"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 31 de mayo de 2017

El regalo de los reyes magos. O. Henry.

Esta semana les traigo un excelente cuento de O. Henry.

Una verdadera obra de arte.


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EL REGALO DE LOS REYES MAGOS

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.



Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.

Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.

Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de “Señor James Dillingham Young”.

La palabra “Dillingham” había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de “Dillingham” se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde “D”. Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían “Jim” y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.

Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.

Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.


La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.

Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.

Donde se detuvo se leía un cartel: “Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases”. Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la “Sofronie” indicada en la puerta.

-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.

-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.

La áurea cascada cayó libremente.

-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.

-Démelos inmediatamente -dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.

Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto… tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.

Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.

A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

“Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?.”

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.

Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: “Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita”.

La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.

Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.

Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime “Feliz Navidad” y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!

-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.

-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?

Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.

-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.

-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.

Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.

Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.

Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.

Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:

-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!

Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:

-¡Oh, oh!

Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.

-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.

En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.

-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.


Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

FIN

miércoles, 24 de mayo de 2017

Test de personalidad. ¿con cual dibujo te identificas?

Hace poco navegando en la red encontré un curioso dibujo con una serie de personitas en un arbol:  Unas trepaban otras caían, y algunas solo estaban quietas. 

Mi invitación para ésta semana es que observen dicho cuadro y decidan con cual personaje se identifican.   (cada uno tiene un número) 

Aquí va. 


¿Ya escogiste el tuyo?

Dicho dibujo es una prueba creada por el psicólogo Pip Wilson para evaluar el estado anímico de los niños. Posteriormente la  prueba luego fue validada para adultos.  

Te invito a leer el significado del muñeco que elegiste.



Interpretación


1. Si has elegido las opciones 1, 3, 6 ó 7

Como habrás podido observar, todos los monigotes con los números 1, 3, 6 ó 7 están en plena escalada. Esto denota que eres una persona que trata de superar los obstáculos que se presentan en tu vida sin que se pueda poner cortapisas a tu creatividad. Eres una persona valiente, que no se achanta ante las adversidades y que busca, por encima de todo, alcanzar su propia meta. Sin duda uno de los mejores augurios del test, pues te vas a beneficiar de la condición de luchador.

2. Si has elegido las opciones 2,11,12, 18 ó 19

No sólo eres una persona sociable si has escogido estos números, sino que además eres una persona cuyo corazón le permite ayudar a los demás. Eres alguien bondadoso, que se vuelca con los que lo rodean y que, por tanto, eres considerado una gran persona. Respetado por todos, no sueles tener problemas a la hora de pedir ayuda a cualquiera si te es necesario, aunque normalmente tu capacidad para dar consejos también te hace ser una persona muy resolutiva.

3. Si has elegido la opción 4

El número cuatro se caracteriza por ser una persona feliz y conformista. No significa que no busques el éxito o las recompensas derivadas de él, es simplemente que no vas a hacer nada por lograrlo. Tus metas en la vida se resumen rápidamente con eso mismo, vivir. Posiblemente seas una de las personas más alegres de tu entorno, sin que suelas padecer problemas de ansiedad o depresión. Es por ello una de las mejores imágenes, pues no dependes de nada de tu entorno para sentirte completamente realizado.

4. Si has elegido la opción 5

Si te has sentido identificado con la opción 5 posiblemente estés pasando por un periodo de excesivo trabajo. Tu situación es completamente relajada, por lo que te ves privado de tu energía y sin ganas de hacer nada para cambiar la situación. Es un momento para pensar si realmente no necesitas cambiar algo o buscar aquello que te motive a moverte un poco para salir de esa especie de depresión que te empuja a quedarte inmóvil eternamente.

5. Si has elegido la opción 8

Las personas que eligen la opción 8 se consideran aisladas del resto, tienden a preferir su mundo interior antes que dedicarse a interactuar con lo que los rodea. Sin duda son personas que valoran su tiempo personal y su espacio por encima de compartir sus vivencias con los que le rodean. Esto te impide concentrarte en el trabajo, pues sólo te necesitas a ti mismo para llegar a sentirte bien. Es preciso que hagas algo para cambiar esta situación o acabarás por encontrarte un día tan sólo como quieres. Para bien y para mal.

6. Si has elegido la opción 9

La diversión es tu sello de identidad. Todo el mundo te considera una persona alegre y llena de emociones, convirtiéndote normalmente en el alma de cualquier fiesta a la que asistas. Te encanta la aventura, las emociones fuertes y los retos que te pongan a prueba. Sin duda, contigo es complicado pasarlo mal. Rebosas alegria y acabas contagiándola a todos por el camino. Debes saber que tenerte cerca es todo un regalo para los que te rodean, por lo que debes valorarte más.

7. Si has elegido las opciones 10 ó 15

Eres una persona con una alta capacidad de adaptación y conformismo. Esto te hace valedero del apodo de superviviente, pues te es indiferente lo que suceda a tu alrededor ya que siempre consigues sacarle un buen partido que te permita estabilizarte y crear una vida cómoda. Seguramente seas una persona muy sonriente y con pocas necesidades vitales, todas ellas normalmente cubiertas de sobra por las sorpresas que te ha ido deparando la vida.

8. Si has elegido las opciones 13 ó 21

La posición de tus brazos denota que eres una persona socialmente retraída y poco dispuesta a comunicarse con los demás. Esto te hace pasar por largos periodos de depresión y aislamiento social. Puede que necesites ayuda psicológica para conseguir superar esa barrera que te hace estar muy lejos de llegar a la felicidad. Procura plantearte la visita a un médico, pues no tienes por qué saber cómo lidiar con todos y cada uno de los problemas que te rodean.

9. Si has elegido la opción 14

Elegir como representativa la opción 14 te hace ser claramente un foco de atención, pues te encuentras en plena caída. Es clara la imagen con un giro emocional que te hace sentir desvalido y en proceso de descenso personal. Puede que estés pasando por este periodo en solitario, haciendo de tu propio estado una grave amenaza hacia ti mismo. Deberías tratar de buscar ayuda bien en tus amigos a través de un profesional psicólogo. No lo dejes pasar, pues posiblemente se acabe empeorando con el paso del tiempo.

10. Si has elegido las opciones 16 ó 17

Las dos contraposiciones de esta pareja los hace ir unidos. O bien te sientes querido y cuidado por un 17 o tal vez sientas que estás supeditado a sujetar las emociones o ayudando a cosechar los éxitos de un 16. Sea como sea te sientes muy unido a esa persona y te consideras parte indispensable de ese binomio, por lo que bien podría ser beneficioso agradecer o pedir agradecimiento que te haga caminar al lado de y no debajo o encima. Todo es cuestión de que sepas ceder y pedir a tiempo.

11. Si has elegido el número 20

Sin duda eres la persona que más alto ha llegado gracias a sus esfuerzos personales. Lograste alcanzar la meta emocional y ahora eres un referente para todos los que te siguen, lo que te hace convertirte en un líder natural que procura alcanzar la mejor posición posible. Ahora te resta saber sacarle partido a tu situación para que los demás aprovechen tus pasos y se sitúen en la cúspide de sus metas. Con ello seguramente te sentirás mucho mejor.


Interesante ¿no?. 

miércoles, 17 de mayo de 2017

La buena vida.

En 1994 iba a una reunión sobre juntas administradoras de hospitales cuando en el camino vi una valla que decía

"La buena vida es costosa:  
Las hay mas baratas, pero no son tan buenas"

Sobra decir que era una valla publicitaria que promovía la compra de un producto.  No estaba promoviendo la verdadera felicidad.

En ese momento de mi vida pensé que la valla estaba equivocada.  Hoy, un cuarto de siglo después sigo pensando lo mismo.

A continuación  les comparto un video de la conferencia TED donde el  Dr Robert Waldinger  habla de un estudio realizado por la Universidad de Harvard desde 1938 donde se ha hecho seguimiento a 724 hombres para ver qué cosas los hacía felices.   El estudio sigue aún en curso y muestra algo sorprendente:  no es el dinero o el estatus social lo que da la felicidad.  Son las buenas relaciones que tenemos con los demás.  




miércoles, 10 de mayo de 2017

Betsabé

Según la historia sagrada, el rey David vio desde la terraza de su palacio una mujer que se bañaba y se enamoró de ella.  Cuando preguntó quién era ella, le respondieron que era Betsabé, la esposa de Urías el hitita. (Samuel II 11:1-25)

David,  rey de Israel,  ordenó que la trajeran a su palacio y cometió adulterio con ella. 

Al quedar Betsabé en embarazo, David ordenó a Urías que se encontraba en batalla, que volviera donde su mujer y la "atendiera" para que el embarazo no fuera sospechoso. Urías se negó a ir a su casa ya que la costumbre determinaba que un soldado no debía tener relaciones con su mujer mientras estuviera en guerra. A pesar de la insistencia del rey, Urías no se acostaría con Betsabe ni dormiría en su cama mientras sus compañeros estuvieran en el campo de batalla. 

Ante la negativa, David ordenó que en la siguiente lucha Urías fuera puesto en la primera linea en el sitio más peligroso y que sus compañeros se apartaran para que él muriera.  

Esta semana les traigo a Betsabé, la mujer que deseó David, según lo plasmó el joven escultor Benjamín Victor quien muy amablemente me autorizó a publicar las fotografías. 

Una verdadera obra de arte. 

 

 






La escultura es en bronce y mide un tercio del tamaño real.   

Si quieren saber mas sobre Benjamin Victor hagan click en el siguiente enlace. www.benjaminvictor.com/




miércoles, 3 de mayo de 2017

La Reconquista (cuento)

Esta semana les traigo un cuento que publiqué en mi libro La monja sin cabeza.

Espero que lo disfruten



LA RECONQUISTA


La época de la universidad es para muchos, una de las etapas más felices de sus vidas. Es el momento en que se tiene el mundo en sus manos. Se conocen nuevos amigos, nuevos profesores y se examinan nuevos horizontes. 

El universitario se cree dueño del mundo. Es el momento de adquirir nuevos conocimientos y por un corto tiempo creer que es posible cambiar el mundo. 

Muchos recuerdan con nostalgia el tiempo de la universidad. Los profesores, los amigos y por supuesto, los noviazgos. 

Recuerdo que durante nuestro paso por la universidad, varios de los compañeros tuvieron la fortuna, o el infortunio de enamorarse de alguna compañera de estudio. No estuve ajeno a ello. Estuve perdidamente enamorado y perdidamente mal correspondido, lo cual con el correr de los años agradezco inmensamente. Tan solo basta con encontrarse veinte años después con el amor platónico para darse cuenta de la suerte que tuvimos de que esa chica delgada y hermosa que nos desvelaba en las noches solitarias, no nos correspondiera. Veinte años después, algunas arrugas y treinta kilogramos de más, son la mejor prueba de que tuvimos suerte. 

Pero no quiero hablar de mí. Quiero hablar de Juan Carlos y Anita. Se conocieron desde el primer semestre de la carrera. Para el segundo semestre ya andaban juntos para todos lados. Para el tercer semestre, el noviazgo ya los había llevado a probar las dulces mieles del amor y para el quinto semestre ya había signos de hiperglicemia debido a tanta miel. 


Todos envidiábamos al principio a los dos tórtolos. Sin embargo las cosas cambiaron cuando Anita conoció a un estudiante de un semestre más avanzado. Aunque Juan Carlos trataba de estar a la altura que su novia pretendía, Anita había descubierto que los hombres mayores eran más interesantes. Había conocido a Roberto en una de las prácticas de la universidad y había sido conquistada por la madurez de éste. 

Para nadie es un secreto que las mujeres jóvenes prefieren a los hombres mayores que ellas. Mientras que Juan Carlos viajaba en bus, Roberto ya tenía su automóvil. Juan Carlos prefería las películas de acción pero Roberto había descubierto que a las mujeres les interesaban más los dramas y sabía que una velada romántica nunca empezaría con Rambo. Juan Carlos invitaba a perro caliente y Roberto invitaba a cenar a la luz de las velas en un restaurante lujoso. 

Las cosas comenzaron a empeorar cuando el Dr. Bedoya nos dejó a medio salón repitiendo su materia. Anita fue una de las afortunadas que pudo pasar al siguiente semestre y Juan Carlos y varios de nosotros vimos con tristeza y resignación que el grupo se partía en dos, lo que favorecía los encuentros de Anita y Roberto y limitaba el tiempo compartido entre Anita y Juan Carlos. 

Quien no ha sido herido en su corazón, es porque nunca ha amado. No hay nada más triste y desolador que sentir que la persona amada se aleja de nuestro lado. Y Juan Carlos no quería perder a Anita sin luchar. 


Todos en el grupo fuimos testigos de cómo Roberto se robaba a Anita ante las narices de Juan Carlos. Los hombres nos solidarizábamos con nuestro compañero, mientras las mujeres del grupo envidaban a Anita por haber atrapado semejante espécimen. Nuestro pobre compañero se lamentaba de cómo Anita describía a Roberto como el “hombre perfecto” mientras le echaba en cara lo infantil que era Juan Carlos. 

— Lo más triste de todo es que me la está quitando “Automán”. —decía Juan Carlos con tristeza. 

El apodo no podía ser mejor. En esa época había una serie de televisión que trataba de un policía que era un genio en programación de computadoras. Había inventado un programa cibernético que por medio de algún artificio se materializaba en el cuerpo de un hombre muy apuesto. Dicho personaje se llamaba Automán. La energía de la computadora daba vida a este hombre que colaboraba con el departamento de policía. Como era un programa de computadora, lo sabía todo, lo entendía todo y lo podía todo. Vestía un traje impecable, nunca se equivocaba, podía responder cualquier pregunta que se le hiciera con tal de que la respuesta estuviera en la base de datos. Podía materializar cualquier objeto: desde hacer aparecer un lujoso carro o un helicóptero, hasta viajar a la velocidad de la luz, modificando (o aprovechando) las leyes de la física. En resumen, Automán era el hombre perfecto. 

Así era como veía Juan Carlos a su rival. 

Muchos de nosotros le aconsejamos que saliera con otras personas. Que no le prestara atención a Anita. Otros, los más románticos le decían a Juan Carlos que no desistiera. Que Anita algún día descubriría que Roberto no era lo que ella creía. Casi todos estábamos convencidos que el tal Roberto era un hombre común como todos nosotros. 

Juan Carlos lo intentó. Volvió a llamar a antiguas amigas. Comenzó a salir con otras personas. Sin embargo, el corazón nunca escucha al cerebro. A pesar de que Juan Carlos estuvo saliendo con varias mujeres, nunca sacó de su cabeza a Anita, su novia desde primer semestre. Incluso estuvo en una corta relación con una estudiante de último semestre de derecho. Pero su corazón pertenecía a Anita. 

Una mañana durante la semana de exámenes finales estábamos varios compañeros reunidos en la cafetería discutiendo sobre deportes, cuando Juan Carlos pasó con un gesto triunfal. 

— Muchachos, ya lo decidí. Voy a reconquistar a Anita. 

Aunque parezca raro para cualquier lector que haya nacido en el siglo XXI, en la época en que ocurrió esta historia no había teléfonos celulares. Toda conversación telefónica había que hacerla desde un teléfono fijo. En este caso, el único teléfono disponible era un teléfono público ubicado en la bulliciosa cafetería. 


Juan Carlos llevaba en su mano varias monedas de un peso. (Aunque también parezca raro, en esa época, una llamada de tres minutos tenía el costo de un peso —increíble, ¿no?—). Para no desviarme mucho, les diré que cuando alguien se dirigía a un teléfono público con un puñado de monedas en sus manos, era que planeaba tener una conversación “interesante”. 

Luego de levantar la bocina, Juan Carlos introdujo la moneda en la ranura del teléfono y marcó el teléfono de Anita. Esperó unos segundos mientras contestaban del otro lado de la línea. 

Nosotros por nuestra parte, hicimos silencio para poder escuchar la conversación que se desarrollaría más o menos así: 

— Buenas… ¿Anita, por favor? 

Unos segundos de silencio…. 

— ¿Anita? Soy yo. 
—...
— No, por favor no me cuelgues... 
—...
— No, espera… por favor escúchame. 
— ...
—Es que… quería escuchar tu voz…. 
—...
— No he podido dejar de pensar en ti ni un solo segundo… 

Poco a poco la conversación de nuestra mesa se fue apagando para dar oídos a la conversación que se estaba dando en el teléfono. 

— Es que no soy capaz de seguir adelante si tú no estás conmigo… 
—...
— Lo sé, lo sé. Fui un estúpido por no haberme dado cuenta de ello. Por favor perdóname. 
—...
— A veces uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde…. 

Liliana que estaba en la mesa con nosotros soltó un suspiro. 

— Ay, tan lindo… 
— Shhh —respondió Walter— déjanos oír lo que pasa. 

Juan Carlos seguía en su empeño de lograr la reconquista. 

— Mira, Anita… Tu eres lo mejor que ha pasado por mi vida. 
—...
— Eres mi única razón para vivir. Eres el aire que respiro…. 

A medida que salían las frases de la boca de Juan Carlos, más y más estudiantes de las mesas vecinas iban dejando de conversar para ser testigos del drama que ha inspirado el mundo desde sus inicios: El amor imposible y la promesa de una reconquista. 

El teléfono público iba consumiendo monedas cada tres minutos, y nosotros, en un gesto de solidaridad con el enamorado, comenzamos a juntar todas las monedas de un peso que teníamos para que ese momento mágico no acabara para Juan Carlos. Pilas de monedas se fueron juntando al lado del compañero caído en desgracia. 

Durante varios minutos Shakespeare, Bécquer, Neruda, Mistral, Benedetti, y otros más estuvieron volando por el aire de la cafetería endulzando nuestros oídos. 

Con esperanza veíamos como las palabras de Juan Carlos se hacían más fluidas. Cómo su corazón se desnudaba en frases de amor, y su rostro se iba volviéndose cada vez más sereno y feliz. 

Ya no se escuchaba ni un murmullo en la otrora bulliciosa cafetería. Todos los oídos estaban escuchando a Juan Carlos. Todos los corazones palpitaban al unísono, confiando en que Anita y Juan Carlos se reconciliaran. 

— Si vuelves conmigo te juro que todo será distinto. Volveremos a ser uno solo. 
—...
— Te juro que no te voy a defraudar. 
—...
— Sí, lo admito. He cometido muchos errores, pero contigo a mi lado, sé que no voy a volver a fallar. 

Juan Carlos nos hizo señas con el pulgar en alto de que todo estaba saliendo de maravillas. Anita lo estaba perdonando. 

De pronto, la conversación tuvo un giro brusco. 

— No. Espera, eso que te contaron no es verdad… 
—...
— No. No te estoy engañando… 
—...
— Sí. Es cierto que estaba saliendo con otra persona… pero eso ya se acabó. 
—...
— Te lo juro hace más de tres meses que no salgo con nadie… 
—...
— Créeme que es verdad… 
—...
— Sí, es cierto. Ella era una estudiante de último semestre de derecho… 
—...
— Sí, pero eso ya se acabó…. Yo con ella ya terminé. Es que me aburrí de ella… 
—...
— En serio…te prefiero a ti… ¡qué pereza salir con alguien que es más inteligente que uno!… 

Si alguna vez ha habido un silencio absoluto, fue en ese momento en la cafetería. "…qué pereza salir con alguien que es más inteligente que uno…" La última frase había resonado hasta en los sitios más recónditos de la cafetería. Hasta el ronroneo del congelador paró en aquel instante. Nadie respiraba. No se escuchaba ni una mosca. 

— No, Anita… yo no te estaba diciendo bruta. 
—...
— No te pongás así. Escucháme… 
—...
— No… espera… yo no quise decir eso. 

Una vorágine acabó con todo en pocos segundos. 

— No, Anita… ¡no me cuelgues…! 
—...
— Por favor…. ¡ANITAAAAAA!


La cara de Juan Carlos estaba desfigurada cuando dio la vuelta hacia nosotros. En su mano izquierda aún le quedaban unas cuantas monedas. En su mano derecha el auricular a medio camino entre la oreja y el aparato. Con ademán lento terminó de colgar, al momento que con voz compungida nos dijo lo que ya sabíamos. 

— Me colgó… 

Fueron unos cinco segundos de silencio por el compañero caído. De pronto, una sonora carcajada de cientos de estudiantes retumbó por toda la facultad. 

Mientras Juan Carlos salía cabizbajo por la amplia puerta, los estudiantes retomaron sus charlas con un nuevo tema de conversación. La atestada cafetería volvió al bullicio habitual. 





Carlos Alberto Velásquez Córdoba