaba lo gratificante que sería si al salir de la oficina, entrara un «alter ego» y se pusiera a hacer mi trabajo mientras que yo me tomaba un descanso o me iba a mi casa a tomar una siesta. Soñaba con que al regresar ese «yo» me entregara todos los informes listos. Por supuesto, soñar es un gusto que cualquier persona y de cualquier condición puede y debe permitirse.

Un día pasó algo que me asustó. Estaba frente al orinal cuando a través de la celosía me pareció ver en la oficina un hombre de traje que se sentaba al escritorio y comenzaba a digitar algo. Sólo cuando pude acercarme a la ventana pude constatar que había sido una ilusión óptica. No había nadie en ella.

Dos o tres días después volví a verlo. Esta vez me estaba secando las manos, por lo que pude acercarme a la ventana. Abrí un poco más la celosía y casi caigo al suelo. Era la imagen de un hombre exactamente igual a mí. Tenía incluso el mismo pantalón gris que tenía puesto y la misma camisa blanca con las mangas dobladas en los antebrazos. Salí rápidamente del baño y corrí hasta mi oficina. Al llegar, todos los analistas levantaron sus cabezas intrigados al ver mi apuro —es que creí escuchar mi teléfono— me disculpé. A través de los ventanales era evidente que no había nadie adentro. Nada faltaba en la oficina. Estaba tal y como la había dejado.

A partir de entonces, cada que salía dejaba la persiana al patio central abierta con la esperanza de volver a ver aquel intruso. Unas semanas después, en un momento particularmente difícil porque era cierre de mes y debía entregar un informe gerencial, salí unos minutos de la oficina a comer algo. Al regresar vi que el informe en el cual ya estaba formulando mis conclusiones había sido terminado y reposaba impreso al lado del teclado. Supuse que lo había terminado mi secretaria. Revisé las conclusiones. Mejor no había podido hacerlo yo. Cuando la secretaria entró a archivar unos documentos, le agradecí.

Ella me miró extrañada, y me dijo que no había sido ella quien lo había terminado. Era algo muy sospechoso. Quien hubiera sido, había redactado el texto como yo solía hacerlo. Tenía las ideas que me habían surgido mientras elaboraba el informe. De algún modo había leído mi mente. Incluso había planteado unas ideas adicionales que ni siquiera las había contemplado.

Inquieto, no me levanté del escritorio en el resto de la mañana.

Al medio día antes de ir a almorzar pasé por el baño y ahí fue cuando vi por segunda vez a mi doble en la oficina. Tenía la misma ropa que yo. Desde la ventana pude ver cómo sacaba unos documentos de un cajón, los ponía sobre el escritorio y se sentaba a digitar algo en el computador.

Nuevamente corrí a la oficina atropellando varias personas en el pasillo. Al llegar, ya todos habían salido. Los empleados estaban en su hora de almuerzo por lo que no había nadie a quien le pareciera sospechoso mi proceder. Entré a la oficina. Miré bajo el escritorio por si acaso se había ocultado allí.

Yo era la única persona en el lugar. Sobre el escritorio estaba el reporte de ingresos y egresos del mes. En la pantalla del computador vi que habían diligenciado las casillas correspondientes a los meses que necesitaba entregar. Sólo faltaban unos cuantos datos. Alguien estaba haciendo mi trabajo. Y el condenado sabía cómo hacerlo.

No fui a almorzar. Preferí quedarme terminando el cuadro de ingresos y egresos que debía entregar y cuando llegó la secretaria le pedí que me ordenara un sánduche en el sitio de la esquina, bajo el pretexto de que tenía mucho trabajo y había decidido no salir.

También le pedí que llamara a un cerrajero. De un momento a otro me había parecido peligroso tener los cajones del escritorio sin ningún tipo de seguridad.

Esa tarde alrededor de las cuatro, no aguanté más. Debía salir a vaciar mi vejiga. Dejé convenientemente todas las persianas arriba y me dirigí al baño.

Mientras estaba desocupando mi vejiga, volví a verlo por entre las celosías. Tan pronto pude tomé mi teléfono y llamé a la secretaria.

—Rita, ¿quién está en mi oficina?

—Pues usted, don Jorge.

—No. Allá hay alguien más.

—No señor. Está usted solo, desde aquí lo veo por el ventanal, a propósito, ¿por qué me está llamando desde el celular?

Sentí una cosa muy extraña. Efectivamente mi doble estaba sentado en mi escritorio, con una mano cerca a la oreja. Aparentemente estaba usando su teléfono celular.

—¿Don Jorge…?, ¿don Jorge…?

Quedé mudo. El personaje de mi oficina se había levantado y me miraba desafiante desde mi propia ventana. Creí ver a lo lejos una sonrisa a la vez que con su mano me hacía un gesto de saludo.

—¿Don Jorge… se encuentra bien?

Fue lo último que escuché en el celular antes de que la llamada se colgara. A través de la ventana vi que mi secretaria había entrado a la oficina y aparentemente conversaba con mi doble.

Intenté llamarla para advertirle, marqué al número privado de la oficina con la esperanza de que fuera Rita quien contestara, pero un problema de señal no dejó que la llamada saliera.

Nuevamente corrí a la oficina. Al llegar Rita ya estaba en su escritorio. Me miraba de forma extraña.

—Don Jorge, ¿seguro que no quiere que le llame un médico?

—No. Claro que no. Con quién estaba conversando usted hace unos minutos en la oficina.

—Pues con usted, don Jorge… Me está haciendo asustar…

—No. No era yo.

—Claro que sí. Usted me llamó desde su celular a este teléfono y me preguntó que quién había adentro. Por eso entré a hablar con usted… Me pareció raro.

—¿Y, yo qué le dije…? Cuando usted entró a hablar «conmigo», ¿yo que le dije?

—Que simplemente, era una broma. Hoy está usted muy raro…

—¿Cierto que sí? Estoy pensando que mejor debo ir a que me revisen. No me siento nada bien.

Y era verdad. Me sentía mareado. ¿Sería que me estaba enloqueciendo? Esa noche llegué a la casa mucho más temprano de lo que acostumbro. Le conté a mi esposa lo sucedido y me dijo que a lo mejor era cansancio. Estrés. No le dio mayor importancia al asunto.

Dormí mal y al día siguiente me reporté enfermo. Le dije a Rita que consultaría al médico y que no iría en la mañana.

Fui a trabajar a las dos de la tarde.

—Rita, ¿hubo algo importante esta mañana?

—No señor, ya envié los informes que usted me entregó antes de irse a almorzar.

—¿En la mañana?

—Sí, claro. Me alegro de que finalmente hubiera venido a trabajar. Que tal que usted no hubiera estado aquí, cuando vino el doctor Urdiola.

—¿Urdiola estuvo acá?

—Jefe, ¿de verdad se siente bien?

—Es que yo esta mañana no vine

—Claro que vino, usted me llamó y me dijo que iba a ir al médico y al rato se apareció diciendo que ya estaba bien. ¿Acaso lo olvidó?

—Y Urdiola, ¿qué dijo?

—A mí, nada, pero parece que iba muy contento con lo que ustedes hablaron.

Cuando entré a la oficina, quedé más preocupado aún. A pesar de haber cambiado las cerraduras de mi escritorio, mi doble parecía tener copia de las llaves. Tenía acceso a todos mis cajones. Sobre el escritorio había unos documentos que guardaba en la gaveta inferior. El cerro de cuentas por revisar que había estado posponiendo, estaba en el lugar de «revisados» y tenían mi firma como visto bueno. Y ERA MI FIRMA.

Quien estuviera suplantándome, lo hacía muy bien.

Al finalizar la tarde, recibí una llamada de la secretaria del doctor Urdiola. El presidente de la compañía quería hablar conmigo.

—Doctor Urdiola, ¿cómo le va?

—Muy bien, Martínez, muy bien… Oiga, me quedó sonando eso de sacar un nuevo producto para los universitarios. Como lo llamó usted, ¿plan Universia?

Esa fue la tapa. El plan Universia era una idea que había tenido yo hacía varios años y consistía en comprar unos locales pequeños tipo taberna o discoteca, muy discretos. El negocio consistía en buscar socios universitarios que compraran un paquete de acciones a un bajo precio, digamos un millón de pesos. Con doscientos universitarios se tendría 200 millones de pesos, capital suficiente para dotar y mejorar el sitio. La parte interesante era que, si un universitario era «socio» de una discoteca, todas las reuniones de universitarios las harían en «sus negocios».

Era una propuesta que no tenía pérdida. Se contaba con socios que no tenían que poner mucho capital. Y eran socios que generarían un flujo constante de clientes. Yo quería desde hacía mucho tiempo proponer esa idea, pero no se habían dado las condiciones. Además, quería cierta participación por la idea ya que no contaba con mucho capital para invertir.

—Vea Martínez. Prográmese este domingo y vamos a jugar golf. Me quedó gustando eso de que nuestra empresa tenga al menos el treinta por ciento de la participación en el negocio. Por supuesto, tenemos que hablar sobre el porcentaje con el que usted entraría. Eso del veinte por ciento por dar la idea es un poco alto, pero me gustaría escuchar esas otras ideas que usted tiene.

Le respondí que sí. Que nos veríamos el domingo a las ocho de la mañana en el Club. Colgué y comencé a temblar. No le había dicho a nadie del proyecto. Lo venía incubando por bastante tiempo. El nombre de «Universia» se me había ocurrido hacia poco y nadie lo conocía, excepto yo.

No me quedaba la menor duda, era un clon perfecto el que me estaba suplantando. ¿Y si había sido el poder de mi mente el que había creado un ser de la nada capaz de suplantarme y hacer más productiva mi vida?

Eso sonaba de locos, pero la evidencia era contundente. Estaba sucediendo.

Al domingo siguiente fui a jugar golf con el presidente de la empresa. Me sentía extraño. Era la primera vez que jugaba Golf y se lo hice saber al doctor Urdiola y a sus socios. Rieron conmigo y me aceptaron como uno de ellos. Hablaban de caballos, de yates, de viajes, de los gastos exorbitantes de sus esposas y sus amantes y yo pensaba que sería bueno irme acostumbrando a ese tipo de vida. Esa había sido mi meta todo el tiempo.

Entre hoyo y hoyo fui explicando mi idea y Urdiola y sus socios escuchaban y hacían preguntas sobre cómo funcionaría el proyecto. Al final Urdiola, a solas, me confesó que había pensado en mí para el cargo de gerente de cuenta.

De regreso a mi casa, me sentía agradecido con mi doble por haberme dado la oportunidad que tanto había esperado.

¿Qué le puedo decir? Cada vez mi doble aparecía más por la oficina hasta el punto de que yo a veces me ausentaba por horas sin que nadie se percatara de ello. Bastaba con dejar una nota en el escritorio, o dejar un informe empezado, y al volver a la oficina el trabajo estaba hecho.

El ascenso fue efectivo en pocas semanas. Me trasladaron dos pisos más arriba, y me dieron una oficina más espaciosa. Pedí que me dejaran llevar a Rita conmigo. Aparentemente se entendía muy bien con mi doble hasta el punto de no sospechar que éramos dos personas distintas.

Mi rutina por mucho tiempo fue llegar a la oficina, planear el trabajo, y luego salir a dar una vuelta por el parque o irme a un café a leer el diario, mientras mi otro yo hacía el trabajo aburridor.

Al principio me daba temor encontrarme con alguien conocido y que se descubriera el fraude. Pero las pocas veces que me encontraba con alguien, asumían que mi trabajo permitía algunas escapadas de la oficina. Casi siempre volvía a tiempo para las reuniones importantes. Y siempre al llegar, mi doble había salido de la oficina con alguna excusa por lo que nadie notaba que realmente éramos dos personas turnándonos el trabajo con una perfecta sincronización. Nunca llegamos a encontrarnos en el mismo sitio a la misma hora.

Algunas veces no alcanzaba a llegar a alguna junta, pero mi doble se apañaba para hacerme quedar como un rey. Al fin y al cabo, conocía mi forma de pensar y teníamos las mismas metas y proyectos.

Me fui relajando hasta el punto de que a veces no iba a trabajar y me quedaba en la casa con mi esposa. El sexo no podía ser mejor. Tenía toda la energía del mundo y todo el tiempo del que yo quisiera disponer. En esos cinco primeros años tuvimos nuestros dos hijos.

A mi esposa nunca le pareció extraño que yo pasara tanto tiempo en casa. Desde antes de casarnos le había prometido que yo sería gerente y ella nunca se molestó en cuestionar la vida que llevábamos.

El nuevo apartamento, los autos lujosos, los ascensos, no hubieran sido posibles sin el trabajo de mi alter ego. Y nunca tuve la oportunidad de agradecérselo personalmente.

Era extraño que nunca pudiéramos vernos cara a cara. Quizás al crearlo en mi mente, implícitamente había alguna ley cósmica que impidiera llegar a tocarnos. Nunca lo vi a corta distancia, a pesar de que al principio lo intenté varias veces.

Mis cuentas bancarias fueron creciendo en la medida de que mi productividad se había incrementado. Entré a participar con un cinco por ciento del plan Universia, con la posibilidad de manejar la cuenta personalmente. Todo iba a las mil maravillas. O bueno, casi todo.

A veces me sobraba más tiempo del que quería. Mi esposa después de unos años, comenzó a reprocharme el estar en casa tanto tiempo. Entonces tomaba el carro y me iba para cine o algún café a pasar el rato. Comencé a comprar apartamentos en la ciudad y algunas propiedades en las afueras. En ocasiones llevaba allí a mis conquistas confiando en que mi doble hiciera mi trabajo de la oficina y mi esposa creyera que yo estaba allí.

Una noche en que no pude ligar a una muchacha en un bar, llegué a la casa con ganas de sexo. Los niños dormían. Había quedado «empezado» y comencé a acariciar a mi esposa tratando de excitarla. Casi me desmayo cuando ella, bastante molesta, me dijo que ya no quería más sexo, que si no había tenido ya suficiente en la tarde mientras los hijos estaban en el colegio.

Fue como caer al abismo. Mi doble había pasado el día en mi casa, teniendo sexo con mi mujer mientras que yo andaba por ahí buscando aventuras.

Me levanté y me fui al estudio. Allí pasé la noche pensando cosas horribles.

A primera hora, en el trabajo, llamé a Rita. Quería asegurarme si mi doble había ido a la oficina y le pregunté por el trabajo del día anterior.

—No entiendo, don Jorge.

—Por favor, recuérdeme ¿a qué horas fue que me reuní con los del Banco?

—Pues don Jorge, usted estuvo con ellos hasta las doce y luego salió para la junta hasta las dos ¿acaso lo olvidó?

—Pero las entrevistas de por la tarde… ¿finalmente no se hicieron, verdad?

—Claro que se hicieron. Usted entrevistó a todos los candidatos y me dijo que contratara a la doctora Fernández. ¿No fue así?

—Sí… sí, claro. Yo le dije que contratara a esa doctora… sí, fui yo… Ehhh… a propósito, ¿me puede traer su hoja de vida para volverla a revisar? Hay algo que quiero volver a mirar.

La conversación con mi secretaria me había dado la certeza de que mi doble había estado todo el día en la oficina. Entonces, ¿quién sería el que había estado con mi esposa?

Cuando Rita me trajo la hoja de vida de la nueva empleada, tuve una visión fugaz de lo que estaba pasando. Así como yo había creado un doble para que hiciera mi trabajo, ¿no sería posible que mi doble hubiera imaginado otro más para que hiciera el trabajo y así poder tener tiempo libre?

Aunque parecía una locura, era completamente factible. Si yo, con mi imaginación había creado otro «yo» que hiciera mi trabajo, ¿qué le impedía a mi «otro yo», imaginar «otro él» que hiciera el suyo?

Al principio intenté retomar el control de mi trabajo. Decidí empezar a ir a mi oficina desde temprano, como solía hacerlo en mis inicios, trabajar toda la jornada y de allí salir para mi casa. Mi nueva oficina tenía baño, por lo que ni siquiera salía. En esos días mi doble no apareció.

Después de unas semanas creí que todo estaba solucionado y que mi doble no volvería a aparecer, hasta que una noche mi esposa me dijo que necesitaba hablar conmigo. Ya no me amaba y sentía que sólo estaba con ella por sexo. Le prometí que intentaría cambiar, pero dudaba si podría mantener mi promesa. Me había dado cuenta de que él aparecía en casa cuando yo iba al trabajo y no sabía con certeza si el cumpliría también mi promesa.

Por si fuera poco, los porteros de los edificios donde tenía mis apartamentos me dieron a entender que alguno de mis dobles seguía llevando mujeres hermosas en plan de conquista.

Ahora yo era el que estaba trabajando mientras mis «gemelos» disfrutaban de la vida.

Tomé la decisión de no volver al trabajo. No sería yo el que me partiera la espalda en la oficina mientras uno de mis dobles se revolcaba con mi mujer y otro de ellos conquistaba modelos y actrices y disfrutaba de mis otras propiedades.

Fui a la policía. No me tomaron en serio. ¿Acaso alguien lo haría? Pensaron que estaba loco.

Intenté contarle toda la historia a mi esposa, pero no me creyó. Lo atribuyó a una supuesta crisis de la edad madura. Mis hijos no habían notado nada raro en mí. Mi esposa lo único que quería era seguir el nivel de vida a la que la había acostumbrado. La sentía fría y distante. Muy tarde me di cuenta de que entre los dos no había amor, sólo costumbre.

Decidí dejarla. No tenía nada que hacer en esa casa. Yo ya me había acostumbrado a vivir sin trabajar; a tener todo el tiempo libre del mundo y no estaba dispuesto a trabajar como una mula en una oficina para que otros se beneficiaran de mi trabajo. Tomé la determinación de cambiar de vida.

Hablé con Rita. No había notado nada, aunque descubrí que aún seguía un poco preocupada por mi salud mental. Le di las gracias por todo y le pedí perdón por cualquier cosa que le hubiera molestado de mí. Me despedí con un fuerte abrazo. Sospecho que pensó que me iba a suicidar. Nunca jamás volví a la oficina, aunque creo que ella no lo ha notado aún.

Conseguí unos documentos falsos y cambié de identidad. En esos años, mi doble me había permitido acumular una suma considerable de dinero. Tomé cuanto pude y lo transferí a otra cuenta bajo mi nuevo nombre. No me fue posible hacer lo mismo con las propiedades: mis dobles habían sospechado lo que pensaba hacer y transfirieron los títulos de las propiedades a otras personas para evitar que yo reclamara lo que era mío.

Por un tiempo traté de llevar el ritmo de vida al que me había acostumbrado. Compré un penthouse, conseguí un carro lujoso y seguí saliendo con mujeres hermosas. Pero al cabo de un tiempo, vi que no sería fácil mantenerme así. El dinero se me fue acabando poco a poco. Vendí el penthouse y conseguí un pequeño apartamento en un barrio marginal. Traté de ganar dinero haciendo unas inversiones que terminaron en fracaso. Los acreedores se quedaron con el apartamento y el carro.

Luego de pasar tantos años casi sin trabajar, había perdido mi «toque». Descubrí que mis habilidades financieras se habían quedado con mis dobles. Con mi nueva identidad, era un total desconocido en el medio. No encontré ninguna persona dispuesta a contratar a un hombre maduro sin antecedentes laborales y que nadie conocía. Me gasté hasta el último peso.

Visité amigos y familiares y todos habían sido advertidos por mi otro yo, de que alguien físicamente parecido intentaba suplantarlo. En una ocasión la policía me retuvo cuando intenté entrar a mi antigua casa para hablar con mi esposa. Les aseguré que yo era el original. Me llevaron esposado a la estación, me tomaron huellas dactilares y me dijeron que ellas no correspondían con Jorge Martínez, el «doctor» exitoso que yo decía ser. Por alguna razón que todavía no entiendo los documentos falsos terminaron siendo reales. Mi nueva identidad era genuina según ellos. Di los datos de quien me había hecho los documentos falsos, pero ignoraron mi delación. Pedí que me hicieran la prueba del ADN para demostrar que yo era quien decía. Se rieron de mí. Finalmente, luego de retenerme unos días, me dejaron libre. No había cometido ningún crimen ni había razón para mantenerme encerrado. Me aconsejaron que dejara de acosar «al doctor Martínez», a sus familiares o amigos. Me impusieron una orden de restricción. Si me acercaba a menos de cien metros de alguno de ellos, me meterían treinta días a la cárcel.

A pesar de todo volví a intentar recuperar mi vida. Mi esposa y mis amigos amenazaron con llamar a la policía.

Traté de hablar con Rita, mi secretaria. Ni siquiera me dejaron entrar al edificio. Fue horrible. Llegó la policía y me encerraron dos meses en el manicomio. El siquiatra quiso convencerme de que tenía una esquizofrenia y creía ser un ejecutivo importante. Tuve que seguirle la corriente para poder salir de ahí.

Finalmente terminé aquí, viviendo en este parque, con todo el tiempo libre del mundo. Sin preocuparme por horarios de oficina ni fechas de vencimiento de nada. De vez en cuando veo a mi doble. Ahora es el gerente general de una prestigiosa empresa de seguros. Tiene una oficina en una zona exclusiva de la ciudad. Ocasionalmente pasa por aquí camino a aquel edificio de la esquina, donde una vez lo imaginé a él en el piso séptimo. Tal vez viene a hacer algún negocio o a saludar a alguien. Ni siquiera nota mi presencia. Ahora es importante y sale con frecuencia en las noticias nacionales. Es una persona exitosa, pero se le ve cansado, muy cansado.

La otra noche mientras pedía limosna en un semáforo lo vi en un lujoso auto. Iba con una mujer joven que no era mi esposa. Me dio una moneda y pareció no reconocerme.

¿Quién sabe?, a lo mejor era otro doble acompañado por su «conquista», mientras que yo me he convertido en un «desechable».

Carlos Alberto Velásquez Córdoba ®

_____________________________________


Este cuento fue publicado en el libro EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI, Y OTROS CUENTOS.

ISBN 978-958-49-5892-1
Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto
Editorial: Libros para Pensar
Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías - Emilio Restrepo
Diseño: María Isabel Velásquez E.
Materia: Narración de cuentos
Publicado: 2022-04-30
Número de edición: 1
Número de páginas: 216
Tamaño: 14x21cm.
Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo
Soporte: Impreso
Idioma: Español



Pedidos: calveco@gmail.com 
WhatsApp  305 3997940

También disponible en librerías Grammata o en la página web de la Editorial Libros para Pensar.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

El mejor vendedor del mundo

El siguiente texto lo leí por primera vez hace muchos años en una revista del Reader's Digest. 

Hace poco lo volví a encontrar en la web.  Lo comparto. Desconozco su autor. 


"El mejor vendedor del mundo"


Un hombre va a solicitar trabajo en una supertienda moderna de la capital.
Lo entrevista el gerente de personal y le pregunta:
—¿Tiene experiencia en ventas?
—Si señor, trabajé vendiendo ropa...
El gerente decide hacerle una prueba así que le dice:
—Ven a trabajar mañana a las 9 a.m., trabajas todo el día y por la tarde te hago una evaluación para saber si quedas contratado o no.


Efectivamente el hombre al otro día trabaja toda la jornada y al final el jefe llega a hacerle la evaluación y pregunta:
—Bien, ¿cuántas ventas hiciste?
—Solo una señor...
—¿Una nada más? —Exclama el gerente —. Muy mal, muy mal... ¿Y de cuánto fue esa venta?
— De 75.000€ a un cliente, señor...
—¿75.000€, pero qué le vendiste?
—Pues vera usted señor, primero le vendí un anzuelo pequeño, después le vendí una caja completa de anzuelos, y enseguida le vendí una nueva caña de pescar.
Luego le pregunté que a donde iría a pescar, y me dijo que al Lago Grande.
Le informé que para la época actual el Lago Grande debería estar algo turbulento, así que sería mejor tener un buen bote, y le sugerí uno con doble motor fuera de borda.
Me dijo que tal vez su auto no podría con el bote, entonces lo llevé a la sección de autos y le vendí una Explorer 4X4 con el equipo necesario...
El jefe muy impresionado con el nuevo vendedor, le pregunta:
—¿Dices que el tipo vino a comprar un anzuelo y tú le vendiste un bote y una 4X4?
El joven vendedor tímidamente corrige a su jefe diciendo:
—¡No, no señor!... El cliente vino a comprar tampones para su mujer, y yo le dije: "Amigo ya se le jodió el fin de semana... ¿POR QUÉ NO SE VA DE PESCA?"





miércoles, 28 de agosto de 2024

Retrato. Antonio Machado

Hace algunos días he vuelto a encontrarme con mi viejo maestro, el poeta Antonio Machado. Ha sido un encuentro maravilloso volver a leer sus proverbios y cantares.  La primera vez que lo leí tenía yo acaso unos catorce años.  Ahora, medio siglo después de nuestro primer encuentro, y de ochenta y cinco años de su muerte, sigo aprendiendo de él. 

Esta semana les traigo su poema 97, del libro Poesías Completas.  Quien desee leer sus poemas pueden descargar su libro aquí.


XCVII

(RETRATO)


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.


Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

mas recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.


Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.


Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.


¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.


Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.


Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.


Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

________________


Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939) fue un poeta español, el más joven representante de la generación del 98. Su obra inicial, de corte modernista (como la de su hermano Manuel), evolucionó hacia un intimismo simbolista con rasgos románticos, que maduró en una poesía de compromiso humano, de una parte, y de contemplación de la existencia, por otra; una síntesis que en la voz de Machado se hace eco de la sabiduría popular más ancestral. Murió en el exilio durante la guerra civil española.


miércoles, 21 de agosto de 2024

Cantares. Antonio Machado.

Mi primer contacto con la poesía de Antonio Machado fue a través de un profesor de sociales, Don Gabriel, que una vez dijo en clase: ¡Muchachos, nos se les olvide:  "Caminante no hay camino, se hace camino al andar"!

Los que reconocieron la frase dijeron que era una canción de  moda, que cantaba un tal Joan Manuel Serrat. Ese fue también mi primer contacto con el cantautor catalán. Recuerdo que unos años después, Por allá en 1980 encontré un libro de poemas de Antonio Machado en la biblioteca de una prima. Pensé que le habían copiado al cantante, y luego en la enciclopedia descubrí que el poeta habia sido muy anterior al cantate. "Cantares", la canción, reunía unos cantares del poeta español.  También descubrí que no estaban en ese mismo orden y que además la obra de Machado era aún mucho mas profunda.  

Aquí les traigo algunos de sus proverbios y cantares.  Quien desee leer sus poemas pueden descargar su libro aquí.


CXXXVI

(PROVERBIOS Y CANTARES)

I

Nunca perseguí la gloria

ni dejar en la memoria

de los hombres mi canción;

yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles

como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse.


IV

Nuestras horas son minutos

cuando esperamos saber,

y siglos cuando sabemos

lo que se puede aprender.


VIII

En preguntar lo que sabes

el tiempo no has de perder…

Y a preguntas sin respuesta

¿quién te podrá responder?


XXIII

No extrañéis, dulces amigos,

que esté mi frente arrugada;

yo vivo en paz con los hombres

y en guerra con mis entrañas.


XXIX

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino:

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.


XLIV

Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar.


________________


Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939) fue un poeta español, el más joven representante de la generación del 98. Su obra inicial, de corte modernista (como la de su hermano Manuel), evolucionó hacia un intimismo simbolista con rasgos románticos, que maduró en una poesía de compromiso humano, de una parte, y de contemplación de la existencia, por otra; una síntesis que en la voz de Machado se hace eco de la sabiduría popular más ancestral. Murió en el exilio durante la guerra civil española.