"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 29 de marzo de 2017

Una extraña forma de visitar varios museos

Esta semana les traigo una forma extraña de visitar varios museos.

Esta vez de la mano de la cantante china Jane Zhang con su video "Dust My Shouders Off".  

Los amantes de la música pop lo disfrutarán así como espero que los amantes a la pintura.  


En el video podrán ver cuadros de Edward Hopper, Vincent Van Gogh, Edward Much, Johannes Vermee, Andrew Wyeth, Georges Seurat,  M.C. Escher, Salvador Dalí y Rene Magritte, entre otros. 

Los desafío a reconocerlos. 





Para quienes aceptaron mi reto, aquí les va la lista de las obras que pude reconocer. 


  • Halcones nocturnos,  Edward Hooper
  • Autorretrato,  Vincent Van Gogh
  • Las espigadores,  Jean Francois Millet
  • La mujer del arete, Johannes Vermeer
  • El mundo de Cristina,   Andrew Wyeth
  • Tarde de domingo en la Isla de la Grande Jatte, Georges Seurat 
  • El grito, Edvard Much
  • La tentación de San Antonio,  Salvador Dalí
  • Ascendiendo y descendiendo, M.C. Escher
  • Galleria, M.C Escher
  • El hijo del hombre, Rene Magritte
Si alguien logra reconocer alguna otra obra por favor me escribe.  

Ah, y también hay referencias claras a personajes actuales como Mike Tyson, Salvador Dalí y los protagonistas de la película "Hombres de negro". 

Hasta la próxima semana. 

Posdata.  
Si quieren conocer el detrás de cámara para ver como hicieron el video de Dust my Shouders Off  hagan clic aquí. 


miércoles, 22 de marzo de 2017

Se acabó el año.

"El mundo está lleno de sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el apego a las cosas. La felicidad consiste precisamente en dejar caer el apego a todo cuanto nos rodea."
 Siddharta Gautama - El buda.



Ya pasó el miércoles de ceniza y ya viene la semana santa...

Si.  Ya se va a acabar el año.   ¿No han tenido la sensación de que este año va muy rápido?

¿Alguna vez se han preguntado por que el año parece acabarse cuando llega el inicio de la cuaresma con el miércoles de ceniza?

Lo que pasa en que en los primeros días del año en todo el mundo hay un sentimiento de Carnaval. Pero el martes previo al miércoles de ceniza,  las fiestas se acaban.  Y ahí se nota la costumbre que tenemos los  humanos de anticipar. 

Yo he propuesto la ley de los 40 días y es que mas o menos cada mes y medio nuestra sociedad de consumo ha organizado fechas para que la gente compre cosas y celebre.  



Si miran bien,  en nuestra cultura se nos ha impuesto unas fechas en las cuales basamos nuestra existencia.  Tan pronto llega el inicio de la cuaresma (miércoles de ceniza) ya estamos pensando en la semana santa y cuando esta llega ya estamos preocupados por el regalo para darle a nuestra madre, a las madres de nuestros hijos, o las madres de nuestros nietos... 

No bien pasamos la fiesta de las madres, viene la del padre y así nos pasamos la vida pendientes de lo que viene sin vivir el presente. 

Nos mantenemos anticipándolo todo.  

Hemos caído en el "encanto" de ser humanos y tenemos que aceptar las consecuencias. 

¡Que afortunado es mi perro que no está pendiente de nada de ésto!    

.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Curiosidades de Medellín (1)

Haciendo una investigación para una novela que estoy escribiendo,  me encontré  en el periódico El Colombiano del 24 de octubre de 2010 una nota de William Garces, que publicaba unos curiosos datos sobre Medellín.

De ahí surgió la idea para esta semana.

Los invito a que respondan las siguientes preguntas.

1. ¿Sabe usted dónde queda el parque Simona Duque?
2.  ¿Por qué la calle San Juan tiene ese nombre?
3.  ¿Cuál es la Avenida mas pequeña que tiene la ciudad?
4.  ¿Por qué se llama así el cementerio de San Pedro?
5.  ¿Cuales iglesias tienen dos frentes?
6.  ¿Por qué la calle los Huesos  se llama así?
7.  ¿Qué  había antes de construirse la plazuela de Rojas Pinilla, en el  centro de Medellín?
8.  ¿Cuál es el templo mas pequeño que tiene Medellín?




Respuestas:

Aclaro que las respuestas que doy son las que publicaba el periódico en 2010.  He agregado algunos datos extras. 

Aquí van. 

1. El parque Simona Duque es el que queda atrás del Teatro Pablo Tobón Uribe. 

2.  La calle San Juan (calle 44) tiene su nombre por la Batalla Noche de San Juan ocurrida en Cartagena el 24 de junio de 1821, cuando Padilla asaltó la flota monárquica en la bahía de las ánimas.  

3. La avenida más pequeña de Medellín es la Avenida Estrada,  ubicada entre los edificios Vásquez y Carré.


4. El cementerio de San Pedro tomó su nombre por don Pedro Uribe, uno de los fundadores. (no por el apóstol) 


5. Las dos iglesias que tienen dos frentes son la de San Antonio entre la  Avenida oriental  y Junin, y la de Jesús Nazareno entre Bolívar y Carabobo




6.  La calle Los huesos recibió su nombre por la cantidad de vendedores de huesos que en ella había. 

7.  En la Plazuela de Rojas Pinilla (también conocida como Plazuela de Anapo)  (Calle 54 con carrera 53 en el centro de  Medellín) quedaba anteriormente un Cementerio. 

8.  El templo mas pequeño de Medellin, queda en el barrio Aragón en el corregimiento San Antonio de Prado. 


Fuente: El colombiano 24 de octubre de 2010 Pag 6A (Area regional)


Después les traigo mas datos curiosos. 

miércoles, 8 de marzo de 2017

James Barry: la mujer que se hizo pasar por hombre para ejercer la medicina


Ahora, que muchos se quejan de que hay discriminación con la mujer, les traigo una historia que muestra lo difícil que era para una mujer perseguir sus anhelos en siglos pasados. Hay que reconocer que hemos avanzado bastante en la igualdad de derechos.  

En el siglo XIX un médico llamado James Barry fue el primero en realizar una cesárea exitosa en la que la madre y el bebé sobrevivieron. También fue un pionero al señalar la relación entre las cañerías contaminadas con materia fecal y las enfermedades como el cólera.   

Sin embargo pocos libros de historia de la medicina hablan de el... o de ella...  Y es que James Barry era una mujer que se hacía pasar por hombre.  

En ese entonces no estaba permitido a las mujeres ejercer la medicina y por eso ocultó su verdadero sexo hasta  el momento de su muerte ocurrida en 1865, cuando la enfermera encargada de preparar su cadáver se encontró con la sorpresa de que James no era "James".

Resulta que en 1789 nació en Coutri Cork, Irlanda una niña llamada Margaret Ann Bulkly. Tenía un tío llamado James Barry que era muy amigo de Francisco de Miranda, el prócer venezolano. Ambos creían que Margaret tenía aptitudes para ser médica, pero en esa época estaba prohibido para las mujeres estudiar medicina.  Entonces se les ocurrió hacerla pasar por hombre.  

El plan era que su tío la haría pasar por su sobrino homónimo y Miranda la llevaría a Venezuela para que ejerciera el oficio como mujer. Miranda fue apresado en Cadiz en 1816 por los españoles y el plan se vio truncado. Margaret debió permanecer como James Miranda Barry si quería ejercer. 

James Barry terminó su doctorado en medicina  en la Universidad de Edimburgo en 1812. Trabajó como asistente para el hospital del ejército británico como cirujano y sirvió en la batalla de Waterloo.  

Tesis doctoral de James Barry
Trabajó en varias colonias del Imperio Británico. En Ciudad del Cabo fue nombrado Inspector Médico de la Colonia Británica. Allí mejoró el suministro de agua potable y practicó la primera cesárea exitosa. En ese entonces solo se practicaba dicha cirugía para salvar el feto. Barry practicó la cirugía y ambos sobrevivieron. El niño fue bautizado James Barry Munnik en su honor.   Luego se trasladó a la isla Mauricio en 1828, Trinidad y Tobago y la isla de Santa Elena. Posteriormente estuvo en Malta, Corfú, Crimea, Jamaica y Canadá en 1831. Según los registros, en 1838 estuvo las Indias occidentales.

Fue ascendiendo hasta ser nombrado Oficial Médico de Primera debido a las mejoras que consiguió en las condiciones de salud de las tropas, pero en 1845 debió volver a Gran Bretaña al contraer la fiebre amarilla. 

James Barry junto a su criado John
y su perro psyche
El doctor James Barry se retiró en 1864 y murió el 25 de Julio de 1865. Cuando se dio a conocer que verdaderamente era una mujer se desencadenó una serie de comentarios de sus allegados que afirmaban que habían en algún momento sospechado de aquel "caballero".  De hecho el Dr. James Barry había sido muy amigo de lord Charles Somerset, gobernador de Sudáfrica y en algún momento se llegó a rumorar que tenían una relación homosexual. Todo quedó explicado al final. También se dijo que en algún momento de su vida había tenido un hijo. Nunca se supo quién fue el padre ni qué fue del bebé. 

Se dice que Margaret Ann Bulkly desempeñó muy bien su papel de hombre. Hay documentos que cuentan que una vez se batió en duelo con alguien que había cuestionado su hombría. 

Florence Nightingale, quien coincidió con él en la guerra de Crimea, declaró: "Tras su muerte me dijeron que era una mujer. Debo decir que se trataba de la criatura más endurecida que me haya encontrado nunca en el ejército."

De Margaret nadie volvió a hablar. Fue enterrada bajo el nombre de James Barry, con su rango oficial en el cementerio de Kensal Green.


A ella (o él) le debemos avances importantes en el manejo de la higiene. Medidas para el control del Cólera y la lepra y haber realizado la primera cesárea exitosa. Se cuenta que los indices de supervivencia de sus cirugías eran muy superiores a los demás cirujanos de la época. 

Hoy, 8 de marzo,  mi homenaje no es al doctor James Barry. Mi homenaje es a Margaret Ann Bulkly, la mujer que se hizo pasar por hombre para poder ejercer la medicina. 

Fuentes 



miércoles, 1 de marzo de 2017

La donación de mis órganos

Hace poco entró en vigencia la ley 1805 de 2016 que automáticamente convierte a todo colombiano en donante de órganos. 

Sin embargo, como dice Camilo José Cela,  algunos órganos se pueden donar pero hay otros que uno no debería. 

Estas son sus razones.




La Donación de mis órganos.....

Quiero el día que yo muera
Poder donar mis riñones,
Mis ojos y mis pulmones. 
Que se los den a cualquiera.

Si hay un paciente que espera
Por lo que yo ofrezco aquí
Espero que lo hagan así
Para salvar una vida.
Si no puedo respirar,
Que otro respire por mí.

Donaré mí corazón
Para algún pecho cansado 
Que quiera ser restaurado 
Y entrar de nuevo en acción. 

Hago firme donación 
Y que se cumpla confío 
Antes de sentirlo frío,
Roto, podrido y maltrecho 
Que lata desde otro pecho 
Si ya no late en el mío. 

La verga yo donaré,
Que se la den a un caído 
Y levante poseído 
El vigor que disfruté. 
Pero pido que después 
Se la pongan a un jinete, 
De los que les gusta brete.. 
Sería eso una gran cosa 
Yo descansando en la fosa 
Y mi verga dando fuerte.

Entre otras donaciones 
Me niego a donar la boca.
Pues hay algo que me choca 
Por poderosas razones. 
Sé de quién en ocasiones
Habla mucha bobería; 
Chupa lo que no debía 
Y prefiero que se pierda 
Antes que algún comemierda 
Mame con la boca mía. 

El culo no donaré, 
Pues siempre existe un confuso 
Que pueda darle mal uso
Al culo que yo doné. 
Muchos años lo cuidé 
lavándomelo a menudo. 
Para que un cirujano boludo 
En dicha trasplantación 
Se lo ponga a un maricón 
Y muerto me den por el culo.




Camilo José Cela Trulock.  (1916-2002)




Escritor español, novelista, periodista, editor de revistas literarias y conferencista.  Fue académico de la Real Academia Española durante 44 años. Ganó entre otros el premio nobel de literatura (1989), premio Príncipe Asturias de las letras ( 1987) y Premio Cervantes en 1995.


Hasta la próxima semana. 

miércoles, 22 de febrero de 2017

Pensamiento lógico

Hace algunos días dicté una conferencia sobre mentiras y verdades en las redes sociales. 

Mi objetivo era mostrar que estamos expuestos a todo tipo de mentiras y que debíamos utilizar la lógica frente a cualquier planteamiento.  (vea Para la pendejada no hay cura que valga)

Uno de los retos era leer un texto y dar su opinión. 

Aquí se los dejo. 


Algunos asistentes consideraban que Juan era el culpable de la muerte de María y del bebé.   Otros decían que él no tenía la culpa de que el trabajo de parto comenzara dicha noche.  Todos rechazaban enérgicamente que Juan estuviera con una mujer mientras María estaba sola en su casa. 

"Juan tenía la obligación de serle fiel a su mujer y cuidar de ella" fue la opinión de una señora muy impresionada con la historia. 

Lo que más me gustó de esta experiencia fue ver como las personas tomaban parte por una u otra posición.  La gran mayoría condenó a Juan.  

Nadie parecía haberse dado cuenta que su propio cerebro les estaba mintiendo.  Y es que hay un tipo de mentiras que es muy difícil de combatir: las que inventamos nosotros mismos

Me explico: el cerebro tiende a crear patrones que sean fáciles de entender y en los que sea más sencillo sentar una postura personal.  Nuestra mente  tiende a generalizar y dicotomizar. 

Nuestro cerebro categoriza las cosas en grupos como:   

bueno/malo 
amigo/enemigo  
fácil/difícil
benéfico/dañino
seguro/peligroso
nosotros/ellos 

Eso tiene ventajas porque permite tomar decisiones rápidas en un caso de supervivencia.  Pero también hace que hagamos juicios apresurados. 

Si no me creen miren la siguiente diapositiva que se presentó ante el público: 













Reitero:  Juan y María no eran esposos y ni siquiera se conocían a pesar de vivir en el mismo pueblo.  Muchos participantes aseguraban que en la primera diapositiva se había dicho que Juan y María eran esposos. Eso nunca se dijo.  Fueron ellos quienes lo supusieron.

Cuando hay información insuficiente,  nuestro cerebro  llena esos espacios con información que él asume que es correcta y nos hace cometer errores.  Las suposiciones son enemigas de la verdad. 


Espero sinceramente que en este caso su cerebro no los haya engañado, aunque creo que muy probablemente en la mayoría de los casos el marcador haya sido: 
   
Suposiciones: 1  Lógica: 0

Y la próxima vez que se enfrenten a cualquier situación piensen con lógica. No dejen que su cerebro los engañe.  

Hasta la próxima semana. 

miércoles, 15 de febrero de 2017

Carnavales

Muchas ciudades del mundo son conocidas por sus famosos carnavales

Carnaval de Venecia
Carnaval de Venecia

En Europa es famoso el carnaval de Venecia en tanto que en Brasil se celebra el carnaval de Rio de Janeiro.
  
Carnaval de Rio

Carnaval de Rio de Janeiro

En Colombia son de fama el Carnaval de Barranquilla y el de Negros y Blancos
Carnaval de Barranquilla

Carnaval de Barranquilla
Carnaval de Barranquilla

Carnaval de Negros y Blancos

Carnaval de Negros y Blancos
Carnaval de Negros y Blancos


Pero se han preguntado alguna vez ¿por qué todos los carnavales son a principios del año y se acaban justo antes del miércoles de ceniza?

Ningún carnaval, hasta donde sé se prolonga más allá de ese día. Muchos culminan con el Mardi Gras (el martes grande) que precisamente es el día anterior al miércoles de Ceniza. Ese día la gente se comporta desenfrenadamente. 


Mardi Gras en New Orleans

La tradición establece que con el miércoles de ceniza comienza la cuaresma, que es un tiempo de reflexión y preparación para la semana santa. El precepto religioso establece la prohibición de comer carne los viernes. 



Investigando la razón encontré que la palabra CARNAVAL viene del latín "Carnem-levare" (dejar la carne). Otras fuentes dicen que carnaval quiere decir "Carne Vale". En otras palabras, se puede comer carne mientras haya carnaval. Al terminar el carnaval vuelve a cumplirse el precepto de que "la carne es enemiga del hombre"

Durante el carnaval se permite comer carne. ¿Eso explicará la cantidad de niños que nacen nueve meses después? (pónganle imaginación). 



miércoles, 8 de febrero de 2017

Amelia (Cuento)

Esta  semana les traigo un cuento de mi autoría.  Lo escribí hace cerca de diez años y ha sido publicado en mis libros. 

Recientemente fue escogido como "cuento del mes" en el Proyecto Sherezade,  de la Universidad de Manitoba en Canadá.

Sin más preámbulos, los dejo con Amelia. 


amelia

Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba



Vamos, Amelia, es solo por diversión.  No hacemos mal a nadie

Desde hacía varios días Juan Mario había estado planeando la broma.  Según decía el, no le haríamos daño a nadie, y nos divertiríamos un poco. 

El plan era el siguiente. Todos conocen el mito urbano de la muchacha que tomaba un taxi al frente del cementerio.    Solicitaba que fuera llevada a una dirección específica y al bajarse dejaba olvidado algo en el interior.


El mito urbano tiene varias versiones: Unos dicen que dejaba su bolso, otros que su chaqueta, algunos que su billetera.   El taxista al día siguiente encontraba en el vehículo el objeto olvidado y como acto de civismo regresa a la casa donde había dejado a la chica.  Al llegar encuentra que la chica había fallecido hacía una semana.  Las versiones más truculentas cuentan que al llegar el taxista, encuentra a la familia en un velorio y le explican que la joven murió exactamente a la hora que él la recoge en el Cementerio.

Pues bien.  Juan Mario quería hacerle la broma a algún taxista y necesitaba a Amelia.   Yo dudaba de que Amelia Gómez participara en dicha actividad.  Flacucha y pálida, era la encarnación de un espanto.  Sus ojeras bajo su mirada profunda, su cabello negro lacio que le cubría gran parte de su rostro, sus labios pequeños y pálidos sumado a la ropa que parecía sacada del escaparate de la abuela la hacían ver como una aparición de una película de terror.

Hablaba en tono muy quedo, casi susurrando, aunque muy pocas personas realmente la habían escuchado hablar. En las clases participaba poco y si no fuera porque los profesores le hacían alguna pregunta específica, ella pasaba desapercibida para todos.  Nadie le conocía un amigo y realmente al hablar con ella, sentía uno que estaba hablando al vacío, pues ella respondía con monosílabos y rara vez dejaba escapar de sus labios alguna frase completa.  Siempre aislada de todos. Siempre solitaria

Todos en la universidad nos preguntábamos de donde había venido, pues nunca hablaba del colegio del que había salido, ni de su familia.  Tan solo llegaba a clases, escuchaba la lección y luego partía a su casa caminando por la calle abrazando sus cuadernos sin hablar con nadie. Tampoco sabíamos donde vivía ni cuales eran sus gustos e inclinaciones.


Cuando llegamos al semestre donde iniciaban las prácticas, debido a que nuestros apellidos estaban contiguos, nos tocó hacer con ella la rotación de medicina interna en el Seguro Social.  El grupo estaba conformado por Amelia Gómez, Juan Mario Gutiérrez, Mauricio Jaramillo y por supuesto, yo.

Desde hacía varios meses, Juan Mario estaba planeando su broma. La historia de la chica fantasma que tomaba un taxi lo tenía como trastornado.  Era el payaso del grupo y quería traspasar las fronteras de la facultad de medicina. Cuando supo que haríamos rotaciones en el Seguro Social su plan comenzó a tener forma.  

La clínica del Seguro Social quedaba en una zona de varios hospitales y por supuesto, muy cerca al Cementerio de San Pedro, uno de los más antiguos cementerios de la Ciudad, y en mi opinión, el más tenebroso.      

Ya teníamos el lugar y teníamos a la candidata perfecta para personificar el mito.  Solo había un problema: Amelia no quería.

Desde el principio, no me extrañó.  La chica no era amiga de ninguno de nosotros.  Apenas si nos dirigíamos el saludo.  Mucho menos iba a participar en la broma de los tres mosqueteros, como nos solían llamar en la Universidad.

Ya les dije que no.  Y punto.
Pero…
No, es no.

Mauricio sacó a flote todas sus dotes de orador para convencer a Amelia de participar.  Pero Amelia siempre se negaba.
Con esas cosas no se juega decía ella.
Pero, no estamos haciendo mal a nadie.
Ya dije que no, con la muerte no se juega.

Mauricio al día siguiente le traía una flor o le decía lo bien que se veía con el suéter de lana (que parecía de su abuela).   Ella lo miraba con sus ojos tristes y melancólicos sin creer en sus falsos piropos y él apartaba su mirada a otro lado confesándonos después que sentía un frio intenso cuando ella lo miraba así.

Todos los días Juan Mario y Mauricio insistían y todos los días ella decía que no.  Yo, al margen, pensaba si sería conveniente buscar a otra cómplice con un poco más de chispa que la amargada Amelia. 

Finalmente, el primero de noviembre de 1985 cuando el semestre estaba llegando a su fin, Mauricio llego a la cafetería del Seguro donde nos habíamos reunido Juan Mario y yo a tomar un café y nos dijo: 

Amelia dijo que sí. 
Muy de malas vos, si te dio el sí.  Yo, hubiera preferido hacerlo con Rita. 
No, guev..   no es ese “si”.  Es el otro “si”.  Hoy tomará el taxi en el Cementerio cuando salgamos de la rotación.    Va a hacerse la muerta.

De la alegría, Juan Mario derramó el café sobre su blusa blanca de estudiante, pero yo sentí algo extraño que no puedo describir y que solo he sentido dos veces en mi vida.  La primera vez ese noviembre de 1985 y hace un mes cuando decidí escribir esta historia.

Juan Mario de pronto lanzó una exclamación soez. 
Mierda, no traje el disfraz para Amelia.
No hace falta 一dijo Mauricio一, espera que la veas.

Efectivamente cuando entramos nuevamente al pabellón de medicina interna la vimos a lo lejos con su pelo largo cubriéndole parte de la cara.  Tenía una blusa gris de manga hasta las muñecas y una falda larga y amplia de color negro que apenas le dejaba ver unos zapatos que parecían de monja.   En el cuello tenía lo que parecía una bufanda, gris también, y bajo ella colgaba una cadena de plata con un crucifijo de metal muy similar a los que llevan las religiosas. Era toda una aparición fantasmal.  

Brrr.  Que miedo, que a uno se le aparezca esta vieja en el cementerio 一dijo Juan Mario. 
En cualquier parte…  respondió Mauricio一,  esa vieja da miedo.

De repente nos miró a los tres y sentimos que el corazón se nos paraba.   ¿Nos habría escuchado?  Quizás no.  Estaba muy lejos de nosotros para podernos oír, pero esa mirada, esas ojeras y ese rostro pálido enmarcado por sus negros cabellos nos dejó a todos muy intranquilos.

Esta tarde hizo frio. O quizás éramos nosotros los que lo percibíamos. No lo sé.  Solo pensaba que quería llegar rápido a mi casa.   Pero mi trabajo era acompañar a Amelia hasta el Cementerio y asegurarme que tomara el taxi.   Mientras tanto Mauricio le había dado la dirección de su casa. 

El plan era el siguiente.  A las 6 p.m. Mauricio pediría al profesor que lo dejara ir más temprano a su casa porque su abuelita llegaba de los Estados Unidos. Una mentira piadosa para poder esperar en su casa la llegada de Amelia.   A las 7 p.m.  Juan Mario y yo iríamos con Amelia hasta la puerta del Cementerio y ella allí tomaría el taxi. 

Juan Mario había preparado un libro de Patología de Robins  marcado en su primera página con el nombre de Amelia, pero con la dirección de la casa de Mauricio.   Ese era el objeto que ella dejaría olvidado en el taxi.     

La elección del objeto no fue al azar.  Los tres habíamos perdido patología y habíamos tenido que repetir el semestre y si el taxista no devolvía el libro, pues bueno, era una forma de desquitarnos del Dr. Robins, autor de semejante mamotreto.

Habíamos escogido la casa de Mauricio porque toda su familia se había ido de viaje y la casa estaba sola para él.   Al día siguiente era sábado y Mauricio nos propuso (a Juan Mario y a mi) irnos a su casa a estudiar el fin de semana para el examen de neurología.   (Por supuesto, con asado, cerveza y alquiler de algunas películas).   Así podríamos además esperar si volvía el taxista con el libro.

Todo estaba preparado.  Al salir del Seguro Social, Juan Mario y yo acompañamos a Amelia hasta la entrada al Cementerio.  A pesar de que eran las siete de la noche, un viernes, las calles estaban solitarias.  Era definitivamente un barrio que vivía gracias a la muerte.  La Clínica del Seguro Social a dos cuadras del Cementerio; el hospital San Vicente de Paul, dos cuadras más abajo, y alrededor varios negocios de marmolerías que hacían las lápidas ante la solicitud de los acongojados familiares.   Aun en la calle había restos de flores marchitas que impregnaban el aire con olor a campo santo.   Fue entonces que recordé que mi familia solía llevar anturios a las tumbas de mis abuelos todos los años el primero de noviembre por la celebración del día de todos los muertos.


Juan Mario me sacó de mis reflexiones.  “Ahí viene un taxi” casi gritó, y le entregó el libro a Amelia con un papel aparte, donde tenía apuntada la dirección de Mauricio y un billete para pagar la carrera.   

Ya sabés lo que tenés que hacer

Amelia tomo las cosas en sus manos. Casi se las arrebató y me miró de forma extraña mientras Juan Mario me halaba del brazo para que me escondiera con el detrás de un árbol. 

Amelia estiro su lánguida mano al taxi que se detuvo a pocos metros.  Abrió la puerta trasera y Amelia entró en él. Cuando arrancaba nuevamente cruzó cerca de nuestro escondite. Amelia giro su cabeza como para mirarnos y creí ver una lágrima rodando por su mejilla.

Juan Mario por su parte, bailaba, brincaba y reía, anticipando el susto del taxista. Yo sentía un peso en el corazón. Sentía lástima por Amelia y no entendía por qué.

Al día siguiente desperté muy tarde.  Eran casi las once de la mañana cuando me levanté con una fuerte jaqueca. Había tenido una mala noche con sueños entrecortados en los que veía al profesor de neurología entregándome un bisturí y pidiéndome de que abriera un cadáver. En mi sueño, todos se reían de mí por haber perdido el examen.

Había quedado de ir a la casa de Mauricio desde temprano en la mañana y lo llamé y le dije que iría más tarde. Cuando llegué, Juan Mario me mostró el video que había grabado del taxista cuando Mauricio abrió la puerta y casi llorando y le dijo que ese era el libro de su hermana que había muerto hacía una semana.  El taxista desencajaba la mandíbula cuando Mauricio en un aparente estado de conmoción le preguntaba cómo estaba vestida la chica y a medida que el taxista le describía a su pasajera, Mauricio le decía que era la ropa con la que la habían enterrado. En el video el taxista salía despavorido a su taxi y arrancaba como alma que lleva el diablo.

Me contaron muertos de risa que Amelia había llegado como a la media hora de que abordara el taxi.   Llegó hasta la casa de Mauricio y éste le abrió la puerta sin que el taxista se percatara de que él era el que abría. Una vez el taxi dio vuelta en la esquina, Amelia salió de la casa de Mauricio ignorando la invitación (por cortesía) a quedarse un rato más.    

Mauricio se ofreció a pedirle otro taxi que la llevara a su casa, pero ella simplemente dijo:  一 Es la última vez.  y se marchó sin decir nada más.

Aunque Juan Mario y Mauricio estuvieron riendo hasta más no poder con la travesura, yo fingía reír, pero pensaba en Amelia.   Habíamos ido bastante lejos.  No entendía por qué una muchacha tan extraña se había prestado para participar en semejante broma.

Estuvimos estudiando hasta muy tarde aquel sábado. El domingo nos despertamos tarde, pedimos arroz chino y pusimos una película de acción que habíamos alquilado, para relajarnos.  En la tarde comenzamos a estudiar de nuevo para el examen.

Al salir de la casa de Mauricio el domingo en la noche, vi que en la mesa de la entrada estaba el libro de patología (que supuestamente era de la difunta Amelia) y sobre el reposaba la cadena con el crucifijo metálico que le había visto el viernes colgado en su cuello.

Esa tarada también dejó el Cristo en el taxi.  El taxista lo devolvió con el libro. – me dijo Mauricio todavía riendo.

Tomé el Cristo en mis manos y vi que era muy viejo, parecía de esos que tienen las abuelas en alguna caja de zapatos y que dicen que era de sus antepasados.
 Si quieres se lo llevas mañana  agregó Mauricio.

El lunes presentamos el examen de neurología.  Estaba muy nervioso.  Al mirar atrás, vi que la silla de Amelia estaba vacía.  Miré a Juan Mario y me hizo señas de que él tampoco sabía nada de ella.

Al terminar el examen, nos encontramos para comparar respuestas. Ya todos los otros estudiantes sabían de la broma de los tres mosqueteros, aunque la gran mayoría dudaban de la historia, sobre todo porque nadie se imaginaba a Amelia haciendo semejantes travesuras. 

Si no me creen, pregúntenle a Amelia 一decía Juan Mario.
Y a propósito… ¿ella por qué no vino?
Será que se le olvidó el examen   aventuró alguno.
Es tan rara que hasta habrá decidido no venir respondió otro.
Estará en un motel con un taxista  bromeó otra, mirando a Juan Mario.
¿Esa mojigata? ¿Estás loca?
¿Alguien tiene su teléfono? 一pregunté yo

Nadie lo tenía.  Nadie sabía dónde vivía ni cómo ubicarla.

Mientras todos salían en manada a celebrar la terminación del examen (aún sin saber las notas) yo me fui a la secretaría de la facultad a preguntar el teléfono de Amelia.   Quizás le había pasado algo luego de salir de la casa de Mauricio.

Margarita la secretaria me dio el teléfono que aparecía en su hoja de registro. 

  “…el numero al que usted está llamando no ha sido asignado al público, por lo tanto, sírvase verificarlo. Gracias. …  El numero al que usted está llamando……”

Volví a secretaría y pedí la dirección.  Por si acaso.

El martes nos encontramos Juan Mario, Mauricio y yo en la Clínica del Seguro Social.  Amalia no llego a la rotación.  El profesor preguntó por ella y le dijimos que no sabíamos. Ante mi insistencia, al salir de la práctica tomamos un taxi y nos fuimos a la dirección que me había dado la secretaria del Decano.  Era un barrio de clase media.   Al llegar el taxista nos indicó una casa en ruinas. 

 La casa que ustedes buscan debe ser esa.  Miren que las casas de los lados son la 46 y 50.  La número 48 debe ser ese lote. No creo que ahí viva nadie. Esa casa está en ruinas hace varios años.

Todo el camino hasta mi casa Juan Mario y Mauricio me recriminaron por haber copiado mal la dirección. Sin embargo, dos días después en la universidad, confirmamos que la dirección era la correcta.

Amelia Gómez nunca volvió.  Nadie la volvió a ver.   Algunos dicen que el decano de la facultad habló con la fiscalía.   Nosotros estábamos muy asustados pensando en que su ausencia tenía algo que ver con nuestra travesura.  

Un día nos llamaron a la oficina del Decano. Un señor gordo y canoso que decía ser de la Unidad Investigativa de la Fiscalía estuvo preguntándonos cuándo había sido la última vez que la habíamos visto. Había sido enterado de que éramos compañeros de rotación y quería saber cuándo había sido la última vez que la habíamos visto, si tenía novio, si le conocíamos algún amigo. Aunque nosotros fuimos enfáticos en afirmar que no la conocíamos bien, el detective parecía no creernos.

Mauricio confesó toda nuestra travesura. Le explicó a la fiscalía que habíamos planeado una broma y que solo era eso. Juró que ella solo entró a su casa y volvió a salir ese Primero de noviembre a los pocos minutos y no quiso que se le llamara otro taxi ni que nadie la acompañara a su casa.

Tuvimos que entregar la grabación del taxista que asustamos. Creo que para investigarlo a él también. De forma muy amenazante, el investigador de la fiscalía nos sugirió no salir del país y nos hizo saber que iba a llegar hasta el fondo del asunto. Mauricio era el principal sospechoso.    

Todos en la universidad nos miraban con desconfianza, a partir de aquel momento.


Luego llegaron las vacaciones y me olvidé temporalmente del asunto. Sin embargo, al semestre siguiente Amelia tampoco apareció.

Unas semanas más tarde pedí una audiencia con el decano. Quería saber en qué iba la investigación. El decano me recibió amablemente.  Era la segunda vez en mi vida que entraba en aquella imponente oficina. Me contó que la investigación fue suspendida. Al parecer nadie, con excepción de los alumnos, los profesores y las secretarias conocían a Amelia Gómez.  Nunca se encontró algún familiar. Nadie preguntó por ella y nadie se contactó con la universidad.  Aparentemente nadie había notado su ausencia. El decano había hablado con el investigador de la fiscalía y él le había contado que ni siquiera el número de su cédula aparecía en la registraduría.  En palabras del decano, “era como si hubiese sido un fantasma”.

Con el correr de los meses, dejé de pensar en Amelia. Durante el resto de la carrera me fui distanciando de Juan Mario y de Mauricio. Los tres mosqueteros se separaron definitivamente.  Me gradué de médico unos años después y no volví a hablar con ellos. Sé que uno de ellos es patólogo y el otro trabaja en urgencias. 

Tenía a Amelia en mi saco de los olvidos hasta hace un mes que llevé a mis hijos a un programa lúdico en el Cementerio de San Pedro.  Desde hace unos años el Cementerio realiza actividades culturales y los quise llevar a un concurso de pintura. Estando allí, en unos de los corredores laterales me llamó la atención una lápida que tenía una cruz pintada que me pareció familiar.  Por alguna razón me sentí atraído hacia ella.  La lápida decía: 

Aquí yace Amelia Gómez.
Abnegada estudiante de medicina.
Quiso salvar a los pacientes
Pero Dios la llamó a su presencia
Sin terminar su misión.
31 oct 1915 – 1º nov 1935

Casi se me sale el corazón. Tuve la misma sensación que sentí cuando la Amelia que yo conocí me miró esa lejana tarde del primero de noviembre de 1985.  


Traté de fingir que todo estaba bien cuando mis hijos llegaron con sendas cajas de colores como premio por sus dibujos.  

Al llegar a mi casa estuve buscando como un loco entre mis objetos de la época de la universidad.  Allí, en una caja de zapatos que tenía en el closet con mi carné de estudiante y algunos otros recuerdos, encontré la cadena de plata y el crucifijo que supuestamente yo debía devolver a Amelia luego de la travesura.

Por primera vez reparé en el crucifijo. Era aparentemente una antigüedad. En la cruz había unas letras gravadas.  Tomé una lupa y pude leer la inscripción.

             Señor: Recibe en tu reino a nuestra hija Amelia.  Amén. 1915-1935

Hace ya un mes que encontré esa tumba. Mientras escribo esta historia no puedo sacarme de la cabeza la mirada de Amelia Gómez cuando la vi por última vez mientras arrancaba el taxi esa noche del primero de noviembre de 1985. No puedo olvidar esa lágrima rodando por su mejilla.  Quizás era su segunda despedida de este mundo y ella lo sabía.   

Hoy volví al cementerio. He dejado unas flores en la tumba de Amelia Gómez y he mandado celebrar una misa en su nombre.  Estuve mucho tiempo parado al frente de su lápida en completo silencio sin saber que decir.  Lo único que se me ocurrió mientras depositaba sobre su tumba la cadena con el crucifijo de plata fue rezar un padrenuestro y pedirle a Dios que le conceda por fin el descanso eterno.   Amén.







__________________________

Nota posterior:  

En 2019, la editorial Editores Fallidos me publicó un libro con este cuento y otros más.  Quien esté interesado en adquirirlo puede hacer click en el siguiente enlace o escribirme al correo calveco@une.net.co