Hace días leí en el periódico la impactante historia de una mujer de veintisiete años, que desesperada por su situación personal, decidió tirarse con su hija a las vías del metro de Medellín (lea la nota periodística acá).
La mujer sobrevivió un par de horas y murió en un quirófano mientras que los médicos luchaban por salvarle la vida. Su hija, una niña de seis años, quedó gravemente herida, pero sobrevivió, aunque debió amputársele la pierna.
Esta noticia me puso a pensar ¿cómo es posible que una madre quiera la muerte de su hija? En las redes sociales explotaron los comentarios sobre la crisis sobre la salud mental de nuestra sociedad. Suicidarse y arrastrar a sus hijos a la muerte es un problema de salud mental.
Pero matar a sus hijos en el vientre, no se considera un exabrupto. Nadie parece dudar de la salud mental de las madres que prefieren que sus hijos mueran para librarse de la responsabilidad de tenerlos. A eso no lo consideran como un problema de salud mental: lo llaman aborto, y les parece de lo más normal. Incluso, para engañar a la conciencia, cambian el discurso, y lo denominan "Interrupción voluntaria del embarazo", y así abstenerse de mencionar la muerte del feto para no generar culpabilidad en la madre o en quienes matan al bebé.
El sueño de todo proabortista es que el feto muera y que la madre resulte ilesa. De hecho, despedazar un feto con total impunidad se considera uno de los "mayores logros" de la sociedad progresista. Entre sus justificaciones, está el bienestar social, económico y mental de la mujer (¡que a pesar de todo, seguirá siendo la madre de un hijo muerto!), que los fetos no tienen conciencia de sí mismos, que no son personas, que no son seres humanos.
"Mi cuerpo, mi decisión", suelen proclamar, con egoísmo, las mujeres, al anteponer sus deseos de evitar las consecuencias de un embarazo, en lugar de prevenirlo. Nadie habla del ser que hay en el vientre, porque evidentemente aún no puede decidir.
Una mujer que, desesperada, decide quitarse la vida junto con su hija para evitar el sufrimiento de ambas, suena muy parecido a la mujer que va a que le practiquen un aborto en un lugar clandestino, sin ningún tipo de cuidados higiénicos, donde lo más probable es que ambas mueran. Puede que la madre no tenga intención de morir, pero en su desespero ella también pone su vida en riesgo.
Cuando leí el artículo pensé en nuestra sociedad actual, que condena el aborto clandestino (porque hay riesgo de muerte para la madre), pero aprueba abiertamente el aborto medicalizado.
En otras palabras, los progresistas ven con buenos ojos a las gestantes que se paran en una plataforma segura, sacan a sus bebés del vientre y los arrojan a las vias para ser despedazados por las ruedas del tren, siempre que no haya riesgo para ellas. ¿Acaso hay diferencia con el aborto medicalizado? Lo importante para ellos es que la mujer pueda salir intacta de la estación del metro y continuar su vida como si nada hubiera pasado.
Es muy triste que una madre se arroje al tren con su hija. En este caso la mujer murió y la hija sobrevivió (con grandes secuelas físicas y psicológicas). Si la niña hubiera muerto pero la madre hubiese, sobrevivido, la noticia quizás provocaría más escándalo.
Paradójicamente, a muchos les resultaría aceptable si la mujer hubiera matado a su hija antes de que naciera. El problema solo existe, porque que trató de matarla seis años después, cuando ya podía hablar y expresarse; cuando ya podía salir en los diarios, convertirse en noticia y recibir abiertamente el epíteto de "niña inocente".
En un aborto "bien hecho" se arroja al hijo indefenso a las vías del tren desde una plataforma segura para la mujer, ¡y la sociedad aprueba eso! ¿Cuántos hijos son despedazados en clínicas de aborto, para tranquilidad de la madre, sin que nadie se entere?
En este caso el aborto resultó al revés. El ejercer la consigna "mi cuerpo, mi decisión", terminó con la muerte de la madre, pero sobrevivió su hija —de paso, con una herida indeleble—.
Termino esta reflexión con una frase contundente extraída del artículo mencionado:
"La niña, inocente de esta situación, perdió la pierna izquierda y, apenas seis días después, se enteró de que tampoco tenía a su madre. Entre lágrimas le pidió a Dios que algún día le permitiera volver a observar el rostro de la mujer que la trajo al mundo y que la amó con todas sus fuerzas".
¿Acaso eso fue amor? Para mí fue, además de un acto de egoísmo, fue un horroroso crimen. Querer matar a un hijo, lo es, independiente del momento en que se decida hacerlo, o de si se hace en privado o en público.
¿Hasta cuándo permitiremos que las mujeres, bajo la premisa de ejercer el derecho al libre desarrollo de la personalidad, sigan arrojando sus hijos a las vías del tren/clínicas de aborto, mientras gritan con orgullo "mi cuerpo, mi decisión"?
Definitivamente, nuestra sociedad sí tiene un grave problema de salud mental.
Posdata:
El día que publiqué este artículo, el gobierno de Colombia anunció que, a partir de ahora, las niñas menores de 14 años pueden pedir que se les practique un aborto sin requerir consentimiento de sus padres o tutores.
¿Acaso queda alguna duda de que estamos en una sociedad enferma?