miércoles, 24 de abril de 2024
El cuento de la historia clínica.
miércoles, 17 de abril de 2024
La navaja de Ockham. La belleza de lo simple.
Muchos hemos oido hablar de la Navaja de Ockham, pero muy pocos saben lo que significa.
Y no estamos hablando de un barbero, aunque sí se trate de quitar lo que sobra y dejar solo lo importante.
La Navaja de Ockham, también conocida como principio de parsimonia o principio de economía, es un postulado filosófico y metodológico que sostiene que “en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable”. En otras palabras, cuando nos encontramos ante un problema o interrogante, la solución más simple es la correcta.
En medicina, la aplicamos mucho este principio. Si tienes mocos, tos y fiebre lo mas probable es que se trate de un simple resfriado. Ningún médico pensará en un síndrome raro cuando lo más probable es lo común. Si un paciente llega a urgencias con un puñal enterrado en el costado y dice que le duele el pecho, nadie pensará como primera instancia que el paciente tiene un infarto. La causa mas simple es generalmente la causa real.
También pasa en la vida cotidiana. Si escuchamos un ruido de un animal escarbando en la cocina, y tenermos un perro, no pensamos que se trata de un oso siberiano que en pleno trópico entró por la puerta trasera.
Sin embargo, para los humanos, lo simple se convierte en aburrido, y lo que es extraño y raro resulta atrayente. Por eso es que si se escucha un ruido a media noche en una casa vieja no faltará quien asuma que es un "alma en pena", cuando bien podría ser una rata, o la dilatacion de la madera. El no tener introyectado el concepto de la navaja de Ockham hace que cualquier luz en el firmamento se vuelva un "ovni" o que cualquier coincidencia se convierta en un hecho mágico provocado por seres de otra dimensión. Todo en el mundo tiene explicación bajo la premisa de "causa-efecto". El hecho de que no la hayamos encontrado una causa concreta, no significa que no exista.
El concepto planteado por Ockham establece que primero se debía "afeitar" todas las posibles alternativas y quedarse con la más evidente. (Ello no es garantía de exito, pero nos reduce las probabilidades de fallo, eliminando alternativas poco posibles).
Cuando buscamos una explicación a algo, generalmente la explicación más sencilla (causa) es la que genera el efecto, aunque nos guste creer en causas extraordinarias.
Pongo un ejemplo: hace poco, en un taller literario puse a los participantes a escribir un texto de ficción en el que hubiera un encuentro con un autor famoso. Dos de ellos coincideron en una reunion de Borges que se daba lugar en Buenos Aires. Alguien propuso que había una causa cosmica para dicha coincidencia, invocando las teorías jungianas. Pero, ¿qué más podía esperarse, si el tema era escribir sobre un encuentro con un autor favorito? Esa coincidencia no tenia nada de sobrenatural. Era la tarea propuesta y lo usual era que surgieran nombres como Borges, Cortazar, García Marquez o Cervantes. ¿Y, donde ubicar a Borges? Pues en Buenos Aires, la ciudad amada por el autor. ¿Para que buscar conexiones cósmicas donde hay explicaciones terrenales simples?
Blanco es... gallina lo pone... frito se come... huevo, se llama.
En el ámbito de la investigación científica, la Navaja de Ockham es muy útil: ayuda a los investigadores a economizar o simplificar en la formulación de teorías o explicaciones. Cuando un investigador se encuentra ante varias explicaciones posibles, la explicación más simple suele ser la correcta. Este principio se utiliza como una regla general para guiar a los científicos en el desarrollo de modelos teóricos. Sin embargo, la Navaja de Ockham no se considera un principio irrefutable y ciertamente no es un resultado científico. En ciertas ocasiones, la opción compleja puede ser la correcta.
¿Quién fue Guillermo de Ockham?
Guillermo de Ockham, también Occam, Ockam, (c.1285-9 de abril de 1347) fue un monje franciscano inglés, filósofo, lógico, teólogo, conocido principalmente por ser el representante más destacado del nominalismo frente a las escuelas tomistas y escotistas.
Oriundo de Ockham, un pequeño pueblo de Surrey, cerca de East Horsley (Inglaterra), fue miembro de la Orden Franciscana y pasó su vida en la pobreza extrema. Su doctrina fue sospechosa de herejía por las autoridades eclesiásticas al cuestionar muchos postulados de la teología tradicional, como la compatibilidad de la fe con la razón y la posibilidad de demostrar la existencia de Dios. Ockham también atacó los cimientos de la autoridad temporal del papa en sus escritos políticos, uniéndose al emperador Luis IV de Baviera en la lucha contra la Santa Sede. Murió a causa de la peste negra.
En sus razonamientos hizo frecuente uso del «principio de economía», aunque no llegase a escribir la frase que se le atribuye: «entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem» (no hay que multiplicar los entes sin necesidad); por ello, aunque dicho principio es muy anterior a él —ya lo utilizaban los antiguos griegos y aparece en el Organon aristotélico—, fue bautizado como «navaja de Ockham», «con la que puso las barbas de Platón a afeitar». La formulación de esta máxima, conocida en el ámbito cultural anglosajón como principio de parsimonia, tal como la formuló Bertrand Russell (1946) en los Principia, establece que si un fenómeno puede explicarse sin suponer entidad hipotética alguna, no hay motivo para suponerla. Es decir, siempre debe optarse por una explicación en términos del menor número posible de causas, factores o variables.
En resumen, la Navaja de Ockham nos invita a buscar la claridad en la simplicidad, a despojar las explicaciones de lo superfluo y abrazar la elegancia de lo mínimo. En un mundo donde la complejidad puede ahogar la razón, este principio emerge como una brújula confiable en la búsqueda de la verdad.
En otras palabras, Si blanco es... gallina lo pone... frito se come..., no salgas con que "aguacate, se llama".
miércoles, 10 de abril de 2024
Premio Jaén de Poesía. Carlos Palacio (PALA)
Esta semana me place compartirles dos poemas del escritor, filólogo, músico, cantautor y médico Carlos Alberto Palacio (Pala), a quien conozco personalmente hace muchos años, y me honra con su amistad.
Estos textos hacen parte de su último libro Gramática del Asombro, publicado por la editorial Hiperion y con el que ganó el premio Jaén de Poesía en el 2023
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Pala
Carlos Palacio (n. Yarumal, Antioquia, Colombia, 22 de mayo de 1969), es un compositor, cantante, guitarrista, poeta colombiano y Filólogo, considerado por la crítica especializada como uno de los mejores letristas de su género en el país. Ganador del Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura de Colombia y de los Premios Internacionales de Poesía Miguel Hernández, Antonio Machado, José de Espronceda en España, y recientemente el Premio Jaén de Poesía. En sus canciones no sólo hay uso de metáforas, humor e ironía, sino también intertextualidad con la creación estética de diversos artistas del canon universal. Sus temas principales son el amor, el carpe diem, la historia e idiosincrasia colombianas, y la urgencia de romper con una mentalidad conservadora, inquisitorial y ultracatólica.
Pueden adquirir el libro en el siguiente enlace https://pala.com.co/tienda/
miércoles, 3 de abril de 2024
Johanes Sebastian Bach Little Fugue in G Minor!
Una fuga es una forma musical en la que se superponen las mismas frases melódicas sobreponiéndose entre si, generando una obra polifónica. En otras palabras, la misma melodía se repite una sobre otra generando un resultado no lineal sino una estructura compleja donde cada linea tiene variaciones.
Cuando esta técnica se usa como parte de una pieza más grande, se dice que es una sección fugada o un fugato. Una pequeña fuga se llama fughetta.
En la edad media y el renacimiento este género musical tuvo su máxima expresión, siendo las mas conocidas las fugas de Juan Sebastián Bach. (1685-1750)
A continuación les comparto una de mis preferidas: La fuga en G Menor "la pequeña" de Bach. (BWV 578)
En mi concepto, esta obra monumental no tiene nada de "pequeña".
La primera interpretacion corre por cuenta de Matt Brockman y su trompeta.
La segunda interpretación corresponde a órgano tubular. En el video verán cada una de las "Voces".
Simplemente, ¡genial!
(Definitivamente, necesitamos menos reguetoneros y más compositores como Bach)
miércoles, 27 de marzo de 2024
Representaciones de la cruz en la iconografía
Siempre me ha llamado la atención la gran cantidad de cruces con las que representan a Jesús. Unas con maderos bien recortados, otros con troncos burdos.
Según los historiadores modernos ahora se sabe que Jesús solo cargó el patíbulo, la parte horizontal de la cruz, ya que la parte vertical, llamada estipe, ya estaba dispuesta en el lugar de las crucificciones. Los romanos eran prácticos: ¿Para qué levantar y enterrar una cruz en cada crucifición si se podía tener unos troncos ya enterrados y firmes y solo bastaba subir al reo amarrado a otro tronco vertical? (lo tradicional no era usar clavos sino amarrar al reo).
Independiente de la realidad histórica, para esta Semana Santa quiero compartirles un excelente video de Educa Play en el que se narra la historia de las cruces según la iconografìa católica.
Espero lo disfruten
Crucifición según el evangelio de Rábula |
Si quieren leer más:
Por cierto, que tengan una excelente semana de pascua.
miércoles, 20 de marzo de 2024
Mundo en llamas. Cuento de Gustavo Bedoya
Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez:
Profesor universitario e investigador. Licenciado en literatura de la Universidad del Valle, con maestría en literatura colombiana de la Universidad de Antioquia y doctorado en historia de la Universidad Nacional.
En el 2022 fue finalista del XVIII Certamen de Relatos “Pilar Baigorri” (España), segundo lugar en el “II Concurso Nacional de Cuento: Dagua Escribe” (Colombia), mención especial en el I Concurso Nacional de Cuento “Santiago Martínez Camacho” (Ecuador); y en el 2020 fue finalista de la VII Edición del Concurso “Cuentos cortos para esperas largas” (Colombia). Asimismo, es el autor del blog de reseñas: https://guardopalabras.blogspot.com/
miércoles, 13 de marzo de 2024
El taller del poeta y el oficio poético.
El 8 de marzo de 2024 se hizo el lanzamiento del libro El taller de poesía, texto escrito y recopilado por el profesor Luis Fernando Macías, conocido escritor colombiano y profesor por muchas decadas de literatura.
Esta semana les traigo una magnífica reflexión (que hace parte del libro). Este texto pertenece al poeta Pedro Arturo Estrada, quien nos explica que la poesía no es sobrecargar de adjetivos y de palabras suntuosas una oración sino descubrir lo que hay en el fondo de las cosas.
1. Todo lo que aparezca en un poema tiene que ser absolutamente necesario y preciso, de lo contrario, no será más que charlatanería, relleno lírico.
2. La mala poesía es aquella que repite los tópicos más predecibles y desgastados de supuesta belleza en la forma y el contenido, incluso cumpliendo cabalmente con todas las normas de la preceptiva o también ignorándolas sin razón.
3. En poesía vale muchísimo decir siempre más con menos. Dejar al lector espacio para su propia intuición e interpretación. No hay que darle todo explicado, no hay que contárselo todo exhaustivamente. Y tampoco pensar por él, ni adelantar juicios de valor en medio del poema. Sólo hay que expresar y poner las cosas al desnudo ante sus ojos. Nada más. Pocas palabras oportuna y perfectamente dispuestas abren la mente y el corazón; la verborrea cierra oídos y cerebros.
4. No confundamos, sin embargo, contención con escasez, sencillez con simpleza, sobriedad con incapacidad expresiva.
5. La restricción, lo que elegimos frente a lo que desechamos es, finalmente, lo que hace posible una escritura. Todo texto poético es por ello sólo la intensificación delimitada de algo más grande que el poeta apenas puede entrever, incluso a escala micro.
6. El conocimiento racional sólo sirve como fondo, como sustento o marco a la creación poética. Pero no es lo esencial.
7. En poesía no es suficiente, vale insistir, con que un texto esté correctamente escrito. Hay que hallar ese efecto sutil que se produce de golpe, que logra despertar en nosotros imágenes y emociones profundas en un instante de alta sensibilidad interior hasta alcanzar lo que llamamos una "epifanía", la revelación íntima que abre en la mente y el corazón nuevas posibilidades de entendimiento, de gozo, y sobre todo, de experiencia de totalidad.
8. Hay que permitirse, más allá de la buena factura, la buena hechura y la sólida construcción formal, ese entrecruzamiento inesperado, súbito, de los diversos sentidos que subyacen bajo la primera intención, la primera idea poética como tal. Permitir la irrupción repentina del azar, la fuerza aleatoria de los elementos puros del texto que por sí mismos comenzarán a mostrar una segunda naturaleza, un nuevo y más interesante trasfondo de realidades desconocidas, lo cual finalmente concederá al poema mayor poder de sugerencia, trascendencia simbólica, plurisignificación. La poesía es producto de una combinatoria alquímica que abandona el discurso lineal de la lógica.
9. Como en la pintura, como en toda obra de arte en general, un buen poema es algo existente y vivo en sí mismo. Y vale más por lo que es como presencia inédita de lo real hecho palabra e imagen, que por lo que le ponemos a decir como si fuera un mensajero, un pequeño instrumento de transmisión verbal al servicio de emociones epidérmicas o ideas interesadas.
10. Hay que darse cuenta, y recordarlo siempre, de que la poesía (poiesis) es una constante necesidad de expresión y "desocultamiento del ser", al decir de Heidegger, una búsqueda de lo invisible, de la verdad que yace enterrada bajo la visión rutinaria de la realidad.
miércoles, 6 de marzo de 2024
18 fotos. Libro de Angela Ramírez
Esta semana nos complace compartir la llegada de un nuevo libro de la escritora antioqueña Angela María Ramírez, titulado 18 FOTOS una interesante novela corta que trata de una mujer joven a la que su padre le deja de herencia una vieja cámara de fotografias. Ella descubre que tiene un rollo adentro en el cual hay 18 fotografìas sin revelar. Pero también que tiene otras 18 por tomar.
Miremos el texto de la contraportada:
No todas las herencias son mansiones, empresas o cuentas bancarias, hay algunas más humildes, incluso podemos heredar animales, deudas, responsabilidades y hasta enfermedades. A Paula su padre le heredó una cámara y un rollo fotográfico a medias. Quedan dieciocho fotos por tomar, hay 18 imágenes desconocidas. Tiene que aprovechar una promoción le quedan pocas horas para revelar el pasado o para descubrir su presente.
En la novela "18 FOTOS" de Ángela María Ramírez, nos sumergimos en una historia íntima y conmovedora ambientada en la ciudad de Medellín, Colombia, en la época actual. La trama sigue los pasos de una auxiliar de enfermería cuya vida se ve marcada por una relación distante y conflictiva con su padre, quien la abandonó junto a su madre, víctima de cáncer.
La protagonista se encuentra en posesión de una cámara fotográfica heredada de su padre, la cual guarda en su interior un rollo sin revelar que contiene dieciocho fotos sin acabar. Impulsada por una promoción, decide aventurarse a capturar esas imágenes faltantes y revelar el rollo; desencadenando así un viaje emocional que abarca solo un día, pero que nos permite adentrarnos en su pasado a través de flashbacks reveladores.
La historia se desenvuelve principalmente en el pintoresco barrio de Buenos Aires, ubicado junto a la estación del tranvía, donde la protagonista reside y trabaja en un centro médico. A medida que avanza en su misión de completar las 18 fotos, se ve obligada a confrontar sus propios demonios internos y a enfrentarse a los recuerdos dolorosos que ha estado evitando.
"18 FOTOS" es una novela que destaca por su narrativa sencilla pero profunda, sin adornos innecesarios. Ángela María Ramírez logra transmitir con maestría la complejidad de las relaciones familiares, el proceso de sanación emocional y la búsqueda de identidad personal a través de una trama cautivadora y honesta.
Este es el séptimo libro que sale bajo el “sello de AMR. escritoras
Título de la obra: 18 FOTOS
Autor: Ángela María Ramírez
Género: Novela corta
Páginas: 132
Año de publicación: 2024
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AMR Escritoras es un proyecto de escritura que une dos generaciones, la madre, Angela María Ramírez, y la hija, Abril Mejía Ramírez, en la pasión por la narrativa. Angela se adentra en novelas y cuentos, explorando las peculiaridades de la vida cotidiana y las excentricidades que definen a los personajes, presentándolos como comunes pero únicos, camuflados en la multitud. Su última novela, "La Corredora", desafía la realidad al seguir la vida de una joven artista que afirma volar por las noches y salvar vidas en la Antípoda, abordando sinestesias, rarezas y las luchas internas mientras navega por el complejo laberinto de la depresión y la transición a la adultez. Además, "Toc, Toc, ¿Quién Soy?" es un libro de cuentos que explora las particularidades psiquiátricas de sus personajes, desde marcadas hasta sutiles, incluso adentrándose en lo macabro.
Por otro lado, Abril, ha publicado dos libros y ha sido ganadora de varios concursos de cuento. Su creatividad se materializa en su novela juvenil "Los 10 Elementos", en proceso de edición.
AMR Escritoras tiene como objetivo proporcionar una plataforma para la publicación y difusión de aquellos que deseen explorar temáticas distintas y fuera de lo convencional, fomentando la diversidad y la originalidad en la narrativa. Juntos, buscan crecer y consolidarse como una oportunidad diferente en el mundo literario.
En los últimos años han salido siete los libros bajo el nombre de AMR escritoras, “nos estamos preparando para mejorar nuestros textos y apoyar a otras que se inician en el camino de las letras y que, por muchas circunstancias, entre ellas las económicas, están publicando sin ningún tipo de edición. Esperamos transmitir nuestros conocimientos y lograr que tanto nuestros libros como los de ellas se conviertan en un producto de calidad literaria y visual digno de ser distribuido y leído en cualquier parte”.
- Isolda/ Novela juvenil
- Hojas amarillas/ Libro de poesía
- La corredora/ Novela Juvenil
- Toc, toc. ¿quién soy? / Libro de cuentos
- La Campanella/ cuento/ Veinte y una narradoras, palabras rodantes
- Escalas del sexto/ cuento Líneas cruzadas editorial Hilo de plata
- Casiopea, la bruja de las letras. /ganadora del 1er puesto Pedrito Botero
- Francia rosa/ ganador concurso nacional de cuento Ministerio de educación
- Los duendes/ ganador del Concurso Nacional bibliotecas EPM
- Alitas de cobre / Cuento
- Papá Noel tiene diabetes/ Cuento
Redes:
Instagram: AMR.escritoras
AMR.escritoras@gmail.com
WhatsApp 3122377247
miércoles, 28 de febrero de 2024
Lanzamiento del libro ESO ES PURO CUENTO vol. 4
El 15 de febrero de 2024, se realizó el lanzamiento del libro Eso es puro cuento, volumen 4, editado por Libros para Pensar, y en el cual participaron 20 autores.
El evento tuvo una asistencia de mas de 90 personas, que acompañaron a los 20 autores.
El inicio estuvo amenizado por Jesus David Bernal quien nos deleitó con dos canciones (Vive, y A mis amigos)
La presentacion estuvo a cargo de Juan Andres Alzate (autor del libro y editor y fundador de la Revista Cronopio), el maestro Javier Echeverri (Escritor consagrado, quien hizo el prologo) y Carlos Alberto Velasquez, autor de varios libros y coordinador de varios talleres de creación literaria de la editorial.
Durante el evento se plantearon ciertas preguntas que motivaron una conversación muy interesante.:
¿Vale la pena contar historias?
¿Que valor tiene una antología?
¿Será el libro reemplazado por otro formato algún día?
¿Qué pasa con la tradición de narración oral en los tiempos modernos?
A continuación les compartimos la grabación del evento.
miércoles, 21 de febrero de 2024
¡Poetas!
Escribir poesía no es lo mismo que escribir adornado. Por el contrario, un buen escritor encuentra las palabras precisas cuando quiere decir algo. No se extiende innecesariamente ni da vueltas con el idioma, porque conoce el sentido exacto de cada palabra.
Hace poco en internet alguien en un grupo lanzó un reto:
Un escritor no diría:
"Quiero que te vayas. Estoy harto de verte".
Un escritor diría.....
La mayoría de los miembros del grupo se explayaron enviando parrafos y parrafos de lo que ellos creían que un escritor diría. Daban vueltas innecesarias para decir algo que se podría resumir en "¡Lárgate y no regreses!"
¿Por qué será que la mayoria de las personas creen que para ser escritor hay que dar vueltas con las palabras?
Igual me sucede con un grupo virtual de escritores al que me invitaron, (donde hay muchos autonombrados "poetas") que para dar los buenos dias, tienen que ir hasta el olimpo, y hacer cabalgar a Apollo con su carruaje brillante sobre el éter abovedado. ¿Acaso no pueden decir "Buenos dias"?
En ese chat algunos "poetas" escriben cosas que a veces no se entienden porque les interesa más mostrar su erudición y su "enorme léxico" que decir lo que quieren decir. Me molestan esos falsos poetas que no pierden la oportunidad de armar frases con palabras rebuscadas; que buscan declamar sus obras en público, pero que no escuchan a los demás pensando sólo en lo que ellos van a decir. Que se deshacen en elogios al que recitó una retahila insufrible porque temen decir la verdad: "No entendí lo que dijiste", o peor aún, porque temen que no los elogien luego a ellos cuando vomiten palabras inconexas.
Odio aquellas reuniones donde se reunen poetas con la esperanza de vender sus poemas pero que no tienen la menor intencion de comprar algunos versos ajenos. Que su única motivación es que los conozcan.
Pocas veces en los encuentros de poesía encontrarás un poeta bueno. Los verdaderos poetas no escriben mucho, no hablan mucho, porque la mayor parte del tiempo la pasan maravillados por la vida. Esos son los poetas imprescindibles.
A continuación comparto un texto que encontré en las redes. Desconozco si fue un diálogo real del programa de Roberto Gomez Bolaños o si es un texto que se le atribuye a él.
De todos modos está genial.
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"- Oye Lucas, ¿Tú crees que sea útil ser poeta?
- Claro que sí, Chaparrón, si no, ¿Qué pretexto vas a encontrar para morirte de hambre?
- Sí, pero yo quiero decir: ¿Tú crees que si hubiera más poetas la gente avanzaría con más seguridad por la vida?
- No, Chaparrón, para avanzar con más seguridad lo que hace falta es sincronizar los semáforos.
- Estás en lo cierto, pero de cualquier manera para algo deben servir los poetas…
- Bueno, yo los utilizaría para disolver manifestaciones.
- ¿Para disolver manifestaciones?
- Sí, Chaparrón, ¿No te has fijado en cómo se desbarata una reunión en cuanto alguien se para a declamar un poema?
- Estás en lo cierto.
- Además, en esta época, ¿A quién le interesa que la luna sea blanca?
- A los del Ku Klux Klan.
- No, pero yo estoy hablando de gente no de animales. [..] Pero de cualquier manera tú no debes darte por vencido. Acuérdate de que los poetas no son los únicos seres inútiles que existen en el mundo. También hay abogados, economistas, críticos de teatro, empresarios de boxeo; con el agravante de que el abogado te manda a la cárcel, el economista te manda a la bancarrota, el crítico de teatro te manda a la televisión y el empresario de boxeo te manda al manicomio, si no es que al cementerio. En cambio, los poetas a lo que más que pueden mandarte es al diccionario para que averigües qué fue lo que quisieron decir".
📺 Los Chifladitos (1992)
miércoles, 14 de febrero de 2024
39 semestres y una sopa salada
A veces me he preguntado si Colombia podrá salir adelante luego de que un anterior presidente nos dividió en dos grupos antagónicos al formular una pregunta con una redacción amañada que hacía ver a los que no queríamos un acuerdo que favorecía la delicuencia y el narcotráfico como enemigos de la paz.
En mi concepto esa pregunta ha sido lo más dañino que ha ocurrido en el país en los últimos 500 años y todo porque la gran mayoría no leyó el acuerdo o no lo entendió.
Personalmente lo leí y descubrí que se premiaba al violento mientras se cometía una injusticia con el campesino que nunca habia tomado un arma. Se le daban concesiones a los malos y se ignoraba a los que siempre habian sido buenos. Se daban beneficios al cultivador de coca pero no se daba ningún beneficio al que cultivaba frijol, café o plátano. Se daba salario al que tuviera un arma, pero no se daba nada al que siempre habia tenido un azadón. Se daba dinero al que hubiera matado o secuestrado (para que no lo hiciera más), y el dinero salía de los impuestos de los que nunca habian matado, secuestrado o extorsionado, y toda su vida habían trabajado de forma pacífica.
En otras palabras el acuerdo era otra extorsión: "o me sostienes económicamente, o te sigo secuestrando, extorsionando o matando". "Si no quieres que te ataque, deberás pagar mi manutención".
La pregunta, tal como estaba formulada, insinuaba que solo los que votaran "Si" querían la paz. Muchos, creyeron que votar "NO" era preferir la guerra. Esa pregunta dividió a la población entre "buenos y malos". Polarizó al país y generó posturas que parecen irreconciliables.
Quisiera pensar que hay esperanza de que las partes se acerquen, pero veo que nuestra sociedad no está preparada para hacerlo. Por el contrario, cada vez hay más polarización, menos diálogo y más deseos de imponer puntos de vista. De marcar posturas y pelear para mantenerlas.
Hace unas semanas el recién posesionado gobernador de Antioquia pidió en el Consejo Directivo de la Universidad de Antioquia que le informaran la cantidad de estudiantes que llevaban 14 o más semestres cursando el mismo programa en la universidad.
El resultado fue posteado en la cuenta X: Más de dos mil estudiantes llevaban 14 o más semestres estudiando el mismo programa. Pero lo que causó más revuelo fue que hubiera personas que llevaban mas de 20 semestes. Uno incluso llevaba estudiando 39 semestres ¡la misma carrera!
Las redes sociales se encendieron. Suponiendo que todos los programas académicos duraran 5 años (muchos duran menos y solo unos pocos como medicina duran 7 años) el dato mostraba que hay al menos 13 mil semestres adicionales que estamos financiando los contribuyentes. Es claro que no todos pueden empezar y terminar la carrera en forma continua. Muchos deben trabajar y solo pueden matricular una o dos materias por semestre. (La universidad se promulgó al respecto, en defensa de las personas que quieren estudiar y deben hacerlo lentamente). Pero que haya personas que demoran 15 o 20 años para terminar una carrera de cinco pone a dudar sobre si esa persona de verdad tiene interés en graduarse o si carece de capacidades académicas para hacerlo.
Consecuente con esto último, publiqué en mis redes sociales la siguiente frase: Cuando te sientas mal por no entender algo, piensa en que en la UdeA hay un imbécil que lleva 39 semestres sin poderse graduar.
Las reacciones no se hicieron esperar. Muchos tomaron el mensaje como un ataque personal y comenzaron una diátriba de defensas de los estudiantes, de la universidad, de la educación pública, ¡como si yo los estuviera atacando a ellos! La interpretaciones fueron mas allá del estudiante vago. Adicionalmente, me preocupó la comprensión lectora de algunos que respondieron.
Una amiga, por ejemplo, me respondió "Juemadre: yo llevo 34, soy una imbécil" No tuve más remedio que responderle que si llevaba 34 semestres estudiando la misma carrera, no cabía duda de que sí era una imbécil. Sé que no era el caso. Ella ha hecho varias carreras. (yo llevo mas de 50 años estudiando muchas cosas). Me llamó la atención que se hubiera dado por aludida como si no hubiera leído bien mi comentario. ¿Problemas de comprensión lectora? ¿necesidad de controvertir cualquier cosa?
Muchos amigos y compañeros me respondieron explicando cómo ellos habian demorado más años de lo usual porque debían trabajar y estudiar, y mencionaba cómo habian cursado una o dos materias en un semestre, etc... ¿Quien estaba hablando de esos estudiantes? ¿Acaso yo estaba criticando que algunos se demoraran un poco más? Mi texto era muy claro: Un estudiante (uno solo) llevaba 39 semestres. Nunca hablé de los demás estudiantes del trino del gobernador.
Otros me acusaron de atacar a la universidad ("no puedes generalizar" me dijeron varios. "no puedes atacar a la univesidad, por un solo estudiante"). Es evidente que yo no estaba generalizando ni mucho menos atacando a la universidad. Estaba hablando de un estudiante (uno solo) que por vago, por estúpido o por cualquier otro interés, no terminaba carrera. Los que generalizaban eran ellos.
También me acusaron de hacer "un discurso distractor" para desviar la atención "de los problemas profundos de la universidad". Dijeron que estaba criticando a los estratos de bajos recursos que no podían estudiar en forma continua (¿cuándo mencioné eso?). Me dieron sermones de que debía entender las condiciones personales de cada uno de los estudiantes antes de lanzar acusaciones temerarias. (??)
Fue impresionante la cantidad de personas que se sintieron atacadas y se armaron de argumentos para defender lo que nadie había atacado.
Eso demuestra que lo que llamamos "generación de cristal", que se ofende por todo y se victimiza a sí misma, no es esclusiva de los jóvenes. Hay adultos mayores que también se ofenden fácilmente, que toman como personal cualquier crítica específica y la mueven a otro terreno para plantar batalla y defender puntos de vista que nunca fueron atacados. Las reacciones generadas a mi comentario sobre ese estudiante generó reacciones sobre calidad de la universidad, sobre la desfinanciación de la educación, sobre la desproteccion de los sectores menos favorecidos, sobre el ausentismo universitario, etc. Y no estaban discutiendo el trino del gobernador (que tampoco atacaba a nadie), estaban discutiendo mi comentario.
Recordé la historia de la mujer a la que el esposo le dice que la sopa quedó salada y ella le pide el divorcio porque asume que la está acusando de mala cocinera, de pésima esposa y de querer envenenarlo.
Ese tema de la victimización es muy complejo. Cuando uno lee la respuesta que dió la universidad, no entiende por que asumen el papel de víctimas ofendidas (y muchos amigos de la universidad se formaron en dicha linea). Asumieron que el preguntar por estos estudiantes eternos es un acto de agresión contra la universidad, y contra los buenos estudiantes.
Yo me puedo hacer responsable de lo que digo (o escribo) pero no me puedo hacer responsable de lo que los demás entiendan o interpreten. Mi mensaje era claro. Pero las ganas de controvertirlo todo pueden hacer que un simple comentario se vaya a otros terrenos imprevistos.
No me arrepiento de haber publicado mi comentario. Sin quererlo, funcionó como un experimiento social.
¿Estamos los colombianos en capacidad de leer los mensajes y entenderlos textualmente? ¿Somos capaces de ser imparciales frente a un comentario y analizarlo independiente de nuestros prejuicios? ¿Acaso estamos tan polarizados que proponemos batalla para defender un punto de vista personal que nadie ha atacado?
Colombia es una olla a presión a punto de estallar. Veo una hipersensibilidad aumentada. Cualquier roce produce una reacción severa. La mención de un tema genera batallas encarnizadas. La gente no está dispuesta a dialogar para tratar de entender puntos de vista sino que toda conversación transcurre en un intento de encontrar fallas en el argumento ajeno e imponer nuestro punto de vista. Ponemos en boca de otros argumentos que nunca fueron planteados y luego los debatimos con toda la fuerza de nuestros prejuicios. Preocupa mucho que la gente considere que todo comentario en redes sociales es una provocación, una invitación a la guerra.
Tengo que admitirlo, yo también me dejé llevar y caí en el juego de debatir otros temas que no tenian que ver mi trino inicial. Cuando empezaron a tocar otros temas que no tenián que ver con el comentario mío, también participé en la discusión a sabiendas de que no podría convencer al que tiene ya sus ideas prefijadas.
Debo también decir que la gran mayoría de comentarios fueron respetuosos y bien intencionados. Pero no deja de preocuparme que la gente esté tan sensible, que hasta una simple brisa pueda tener consecuencias de huracán.
No sé si los que participaron en las discusiones leerán esta nota. No sé si ellos se verán reflejados. Lo único que puedo hacer es sacar mis propios aprendizajes:
-Seguiré pensando, que no puedo sentirme mal por no entender algo o por abandonar un curso de dos semanas que me aburrió, cuando hay un sujeto en una universidad que lleva 39 semestres estudiando la misma carrera y no la ha terminado.
-Debo estar muy pendiente para no dejarme llevar a otros terrenos en una discusion cuando otros quieran pelear en un tema que no tiene nada que ver con lo que dije.
-Seguiré pensando que un estudiante que demora 15 años en una carrera que dura cuatro, tiene algún interes oculto en no terminar la carrera o tiene serias dificultades cognitivas que lo imposibilitan para ser un buen profesional.
Por último, debo aprender a ser más objetivo. Si hago una sopa y alguien me dice que quedó salada, no cometeré el error de acusarlo por llamarme "asesino". Al fin y al cabo cuando eché la sal, no pretendía envenenarlo. Debo entender que solo me dijo que la sopa estaba salada.
Posdata: Ya que la discusión pasó a otro terreno más profundo (que el tema del estudiante de mi comentario), y que ya hay respuestas de las directivas de la universidad mostrándose en el papel de víctimas de unas críticas despiadadas, quiero hacer una reflexion.
13.888 semestres adicionales equivalen a mucho dinero que sale del bolsillo de los contribuyentes. Qué bueno que se haya planteado la discusión por parte de la gobernación y ojalá que cada caso sea evaluado individualmente. Hay muchos estudiantes que demoran mucho más del tiempo usual para graduarse, y eso no es malo, pero si amerita un estudio profundo. Es función de la universidad (y de todos) ayudar a que esos estudiantes se graduen y sean productivos para la sociedad.
Es inaceptable que alguien se demore 20 años haciendo una carrera de cuatro o cinco años.
Algunos medios han publicado los datos (con foto) del personaje que lleva 20 años en la misma carrera. Dichas publicaciones denuncian que es un miembro de la guerrilla. Desconozco si ello es verdad. No me consta. Pero cuando era estudiante, hace mas de treinta años, conocí estudiantes de la Universidad que estaban financiados por la guerrilla. Me explicaban en ese entonces, que no se podían graduar sin permiso de su comandante. También supe de estudiantes financiados por el paramilitarismo. Ese fenómeno no es nuevo. Ocurria en los años 80s, y parece seguir ocurriendo.
Recientemente han querido desviar la opinión publicando entrevistas a otras personas que terminan una carrera y comienzan otra por el simple gusto de aprender. Ese no era el punto inicial del debate. Nadie ve con malos ojos que la gente quiera seguir estudiando cosas nuevas. (Yo también soy un eterno estudiante. Termino una carrera y comienzo a estudiar otra cosas).La pregunta del gobernador era muy específica y era sobre estudiantes que no han terminado la misma carrera.
Hay en nuestro país mucha gente que quiere estudiar, graduarse y trabajar en una profesión, pero ni siquiera pueden entrar a la universidad porque hay unos pocos (espero que sean apenas unos cuantos) que ocupan esos cupos sin intención de terminar. Es bueno hacer veeduría a la educación pública.
No nos equivoquemos, la universidad no está siendo víctima de ataques. Las verdaderas víctimas son los jovenes que no encuentran cupo en la univesidad porque alguien no quiere terminar una carrera y porque algunos directivos y profesores lo permiten.
Las víctimas son los que no pueden conseguir un cupo porque hay 2164 estudiantes cursando 13.888 semestres adicionales en un país donde, de entrada, son limitados los cupos para ingresar a la universidad.
miércoles, 7 de febrero de 2024
La droga salvadora. Cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Este cuento lo escribí hace mucho tiempo (por alla en 1987) y fue publicado por primera vez en mi libro La Monja Sin Cabeza y otros cuentos.
Hace poco la Editorial Libros Para Pensar me ofreció participar en una excelente antología y quise compartir este cuento que sé que será del agrado de muchos.
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LA DROGA SALVADORA
Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Todos mis compañeros decían que yo era un «lambón». Que sólo me quedaba a hacer turnos en la noche con el fin de que mis profesores me pusieran una mejor calificación que los demás. Claro que eso estaba entre mis planes, aunque muy en el fondo. ¿A quién no le gustaba sacar una nota destacada al final del semestre? Pero lo que me interesaba era aprovechar al máximo la rotación por el servicio de urgencias del Instituto de los Seguros Sociales. Aunque no era obligatorio hacerlo, el coordinador de prácticas había hecho la sutil «sugerencia» de hacer algunos turnos nocturnos en el servicio «para que el futuro médico se vaya empapando de la vida nocturna en una clínica». Y yo estaba convencido en ese entonces, como lo estoy ahora, de que el «arte» de la medicina no se aprende en los libros sino en la práctica diaria.
Corría el año de 1986 y yo me encontraba en el sexto semestre de Medicina. Mi tutor, de quien no mencionaré su nombre era apodado por sus compañeros como «Padre-mío». Aunque no era un hombre de vastos conocimientos en cuanto a medicina interna o a farmacología, era un excelente médico en el área de la traumatología, y la ortopedia. Nunca lo vi amilanarse ante un paciente que presentara las heridas más espeluznantes, y siempre lo vi actuar acertadamente con aplomo y seguridad para proporcionar la ayuda inicial aun cuando, muchos médicos compañeros suyos, incluso especialistas en las diferentes ramas de la medicina, palidecían y titubeaban.
Del doctor Padre-mío aprendí a reducir luxaciones y fracturas mucho antes de que llegara al semestre de ortopedia, aprendí a hacer muchos procedimientos que en la actualidad son prerrogativa de médicos especialistas. También aprendí que existen casos que parecen urgencias vitales y que muchas veces son manifestaciones somáticas de personas con dificultades familiares, sociales o económicas y que reaccionan ante éstas con síntomas similares a los de enfermedades graves. Y aprendí sobre todo a hacer frente a las situaciones más angustiantes con inteligencia y cabeza fría.
Recuerdo en especial una noche en que las consultas estaban particularmente disminuidas. Un turno calmado, pensaba para mis adentros, cuando escuchamos todos una algarabía que provenía de la entrada a urgencias. Todos los médicos y enfermeras nos asomamos con curiosidad y vimos un grupo conformado por unas ocho o diez personas. Todos muchachos jóvenes que traían a uno de los suyos en brazos. Algunos de ellos tenían armas en las manos. Unos pocos tenían revólveres y pistolas de manufactura casera. Otros, (la mayoría) puñales y cuchillos. Al ver el conjunto se podía intuir rápidamente a qué se dedicaban. Todos de aspecto agresivo, profiriendo palabras soeces, el cabello cortado a ras con una melena larga que colgaba en la nuca. Usaban camisillas de colores chillones, jeans desteñidos y tenis de colores vistosos. Era la usanza de los sicarios empleados por los mafiosos. Recordemos que en ese entonces el narcotráfico estaba en todo su apogeo y pululaban grupos de estos en toda la ciudad.
Lo primero que imaginamos era que uno de ellos venía herido, quizás de algún «trabajito» fallido. Ante el grito de «sálvenlo, sálvenlo», Padre-mío tomó la delantera y se acercó a ellos.
—Cálmense muchachos. A ver, qué es lo que le pasa al compañero suyo.
—Mire, hijueputa. Usted tiene que salvarlo —contestó uno de ellos mientras los otros no se cansaban de repetir—. ¡Sálvenlo!... ¡sálvenlo!... tiene un ataque... ¡tiene un ataque al corazón!... ¡Sálvenlo!
Instintivamente tornamos a mirar al supuesto herido. Tenía ambas manos crispadas sobre el corazón. Con una mueca histriónica y con los ojos saltones parecía más un payaso representando una obra teatral que un verdadero enfermo. Respiraba rápidamente y movía sus ojos y su cuello de un lado para el otro como presa de un delirio paranoide, muy propio de quienes consumen estupefacientes. Aunque las manos permanecían rígidas sobre el pecho, con sus pies pateaba a todos los que se encontraban cerca, incluso a aquellos que lo traían cargado.
Muchos de los médicos de más experiencia fueron abandonando el sitio y yo ya le iba a preguntar a mi tutor si aquello era una crisis conversiva (estado de ansiedad) cuando otro de ellos colocando su «changón» en la cara de Padre-mío le increpó:
—Vea «parce». Si usté no lo salva, usté se muere.
Las enfermeras gritaron y corrieron, los médicos desaparecieron antes que ellas, como por arte de magia, y sólo quedamos allí el doctor «padre-mío» y yo. En aras de la verdad, tengo que admitir que lo mío no fue un acto de valentía. Fue que al girar y correr choqué con la camilla metálica que se tenía a la entrada, y caí al suelo.
Ya me preguntaba qué se sentiría cuando una bala entrara en mi cabeza, cuando unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento. Era Padre-mío que, con un aplomo digno de cualquier soldado ateniense, me decía que le ayudara a subir al paciente a la camilla, en tanto que les decía a los agresivos acudientes:
—Vean muchachos. Este amigo suyo está muy grave. Vamos a ver si lo podemos salvar, pero no podemos asegurarles nada. Mientras que le hacemos la resucitación, necesito que todos ustedes vayan a buscar a los familiares del joven ya que necesitamos treinta y siete donantes de sangre que sean familiares. Sirven primos y hermanos. Mientras tanto, el doctor —refiriéndose a mí —y yo, vamos a llevarlo a practicarle una cirugía muy delicada.
Ante la insistencia de algunos de ellos de no dejarlo solo, el doctor les dijo que a él le servía más que fueran a conseguir «todo ese montón de gente». Como era de esperar, la mayoría salieron corriendo de lugar, no sin antes asegurarnos que nos matarían si no lo salvábamos. Unos pocos quedaron en la entrada para asegurarse de que no escaparíamos y «por si al “dóctor” —con tilde en la primera sílaba— se le ocurría otra cosa que se necesitara».
Como pudimos entramos la camilla con el «enfermo» que continuaba pateando, brincando y contorneándose, como presa de alucinaciones, y nos dirigimos a la sala número cuatro, no sin antes asegurarnos de que ningún acompañante nos seguía. A medida que pasábamos por el corredor, se iban abriendo las puertas y se asomaban las cabezas de una que otra enfermera y algún médico curioso que quería saber qué había pasado con nosotros.
Padre-mío los tranquilizaba diciéndoles que todo estaba bajo control, que era una simple crisis conversiva. Yo, sin embargo, sufría al pensar qué ocurriría conmigo si el doctor estuviera equivocado y el paciente falleciera. No quería ni imaginarme lo que haría esa turba enardecida.
Al llegar a la sala me extrañó que el doctor arrinconó la camilla contra la pared y con toda la calma del mundo se sentó en su escritorio a seguir escribiendo la historia clínica del paciente anterior. Yo, asustado, miraba al paciente que cada cinco o seis segundos lanzaba un grito o un suspiro y adoptaba otra mueca diferente para permanecer así hasta el siguiente suspiro.
Bastante preocupado y con la voz temblando le pregunté al profesor si le íbamos a colocar algo o a hacerle algún tratamiento, a lo que él respondió que no. Que lo dejaríamos ahí hasta que decidiera levantarse por sus propios medios. Y añadió: Ese paciente no tiene nada.
Palabras funestas. Inmediatamente vi como el paciente se tornaba rígido, brotaba sus ojos y dejaba de respirar.
—¡Doctor! – grité, mientras comenzaba a revisar sus pupilas y sus reflejos los cuales eran normales. Su presión arterial y su pulso eran del todo adecuados.
El doctor Padre-mío alzó la mirada hacia el paciente, lo observó unos pocos segundos y levantando sus hombros como restándole importancia me respondió:
—No le parés bolas a eso. Ese muchacho no tiene nada. Ahora verás que vuelve a respirar.
Palabras proféticas. A los pocos segundos me sobresaltó una bocanada de aire que tomó con avidez como si hubiera estado sumergido en una piscina por mucho tiempo. Una sola bocanada y volvió a quedarse rígido.
Por mi cabeza pasaron los criterios para el diagnóstico del trastorno de conversión que aparecían en el DSM III (en ese entonces) y que establecía las bases para hacer el susodicho diagnóstico psiquiátrico anteriormente llamado «crisis histérica».
Repasaba mentalmente los criterios y cada vez me convencía de lo acertado del diagnóstico, cuando en esas entró el doctor Vélez, y, con el volumen de la voz un tanto alto para lo pequeño del consultorio, preguntó a Padre-mío:
—¿Qué vamos a hacer, pues, con este hombre?
—No te preocupés —respondió Padre-mío hablando todavía más fuerte—, ahorita lo bajamos a la morgue y lo dejamos allá. Cuando ya esté muerto, le sacamos los órganos, para los trasplantes.
Al escuchar semejante cosa retrocedí varios pasos, pues supuse que el presunto enfermo saltaría como loco de su camilla.
Nada. Permanecía con aquella mueca, los ojos igual de abiertos, y las manos crispadas sobre el pecho. Ni un parpadeo, ni un ápice de movimiento. Parecía una estatua de cera.
El doctor Vélez sonriendo maliciosamente se acercó a la camilla mientras decía: «listo, ¿qué estamos esperando?» Cogió el borde de aquella, y la zarandeó con un movimiento corto, pero brusco. Ello fue suficiente para resucitar al paciente.
En milésimas de segundo la supuesta víctima del ataque al corazón corría por los corredores, tambaleándose quizá por la «traba» y tal vez por el desespero. Chocaba con camillas y muros por igual, mientras gritaba a todo pulmón:
—¡Médicos hijueputas!, con razón en esta clínica dejan morir a los pacientes. ¡Hijueputaaas!, ¡malparidooos!...
Instintivamente torné a mirar a Padre-mío, quien ya corría por el corredor contrario rumbo a la sala de espera. Sin más dilaciones, me precipité detrás para saber qué era lo que ocurría y alcancé a llegar justo cuando Padre-mío explicaba a los compañeros de nuestro paciente (de los que quedaban, unos seis o siete) los pormenores de la atención.
—Muchachos, ese compañero suyo estaba más grave de lo que pensé. Si se hubieran demorado más en traerlo no sé qué hubiera pasado. Aquí llegó muy mal. Prácticamente llegó muerto. Tuvimos que darle masaje cardiaco y respiración boca a boca, pero nada, no reaccionaba...
Un murmullo de desconsuelo corrió por la sala.
—Le pusimos adrenalina, pero… ¡nada! Incluso tuvimos que desfibrilarlo, esas cosas que les ponen en el pecho a los pacientes y les ponen corriente, pero ¡nada! Este muchacho no nos respondía. Finalmente —seguía improvisando, Padre-mío, ante los atónitos acompañantes—, tuvimos que utilizar una droga nueva que está en experimentación. Es lo último que ha salido, pero aún no es ciento por ciento segura. Con eso logramos salvarle la vida, pero tiene un problema: el amigo suyo puede quedar con alucinaciones de por vida. No se asusten si de pronto le da por ver dinosaurios que se lo quieren comer, o si le da por creer que unos marcianos se lo quieren llevar...
En eso, un estruendo nos sobresaltó. La puerta de doble ala se abrió de par en par de una patada. Nuestro paciente, pálido como un papel, sudoroso, con una mirada fulminante y con el brazo extendido señalando con el índice a mi profesor gritó una verdad contundente:
—Ese médico hijueputa me quería matar para sacarme los órganos.
—¡Ay, Dios! —dijo Padre-mío con los ojos entornados al cielo cual beato en oración—, ¡ya empezaron las alucinaciones!
Todo sucedió rápido. El «resucitado» se abalanzó hacia sus compañeros tratando desesperadamente de arrebatarles algún arma con la cual atacarnos gritando en medio de su «delirio».
—¡Prestáme el fierro!, ¡prestáme el fierro, que yo tengo que matar a este hijueputa!
Los compañeros trataban de calmarlo:
—Tranquilo mijo, tranquilo mijo, que eso es una alucinación.
—Sí —decía otro—, usté estaba muy grave y el “dóctor” lo salvó.
—Sí, quedáte tranquilo, que vos debés reposar.
—Pobrecito —decía Padre-mío—, esas alucinaciones como son de horribles —y miraba a nuestro paciente con ternura angelical.
—¡Qué alucinaciones, ni que hijeputas!... este H.P. me iba a meter a la morgue y me iba a sacar los órganos. Me quería matar. ¡Prestame el fierro! —y forcejeaba para tratar de alcanzar alguna de las armas de sus compañeros.
Varios amigos lo cogieron de los brazos mientras él luchaba desesperadamente por liberarse.
—Doctor, ¿y esas alucinaciones duran mucho? —preguntó uno de ellos que hasta el momento me había parecido el más calmado.
—Pues no sé, gordo — respondió Padre-mío con aire de desconsuelo—, eso es impredecible. Pueden durar pocos días o quedar para toda la vida.
—Les digo que me quería matar. ¡Créanme! —gritaba el pobre paciente.
—¿Saben que es lo que más me preocupa, muchachos? —dijo Padre-mío captando la atención de todos nosotros. (De todos menos de la víctima claro está, que luchaba por liberarse y hacerse con un arma)— Que este pobre muchacho en una de esas alucinaciones le dé por hacerme algo... y con todo lo que luché para que no se muriera.
—Tranquilo, mi doc, no se preocupe—, dijeron casi a coro todos los acompañantes —No se preocupe que, mientras que Milton tenga esas alucinaciones no vamos a dejar que «huela» ningún arma. Nosotros se lo prometemos.
—Sí, doctor, no se preocupe, que usted salvó a nuestro compañero y a usted lo vamos a cuidar.
Y como si todo estuviera finiquitado, salieron de la sala de urgencias hacia la oscuridad de la noche, felices de haber recuperado a su amigo, a su compañero del alma que fue robado de las garras de la muerte y traído nuevamente al reino de los vivos.
Fin
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Aprovecho para invitarlos al lanzamiento del libro el próximo 15 de febrero de 2024 en la sala mi barrio del Parque biblioteca de Belén.