"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)
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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Suplantación: cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Esta semana les comparto un cuento que fue publicado en la columna FUGA DE IDEAS, de la Revista Cronopio, revista que ya va por la edición 102.


SUPLANTACIÓN


por Carlos Alberto Velásquez Córdoba ®


Digan lo que digan los sociólogos, no se puede negar que el término «desechable» sí se aplica a algunos indigentes. Si no, mire mi caso. Déjeme le cuento mi historia y al final entenderá mi punto.

Jamás se imaginaría cómo llegué a las calles. Si me hubiera conocido usted, hace veinte años, me habría tomado por el gerente de una compañía. Bueno, eso era lo que yo quería llegar a ser.



Comencé como un ejecutivo joven que se esforzaba en trepar peldaños en una empresa de inversiones. No era difícil hacer que mis jefes notaran que yo era el que sobresalía del grupo. No sólo era apariencia, también fue un arduo trabajo para lograr escalar puestos. Había comenzado como encargado del archivo y lentamente fui avanzando en la empresa. A pesar de que mi sueldo inicial no era muy alto, siempre trataba de verme como un hombre exitoso; trajes elegantes y corbatas de seda, zapatos bien lustrados y relojes finos. Así fue como conquisté a mi esposa. Ella también trabajaba en la misma compañía. Decía que lo que le gustaba de mí era que yo era un hombre que sabía muy bien a dónde quería llegar. Me casé con ella cuando fui ascendido al cargo de analista de cuenta.

Cuando me nombraron coordinador de área, sabía que lograría mi objetivo de obtener al menos una subgerencia de una sucursal. Con el nuevo salario mi esposa dejó de trabajar y se dedicó al hogar.

Me instalaron en una oficina individual, con una gran ventana al patio central. Tenía una secretaria a la entrada, que se encargaba de enviar mis cartas y recibir la correspondencia. No era una oficina lujosa, no. Tan sólo era un espacio de unos pocos metros cuadrados con un escritorio y sendas sillas de madera. Completaban el mobiliario dos archivadores, que se podían ver desde afuera a través de sus paredes de vidrio. Quedaba al frente de los cubículos de los analistas por lo que si quería privacidad, debía bajar las persianas. Soñaba con que algún día tendría mi oficina en el último piso, con paredes de concreto, enchapadas en madera, un escritorio más lujoso, sillas de cuero, y sobre todo, un ventanal grande con vista hacia el parque.

Mientras lo lograba, disfrutaba mi empleo y trataba a toda costa de cumplir todas mis tareas. Todos los días llevaba trabajo a mi casa con la esperanza de que los jefes vieran en mí a un hombre confiable y ambicioso. Llegaba más temprano que todos en la empresa y era de los últimos en irme. Durante la jornada sólo sacaba un tiempo para comer algo o ir al baño.

Recuerdo muy bien un día que estaba en el lavamanos cuando me percaté de que una de las celosías del baño estaba quebrada y miré a través de ella. Vi mi oficina al otro lado del edificio, en el séptimo piso sobre el patio central. Nunca se me había ocurrido mirar por la ventana del baño y no había visto cómo se veía mi puesto de trabajo desde allí. Entonces, vi una sombra que se movía en mi oficina. Casi nunca subía completamente la persiana al patio y ese día la había dejado arriba. La sombra iba de un lado para otro. A pesar de la distancia que me separaba de la oficina, pude distinguir muy bien que se trataba de la empleada del aseo que había entrado a organizar un poco el lugar como solía hacer todos los días. Me hice un memorándum mental de no volver a dejar arriba la persiana mientras estuviera en la oficina o correría el riesgo de que cualquier persona pudiera espiarme desde cualquier sitio que tuviera acceso al patio central.

A partir de entonces, cada que entraba al baño miraba furtivamente mi lugar de trabajo. Empecé a dejar conscientemente la persiana elevada cuando salía de la oficina, para verla desde otra perspectiva. A veces veía a la secretaria dejarme algún papel sobre el escritorio, otras veces al personal del aseo recoger la papelera llena de borradores de cartas y otros documentos destruidos. Si alguien husmeaba en mis cajones, fácilmente yo le vería desde la ventana del baño.

Poco a poco, en cada ida al baño me quedaba unos minutos más de lo necesario mirando por esa ventana. Incluso comencé a ir con más frecuencia. Allí solía imaginarme a mí mismo sentado al escritorio leyendo los reportes, revisando las cuentas o escribiendo los informes. Me gustaba visualizarme desde allí y soñaba con tener un doble que hiciera mi trabajo en tanto que yo me demoraba largos minutos haciendo pompas de jabón mientras me lavaba las manos.

Imaginaba lo gratificante que sería si al salir de la oficina, entrara un «alter ego» y se pusiera a hacer mi trabajo mientras que yo me tomaba un descanso o me iba a mi casa a tomar una siesta. Soñaba con que al regresar ese «yo» me entregara todos los informes listos. Por supuesto, soñar es un gusto que cualquier persona y de cualquier condición puede y debe permitirse.

Un día pasó algo que me asustó. Estaba frente al orinal cuando a través de la celosía me pareció ver en la oficina un hombre de traje que se sentaba al escritorio y comenzaba a digitar algo. Sólo cuando pude acercarme a la ventana pude constatar que había sido una ilusión óptica. No había nadie en ella.

Dos o tres días después volví a verlo. Esta vez me estaba secando las manos, por lo que pude acercarme a la ventana. Abrí un poco más la celosía y casi caigo al suelo. Era la imagen de un hombre exactamente igual a mí. Tenía incluso el mismo pantalón gris que tenía puesto y la misma camisa blanca con las mangas dobladas en los antebrazos. Salí rápidamente del baño y corrí hasta mi oficina. Al llegar, todos los analistas levantaron sus cabezas intrigados al ver mi apuro —es que creí escuchar mi teléfono— me disculpé. A través de los ventanales era evidente que no había nadie adentro. Nada faltaba en la oficina. Estaba tal y como la había dejado.

A partir de entonces, cada que salía dejaba la persiana al patio central abierta con la esperanza de volver a ver aquel intruso. Unas semanas después, en un momento particularmente difícil porque era cierre de mes y debía entregar un informe gerencial, salí unos minutos de la oficina a comer algo. Al regresar vi que el informe en el cual ya estaba formulando mis conclusiones había sido terminado y reposaba impreso al lado del teclado. Supuse que lo había terminado mi secretaria. Revisé las conclusiones. Mejor no había podido hacerlo yo. Cuando la secretaria entró a archivar unos documentos, le agradecí.

Ella me miró extrañada, y me dijo que no había sido ella quien lo había terminado. Era algo muy sospechoso. Quien hubiera sido, había redactado el texto como yo solía hacerlo. Tenía las ideas que me habían surgido mientras elaboraba el informe. De algún modo había leído mi mente. Incluso había planteado unas ideas adicionales que ni siquiera las había contemplado.

Inquieto, no me levanté del escritorio en el resto de la mañana.

Al medio día antes de ir a almorzar pasé por el baño y ahí fue cuando vi por segunda vez a mi doble en la oficina. Tenía la misma ropa que yo. Desde la ventana pude ver cómo sacaba unos documentos de un cajón, los ponía sobre el escritorio y se sentaba a digitar algo en el computador.

Nuevamente corrí a la oficina atropellando varias personas en el pasillo. Al llegar, ya todos habían salido. Los empleados estaban en su hora de almuerzo por lo que no había nadie a quien le pareciera sospechoso mi proceder. Entré a la oficina. Miré bajo el escritorio por si acaso se había ocultado allí.

Yo era la única persona en el lugar. Sobre el escritorio estaba el reporte de ingresos y egresos del mes. En la pantalla del computador vi que habían diligenciado las casillas correspondientes a los meses que necesitaba entregar. Sólo faltaban unos cuantos datos. Alguien estaba haciendo mi trabajo. Y el condenado sabía cómo hacerlo.

No fui a almorzar. Preferí quedarme terminando el cuadro de ingresos y egresos que debía entregar y cuando llegó la secretaria le pedí que me ordenara un sánduche en el sitio de la esquina, bajo el pretexto de que tenía mucho trabajo y había decidido no salir.

También le pedí que llamara a un cerrajero. De un momento a otro me había parecido peligroso tener los cajones del escritorio sin ningún tipo de seguridad.

Esa tarde alrededor de las cuatro, no aguanté más. Debía salir a vaciar mi vejiga. Dejé convenientemente todas las persianas arriba y me dirigí al baño.

Mientras estaba desocupando mi vejiga, volví a verlo por entre las celosías. Tan pronto pude tomé mi teléfono y llamé a la secretaria.

—Rita, ¿quién está en mi oficina?

—Pues usted, don Jorge.

—No. Allá hay alguien más.

—No señor. Está usted solo, desde aquí lo veo por el ventanal, a propósito, ¿por qué me está llamando desde el celular?

Sentí una cosa muy extraña. Efectivamente mi doble estaba sentado en mi escritorio, con una mano cerca a la oreja. Aparentemente estaba usando su teléfono celular.

—¿Don Jorge…?, ¿don Jorge…?

Quedé mudo. El personaje de mi oficina se había levantado y me miraba desafiante desde mi propia ventana. Creí ver a lo lejos una sonrisa a la vez que con su mano me hacía un gesto de saludo.

—¿Don Jorge… se encuentra bien?

Fue lo último que escuché en el celular antes de que la llamada se colgara. A través de la ventana vi que mi secretaria había entrado a la oficina y aparentemente conversaba con mi doble.

Intenté llamarla para advertirle, marqué al número privado de la oficina con la esperanza de que fuera Rita quien contestara, pero un problema de señal no dejó que la llamada saliera.

Nuevamente corrí a la oficina. Al llegar Rita ya estaba en su escritorio. Me miraba de forma extraña.

—Don Jorge, ¿seguro que no quiere que le llame un médico?

—No. Claro que no. Con quién estaba conversando usted hace unos minutos en la oficina.

—Pues con usted, don Jorge… Me está haciendo asustar…

—No. No era yo.

—Claro que sí. Usted me llamó desde su celular a este teléfono y me preguntó que quién había adentro. Por eso entré a hablar con usted… Me pareció raro.

—¿Y, yo qué le dije…? Cuando usted entró a hablar «conmigo», ¿yo que le dije?

—Que simplemente, era una broma. Hoy está usted muy raro…

—¿Cierto que sí? Estoy pensando que mejor debo ir a que me revisen. No me siento nada bien.

Y era verdad. Me sentía mareado. ¿Sería que me estaba enloqueciendo? Esa noche llegué a la casa mucho más temprano de lo que acostumbro. Le conté a mi esposa lo sucedido y me dijo que a lo mejor era cansancio. Estrés. No le dio mayor importancia al asunto.

Dormí mal y al día siguiente me reporté enfermo. Le dije a Rita que consultaría al médico y que no iría en la mañana.

Fui a trabajar a las dos de la tarde.

—Rita, ¿hubo algo importante esta mañana?

—No señor, ya envié los informes que usted me entregó antes de irse a almorzar.

—¿En la mañana?

—Sí, claro. Me alegro de que finalmente hubiera venido a trabajar. Que tal que usted no hubiera estado aquí, cuando vino el doctor Urdiola.

—¿Urdiola estuvo acá?

—Jefe, ¿de verdad se siente bien?

—Es que yo esta mañana no vine

—Claro que vino, usted me llamó y me dijo que iba a ir al médico y al rato se apareció diciendo que ya estaba bien. ¿Acaso lo olvidó?

—Y Urdiola, ¿qué dijo?

—A mí, nada, pero parece que iba muy contento con lo que ustedes hablaron.

Cuando entré a la oficina, quedé más preocupado aún. A pesar de haber cambiado las cerraduras de mi escritorio, mi doble parecía tener copia de las llaves. Tenía acceso a todos mis cajones. Sobre el escritorio había unos documentos que guardaba en la gaveta inferior. El cerro de cuentas por revisar que había estado posponiendo, estaba en el lugar de «revisados» y tenían mi firma como visto bueno. Y ERA MI FIRMA.

Quien estuviera suplantándome, lo hacía muy bien.

Al finalizar la tarde, recibí una llamada de la secretaria del doctor Urdiola. El presidente de la compañía quería hablar conmigo.

—Doctor Urdiola, ¿cómo le va?

—Muy bien, Martínez, muy bien… Oiga, me quedó sonando eso de sacar un nuevo producto para los universitarios. Como lo llamó usted, ¿plan Universia?

Esa fue la tapa. El plan Universia era una idea que había tenido yo hacía varios años y consistía en comprar unos locales pequeños tipo taberna o discoteca, muy discretos. El negocio consistía en buscar socios universitarios que compraran un paquete de acciones a un bajo precio, digamos un millón de pesos. Con doscientos universitarios se tendría 200 millones de pesos, capital suficiente para dotar y mejorar el sitio. La parte interesante era que, si un universitario era «socio» de una discoteca, todas las reuniones de universitarios las harían en «sus negocios».

Era una propuesta que no tenía pérdida. Se contaba con socios que no tenían que poner mucho capital. Y eran socios que generarían un flujo constante de clientes. Yo quería desde hacía mucho tiempo proponer esa idea, pero no se habían dado las condiciones. Además, quería cierta participación por la idea ya que no contaba con mucho capital para invertir.

—Vea Martínez. Prográmese este domingo y vamos a jugar golf. Me quedó gustando eso de que nuestra empresa tenga al menos el treinta por ciento de la participación en el negocio. Por supuesto, tenemos que hablar sobre el porcentaje con el que usted entraría. Eso del veinte por ciento por dar la idea es un poco alto, pero me gustaría escuchar esas otras ideas que usted tiene.

Le respondí que sí. Que nos veríamos el domingo a las ocho de la mañana en el Club. Colgué y comencé a temblar. No le había dicho a nadie del proyecto. Lo venía incubando por bastante tiempo. El nombre de «Universia» se me había ocurrido hacia poco y nadie lo conocía, excepto yo.

No me quedaba la menor duda, era un clon perfecto el que me estaba suplantando. ¿Y si había sido el poder de mi mente el que había creado un ser de la nada capaz de suplantarme y hacer más productiva mi vida?

Eso sonaba de locos, pero la evidencia era contundente. Estaba sucediendo.

Al domingo siguiente fui a jugar golf con el presidente de la empresa. Me sentía extraño. Era la primera vez que jugaba Golf y se lo hice saber al doctor Urdiola y a sus socios. Rieron conmigo y me aceptaron como uno de ellos. Hablaban de caballos, de yates, de viajes, de los gastos exorbitantes de sus esposas y sus amantes y yo pensaba que sería bueno irme acostumbrando a ese tipo de vida. Esa había sido mi meta todo el tiempo.

Entre hoyo y hoyo fui explicando mi idea y Urdiola y sus socios escuchaban y hacían preguntas sobre cómo funcionaría el proyecto. Al final Urdiola, a solas, me confesó que había pensado en mí para el cargo de gerente de cuenta.

De regreso a mi casa, me sentía agradecido con mi doble por haberme dado la oportunidad que tanto había esperado.

¿Qué le puedo decir? Cada vez mi doble aparecía más por la oficina hasta el punto de que yo a veces me ausentaba por horas sin que nadie se percatara de ello. Bastaba con dejar una nota en el escritorio, o dejar un informe empezado, y al volver a la oficina el trabajo estaba hecho.

El ascenso fue efectivo en pocas semanas. Me trasladaron dos pisos más arriba, y me dieron una oficina más espaciosa. Pedí que me dejaran llevar a Rita conmigo. Aparentemente se entendía muy bien con mi doble hasta el punto de no sospechar que éramos dos personas distintas.

Mi rutina por mucho tiempo fue llegar a la oficina, planear el trabajo, y luego salir a dar una vuelta por el parque o irme a un café a leer el diario, mientras mi otro yo hacía el trabajo aburridor.

Al principio me daba temor encontrarme con alguien conocido y que se descubriera el fraude. Pero las pocas veces que me encontraba con alguien, asumían que mi trabajo permitía algunas escapadas de la oficina. Casi siempre volvía a tiempo para las reuniones importantes. Y siempre al llegar, mi doble había salido de la oficina con alguna excusa por lo que nadie notaba que realmente éramos dos personas turnándonos el trabajo con una perfecta sincronización. Nunca llegamos a encontrarnos en el mismo sitio a la misma hora.

Algunas veces no alcanzaba a llegar a alguna junta, pero mi doble se apañaba para hacerme quedar como un rey. Al fin y al cabo, conocía mi forma de pensar y teníamos las mismas metas y proyectos.

Me fui relajando hasta el punto de que a veces no iba a trabajar y me quedaba en la casa con mi esposa. El sexo no podía ser mejor. Tenía toda la energía del mundo y todo el tiempo del que yo quisiera disponer. En esos cinco primeros años tuvimos nuestros dos hijos.

A mi esposa nunca le pareció extraño que yo pasara tanto tiempo en casa. Desde antes de casarnos le había prometido que yo sería gerente y ella nunca se molestó en cuestionar la vida que llevábamos.

El nuevo apartamento, los autos lujosos, los ascensos, no hubieran sido posibles sin el trabajo de mi alter ego. Y nunca tuve la oportunidad de agradecérselo personalmente.

Era extraño que nunca pudiéramos vernos cara a cara. Quizás al crearlo en mi mente, implícitamente había alguna ley cósmica que impidiera llegar a tocarnos. Nunca lo vi a corta distancia, a pesar de que al principio lo intenté varias veces.

Mis cuentas bancarias fueron creciendo en la medida de que mi productividad se había incrementado. Entré a participar con un cinco por ciento del plan Universia, con la posibilidad de manejar la cuenta personalmente. Todo iba a las mil maravillas. O bueno, casi todo.

A veces me sobraba más tiempo del que quería. Mi esposa después de unos años, comenzó a reprocharme el estar en casa tanto tiempo. Entonces tomaba el carro y me iba para cine o algún café a pasar el rato. Comencé a comprar apartamentos en la ciudad y algunas propiedades en las afueras. En ocasiones llevaba allí a mis conquistas confiando en que mi doble hiciera mi trabajo de la oficina y mi esposa creyera que yo estaba allí.

Una noche en que no pude ligar a una muchacha en un bar, llegué a la casa con ganas de sexo. Los niños dormían. Había quedado «empezado» y comencé a acariciar a mi esposa tratando de excitarla. Casi me desmayo cuando ella, bastante molesta, me dijo que ya no quería más sexo, que si no había tenido ya suficiente en la tarde mientras los hijos estaban en el colegio.

Fue como caer al abismo. Mi doble había pasado el día en mi casa, teniendo sexo con mi mujer mientras que yo andaba por ahí buscando aventuras.

Me levanté y me fui al estudio. Allí pasé la noche pensando cosas horribles.

A primera hora, en el trabajo, llamé a Rita. Quería asegurarme si mi doble había ido a la oficina y le pregunté por el trabajo del día anterior.

—No entiendo, don Jorge.

—Por favor, recuérdeme ¿a qué horas fue que me reuní con los del Banco?

—Pues don Jorge, usted estuvo con ellos hasta las doce y luego salió para la junta hasta las dos ¿acaso lo olvidó?

—Pero las entrevistas de por la tarde… ¿finalmente no se hicieron, verdad?

—Claro que se hicieron. Usted entrevistó a todos los candidatos y me dijo que contratara a la doctora Fernández. ¿No fue así?

—Sí… sí, claro. Yo le dije que contratara a esa doctora… sí, fui yo… Ehhh… a propósito, ¿me puede traer su hoja de vida para volverla a revisar? Hay algo que quiero volver a mirar.

La conversación con mi secretaria me había dado la certeza de que mi doble había estado todo el día en la oficina. Entonces, ¿quién sería el que había estado con mi esposa?

Cuando Rita me trajo la hoja de vida de la nueva empleada, tuve una visión fugaz de lo que estaba pasando. Así como yo había creado un doble para que hiciera mi trabajo, ¿no sería posible que mi doble hubiera imaginado otro más para que hiciera el trabajo y así poder tener tiempo libre?

Aunque parecía una locura, era completamente factible. Si yo, con mi imaginación había creado otro «yo» que hiciera mi trabajo, ¿qué le impedía a mi «otro yo», imaginar «otro él» que hiciera el suyo?

Al principio intenté retomar el control de mi trabajo. Decidí empezar a ir a mi oficina desde temprano, como solía hacerlo en mis inicios, trabajar toda la jornada y de allí salir para mi casa. Mi nueva oficina tenía baño, por lo que ni siquiera salía. En esos días mi doble no apareció.

Después de unas semanas creí que todo estaba solucionado y que mi doble no volvería a aparecer, hasta que una noche mi esposa me dijo que necesitaba hablar conmigo. Ya no me amaba y sentía que sólo estaba con ella por sexo. Le prometí que intentaría cambiar, pero dudaba si podría mantener mi promesa. Me había dado cuenta de que él aparecía en casa cuando yo iba al trabajo y no sabía con certeza si el cumpliría también mi promesa.

Por si fuera poco, los porteros de los edificios donde tenía mis apartamentos me dieron a entender que alguno de mis dobles seguía llevando mujeres hermosas en plan de conquista.

Ahora yo era el que estaba trabajando mientras mis «gemelos» disfrutaban de la vida.

Tomé la decisión de no volver al trabajo. No sería yo el que me partiera la espalda en la oficina mientras uno de mis dobles se revolcaba con mi mujer y otro de ellos conquistaba modelos y actrices y disfrutaba de mis otras propiedades.

Fui a la policía. No me tomaron en serio. ¿Acaso alguien lo haría? Pensaron que estaba loco.

Intenté contarle toda la historia a mi esposa, pero no me creyó. Lo atribuyó a una supuesta crisis de la edad madura. Mis hijos no habían notado nada raro en mí. Mi esposa lo único que quería era seguir el nivel de vida a la que la había acostumbrado. La sentía fría y distante. Muy tarde me di cuenta de que entre los dos no había amor, sólo costumbre.

Decidí dejarla. No tenía nada que hacer en esa casa. Yo ya me había acostumbrado a vivir sin trabajar; a tener todo el tiempo libre del mundo y no estaba dispuesto a trabajar como una mula en una oficina para que otros se beneficiaran de mi trabajo. Tomé la determinación de cambiar de vida.

Hablé con Rita. No había notado nada, aunque descubrí que aún seguía un poco preocupada por mi salud mental. Le di las gracias por todo y le pedí perdón por cualquier cosa que le hubiera molestado de mí. Me despedí con un fuerte abrazo. Sospecho que pensó que me iba a suicidar. Nunca jamás volví a la oficina, aunque creo que ella no lo ha notado aún.

Conseguí unos documentos falsos y cambié de identidad. En esos años, mi doble me había permitido acumular una suma considerable de dinero. Tomé cuanto pude y lo transferí a otra cuenta bajo mi nuevo nombre. No me fue posible hacer lo mismo con las propiedades: mis dobles habían sospechado lo que pensaba hacer y transfirieron los títulos de las propiedades a otras personas para evitar que yo reclamara lo que era mío.

Por un tiempo traté de llevar el ritmo de vida al que me había acostumbrado. Compré un penthouse, conseguí un carro lujoso y seguí saliendo con mujeres hermosas. Pero al cabo de un tiempo, vi que no sería fácil mantenerme así. El dinero se me fue acabando poco a poco. Vendí el penthouse y conseguí un pequeño apartamento en un barrio marginal. Traté de ganar dinero haciendo unas inversiones que terminaron en fracaso. Los acreedores se quedaron con el apartamento y el carro.

Luego de pasar tantos años casi sin trabajar, había perdido mi «toque». Descubrí que mis habilidades financieras se habían quedado con mis dobles. Con mi nueva identidad, era un total desconocido en el medio. No encontré ninguna persona dispuesta a contratar a un hombre maduro sin antecedentes laborales y que nadie conocía. Me gasté hasta el último peso.

Visité amigos y familiares y todos habían sido advertidos por mi otro yo, de que alguien físicamente parecido intentaba suplantarlo. En una ocasión la policía me retuvo cuando intenté entrar a mi antigua casa para hablar con mi esposa. Les aseguré que yo era el original. Me llevaron esposado a la estación, me tomaron huellas dactilares y me dijeron que ellas no correspondían con Jorge Martínez, el «doctor» exitoso que yo decía ser. Por alguna razón que todavía no entiendo los documentos falsos terminaron siendo reales. Mi nueva identidad era genuina según ellos. Di los datos de quien me había hecho los documentos falsos, pero ignoraron mi delación. Pedí que me hicieran la prueba del ADN para demostrar que yo era quien decía. Se rieron de mí. Finalmente, luego de retenerme unos días, me dejaron libre. No había cometido ningún crimen ni había razón para mantenerme encerrado. Me aconsejaron que dejara de acosar «al doctor Martínez», a sus familiares o amigos. Me impusieron una orden de restricción. Si me acercaba a menos de cien metros de alguno de ellos, me meterían treinta días a la cárcel.

A pesar de todo volví a intentar recuperar mi vida. Mi esposa y mis amigos amenazaron con llamar a la policía.

Traté de hablar con Rita, mi secretaria. Ni siquiera me dejaron entrar al edificio. Fue horrible. Llegó la policía y me encerraron dos meses en el manicomio. El siquiatra quiso convencerme de que tenía una esquizofrenia y creía ser un ejecutivo importante. Tuve que seguirle la corriente para poder salir de ahí.

Finalmente terminé aquí, viviendo en este parque, con todo el tiempo libre del mundo. Sin preocuparme por horarios de oficina ni fechas de vencimiento de nada. De vez en cuando veo a mi doble. Ahora es el gerente general de una prestigiosa empresa de seguros. Tiene una oficina en una zona exclusiva de la ciudad. Ocasionalmente pasa por aquí camino a aquel edificio de la esquina, donde una vez lo imaginé a él en el piso séptimo. Tal vez viene a hacer algún negocio o a saludar a alguien. Ni siquiera nota mi presencia. Ahora es importante y sale con frecuencia en las noticias nacionales. Es una persona exitosa, pero se le ve cansado, muy cansado.

La otra noche mientras pedía limosna en un semáforo lo vi en un lujoso auto. Iba con una mujer joven que no era mi esposa. Me dio una moneda y pareció no reconocerme.

¿Quién sabe?, a lo mejor era otro doble acompañado por su «conquista», mientras que yo me he convertido en un «desechable».

Carlos Alberto Velásquez Córdoba ®

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Este cuento fue publicado en el libro EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI, Y OTROS CUENTOS.

ISBN 978-958-49-5892-1
Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto
Editorial: Libros para Pensar
Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías - Emilio Restrepo
Diseño: María Isabel Velásquez E.
Materia: Narración de cuentos
Publicado: 2022-04-30
Número de edición: 1
Número de páginas: 216
Tamaño: 14x21cm.
Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo
Soporte: Impreso
Idioma: Español



Pedidos: calveco@gmail.com 
WhatsApp  305 3997940

También disponible en librerías Grammata o en la página web de la Editorial Libros para Pensar.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

El cuento de la historia clínica

Los seres humanos somo contadores de historias por naturaleza, contamos lo que nos sucede y lo que ha sucedido a través del tiempo, incluyendo la historia de nuestras enfermedades, lo que se conoce como historia clínica.

Toda enfermedad, como en un cuento literario, tiene un inicio, un nudo y un desenlace.

Tiene, además, un protagonista (paciente), unos personajes secundarios (familia, cuidadores, etc), un villano (la enfermedad o el trauma). Tiene una trama compuesta de inicio, nudo y sesenlace. Como cualquier novela tiene una época y un entorno.

Les comparto un artículo publicado en la revista Anales de la Academia de Medicina de Medellín, que explora la capacidad del ser humano de contar historias y plantea la semejanza de la historia clínica con el cuento literario.

El médico que hace una historia clínica debe saber investigar el inicio y desenredar el nudo, para ayudar a escribir el mejor desenlace posible.

Los invito a leer el artículo directamente de la fuente, y de paso, conocer la revista de la Academia de Medicina de Medellin. No es solo para médicos. Es de gran valor para el público en general.


Haga clic en la imagen para abrir el artículo




Haga clic en la imagen para leer la revista completa


miércoles, 19 de junio de 2024

El cuento: Arte de narrar historias. Carlos Alberto Velasquez C

Hace algunos días tuve el honor de ser invitado a un conversatorio sobre cuento por parte del Centro Cultural Casa Tomada. 

En primer lugar debo decir que tuve la grata sorpresa de que el lugar donde fue el conversatorio era un lugar mágico. Se trataba del restaurante Agua Dulce, una vieja casona ubicada en la carrera Girardot, en pleno parque del Periodista, lugar que desde hace muchos años se ha asociado con el ambiente bohemio y cultural del Centro de la ciudad. 

Por otra parte no pude tener mejores interlocutores. Por un lado mi amigo Wilfer Pulgarín, periodista y escritor, y por otro, Fernando Rivillas, director de Casa Tomada, colega médico y gran amante de las letras. 

A continuacion les comparto la grabación que se hizo del  conversatorio. Disculpen los problemas de audio del inicio, que fueron superados a los pocos minutos. 


Posdata.  Algunos seguidores se me acercaron con el ánimo de pedirme explicaciones de por qué había dicho que era más fácil escribir una novela que un cuento. A muchos les pareció muy polémica esa frase. 

Como dije en el transcurso de la entrevista, era mi opinión personal. No es que yo considere a la novela como un género inferior al cuento. De hecho, algunos la consideran superior a un cuento. Lo que ocurre es que en una novela es "permisible" que haya fragmentos de menos calidad en el texto. En una novela hay momentos de alta tensión y momentos menos interesantes. En el cuento, por el contrario todo lo escrito debe mantener la tensión. 

En una novela, un lector puede "perdonar" que el autor baje un poco el nivel narrativo porque sabe que más adelante se volverá nuevamente interesante la historia. En un cuento hay que tener al lector pegado a la historia para no perderlo. Si una novela tiene un capítulo tedioso, muchos lectores continuan leyendo esperando la redeción. Por el contrario, si un cuento se vuelve aburridor, el lector lo dejará definitivamente, y pasará a otro cuento que para él sea más entretenido.

De ahí que muchos pueden ser novelistas, pero un buen cuentista no es tan fácil de encontrar. 

Espero haber respondido la pregunta, y aclaro que en todo caso es mi opinión personal y nada más. Incluso, no descarto que yo esté equivocado.  (Me gusta darme ese lujo: equivocarme, sin tener que sentirme culpable).

Aprovecho para agradecer a los que siguieron esta conversación por las redes sociales y a los que estuvieron con nosotros ese día.  Les recomiendo conocer el lugar. 



miércoles, 24 de abril de 2024

El cuento de la historia clínica.

¿Sabían ustedes que la historia clínica no es el papel o el archivo que llena el profesional de salud, sino que la historia clínica es la investigación que se hace sobre un paciente?

Puede haber historia clínica sin que se escriba una sola letra. El punto es que siempre debe quedar alguna evidencia de lo que se investigó.  

La historia clínica es el arte de ver, oir, 
entender y describir la enfermedad humana.  
(Pedro Laín Entralgo)


A continuación les comparto una charla titulada EL CUENTO DE LA HISTORIA CLÍNICA. 

Esta charla se presentó en la sesión ordinaria de la Academia de Medicina de Medellín, el 17 de abril de 2024

A lo largo de esta conferencia se revisa la historia del lenguaje partiendo desde la transmisión de la información celular (mitosis), el surgimiento de la reproduccion sexuada, la aparición de la tradición oral y posteriormente el lenguaje escrito hasta llegar al libro como culmen de la transmisión de conocimiento. 

También se hace un corto recorrido de la historia de la medicina y los registros escritos a lo largo del tiempo para llegar hasta la historia clínica actual. 

La conferencia finaliza con un análisis desde el punto de vista literario de la historia clinica, teniendo en cuenta que tiene un inicio, un nudo y un desenlace, cuenta con un protagonista y unos personajes secundarios, y tiene un narrador, un ambiente y una trama. 

Acompáñenme en esta fantastica historia de la evolución del lenguaje, del libro, de la medicina y de la vida misma. 

Nota.  La conferencia comienza aproximadamente en el minuto 3:00

Espero la disfruten. 









miércoles, 28 de febrero de 2024

Lanzamiento del libro ESO ES PURO CUENTO vol. 4

El 15 de febrero de 2024,  se realizó el lanzamiento del libro Eso es puro cuento, volumen 4,  editado por Libros para Pensar, y en el cual participaron 20 autores. 

El evento tuvo una asistencia de mas de 90 personas, que acompañaron a los 20 autores. 

El inicio estuvo amenizado por Jesus David Bernal quien nos deleitó con dos canciones (Vive, y A mis amigos)

La presentacion estuvo a cargo de Juan Andres Alzate (autor del libro y editor y fundador de la Revista Cronopio), el maestro Javier Echeverri (Escritor consagrado, quien hizo el prologo) y Carlos Alberto Velasquez, autor de varios libros  y coordinador de varios talleres de creación literaria de la editorial. 

Durante el evento se plantearon ciertas preguntas que motivaron una conversación muy interesante.: 

¿Vale la pena contar historias?

¿Que valor tiene una antología? 

¿Será el libro reemplazado por otro formato algún día?

¿Qué pasa con la tradición de narración oral en los tiempos modernos?


A continuación les compartimos la grabación del evento. 



Gracias a todos por su asistencia. Compartimos algunas imágenes del evento.  Agradecemos también al parque biblioteca de Belén por habernos cedido este espacio. 








miércoles, 7 de febrero de 2024

La droga salvadora. Cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Este cuento lo escribí hace mucho tiempo (por alla en 1987) y fue publicado por primera vez en mi libro La Monja Sin Cabeza y otros cuentos. 

Hace poco la Editorial Libros Para Pensar me ofreció participar en una excelente antología y quise compartir este cuento que sé que será del agrado de muchos.

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LA DROGA SALVADORA


Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Todos mis compañeros decían que yo era un «lambón». Que sólo me quedaba a hacer turnos en la noche con el fin de que mis profesores me pusieran una mejor calificación que los demás. Claro que eso estaba entre mis planes, aunque muy en el fondo. ¿A quién no le gustaba sacar una nota destacada al final del semestre? Pero lo que me interesaba era aprovechar al máximo la rotación por el servicio de urgencias del Instituto de los Seguros Sociales. Aunque no era obligatorio hacerlo, el coordinador de prácticas había hecho la sutil «sugerencia» de hacer algunos turnos nocturnos en el servicio «para que el futuro médico se vaya empapando de la vida nocturna en una clínica». Y yo estaba convencido en ese entonces, como lo estoy ahora, de que el «arte» de la medicina no se aprende en los libros sino en la práctica diaria.

Corría el año de 1986 y yo me encontraba en el sexto semestre de Medicina. Mi tutor, de quien no mencionaré su nombre era apodado por sus compañeros como «Padre-mío». Aunque no era un hombre de vastos conocimientos en cuanto a medicina interna o a farmacología, era un excelente médico en el área de la traumatología, y la ortopedia. Nunca lo vi amilanarse ante un paciente que presentara las heridas más espeluznantes, y siempre lo vi actuar acertadamente con aplomo y seguridad para proporcionar la ayuda inicial aun cuando, muchos médicos compañeros suyos, incluso especialistas en las diferentes ramas de la medicina, palidecían y titubeaban.

Del doctor Padre-mío aprendí a reducir luxaciones y fracturas mucho antes de que llegara al semestre de ortopedia, aprendí a hacer muchos procedimientos que en la actualidad son prerrogativa de médicos especialistas. También aprendí que existen casos que parecen urgencias vitales y que muchas veces son manifestaciones somáticas de personas con dificultades familiares, sociales o económicas y que reaccionan ante éstas con síntomas similares a los de enfermedades graves. Y aprendí sobre todo a hacer frente a las situaciones más angustiantes con inteligencia y cabeza fría.

Recuerdo en especial una noche en que las consultas estaban particularmente disminuidas. Un turno calmado, pensaba para mis adentros, cuando escuchamos todos una algarabía que provenía de la entrada a urgencias. Todos los médicos y enfermeras nos asomamos con curiosidad y vimos un grupo conformado por unas ocho o diez personas. Todos muchachos jóvenes que traían a uno de los suyos en brazos. Algunos de ellos tenían armas en las manos. Unos pocos tenían revólveres y pistolas de manufactura casera. Otros, (la mayoría) puñales y cuchillos. Al ver el conjunto se podía intuir rápidamente a qué se dedicaban. Todos de aspecto agresivo, profiriendo palabras soeces, el cabello cortado a ras con una melena larga que colgaba en la nuca. Usaban camisillas de colores chillones, jeans desteñidos y tenis de colores vistosos. Era la usanza de los sicarios empleados por los mafiosos. Recordemos que en ese entonces el narcotráfico estaba en todo su apogeo y pululaban grupos de estos en toda la ciudad.

Lo primero que imaginamos era que uno de ellos venía herido, quizás de algún «trabajito» fallido. Ante el grito de «sálvenlo, sálvenlo», Padre-mío tomó la delantera y se acercó a ellos.

—Cálmense muchachos. A ver, qué es lo que le pasa al compañero suyo.

—Mire, hijueputa. Usted tiene que salvarlo —contestó uno de ellos mientras los otros no se cansaban de repetir—. ¡Sálvenlo!... ¡sálvenlo!... tiene un ataque... ¡tiene un ataque al corazón!... ¡Sálvenlo!

Instintivamente tornamos a mirar al supuesto herido. Tenía ambas manos crispadas sobre el corazón. Con una mueca histriónica y con los ojos saltones parecía más un payaso representando una obra teatral que un verdadero enfermo. Respiraba rápidamente y movía sus ojos y su cuello de un lado para el otro como presa de un delirio paranoide, muy propio de quienes consumen estupefacientes. Aunque las manos permanecían rígidas sobre el pecho, con sus pies pateaba a todos los que se encontraban cerca, incluso a aquellos que lo traían cargado.

Muchos de los médicos de más experiencia fueron abandonando el sitio y yo ya le iba a preguntar a mi tutor si aquello era una crisis conversiva (estado de ansiedad) cuando otro de ellos colocando su «changón» en la cara de Padre-mío le increpó:

—Vea «parce». Si usté no lo salva, usté se muere.

Las enfermeras gritaron y corrieron, los médicos desaparecieron antes que ellas, como por arte de magia, y sólo quedamos allí el doctor «padre-mío» y yo. En aras de la verdad, tengo que admitir que lo mío no fue un acto de valentía. Fue que al girar y correr choqué con la camilla metálica que se tenía a la entrada, y caí al suelo.

Ya me preguntaba qué se sentiría cuando una bala entrara en mi cabeza, cuando unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento. Era Padre-mío que, con un aplomo digno de cualquier soldado ateniense, me decía que le ayudara a subir al paciente a la camilla, en tanto que les decía a los agresivos acudientes:

—Vean muchachos. Este amigo suyo está muy grave. Vamos a ver si lo podemos salvar, pero no podemos asegurarles nada. Mientras que le hacemos la resucitación, necesito que todos ustedes vayan a buscar a los familiares del joven ya que necesitamos treinta y siete donantes de sangre que sean familiares. Sirven primos y hermanos. Mientras tanto, el doctor —refiriéndose a mí —y yo, vamos a llevarlo a practicarle una cirugía muy delicada.

Ante la insistencia de algunos de ellos de no dejarlo solo, el doctor les dijo que a él le servía más que fueran a conseguir «todo ese montón de gente». Como era de esperar, la mayoría salieron corriendo de lugar, no sin antes asegurarnos que nos matarían si no lo salvábamos. Unos pocos quedaron en la entrada para asegurarse de que no escaparíamos y «por si al “dóctor” —con tilde en la primera sílaba— se le ocurría otra cosa que se necesitara».

Como pudimos entramos la camilla con el «enfermo» que continuaba pateando, brincando y contorneándose, como presa de alucinaciones, y nos dirigimos a la sala número cuatro, no sin antes asegurarnos de que ningún acompañante nos seguía. A medida que pasábamos por el corredor, se iban abriendo las puertas y se asomaban las cabezas de una que otra enfermera y algún médico curioso que quería saber qué había pasado con nosotros.

Padre-mío los tranquilizaba diciéndoles que todo estaba bajo control, que era una simple crisis conversiva. Yo, sin embargo, sufría al pensar qué ocurriría conmigo si el doctor estuviera equivocado y el paciente falleciera. No quería ni imaginarme lo que haría esa turba enardecida.

Al llegar a la sala me extrañó que el doctor arrinconó la camilla contra la pared y con toda la calma del mundo se sentó en su escritorio a seguir escribiendo la historia clínica del paciente anterior. Yo, asustado, miraba al paciente que cada cinco o seis segundos lanzaba un grito o un suspiro y adoptaba otra mueca diferente para permanecer así hasta el siguiente suspiro.

Bastante preocupado y con la voz temblando le pregunté al profesor si le íbamos a colocar algo o a hacerle algún tratamiento, a lo que él respondió que no. Que lo dejaríamos ahí hasta que decidiera levantarse por sus propios medios. Y añadió: Ese paciente no tiene nada.

Palabras funestas. Inmediatamente vi como el paciente se tornaba rígido, brotaba sus ojos y dejaba de respirar.

—¡Doctor! – grité, mientras comenzaba a revisar sus pupilas y sus reflejos los cuales eran normales. Su presión arterial y su pulso eran del todo adecuados.

El doctor Padre-mío alzó la mirada hacia el paciente, lo observó unos pocos segundos y levantando sus hombros como restándole importancia me respondió:

—No le parés bolas a eso. Ese muchacho no tiene nada. Ahora verás que vuelve a respirar.

Palabras proféticas. A los pocos segundos me sobresaltó una bocanada de aire que tomó con avidez como si hubiera estado sumergido en una piscina por mucho tiempo. Una sola bocanada y volvió a quedarse rígido.

Por mi cabeza pasaron los criterios para el diagnóstico del trastorno de conversión que aparecían en el DSM III (en ese entonces) y que establecía las bases para hacer el susodicho diagnóstico psiquiátrico anteriormente llamado «crisis histérica».

Repasaba mentalmente los criterios y cada vez me convencía de lo acertado del diagnóstico, cuando en esas entró el doctor Vélez, y, con el volumen de la voz un tanto alto para lo pequeño del consultorio, preguntó a Padre-mío:

—¿Qué vamos a hacer, pues, con este hombre?

—No te preocupés —respondió Padre-mío hablando todavía más fuerte—, ahorita lo bajamos a la morgue y lo dejamos allá. Cuando ya esté muerto, le sacamos los órganos, para los trasplantes.

Al escuchar semejante cosa retrocedí varios pasos, pues supuse que el presunto enfermo saltaría como loco de su camilla.

Nada. Permanecía con aquella mueca, los ojos igual de abiertos, y las manos crispadas sobre el pecho. Ni un parpadeo, ni un ápice de movimiento. Parecía una estatua de cera.

El doctor Vélez sonriendo maliciosamente se acercó a la camilla mientras decía: «listo, ¿qué estamos esperando?» Cogió el borde de aquella, y la zarandeó con un movimiento corto, pero brusco. Ello fue suficiente para resucitar al paciente.

En milésimas de segundo la supuesta víctima del ataque al corazón corría por los corredores, tambaleándose quizá por la «traba» y tal vez por el desespero. Chocaba con camillas y muros por igual, mientras gritaba a todo pulmón:

—¡Médicos hijueputas!, con razón en esta clínica dejan morir a los pacientes. ¡Hijueputaaas!, ¡malparidooos!...

Instintivamente torné a mirar a Padre-mío, quien ya corría por el corredor contrario rumbo a la sala de espera. Sin más dilaciones, me precipité detrás para saber qué era lo que ocurría y alcancé a llegar justo cuando Padre-mío explicaba a los compañeros de nuestro paciente (de los que quedaban, unos seis o siete) los pormenores de la atención.

—Muchachos, ese compañero suyo estaba más grave de lo que pensé. Si se hubieran demorado más en traerlo no sé qué hubiera pasado. Aquí llegó muy mal. Prácticamente llegó muerto. Tuvimos que darle masaje cardiaco y respiración boca a boca, pero nada, no reaccionaba...

Un murmullo de desconsuelo corrió por la sala.

—Le pusimos adrenalina, pero… ¡nada! Incluso tuvimos que desfibrilarlo, esas cosas que les ponen en el pecho a los pacientes y les ponen corriente, pero ¡nada! Este muchacho no nos respondía. Finalmente —seguía improvisando, Padre-mío, ante los atónitos acompañantes—, tuvimos que utilizar una droga nueva que está en experimentación. Es lo último que ha salido, pero aún no es ciento por ciento segura. Con eso logramos salvarle la vida, pero tiene un problema: el amigo suyo puede quedar con alucinaciones de por vida. No se asusten si de pronto le da por ver dinosaurios que se lo quieren comer, o si le da por creer que unos marcianos se lo quieren llevar...

En eso, un estruendo nos sobresaltó. La puerta de doble ala se abrió de par en par de una patada. Nuestro paciente, pálido como un papel, sudoroso, con una mirada fulminante y con el brazo extendido señalando con el índice a mi profesor gritó una verdad contundente:

—Ese médico hijueputa me quería matar para sacarme los órganos.

—¡Ay, Dios! —dijo Padre-mío con los ojos entornados al cielo cual beato en oración—, ¡ya empezaron las alucinaciones!

Todo sucedió rápido. El «resucitado» se abalanzó hacia sus compañeros tratando desesperadamente de arrebatarles algún arma con la cual atacarnos gritando en medio de su «delirio».

—¡Prestáme el fierro!, ¡prestáme el fierro, que yo tengo que matar a este hijueputa!

Los compañeros trataban de calmarlo:

—Tranquilo mijo, tranquilo mijo, que eso es una alucinación.

—Sí —decía otro—, usté estaba muy grave y el “dóctor” lo salvó.

—Sí, quedáte tranquilo, que vos debés reposar.

—Pobrecito —decía Padre-mío—, esas alucinaciones como son de horribles —y miraba a nuestro paciente con ternura angelical.

—¡Qué alucinaciones, ni que hijeputas!... este H.P. me iba a meter a la morgue y me iba a sacar los órganos. Me quería matar. ¡Prestame el fierro! —y forcejeaba para tratar de alcanzar alguna de las armas de sus compañeros.

Varios amigos lo cogieron de los brazos mientras él luchaba desesperadamente por liberarse.

—Doctor, ¿y esas alucinaciones duran mucho? —preguntó uno de ellos que hasta el momento me había parecido el más calmado.

—Pues no sé, gordo — respondió Padre-mío con aire de desconsuelo—, eso es impredecible. Pueden durar pocos días o quedar para toda la vida.

—Les digo que me quería matar. ¡Créanme! —gritaba el pobre paciente.

—¿Saben que es lo que más me preocupa, muchachos? —dijo Padre-mío captando la atención de todos nosotros. (De todos menos de la víctima claro está, que luchaba por liberarse y hacerse con un arma)— Que este pobre muchacho en una de esas alucinaciones le dé por hacerme algo... y con todo lo que luché para que no se muriera.

—Tranquilo, mi doc, no se preocupe—, dijeron casi a coro todos los acompañantes —No se preocupe que, mientras que Milton tenga esas alucinaciones no vamos a dejar que «huela» ningún arma. Nosotros se lo prometemos.

—Sí, doctor, no se preocupe, que usted salvó a nuestro compañero y a usted lo vamos a cuidar.

Y como si todo estuviera finiquitado, salieron de la sala de urgencias hacia la oscuridad de la noche, felices de haber recuperado a su amigo, a su compañero del alma que fue robado de las garras de la muerte y traído nuevamente al reino de los vivos.

Fin

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Aprovecho para invitarlos al lanzamiento del libro el próximo 15 de febrero de 2024 en la sala mi barrio del Parque biblioteca de Belén. 



miércoles, 29 de noviembre de 2023

La elección del narrador frente a la verosimilitud de un relato

LA ELECCION DE UN NARRADOR FRENTE A LA VEROSIMILITUD DE UN RELATO


Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Hace poco un compañero de un taller leyó un cuento en el que un personaje en primera persona relataba cómo fue su transformación de humano a animal. Un cuento muy bien narrado con una historia fascinante. Sin embargo, al final el personaje relata que desde que terminó la transformación “perdí conciencia de mí mismo”. 

Observé que había una gran brecha con ese final, pero varios asistentes, incluido el profesor, me acusaron de no entender que ello era una ficción y de apegarme a las leyes de la lógica que, naturalmente, “pueden ser transgredidas en la literatura”.

En ese momento intenté explicar que había un contrasentido, teniendo en cuenta que se trataba de un narrador autodiegético, es decir, un personaje en primera persona que narra su historia desde su propia vivencia. No es posible, que narre lo que le ocurrió si ya no es consciente de sí mismo. Sencillamente, no podría. El autor en cuestión, hombre muy inteligente y sagaz me advirtió que el cuento no terminaba allí, que había una segunda parte y que, al avanzar yo entendería. Espero ansioso el siguiente capítulo para ver cómo explicará que a pesar de haber perdido la conciencia de sí mismo, el narrador pudo contar su pasado. ¿Si ahora es un animal y perdió la conciencia de que era humano, como es que relata que lo fue? ¿Será que alguien le contó que alguna vez había sido humano y por eso pudo relatarlo? ¿Será que más adelante vuelve a ser humano y puede recordar que lo había sido al inicio? ¿entonces, una vez convertido en humano tendrá consciencia de que fue animal? Será interesante ver qué recurso utiliza.

En la literatura mundial hay muchas referencias a humanos que se vuelven animales. 

El sapo y la princesa es un buen ejemplo. En todo caso el sapo nunca deja de tener conciencia de que es un príncipe convertido en humano. En la princesa pavo real, cuento de la literatura oriental, por el contrario, el animal no es consciente de que era humana hasta que vuelve a serlo. Incluso hay relatos con personas que fueron convertidas en árboles, pero no se pierde la conciencia de haber sido humano. Un árbol que pierde la conciencia de haber sido un humano, no podría relatar que lo fue.

Sí, es cierto que las leyes de la lógica se transgreden en la literatura. Lo que no se puede es transgredir las leyes que la misma literatura ha definido. De ahí viene el concepto de verosimilitud, que es muy diferente al de realidad. La verosimilitud va mucho más allá porque hace posible lo imposible, pero exige que sea creíble.

En muchas ocasiones la elección del narrador determina la verosimilitud. Hace algunos años en un taller, otra escritora planteaba una escena en la que una mujer con un trastorno severo de memoria (Síndrome de Alzheimer) narraba en primera persona que, estando en una cafetería, ella le preguntaba al mesero “¿Qué día es hoy?” y que cada vez que él pasaba, ella le volvía a hacer la misma pregunta porque no era consciente de haberlo preguntado antes. Mi comentario de entonces era que, si de verdad la persona tenía Alzheimer, no podría recordar que había hecho la pregunta. Mi sugerencia para ese texto era que ella le preguntara “una sola vez” al mesero y fuera él quien le respondiera que la pregunta ya la había hecho seis veces. Si ella sufría de Alzheimer, ¿cómo iba ella a relatar que hizo seis veces una pregunta que no podía recordar haber hecho? 

Hay que tener en cuenta que desde el punto de vista del narrador autodiegético es imposible saber cosas de las que no se tienen conciencia o no se tienen memoria.  En otras palabras, un personaje que no tiene conciencia de su pasado, no puede relatarlo. 

Para explicar mejor mi punto les mostraré un ejemplo.

Nací en la ciudad de Medellín. Me crie en el barrio San Benito. Fui el mayor de tres hijos. Estudié en el colegio de los Hermanos Cristianos y luego pasé a la universidad donde estudié medicina. Desde la infancia solía practicar ciclismo, hasta que un día antes de graduarme como médico, tuve un accidente en carretera. Perdí el control de la bicicleta y caí a un hueco. Me golpeé fuertemente la cabeza contra una piedra, y sufrí un daño cerebral irreparable. A partir de aquel momento perdí la memoria y desde entonces no recuerdo quien soy. Ahora vago por el mundo intentando averiguar cuál es mi pasado.

En este caso la historia está completa: Tiene un principio, un nudo y un desenlace. Está cronológicamente descrita. Se narra la infancia del personaje, el trasegar por el colegio y lo que estudiaba en la universidad, hasta un día antes de graduarse como médico. En la narración relata que tenía desde la infancia la afición al ciclismo y cuenta que tuvo un aparatoso accidente que le produjo un trauma cerebral. El final de la historia es muy triste: quedó sin memoria. El lector desprevenido ve que hay una historia completa. Un buen lector detectaría el error.

La falla en el argumento es que, si no tiene memoria, no podría contar la historia a menos que haya un comodín. Es decir, que en algún momento del relato diga que puede referir lo que no recuerda porque alguien se lo dijo o lo averiguó de algún modo. De lo contrario, no podría relatar lo que no hace parte de su esfera consciente. En el ejemplo anterior es claro que aún no ha podido averiguar cuál es su pasado, por tanto, no podría contar, en primera persona, nada que haya ocurrido antes del golpe.

El autor debe encontrar la manera de narrar la historia de otra forma. Puede ser a través de un cambio de narrador y hacer que un externo cuente el relato; (alguien que conozca el pasado del personaje antes de que perdiera la memoria, y lo que sucedió después), o buscar un recurso externo en el que el personaje cuente la historia en primera persona aclarando que la información que tiene de lo que no recuerda fue obtenida de una fuente externa.

Aunque es cierto que las leyes de la lógica se pueden trasgredir en la literatura, cualquier construcción ficcional requiere que el mundo que se inventa tenga coherencia dentro de sus propias reglas. No basta con que los datos que configuran la historia estén completos. Hay que hacer que una historia parezca verosímil desde la forma misma cómo se relata.

Carlos Alberto Velásquez Córdoba

miércoles, 23 de agosto de 2023

Creatividad y literatura

La creatividad está inmersa en todas las actividades humanas. Hay creatividad en la música, en la literatura, en la arquitectura, en la danza, el teatro o la pintura.  Pero también hay creatividad en el que busca la forma de promocionar un producto o hacer crecer su negocio. Hay creatividad en los avances de la medicina, en el campesino que orienta sus eras para aprovechar mejor el agua o que recicla sus desechos para hacer abono. Hay creatividad en la persona que cada día piensa en qué les preparará de cena a su familia. 

A continuación, les comparto una conferencia programada por la Editorial Libros para Pensar el 18 de agosto de 2023 en el Parque Biblioteca de Belén, con motivo del lanzamiento de la segunda edición de dos de mis libros: Amelia y otros cuentos y fuga de ideas. 

En ella se hablará de lo que es creatividad, de cuáles son sus fuentes, de la forma como funciona el pensamiento creativo y de cómo fortalecerlo. Veremos algunos ejemplos muy interesantes al respecto. 


Espero les guste




miércoles, 2 de agosto de 2023

La voz del tintero: literatura, ciencia ficción y viajes en el tiempo

Hace unos días recibí una invitación muy especial, para un conversatorio en el programa La voz del tintero, de Telemedellín Radio, para hablar sobre Literatura, Ciencia Ficción, y viajes en el tiempo, con motivo de mi libro "Matar al lobo".  Fue una conversación muy interesante sobre literatura, medicina, antropología y creatividad. 

Los invito a escucharla.   




Mis agradecimientos a Yuly Sanchez, al profesor Gustavo Bedoya, a Aldair Ballestas, y por supuesto a Felipe, del control master.








miércoles, 7 de junio de 2023

1873: cuando Verne hizo que el mundo se volviera pequeño

En mi infancia conocí el mundo, la ciencia y la tenacidad humana de la mano de Julio Verne. 

Por eso fue tan especial para mí cuando recibí un correo de Doris Aguirre, de la Editorial de la Universidad de Antioquia, invitándome a participar en un homenaje que le haría la Revista Agenda Cultural a Julio Verne con ocasión de los 150 años de la publicación de su novela La vuelta al mundo en 80 días. 

Agradezco inmensamente esta oportunidad de participar en el homenaje. 

A continuación, les dejo mi texto, y al final podrán descargar la revista completa. 



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1873: Cuando Verne hizo que el mundo se volviera pequeño

“Todo lo que una persona puede soñar, otros pueden hacerlo realidad”

Jules Verne.


Si tuvieras una máquina para viajar al pasado, o si existiera algún tipo de artefacto que recogiera las voces pronunciadas siglos atrás, ¿qué conversación te gustaría escuchar? ¿Entre quienes?

Seguramente sería una lista interminable. En lo personal, me gustaría saber qué fue lo que conversó Judas en el Sanedrín, cuál fue realmente el tema de conversación en la cena con los discípulos, o con quién se encontró Colón en la isla Madera en 1478 y cuál fue la plática sostenida cuando obtuvo el mapa que lo llevaría a las Indias. Indudablemente en la lista de las conversaciones que quisiera presenciar están las charlas entre Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, lo que hablaban William Shakespeare y Christopher Marlowe en las tabernas londinenses, los diálogos privados entre John F. Kennedy y Nikita Jrushchov o las charlas entre Galileo Galilei y Johannes Kepler. Posiblemente no entendería nada de lo que hablaban Niels Bohr y Albert Einstein, pero no hay duda de que sería interesante conocer sus diálogos. Si pudiéramos llevar un micrófono a esas épocas, ¿de qué nos enteraríamos?

Hay entre todas, una que cobra relevancia cuando celebramos el sesquicentenario de la publicación de La vuelta al mundo en ochenta días (1873). Una supuesta, y jamás confirmada reunión entre dos genios: Alexander Von Humboldt (1769-1859) y Jules Verne (1828-1905). La hipotética reunión posiblemente hubiera tenido lugar en París a mediados del siglo XIX. Para entonces, Humboldt sería un octogenario y Verne apenas un escritor floreciente de menos de treinta años. Muy probablemente el encuentro hubiera sido organizado por Pierre-Jules Hetzel, quien era el editor de Verne, de Víctor Hugo, de Honoré de Balzac y de Emile Zolá.

Se dice que Jules Verne había leído la obra de Humboldt y era su admirador. El explorador alemán era la encarnación de los personajes de Verne: Una mezcla de científico y aventurero. Humboldt había recorrido, durante cinco años América Latina en compañía de Bonpland explorando la selva amazónica y los Andes, y luego pasó a Norte América. Se relacionó con los principales científicos americanos de entonces, como Francisco José de Caldas y Thomas Jefferson. Años más tarde estuvo en Moscú y llegó hasta Siberia para estudiar la geografía y mineralogía del país. Conocía Europa como ningún otro, y estaba en contacto permanente con las mejores cabezas de la época: Schiller, Goethe, y otros tantos, con los que mantenía correspondencia. Fue miembro de las principales academias de ciencia de Europa, incluida la Academia de Ciencias de Francia, donde bien pudo haber conocido a un joven Verne. Era una verdadero polímata, de esos que ya no se producen: sus estudios abarcaron la física, la geografía, la astronomía, zoología, climatología, oceanografía, geología, mineralogía, botánica, vulcanología. Fue un humanista completo y unos de los padres de la ecología. Con semejante trayectoria muy probable que Jules Verne lo tomara como modelo. Verne no era un viajero, solo había visitado algunas ciudades en Europa. No era un explorador, era un hombre de letras. Quiero imaginar un encuentro donde Verne expresa su admiración y Humboldt le alienta a seguir escribiendo, a explorar temas científicos en su obra literaria. Imaginen al alemán y al francés compartiendo sus reflexiones, su textos científicos y literarios. ¡Alucinante!

Jules Gabriel Verne nació el 8 de febrero de 1828 en Nantes, Francia. Fue el mayor de cinco hermanos; su padre era un exitoso abogado que deseaba que su hijo siguiera sus pasos. Estudió leyes en París, pero su pasión era la escritura. En 1850, publicó su primera novela, "Los primeros navegantes de la mar de aire", que no tuvo mucho éxito. Trece años después, publicó Cinco semanas en globo (1863), que tuvo éxito casi de inmediato. Luego siguieron muchas novelas de “ciencia ficción” que mezclaban la aventura con elementos científicos y de tecnología avanzada: Viaje al centro de la tierra (1864), De la tierra a la luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), La isla misteriosa (1874), por nombrar algunas, y por supuesto, La vuelta al mundo en ochenta días, que ahora nos ocupa. ¿No es notorio que los personajes de sus obras encarnaban el espíritu aventurero de Humboldt y los conocimientos enciclopédicos que este tenía?

Algunos han pretendido que Verne se anticipó a los inventos del futuro, lo cual no es del todo cierto. Verne era un gran lector y un ávido recolector de información científica y de relatos de viajeros. Estaba al tanto de la tecnología más avanzada de ese entonces y que la gente del común desconocía. Podía combinar la aventura con los conocimientos más adelantados de su época. Sabía cómo producir oxígeno para una cápsula que viajaría a la luna o para una máquina que surcaría el océano bajo el agua. Conocía cómo extraer grasa de un dudongo para volverla jabón o para producir pólvora en una remota Isla Misteriosa en medio del Pacífico sur, usando tan solo elementos de la naturaleza y el conocimiento de unos náufragos que preferían llamarse a sí mismos “colonos”, porque no se resignaban a ser víctimas de la adversidad. Verne era un gran conocedor del mundo y amante del saber. Se movía con propiedad, al igual que Humboldt, en todas las ramas del conocimiento. Admiraba el conocimiento del “siglo de las ciencias” y fue su mejor divulgador.

Su novela La vuelta al mundo en ochenta días (Le Tour du monde en quatre-vingts jours) fue publicada por entregas en el periódico Le Temps entre el 7 de noviembre (número 4225) y el 22 de diciembre (número 4271) de 1872, el mismo año en que se sitúa la acción. Sería publicada íntegramente el 30 de enero de 1873, precisamente, hace 150 años.

La trama es fascinante: un rico y excéntrico inglés, Phileas Fogg, apuesta con sus amigos que puede dar la vuelta al mundo en ochenta días, en una época en que aún no existía la aviación comercial. Acompañado por su leal criado francés, Jean Passepartout, Fogg se embarca en una serie de aventuras y desafíos mientras trata de cumplir su promesa y ganar la apuesta. En su carrera contra el tiempo, Fogg y Passespartout, van sumando amigos y enemigos. Fogg y su criado parten en un ferrocarril que los llevará de Londres a Bríndisi, (vía Turín) y allí tomarán un buque a través del Mediterráneo y atravesarán el canal de Suez, para llegar en barco de vapor a Bombay. Nuevamente, ferrocarril ¡y hasta elefante! para llegar a Calcuta, donde embarcarán de nuevo hacia China y luego Japón. De allí, por el océano pacífico hasta San Francisco. Atravesarán como sea los Estados Unidos (ya sea por tren o trineo de nieve) y en Nueva York, subirán a otro vapor hasta Inglaterra. (ver imagen adjunta). El final sorprende con un giro de tuerca inesperado.

No se trata solo de describir de medios de transporte (lo cual hace magistralmente). Esta novela puede ser leída en varias claves. Como novela de aventuras, como un tratado de geografía aplicada, como la crítica al sistema social clasista de la Inglaterra victoriana, como análisis de los sistemas económicos y políticos, las normas bancarias, el sistema colonial y judicial de entonces, o tal vez, un tratado de etnografía. La novela hace una descripción de las diferentes culturas, —es muy especial la reflexión que se suscita en el momento en que rescatan a Aouda de ser quemada viva junto con el cadáver de su esposo el rajá (perdón por el spoiler)—. Como buen humanista, Verne pone la vida humana como la medida de las cosas. La novela también es un canto a la amistad y a la lealtad. Fogg aprende que el mundo no es un lugar fácil, pero también, que no estaba solo en su viaje.

La vuelta al mundo en ochenta días es una novela emocionante y divertida que ha dejado una huella duradera en la cultura popular. Ha estimulado las artes, las letras, la cinematografía, el turismo, y hasta la creación de videojuegos. Ha inspirado generaciones de ciudadanos del mundo a conocer mejor este pequeño punto azul como un lugar en el que podemos convivir en paz mientras haya respeto.

Julio Verne murió el 24 de marzo de 1905 en Amiens, Francia, a la edad de 77 años, luego de haber enfrentado todo tipo de problemas. Sus primeras obras eran optimistas y festivas. Las obras posteriores como “Los 500 millones de la Begún” o “El faro del fin del mundo”, muestran a un Verne mucho más sombrío y pesimista.

Con su obra Jules Verne dio a sus lectores un mundo lleno de ciencia y conocimiento. Con más de cincuenta novelas publicadas y un centenar de textos, es uno de los grandes de la literatura. Aunque hizo pocos viajes en su vida, (circunscritos casi exclusivamente a Europa), en sus libros nos llevó a dar la vuelta al mundo, a navegar las profundidades marinas, a conocer al centro de la tierra; nos llevó en una bala enorme hasta la luna, y nos hizo conocer las estepas rusas de la mano de Miguel Strogoff. ¡Verne era un genio! ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Cómo funcionaba su cerebro? Nunca lo sabremos.

Solo nos queda aventurarnos a imaginar ese encuentro de París, a mediados del siglo XIX entre un científico aventurero ya anciano y un joven escritor. Me gusta imaginar a Humboldt diciendo: "Me temo que el mundo es demasiado grande para conocerlo por completo", y a Verne respondiendo: “pero la ciencia y la tecnología lo hará pequeño para que lo podamos recorrer”.


Carlos Alberto Velásquez Córdoba.

Mayo 2023

 

Tomado de Wikipedia (dominio público) 
De Andru.p.b - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,


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