LITERATURA INFANTIL
No es lo mismo escribir sobre niños que escribir para niños.
Escribir para niños implica tener varios elementos en cuenta: Yo puedo contar la historia de Caperucita roja (por poner un ejemplo conocido) iniciando con su madre que le da unos pastelitos para que se los lleve a la abuela. Puedo describir la capa roja, narrar su camino por el bosque hasta llegar a la casa de la abuela (que, por cierto, ¿a qué clase de abuela se le ocurre vivir sola en un bosque?), puedo relatar cómo le da los pastelitos a la abuela y los comen juntas. Hasta ahí estoy contando un cuento con niños.
Incluso, si Caperucita se encuentra con el lobo en el camino, y este le propone conversación, no hay un cuento infantil. Sigue siendo el cuento de una niña que va a llevarle pasteles a la abuelita y se encuentra con el lobo.
Escribir para niños implica tener varios elementos en cuenta: Yo puedo contar la historia de Caperucita roja (por poner un ejemplo conocido) iniciando con su madre que le da unos pastelitos para que se los lleve a la abuela. Puedo describir la capa roja, narrar su camino por el bosque hasta llegar a la casa de la abuela (que, por cierto, ¿a qué clase de abuela se le ocurre vivir sola en un bosque?), puedo relatar cómo le da los pastelitos a la abuela y los comen juntas. Hasta ahí estoy contando un cuento con niños.
Incluso, si Caperucita se encuentra con el lobo en el camino, y este le propone conversación, no hay un cuento infantil. Sigue siendo el cuento de una niña que va a llevarle pasteles a la abuelita y se encuentra con el lobo.
Lo que hace infantil ese cuento (es decir, lo hace para niños) es que el lector (el adulto, o el pequeño lector) supone que algo que va a pasar. Hay una expectativa. No es un lobo bueno. Desde el principio se intuye que el lobo se la comerá. ―Desde antes de los hermanos Grimm, se esperaba que el lobo se comiera a la gente―. El cuento infantil genera expectativa. Promete un riesgo, un peligro para el protagonista. En el cuento infantil se da lo que se ha denominado “el viaje del héroe”. Incluso, cuando se supera un peligro, surge otro. En Caperucita, hay un encuentro con el lobo, pero éste no se la come allí; se la comerá después. En Hansel y Grethel, logran devolverse la primera vez a través de las migas de pan, y vuelve a surgir otro peligro: otro viaje al bosque y se pierden… y cuando encuentran la casita de dulce (y todo parece resuelto) aparece el peligro de la bruja…
Cuando el lobo se aparece a Caperucita, un niño que nunca ha escuchado el cuento puede imaginar que el lobo se la comerá allí mismo en el bosque. El solo encuentro ya genera tensión. Viene luego el asombro cuando descubre que el lobo no se la va a comer allí, sino que la engañará. Más adelante, cuando Caperucita toca la puerta y le responde una voz ronca, el niño quiere advertir a Caperucita que no entre… ¡No entres, que adentro hay un lobo! Y luego, cuando la protagonista encuentra que su abuelita está “un poco rara”, hay intriga, temor, miedo… El pequeño lector sabe que en cualquier momento pasará algo. Lo maravilloso de éste cuento es que sabe mantener el suspenso… “que orejas tan largas tienes, abuelita…” “Que manos tan grandes tienes, abuelita…”. Como ven, en el cuento infantil se mantiene un suspenso constante. El niño sabe que algo va a pasar en cualquier momento, lo intuye… su imaginación está funcionando al máximo, pensando y anticipando cualquier desenlace.
Si tomamos el cuento de Blanca Nieves, no basta con que ella se encuentre con los enanos y ellos la inviten a su casa. Un cuento “con niños como protagonistas” (que es diferente a un cuento para niños), simplemente diría que la princesa se encontró con unos enanos y ellos la refugian en su casa. En el verdadero cuento infantil, hay un suspenso especial con el hecho de que ella encuentre su cabaña antes que a los enanos. Se topa con unos pequeños platos de sopa… unas sillas pequeñas, unas camas pequeñas… Esto genera expectativa en el niño (“¿De quiénes son? ¿Qué irá a pasar si llegan los dueños?”). Hay asombro con lo que la heroína descubre.
En la novela Momo, de Michael Ende, la protagonista se entera que hay unos hombres grises que le roban el tiempo a los hombres y se ve enfrentada a ellos con la ayuda de Casiopea, una tortuga que predice el futuro. En la Historia Interminable, Bastián Baltasar Bux roba un libro y lee la historia de Atreyu, el héroe que quiere salvar la vida de la Emperatriz Infantil; a cada instante hay una aventura. En el Misterio del Solitario de Jostein Gaarder, el pequeño protagonista, Hans Thomas, recibe una lupa de un enano en una estación de gasolina y le advierte que no la debe perder. Mas adelante al comprar un pastel, encuentra al morderlo, que en su interior hay un pequeño libro que sólo podría ser leído con ayuda de una lupa que, misteriosamente, kilómetros atrás, le dio un enano. ¡Eso es literatura infantil! Mantener el asombro a lo largo de toda la historia. No solo al final.
Ahora veamos: Oliver Twist, de Charles Dickens habla de niños. Cuenta historias de personajes infantiles, pero no tiene la fantasía que esperaría un niño. ¿Hay intriga? ¡Claro! ¿Hay expectativa? ¡Por supuesto! Pero la intriga no va dirigida al niño lector sino al adulto (que alguna vez fue niño) y quiere saber el final de la historia (permítanme subrayar la palabra “FINAL”). El hecho de que un libro o un relato cuente la historia de un niño, no quiere decir que sea literatura infantil. Un diario que escribe un niño, como en la obra "Corazón" de Edmundo de Amicis, puede ser un texto muy bello y bien contado. Puede estimular las mentes juveniles, pero no es literatura infantil.
Herman Hesse tiene un hermoso relato que se llama “Alma de niño”. En él, se aborda una historia de un niño, contada en primera persona, que durante unos días sufre las penurias de tener un secreto, y el sentimiento de culpa por haber hecho algo que no debía. Es un relato bellísimo y fiel de los pensamientos de un niño que sabe que hizo algo malo y teme ser castigado. Sin embargo, no hay ninguna intriga que lleve a fantasear al lector infantil sobre lo que puede pasar. Simplemente el relato lleva al lector directo hacia el final y en muy pocas ocasiones permite que el lector sueñe e imagine posibilidades.
Un relato infantil tampoco se mide por el tipo de lenguaje. No es necesario que un relato infantil tenga solo palabras sencillas o que sea meloso. La literatura infantil puede construirse con lenguaje de adulto. Se ha visto que los niños están incluso más capacitados que los mayores para entender significados. No es el tipo de palabras las que determinan que un relato sea para niños. Es lo que narra y la forma como se conduce, lo que lo convierte en literatura infantil. Un relato infantil debe tener múltiples posibilidades de desarrollo de la historia. Cada “punto y aparte” debe ser una invitación a imaginar posibilidades para el personaje que se narra. Cada nuevo párrafo debe prometer aventura.
En un relato infantil, no se va de “A” a “B” de manera simple. En un buen relato infantil se parte de “A”, y se hace creer que llegará a B. El lector debe intuir que algo pasará antes, prever que se podía perder el camino y llegar a “M” o caerse en un hueco y llegar a “H”. Incluso maravillarse porque no ocurrió nada de eso y sí llegó efectivamente a “B” a pesar de que pudieran haber pasado muchas cosas en el ínterin. El viaje del héroe está lleno de tropiezos (o puede estarlo) y eso es lo que espera un niño: ¡Aventuras! Si el relato no plantea una aventura pierde interés para el niño. No basta que al final se descubra que hubo, en retrospectiva, una aventura. El lector infantil debe esperar la aventura desde antes de que ocurra. A eso se llama "anticipación" y debe estar presente en cada cuento infantil: La invitación al lector a que trate de imaginar lo que pasará.
La literatura infantil plantea eso: en cada lectura siempre habrá otra posibilidad de desarrollo. Cada re-lectura debe permitir imaginar algo que no se había imaginado antes. Descubrir algo que no se había descubierto. Generar una emoción que cada día sea nueva. ¿Abuelita… por qué tienes los dientes tan grandes? Cada vez que se pronuncien estas palabras, deben generar nuevas emociones.
En mi opinion, un relato infantil debe confrontar permanentemente al niño, llevándolo al límite de las posibilidades. ¿Qué es lo que va a pasar?, y cuando eso no pase, volver a retarle… ¿Qué sucederá después? ¿Podría pasar algo distinto al protagonista del cuento? ¿sucederá lo que me imagino, o sucederá algo imprevisto, que aún no he imaginado? La literatura infantil debe cumplir con una promesa: habrá aventura. Y debe ser tan interesante la aventura planteada, o al menos sugerida, que el niño, a la noche siguiente diga: ¿Me lo cuentas otra vez?
Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Nota aclaratoria:
El texto anterior hace parte de una serie de reflexiones en torno a la literatura. Son opiniones de un lector que disfruta de escribir y ha decidido exponer sus puntos de vista. No necesariamente son conceptos académicos especializados y no deben ser tomados como verdades absolutas. El lector de esta página es libre de estar de acuerdo, o en desacuerdo, con las opciones expresadas en dicho texto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario