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Y se vienen imágenes, sonidos y olores a la mente. Y mil recuerdos.
De unos brazos que nos cargaban y nos hacían volar en el aire mientras nos tenían por encima de la cabeza.
Y sonrisas alrededor de bicicletas, patines, y quien sabe, hasta carros de rodillos; y algunas caídas, tal vez una llanta pinchada, y el olor a algún pegante y la imagen de unas manos engrasadas reparando algo.
Verlo manejar, y ver la cara cuando quienes comenzamos a conducir fuimos nosotros. Y las palabras mágicas “mijo, pero con mucho cuidado”
Preguntarse a veces si ese hombre lloraba. Desesperarnos por su terquedad y sentirnos orgullosos cuando éramos nosotros los que le explicábamos algo del celular y derretirnos de ternura al verlos teclear en el computador como si fuera una máquina de escribir.
Recordar su cara chuzuda del domingo en la mañana que nos raspaba a propósito y recordar su risa. El sombrero que todos nos pusimos tratando de parecernos un poco y que nos quedaba flotando en la cabeza.
Las idas en carro a comer todos helado, los paseos a la costa en un carro sin aire acondicionado preguntando cada 20 minutos “papá, falta mucho?”, el paseo posiblemente con alguna varada que ese hombre que parecía saberlo todo terminaba por solucionar.
Verlo vestido de cachaco. O de ruana. O en pantaloneta y tenis de señor en la ciclovía. La voz firme justo antes de la puerta: “y usted a donde cree que va a ir con esa facha?”
Y las canas. Las gafas para leer y la manera de coger el periódico. Las manos con la piel con arrugas y pecas. La mirada atónita al ver las noticias del mundo o simplemente, al ver cómo es la juventud hoy en día.
Las historias de “cuando yo tenia su edad” que oímos contar mil veces. Y que ya no oiremos más. Y que no nos volverán a desesperar o a conmover de infinita ternura. La voz que no volveremos a escuchar.
La muerte del padre. No importa si fue tu padre de sangre o tu padre de crianza. De repente descubres que has quedado un poco huérfano, no importa la edad que tengas.
La voz que no volveremos a escuchar.
“Lo quiero mucho, mijo”
La gratitud y las ganas de poder coger esa mano ya más débil y apretarla así sea una vez más...
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La doctora Stella Navarro es Médica especialista en Anestesiologia, Medicina crítica y cuidados intensivos, Magister en Bioética. Escritora en sus ratos libres.
Hermoso!felicita a stella de mi parte. Dile que la esperamos de nuevo en el taller.
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