"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 31 de mayo de 2023

Arturo Perez-Reverte y James Bond

Este artículo es extraído de la columna Patente de Corzo, del genial Arturo Perez-Reverte, a quien concedo todos los créditos: 


Bond, James Bond

Puestos a imaginar, imaginen que estás en casa dándole a la tecla, y llega la visita. Buenos días, caballero —ahora todos somos caballeros—, venimos a ver si le interesa escribir el guión de la nueva película de Bond, James Bond. Y le vamos a pagar una pasta. Así que, interesado en lo de la pasta, los haces pasar, les sirves un café y te sientas a discutir los términos del asunto. La verdad es que me apetece, dices, pues siempre me gustó mucho, tanto en las novelas como en las películas, ese toque de chulería masculina, marca de la casa y del personaje, que tan bien encarnaron Sean Connery —mi favorito— y Pierce Brosnan, incluso Daniel Craig en Casino Royale, pero que parece perderse en las más recientes películas. Porque en la última, con el oso de peluche y las lágrimas y tal, al amigo Bond se le ve un poquito moñas.


Es lo que dices, más o menos. Y en ese punto te mosquea que tus visitantes hayan cambiado una mirada de inquietud. Bueno —dice uno—, en realidad de lo que se trata es precisamente de eso. De adaptar a 007 a los tiempos que corren. Hacerlo más de ahora, más natural. Más trendy. Al escucharlo, desconcertado, alzas un dedo objetor. Disculpen, dices, pero lo natural es que Bond sea un asesino, un mujeriego y un hijo de puta con ático, piscina y balcones a la calle, como lo concibió su autor. Un tipo peligroso y duro, y eso es lo que en él buscan sus seguidores, entre los que me cuento desde hace sesenta años. ¿Me explico?

Temo haberme explicado demasiado bien, pues mis interlocutores se sobresaltan al unísono. Creo, apunta uno —son dos, paritarios, hombre y mujer—, que no capta el fondo de la cuestión. Se trata de desmontar a James Bond y hacerlo más asequible. ¿A quién?, pregunto. Y la señora, o como se diga ahora, responde que al público actual. A las nuevas exigencias. ¿Por ejemplo?, inquiero de nuevo. A la destrucción de los clichés heteropatriarcales, es la respuesta. Pero resulta que James Bond es así, respondo. Ian Fleming, su autor, lo concibió como un cliché heteropatriarcal con pistola y ciruelo siempre en activo. Es Cero Cero Siete, rediós. Si no, sería otro: 003, 010 o 091. ¿Por qué en vez de manipularlo no se inventan otro agente secreto y dejan a ése en paz, tal como a sus lectores y espectadores nos gusta que sea?


Imposible, responde el varón del binomio. El famoso 007 es lo que la gente pide. A eso respondo que James Bond es famoso justo por ser lo que es. Pero la sociedad actual —replica la otra— reclama nuevos enfoques: odres nuevos para vinos viejos. Pero eso ni es vino ni es nada, opongo; es un producto aguado e insípido, un fraude y una traición al personaje. Pero la pava hace como que no me oye. Incluso, prosigue impertérrita, queremos que el nuevo James Bond, en la próxima película, deje de vestir smoking y otras prendas clasistas, abandone su afición al juego y los casinos —su perniciosa ludopatía, precisa el acompañante—, se desplace en vehículo eléctrico no contaminante, tenga inquietudes ecológicas y deje de matar y practicar el sexo.


Levanto una mano adversativa. A ver, digo. Explíquenme eso. ¿Cómo que deje de matar y practicar el sexo? Estamos hablando de Bond, James Bond. Matar a la gente es su actividad profesional pública y picar el billete a señoras estupendas es su actividad personal privada. Es que lo de matar —señala mi interlocutor varón— es un acto reprobable que degrada al personaje. Y lo de las señoras estupendas, añade, término que consideramos machista y misógino, tampoco es aconsejable. Queremos que el sexo desaparezca del personaje, por las connotaciones de agresión que su práctica implica. Y que el concepto general sea de género fluido, ni carne ni pescado, ni vela ni vapor. Algo transversal, confirma la otra: transpuesto, transitivo, translatorio, transatlántico. Algo, lo que sea, que lleve el prefijo trans. Eso es lo deseable, aunque no excluimos la ilusionante posibilidad de una James Bond mujer: una Cera Cera Sieta. O un hombre elegetebeí, se apresura a apostillar el otro al ver la cara que pongo. Y a ser posible, apunta su prójima, afroamericano de color. O afroamericana.


Me los quedo mirando diez segundos mientras digiero aquello. ¿O sea —respondo cuando recobro el habla—, un James Bond de personalidad fluida, negro, pacifista, ecologista, gay, vestido por Ágatha Ruiz de la Prada y que se desplaza en patinete? Mis interlocutores se miran. Es una forma de resumirlo muy desagradable, dice uno. Incluso fascista, añade la otra mientras se levantan. Nos decepciona usted, señor Reverte. Igual resulta que no es la persona adecuada.

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Publicado el 24 de marzo de 2023 en XL Semanal.

miércoles, 24 de mayo de 2023

Concierto de Aranjuez. La historia tras la melodía.

Uno de mis conciertos preferidos es el Concierto de Aranjuez, del español Joaquín Rodrigo. Se trata de un concierto para guitarra y orquesta bastante conocido. Según palabras del profesor Rodolfo Pérez Gonzalez, casi se podría decir que en este momento en alguna parte del mundo una orquesta lo está interpretando, o alguna emisora lo está transmitiendo. 

A continuación, los dejo con una historia que yo desconocía de esta melodía. 




A continuación, les dejo el video del concierto de Aranjuez ejecutado por la orquesta sinfónica danesa, con Pepe Romero como solista.  Espero lo disfruten


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Joaquín Rodrigo Vidre, I marqués de los Jardines de Aranjuez (Sagunto, Valencia, 22 de noviembre de 1901 - Madrid,1​ 6 de julio de 1999), también conocido como el Maestro Rodrigo, fue un compositor español.
Como dato curioso, Rodrigo nació el día de la patrona de los músicos, Santa Cecilia. A los tres años de edad se quedó prácticamente ciego a causa de una infección de difteria. Según él, la pérdida parcial de la vista lo puso en el camino de la música. 

miércoles, 17 de mayo de 2023

Amor verdadero: cuento de Isaac Asimov

Con el revuelo que hay últimamente con el auge de la inteligencia artificial quiero traer este cuento de uno de los grandes escritores y divulgadores científicos: Isaac Asimov. 

Solo resta decir que no me preocupa el auge de la inteligencia artificial, me preocupa el detrimento de la inteligencia natural. 

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Amor Verdadero

Isaac Asimov


Mi nombre es Joe. Así es como mi colega Milton Davidson me llama. Él es un programador y yo soy un programa de computadora. Soy parte del complejo «Multivac» y estoy conectado con otros sectores en todo el mundo. Lo sé todo. Casi todo.

Soy el programa privado de Milton. Él sabe más de programación que nadie en el mundo, y yo soy su modelo experimental. Me ha hecho hablar mejor de lo que pueda hacerlo cualquier otra computadora.

—Es cuestión de acoplar los sonidos a los símbolos, Joe —me dijo—. Así funciona el cerebro humano aunque todavía no sabemos qué símbolos hay en el cerebro. Conozco los símbolos del tuyo y puedo acoplarlos uno por uno a palabras.

De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que lo hago muy bien. Él no se ha casado nunca, aunque tiene casi cuarenta años. Me dijo que no había encontrado a la mujer ideal. Un día se sinceró conmigo:

—La encontraré, Joe. Quiero tener verdadero amor y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte para resolver los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el verdadero amor.

—¿Qué es el verdadero amor? —pregunté.

—No te importa. Es algo abstracto. Búscame la muchacha ideal. Estás conectado al complejo «Multivac», así que puedes conseguir el banco de datos de cualquier ser humano de este mundo. Los iremos eliminando por grupos y por clases hasta que sólo nos quede una persona. La persona perfecta. Ésa será para mí.

—Estoy dispuesto —le dije.

—Elimina primero a todos los hombres —ordenó.

Fue fácil. Sus palabras activaron símbolos de mis válvulas moleculares. Puedo establecer contacto con los datos acumulados de cada ser humano del mundo. Obedeciendo su orden eliminé 3.784.982.874 hombres. Mantuve el contacto con 3.786.112.090 mujeres.

—Elimina a las menores de veinticinco años y todas las mayores de cuarenta. Después elimina a todas las que su CI sea inferior a 120; a todas las que midan menos de 1,50 y más de 1,75.

Me comunicó las medidas exactas, eliminó mujeres con hijos vivos, eliminó mujeres con diversas características genéticas.

—No estoy seguro del color de ojos que quiero —dijo—. Dejémoslo de momento. Pero nada de pelirrojas. No me gusta el pelo rojo.

Pasadas dos semanas, nos quedaban 235 mujeres. Todas hablaban bien el inglés. Milton decretó que no quería problemas de lenguaje. Incluso la traducción por computadora podía entorpecer momentos de intimidad.

—No puedo entrevistar a 235 mujeres. Me llevaría demasiado tiempo y la gente descubriría lo que estoy haciendo. Causaría problemas —le aseguré. Milton se había arreglado para que yo hiciera cosas para las que no estaba programado. Nadie lo sabía.

—¿A ti qué te importa? —me espetó con el rostro enrojecido—. Te diré lo que vamos a hacer, Joe. Voy a traerte hológrafos y comprueba la lista en busca de similitudes.

Trajo hológrafos de mujeres, diciéndome:

—Éstas son tres ganadoras de concursos de belleza. ¿Se parecen a alguna de las 235?

Ocho eran muy parecidas y Milton dijo:

—Bien, ya conoces sus bancos de datos. Estudia peticiones y necesidades del mercado de colocaciones y arréglate para que las asignen aquí. Una a una, claro. —Pensó un momento, movió los hombros y ordenó—: Por orden alfabético.

Ésta es una de las cosas para las que no estoy programado. Cambiar a la gente de un empleo a otro, por razones personales, se llama manipulación. Ahora podía hacerlo porque Milton lo había arreglado. Pero se suponía que no debía hacerlo para nadie, excepto para él, claro.

La primera muchacha llegó una semana después. Milton enrojeció al verla. Habló como si le costara hacerlo. Estaban juntos todo el tiempo y no me prestaba la menor atención. Una vez le dijo:

—Déjame invitarte a cenar.


A la mañana siguiente anunció:

—No sé por qué, pero no me va. Faltaba algo. Es una mujer muy hermosa pero no sentí amor verdadero. Prueba la siguiente.

Ocurrió lo mismo con las ocho. Se parecían mucho, sonreían mucho y sus voces eran agradables, pero Milton no las encontraba bien nunca. Observó:

—No lo entiendo, Joe. Tú y yo hemos elegido a las ocho mujeres de todo el mundo, que me han parecido mejores. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?

—¿Les gustas tú a ellas? —pregunté.

Alzó las cejas y apretó una mano contra la otra.

—Eso es, Joe. Es una calle de dos direcciones. Si yo no soy su ideal no pueden actuar como si yo lo fuera. Debo ser su verdadero amor, pero ¿cómo puedo conseguirlo?


Todo aquel día pareció estar pensando. A la mañana siguiente se me acercó y dijo:

—Voy a dejarlo en tus manos, Joe. Tú decidirás. Tienes mi banco de datos y voy a decirte además todo lo que sé de mí. Pon hasta el último detalle en mi banco, pero guarda para ti lo adicional.

—¿Qué quieres que haga con el banco de datos, Milton?

—Lo comparas con los de las 235 mujeres. No, con 227; deja fuera a las que ya hemos visto. Arréglate para que cada una se someta a un examen psiquiátrico. Completa sus bancos de datos con el mío. Busca correlaciones. (Arreglar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas contrarias a mis instrucciones originales.)

Durante semanas, Milton habló conmigo. Me habló de sus padres y de sus allegados. Me contó su infancia, sus días de escuela y su adolescencia. Me habló de las jóvenes que había admirado a distancia. Su banco de datos fue creciendo y me modificó para que pudiera ampliar y profundizar en la comprensión y captación de símbolos. Me dijo:

—Verás, Joe, cuanto más vayas metiendo de mí en ti, más debo ajustarte para que puedas acoplarme mejor. Tienes que llegar a pensar más como yo, así me comprenderás mejor. Si me comprendes a mí, cualquier mujer cuyo banco de datos comprendas bien, será mi verdadero amor.

Y siguió hablándome y yo fui comprendiéndole cada vez mejor.

Pude construir frases largas y mis expresiones se hicieron más complicadas. Mi forma de hablar empezó a parecerse a la suya en cuanto a vocabulario, ordenación de palabras y estilo. Una vez le advertí:

—Ten en cuenta, Milton, que no se trata solamente de encajar físicamente con un ideal de mujer. Necesitas una muchacha que sea personal, emocional y temperamentalmente afín a ti. Si ocurre esto, la belleza es secundaria. Si no podemos encontrar tu tipo entre las 227, buscaremos por otra parte. Encontraremos a alguien a la que tampoco importe tu aspecto, ni el de nadie, con tal de que coincida la personalidad. ¿Qué es la belleza?

—Absolutamente cierto —respondió—. Hubiera sabido esto, de haber tenido mayor trato con mujeres en mi vida. Naturalmente, pensándolo ahora, lo veo todo claro.

Siempre estábamos de acuerdo; ¡éramos tan parecidos en la forma de pensar!

—Ahora no debemos tener más problemas, Milton, basta con que me dejes hacerte unas preguntas. Puedo ver en tu banco de datos dónde hay huecos e irregularidades.

Lo que siguió, según dijo Milton, era el equivalente a un minucioso psicoanálisis. Claro. Estaba aprendiendo de los exámenes psiquiátricos de las 227 mujeres…, a todas las cuales vigilaba de cerca.

Milton parecía muy feliz, observó:

—Hablar contigo, Joe, es casi como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades han llegado a coincidir perfectamente.

—Lo mismo sucederá con la personalidad de la mujer que elijamos.

Porque yo ya la había encontrado y, después de todo, era una de las 227. Se llamaba Charity Jones y era intérprete de la Biblioteca de Historia de Wichita. Su extenso banco de datos encajaba perfectamente con el nuestro. Todas las demás mujeres habían sido desechadas por una cosa o por otra, a medida que ampliamos los bancos de datos, pero en Charity había una creciente y sorprendente semejanza.

No tuve que describírsela a Milton. Milton había coordinado tan ajustadamente mi simbolismo con el suyo que podía captar sus vibraciones directamente. Encajaba conmigo.

Después, sólo fue cuestión de arreglar las hojas de trabajo y requerimientos de empleo de forma que Charity nos fuera asignada. Debía hacerse con mucha delicadeza para que nadie supiera que había ocurrido algo ilegal.

Naturalmente, el propio Milton lo sabía pues él era el que me había ajustado, y había que arreglarlo. Cuando vinieron a detenerle por irregularidades en el despacho, afortunadamente fue algo ocurrido diez años atrás. Naturalmente me lo había contado, así que fue fácil de planear…, y no hablará de mí porque eso empeoraría su caso.

Ya está fuera, y mañana es 14 de febrero, día de San Valentín. Charity llegará con sus frescas manos y su dulce voz. Yo le enseñaré cómo debe operarme y cómo cuidar de mí. ¿Qué importa el aspecto cuando nuestras personalidades se comprenden?

Le diré:

—Soy Joe y tú eres mi verdadero amor.


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Isaac Asimov

(1920-1992)

Escritor y científico de origen ruso, nacionalizado estadounidense. Uno de los principales divulgadores de la ciencia, la historia y la literatura de ciencia ficción en el siglo XX.

Ficha bibliográfica
Autor: Isaac Asimov
Título: Amor verdadero
Título original: True Love
Publicado en: American Way, Febrero de 1977
Traducción: Rosa S. de Naveira


Lea también 

miércoles, 10 de mayo de 2023

El zapato solitario. Cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Esta semana les traigo un cuento de mi autoría, publicado en el libro "COLA DE CERDO, EL SUICIDA FALLIDO. 


Espero lo disfruten: 



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EL zapato solitario


Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba


“No hay nada más triste que un zapato solitario”, me dijo Lucho un día. 

Esa vez no le presté atención a esa frase. Ahora sé que tenía la razón. 

Conocí a Lucho el primer día que llegó a la Estación de Bomberos. Tan pronto lo vimos nos reímos de él. Era apenas un muchacho delgado que pretendía jugar al socorrista. Cuando el capitán nos lo presentó nunca pensamos que lograría encajar, y rápidamente fue puesto a prueba. Los novatos siempre han sido presa de los más bajos instintos y las peores bromas de quienes acostumbramos desafiar a la muerte frente a frente. Pero el muchacho demostró estar a la altura. 

Lucho tenía el temple para ser un verdadero rescatista. Era ágil y trepaba más rápido que todos nosotros; era muy valiente y no se arredraba ante ningún peligro. A pesar de su menuda figura podía cargar el equipo más pesado o sostenerse en pie sin retroceder ante el impacto de una columna de agua que saliera de un hidrante. En poco tiempo fue ganando el respeto de la brigada de bomberos. 

Su ambición era ser médico y dedicaba parte de su tiempo a formarse como técnico en enfermería, con la intención de escalar peldaños, y cuando las cosas se dieran, estudiar medicina. Por esa razón fue rápidamente asignado a la ambulancia de la Estación. 

También en su nueva asignación demostró sus capacidades. Nunca lo vi amilanarse ante las situaciones médicas complejas. Era compasivo con los pacientes y muy seguro en sus acciones. 

La segunda o tercera vez que atendimos un accidente de tránsito me llamó la atención una cosa: Lucho estaba preocupado porque el paciente, un motociclista que había chocado contra un bolardo, sólo tenía un zapato. 

Antes de transportar al paciente, que presentaba algunas excoriaciones y magulladuras, Lucho regresó a la escena a buscar el zapato del joven.

—Lucho, vamos. Estamos listos

—Denme un minuto. Estoy buscando algo.

—¿Qué te falta? ¿Qué se te perdió?

—Nada, nada… ya voy. 


Al subirse a la ambulancia, tenía el tenis del paciente en su mano. 

Quizás fue por la forma en que lo miré, pero sin mediar otra acción se limitó a encoger sus hombros.

—No hay nada más triste que un zapato solitario… —dijo. 

Yo pasé por alto su comentario. Supuse que lo hacía porque el paciente, probablemente luego de unas radiografías, podría irse a su casa y necesitaría ambos zapatos.


Sin embargo, la historia del zapato se siguió presentando. Lucho no podía tolerar que un paciente subiera a la ambulancia con un solo zapato. Siempre tenía que recuperar el otro. 

Un día tuvimos que atender un trágico accidente en el que toda una familia que viajaba en un pequeño carro había sido embestida de frente por un gran camión. El padre y la madre que iban adelante murieron al instante. Sus dos hijos adolescentes, habían quedado atrapados en el asiento trasero entre hierros retorcidos. Los compañeros de la máquina No. 01, tuvieron que usar la tijera hidráulica para poder liberarlos. Estaban muy mal heridos. 

Los inmovilizamos y cuando ya nos disponíamos a salir con ellos para el hospital más cercano, Lucho se devolvió a buscar el zapato de la chica.

—Hermano, tenemos que irnos ya. La muchacha está sangrando mucho a pesar del vendaje compresivo.

—Ya voy, ya voy… no encuentro su zapato…

—Olvídate del zapato… Vámonos…

—Ya voy… ya voy… 

El zapato no apareció y di la orden a Lucho de que subiera a la ambulancia. Arrancamos a toda velocidad para el centro más cercano. 

El hermano menor se salvó. La hermana murió al poco tiempo de llegar a urgencias. Nada se pudo hacer. 


Ya en la estación, llamé a Lucho y lo reprendí por su proceder. “La vida humana es más importante que un puto zapato”, le grité sin mucho tacto. 

Lucho bajó la cabeza y alcancé a ver una lágrima en sus ojos. 


Al día siguiente lo busqué. Quería disculparme por la forma como le había gritado. Yo también estaba impactado con la tragedia de esa familia.

—No se preocupe, sargento. Yo entiendo. No volverá a pasar.

—Pero es que quiero disculparme por la forma en que te grité ayer.

—Usted sólo hacía lo que debía, Daniel. Pierda cuidado. 


Lo noté muy serio y muy distante, por lo que más tarde lo volví a buscar.

—Lucho, decime una cosa. ¿Por qué es tan importante para vos, recuperar un zapato? Y no me vengás con que “no hay nada más triste que un zapato sin dueño” …Decíme la verdad. 

Los ojos de Lucho brillaron. Lo tenía acorralado. Había otra explicación y no lo dejaría en paz hasta que me la diera.

—Daniel, ¿usted no se ha dado cuenta de que en todos los accidentes graves siempre hay un zapato solitario? 

Para ser sinceros, era una verdad tan evidente que me maldije por no haberla descubierto antes. Si hacía memoria, en todo accidente de gravedad que hubiera presenciado, o que hubiera atendido, siempre había un zapato suelto en el sitio. Casi uno podía saber la magnitud del accidente si encontraba algún zapato tirado por ahí. Sentí que los pelos de la nuca se me erizaron. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mientras era consciente de ello por primera vez en la vida.

—Lucho… ¿es que acaso crees…?

—Creo, ¡No! Estoy seguro.

—Pero eso es un agüero… 

Me miró con ojos penetrantes como si estuviera viendo a través de mí.

—¿De verdad cree usted, Daniel, que eso es coincidencia? ¿Nunca se ha preguntado por qué siempre en todo accidente grave hay un zapato suelto, tirado por ahí?

—Es simple coincidencia. Eso no tiene ninguna explicación científica.

—¿Y es que todo tiene que tener lógica? 


Entonces Lucho me explicó de dónde había sacado sus conclusiones:

—Hace varios años, cuando empezaba como socorrista voluntario de la Cruz Roja, fuimos a atender un accidente en el centro de la ciudad. Una camioneta se había subido a la acera y había tumbado un toldo donde una mujer indígena vendía talismanes, yerbas y embrujos. El conductor había salido ileso pero la mujer del toldo tenía algunos huesos fracturados. Cuando llegamos, la inmovilizamos y la acomodamos en la camilla. Al momento de subirla a la ambulancia, la mujer se puso agitada. Se levantaba y buscaba algo. “Mi chancla, mi chancla…” decía en un tono de angustia, mientras miraba su pierna vendada. Traté de tranquilizarla, pero ella pedía que no la trasladáramos sin sus dos chanclas. 

Yo le decía que se quedara quieta y tratara de relajarse. El líder del equipo dio la orden de arrancar con ella para la clínica más cercana. Ella gritando, me suplicaba que nos devolviéramos por su chancla. 

Debió golpearse la cabeza —dijo el líder, que tenía mucha más experiencia que yo—. Por eso está así. 

Hubo un momento en que la mujer me cogió del brazo y me atrajo hacia ella.

—La muerte… la muerte está esperando en los hospitales… La muerte siempre se lleva a los que llegan con un solo zapato…—decía en su delirio— ¡Yo voy a morir! ¡Ella me va a llevar! 

Como pude solté mi brazo de la presión de sus uñas. Me estaba haciendo daño. 

Llegamos a la clínica y para cuando la ambulancia se detuvo, la paciente había entrado en estupor. Al ingresar a urgencias, ella despertó. Me haló de la camisa y me señaló una pared. “Ahí está la muerte, me está haciendo muecas. Acaba de darse cuenta que sólo tengo un zapato. ¡Ya viene por mí!”. 

De un momento a otro la paciente hizo un paro cardiaco. Los médicos no pudieron revivirla.

 Jamás podré olvidar el terror que vi en sus ojos… 


Lucho miraba al vacío. Parecía estar viendo a la mujer.

—A lo mejor, Lucho, era que tenía alguna lesión interna. Quizás tenía algún sangrado que la mató.

—No. Lo que le faltaba era un zapato.

—Eso es superstición, Lucho —lo reprendí.

—Dígame la verdad, Daniel, ¿cuántas personas con un solo zapato ha salvado usted? —preguntó Lucho con una luz extraña en sus ojos

—Lucho. No podemos juzgar por eso. En los accidentes graves, la gente pierde su calzado.

—Diga lo que quiera. Lo que vi en los ojos de esa mujer, jamás lo podré olvidar. 


Nunca volvimos a tocar el tema. Sin decirlo, habíamos llegado a un acuerdo tácito. La conversación quedaría entre nosotros. 


Afortunadamente la mayoría de los casos que atendimos en los meses siguientes no fueron de gravedad. Por mucho tiempo, se presentaron pocos accidentes graves, de esos en los que uno encuentra un zapato huérfano tirado en la calle. Cuando llegábamos a la escena de algún accidente, lo primero que mirábamos eran los zapatos de los pacientes. Si ambos pies tenían su respectivo calzado, Lucho y yo nos mirábamos con una sonrisa. Por el contrario, si nos llamaban para un derrumbe o un colapso de una estructura y había algún muerto, un zapato impar, abandonado, huérfano, nos decía que la muerte había segado una vida. 

Transcurrieron las semanas y los meses, y Lucho nos sorprendió con una grata noticia. Había sido admitido en la escuela de Medicina. Se despedía de nosotros para comenzar una nueva etapa. Le hicimos una gran despedida. Nos habíamos encariñado con él. 

Ocasionalmente Lucho aparecía por la estación a saludarnos y a llevarnos una caja de donuts, hacía bromas sobre los novatos y nos contaba de sus progresos en la universidad. 


Una tarde de domingo, el capitán nos llamó a la sala de reuniones. Nos tenía una mala noticia. Lucho había muerto en la mañana cuando salió a dar una vuelta en bicicleta. Un hombre en estado de embriaguez lo había atropellado con su auto. Una ambulancia de la estación de bomberos cercana a su casa le había prestado los primeros auxilios, pero no alcanzó a llegar vivo a urgencias. El entierro de Lucho sería al día siguiente, luego de que Medicina Legal entregara el cuerpo. El capitán nos daría permiso, a algunos, de ir a su funeral, siempre que no dejáramos desprotegida la guardia. 

Recordé que en esa estación trabajaba un antiguo compañero y lo llamé. Quise saber de primera mano qué era lo que había pasado. 

El compañero me contó que cuando llegaron, Lucho estaba inconsciente, con pulso muy débil y con presión arterial muy baja. Le administraron sueros y lo trasladaron lo más pronto posible. No alcanzó a llegar a urgencias. Intentaron maniobras de reanimación que fueron infructuosas. En opinión del médico, había muerto por un desgarro de la aorta. No se hubiera salvado ni aunque el accidente hubiera ocurrido a la entrada de un hospital.

—Una pregunta, ¿tenía sus dos zapatos cuando lo llevaste a urgencias?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Una pregunta como cualquier otra… ¿Cuándo lo llevaron a urgencias, tenía los dos zapatos?

—No lo sé. Estábamos tan ocupados reanimándolo y poniéndole los sueros que no me fijé en ese detalle… ¿y eso que tiene que ver?

—No. Nada… Simple curiosidad… 


La guardia se me hizo eterna. Al salir de la estación sólo había un pensamiento en mi cabeza. Fui a la dirección donde el compañero había dicho que había sido el accidente. 

Nadie hubiera pensado que allí había muerto alguien unas horas antes. La calle, las casas y los árboles ignoraban que un ser tan especial había dejado de vivir en ese sitio. Nada indicaba que la muerte había pasado por allí y había cobrado una vida. Nada, excepto por un zapato deportivo que había quedado abandonado junto a la alcantarilla. 

Me senté en la acera y empecé a llorar. Definitivamente no hay nada más triste que un zapato solitario.

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Cola de cerdo, el suicida fallido


ISBN 978-958-49-1505-4

Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto
Editorial: Libros para Pensar
Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías
Materia: Narración de cuentos
Publicado: 2021-02-07
Número de edición: 1
Número de páginas: 152
Tamaño: 14x21cm.
Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo
Soporte: Impreso
Idioma: Español

Pedidos: calveco@une.net.co 
WhatsApp: 305 3997940

También puede ser adquirido en las librerías Resplandor (Centro Comercial Unicentro), Grammata,  en Librópolis (Centro Comercial Orquídea Plaza), en el Instituto Tecnológico de Artes Eladio Velez (Itagüí) o directamente en la Editorial Libros para pensar.

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miércoles, 3 de mayo de 2023

La basura como pretexto, y un dialogo que lo muestra todo

En mis talleres siempre he propuesto que un buen escritor no dice nada:  Lo muestra.  

Casi invariablemente cuando me piden un ejemplo, llega a mi mente un cuento del escritor brasileño, Luis Fernando Veríssimo, titulado “Basura” en el que el autor pone a una pareja a conversar, y profundiza en la vida de ambos en forma asombrosa, simplemente a partir de un diálogo trivial. 

El narrador solo emite la primera frase y luego no vuelve a hablar. 

Espero les guste.


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Basura



Se encuentran en el área de servicio. Cada uno con su bolsa de basura. Es la primera vez que se hablan.
- Buenos días...
- Buenos días.
- La señora es del 610
- Y, el señor del 612
- Sí.
- Yo aún no lo conocía personalmente...
- De hecho...
- Disculpe mi atrevimiento, pero he visto su basura...
- ¿Mi qué?
- Su basura.
- Ah...
- Me he dado cuenta que nunca es mucha. Su familia debe ser pequeña...
- En realidad sólo soy yo.
- Mmmmmm. Me di cuenta también que usted usa mucha comida enlatada.
- Es que yo tengo que hacer mi propia comida. Y como no sé cocinar.
- Entiendo.
- Y usted también...
- Puede tutearme.
- También perdone mi atrevimiento, pero he visto algunos restos de comida en su basura. Champiñones, cosas así...
- Es que me gusta mucho cocinar. Hacer platos diferentes. Pero como vivo sola, a veces sobra...
- Usted... ¿Tú no tienes familia?
- Tengo, pero no son de aquí.
- Son de Espírito Santo. 
- ¿Cómo lo sabe?
- Veo unos sobres en su basura. De Espírito Santo.
- Claro. Mi madre me escribe todas las semanas.
- ¿Ella es profesora?
- ¡Esto es increíble! ¿Cómo adivinó?
- Por la letra del sobre. Pensé que era letra de profesora.
- Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por su basura.
- Así es.
- Pero, el otro día tenía un sobre de telegrama arrugado.
- Así fue.
- ¿Malas noticias?
- Mi padre. Murió.
- Lo siento mucho.
- Él ya estaba viejito. Allá en el Sur. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
- ¿Fue por eso que volviste a fumar?
- ¿Cómo es que sabes?
- De un día para otro comenzaron a aparecer paquetes de cigarrillos arrugados en su basura.
- Es cierto. Pero conseguí dejarlo de nuevo.
- Yo, gracias a Dios, nunca fumé.
- Ya lo sé. Pero he visto unos vidriecitos de pastillas en su basura...
- Tranquilizantes. Fue una fase. Ya pasó.
- ¿Peleaste con tu pololo, no es verdad?
- ¿Eso, también lo descubriste en la basura?
- Primero el buqué de flores, con la tarjetita, tirado en la basura. Después, muchos pañuelitos de papel.
- Es que lloré mucho, pero ya pasó.
- Pero incluso hoy vi unos pañuelitos...
- Es que estoy un poquito resfriada.
- Ah.
- Veo muchos crucigramas en tu basura.
- Claro. Sí. Bien. Me quedo solo en casa. No salgo mucho. Tú me entiendes.
- ¿Polola?
- No.
- Pero hace unos días tenías una fotografía de una mujer en tu basura. Parecía bonita.
- Estuve limpiando unos cajones. Cosa del pasado.
- No rasgaste la foto. Eso significa que, en el fondo, tú quieres que ella vuelva.
- ¡Tú estás analizando mi basura!
- No puedo negar que tu basura me interesó.
- Qué divertido. Cuando escudriñé tu basura, decidí que quería conocerte. Creo que fue la poesía.
- ¡No! ¿Viste mis poemas?
- Vi y me gustaron mucho.
- Pero, ¡si son tan malos!
- Si tú creías que eran realmente malos, los habrías rasgado. Y sólo estaban doblados.
- Si yo supiera que los ibas a leer...
- Sólo no los guardé porque, al final, los estaría robando. Si bien que, no sé: ¿la basura de la persona aún es propiedad de ella?
- Creo que no. Basura es de dominio público.
- Tienes razón. A través de la basura, lo particular se vuelve público. Lo que sobra de nuestra vida privada se integra con las sobras de los demás. La basura es comunitaria. Es nuestra parte más social. ¿Esto será así?
- Bueno, ahí estás yendo harto lejos con la basura. Creo que...
- Ayer, en tu basura...
- ¿Qué?
- ¿Me equivoqué o eran cáscaras de camarón?
- Acertaste. Compré unos camarones enormes y los descasqué.
- ¡Me encantan los camarones!
- Los descasqué, pero aún no los comí. Quien sabe, tal vez podamos...
- ¿Cenar juntos?
- Por qué no.
- No quiero darte trabajo.
- No es ningún trabajo.
- Pero vas a ensuciar tu cocina.
- Tonterías. En un instante limpio todo y pongo los restos en la basura.
- ¿En tu basura o en la mía?



  ______________


Basura, título original "Lixo", cuento de Luis Fernando Veríssimo, incluido en su libro de crónicas y cuentos O Analista de Bagé e, posteriormente, antologado en O Novo Conto Brasileiro por Malcolm Silverman (Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 1985).


Traducción de Paula Vera.

miércoles, 26 de abril de 2023

Ray Bradbury y sus consejos para jóvenes escritores.

Ya en este blog hemos tenido textos del genial Ray Bradbury.  Esta semana les comparto un dodecálogo extraído de la página Literautas, que dan cuenta de unos buenos consejos para quien quiera comenzar a escribir. 

Aunque la página no lo menciona, estos consejos son sacados del libro Zen en el arte de escribir, un maravilloso texto con once ensayos del autor. 




1. No empieces escribiendo novelas.

Llevan demasiado tiempo. Comienza tu escritura con relatos cortos, al menos uno a la semana. Dedica un año a hacerlo; Bradbury dice que es imposible escribir 52 malas historias seguidas. Él esperó hasta tener treinta años antes de escribir su primera novela, Fahrenheit 451. “Valió la pena la espera, ¿verdad?”


2. Puedes amarlos, pero no puedes ser ellos.

Ten en cuenta que, inevitablemente, consciente o inconscientemente, intentarás imitar a tus escritores favoritos, del mismo modo que él intentó imitar a H.G. Wells, Jules Verne, Arthur Conan Doyle o L. Frank Baum.

3. Examina los cuentos de “calidad”.

Bradbury sugiere Roald Dahl, Guy de Maupassant, o los menos conocidos Nigel Kneale y John Collier. Sin embargo, el material de hoy en día del New Yorker no le parece recomendable, ya que le parece que sus historias no contienen metáforas.

4. Amuebla tu cabeza.

Ray Bradbury sugiere un curso de lectura a la hora de dormir: un cuento, un poema (pero de Pope, Shakespeare o Frost, no “basura” moderna), y un ensayo. Estos ensayos deben provenir de diversidad de campos, incluidas la arqueología, zoología, biología, políticas y literatura. ¡Tras mil noches, estarás lleno de cosas!


5. Aléjate de los amigos que no creen en ti.

¿Se meten con tus ambiciones de escritura? Despídelos sin demora.


6. Vive en la biblioteca.

Ray no fue a la universidad, pero sus insaciables ansias de lectura le permitieron graduarse en la biblioteca a los 28 años.


7. Enamórate de películas.

Preferiblemente de las antiguas.


8. Disfruta escribiendo.

Ray nos comenta que escribir no es un negocio serio. Si escribir una historia empieza a parecerse a un trabajo, apártala y empieza otra que no lo sea.


9. No planees ganar dinero.

Ray y su mujer, quien “juró voto de pobreza al casarse con él”, tuvieron 37 golpes con el coche antes de poder permitirse comprar uno nuevo.


10. Anota diez cosas que ames y diez cosas que odies.

Luego escribe sobre ellas. Haz lo mismo con tus miedos.


11. Escribe cualquier cosa vieja que te venga a la cabeza.

Ray recomienda la asociación de palabras para romper cualquier bloqueo creativo.


12. Recuerda, con la escritura lo que estás buscando es…

… una persona que venga y te diga: “te quiero por lo que haces”. O, en su defecto, estás buscando alguien que aparezca y te diga: “No estás tan loco como la gente dice.”


miércoles, 19 de abril de 2023

Registro de obras literarias con derechos de autor.

Registrar una literaria es una herramienta útil para demostrar la autoría de un texto y evitar que otra persona se beneficie con un plagio. Todos los que escribimos estamos expuestos a ello. 

Hace unos días una compañera de un taller literario envió una invitación a participar en una antología con una editorial muy sospechosa, de la que nunca había escuchado. La invitación decía que las obras debían ser enviadas a un correo y que solo había plazo hasta el 31 de enero, pero no decía de cuál año.  

También me llamó la atención que la invitación no tenía información sobre las bases de la convocatoria. Lo único concreto era el nombre de la editorial y un correo. 

Estuve verificando en internet, y no aparecía ninguna editorial con ese nombre.  Asimismo, el correo que daban para el envío de las obras correspondía al de un escritor cubano que solo había publicado textos en plataformas de distribución por demanda. Es decir, nada relacionado con una editorial seria. 

Así se lo hice saber a los compañeros. Les sugerí que podría tratarse de un fraude y les recomendé no compartir ningún texto sin el debido registro de autor. Uno de ellos me preguntó cómo se hacía para registrar una obra literaria. 

Es muy simple: en Colombia, el registro de obras literarias (así como música, material audiovisual, etc.) se hace a través del Ministerio del Interior.  Es muy sencillo: el registro se hace en línea y es gratuito, a traves de la página Registro en linea 

https://registroenlinea.gov.co/index.htm

Lo primero es registrarnos como autores. (Nombre, documento de identidad, dirección, correo electrónico, etc.). 

Una vez estemos registrados, hacemos el registro de nuestras obras en solo cuatro pasos: 

Paso 1: Datos del solicitante:   En este primer paso, se incluyen en el formulario el nombre del solicitante, el documento de identidad, nacionalidad, dirección de la residencia, correo electrónico de quien presenta la solicitud de inscripción. De igual forma, se debe indicar si el solicitante actúa a nombre propio o en representación de un tercero, caso en el cual debe indicar el nombre de este.

Paso 2: Datos del autor o autores.  En este segundo paso, se incluyen en el formulario los datos del autor o autores, persona o personas naturales que realizaron la creación intelectual.

Paso 3: Datos de la obra: En este tercer paso, se indican en el formulario los datos que identifican la obra, tales como su título, año de creación y carácter de la obra.

Paso 4: Transferencia de derechos y archivos adjuntos:  En este último paso se indica, si es del caso, la transferencia de los derechos patrimoniales del autor a un tercero. Aqui se hace necesario subir una copia del archivo que se va a registrar. 

Una vez terminado, revisamos que el formulario haya quedado correcto, y listo. Luego de aproximadamente dos semanas se recibirá una certificación donde consta nuestro registro como autor. 

Para finalizar les dejo este video, que espero les sea de utilidad.  




miércoles, 12 de abril de 2023

El pobre don Pancho y la cafiaspirina

El 6 de marzo de este año se cumplieron 124 años del invento de la aspirina. Ese mismo día me llegó un mensaje en el cual algunos médicos hablaban de una de sus formas farmacéuticas: la Cafiaspirina,  medicamento que cien años atrás se consideraba milagroso.  

Recordé entonces, una poesía que me enseñó mi mamá sobre las bondades de dicho medicamento. 

Del escritor Federico Martínez Rivas (1.889 - 1931), les comparto la divertida historia de Don Pancho, quien sufría una terrible jaqueca, tan terrible que, hasta los animales de su rancho estaban enfermando por verlo tan mal.

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El pobre don Pancho


El pobre Don Pancho
que vive en su rancho
con su mula negra, su vaca barcina,
su perro, su gato, su alegre cochina
y otros animales de igual condición,
hoy está gimiendo con honda tristeza
¿Que tendrá Don Pancho?
¡Dolor de cabeza!
¡Pobrecito Pancho de mi corazón!

Bajando la oreja la mula se queja,
lloran la cochina, el perro y el gato,
rebuzna la mula, da gritos el pato,
la vaca no quiere dejarse ordeñar.

Todos por el amo sufren pena intensa,
y hasta un ratoncito
que anda en la despensa
mirando a Don Pancho,
se pone a llorar.

Ante tanto duelo apiádase el cielo,
y hace que Don Pancho
con mente afanosa
recuerde que tiene guardada una cosa
que un médico amigo
le dió antes de ayer.

La saca, la mira, la huele, la toca...
y ¡Zas! se la traga con mucho placer.
Y sus animales viendo muecas tales
miran como Pancho traga la tableta.
¿Será que Don Pancho perdió la chaveta?
¿Será que Don Pancho se va a suicidar?
Y atentos, ansiosos, callados y lelos,
abiertas las bocas, parados los pelos,
están esperando lo que va a pasar.
De pronto, da un salto
de tres varas de alto,
y exclama dichoso con voz conmovida:
Mi mula del alma, mi vaca querida,
mi gato, mi liebre, mi pobre ratón,
ya pasó mi pena, ya estoy aliviado,
la cafiaspirina, remedio adorado,
ha sido la tabla de mi salvación.

Y se arma en el rancho el gran zafarrancho,
bailan como locos el perro y el gato,
rebuzna la mula, da gritos el pato,
el señor conejo danza un rigodón.
Se muere de risa la vaca barcina,
baila en una pata la alegre cochina
y en medio de aquella
feliz confusión...
¡Viva! grita Pancho,
¡la cafiaspirina, la cafiaspirina!
¡la cafiaspirina de mi corazón!.....




miércoles, 5 de abril de 2023

Un acertijo complicado

Supongamos que hay 100 presos en una carcel, cada uno numerado del 1 al 100. 

Los guardias toman 100 cajas y en cada una meten un papel con el número de cada prisionero, y les ponen un reto: Cada prisionero puede entrar en la habitación con cajas y abrir 50 de ellas. Pero una vez que entren, no pueden comunicarse entre ellos.  Si todos los prisioneros son capaces de encontrar el papel con su número, serán liberados en su totalidad.  

Si tan solo uno de ellos no encuentra su número, todos permanecerán en la carcel.  

Para facilitar las cosas, los prisioneros pueden idear una estrategia antes de que el primero entre. 

¿Cuál es la probabilidad de que los prisioneros puedan salir? 

Aqui les va la respuesta: 


miércoles, 29 de marzo de 2023

Las ventajas de llamarse Jéssica

El siguiente cuento fue publicado en la antología Eso es... puro cuento.  Volumen 2

Esta semana lo comparto, debido a un revuelo que hay con el borrador de la reforma pensional. Ya entenderán porqué¹. 

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LAS VENTAJAS DE LLAMARSE JÉSSICA


Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba ®


Las filas para conseguir la comida se hacen cada día más largas, en la misma proporción en que se acortan las esperanzas de que la situación mejore. Volvimos a la época de los años 70s, cuando había que hacer filas de tres y cuatro horas, para conseguir un litro de leche. Ahora ocurre lo mismo para comprar una libra de carne.

La situación en el país ha empeorado, y no sólo en el ámbito económico. La salud es cada vez más esquiva y consultar a un médico implica tener que madrugar desde las cuatro de la mañana para obtener un ficho y si se está de buenas, acceder a una cita para dentro de una semana. Todo para poder conseguir un ibuprofeno sin tener que costearlo una misma.

Pero no sólo la situación es mala en salud. En educación, las cosas van de mal en peor. Ya a los jóvenes no les enseñan nada, y para poder obtener un puesto de barrendero hay que tener un doctorado en administración, en tanto que para ser gerente sólo se necesita tener un apellido de prestigio y que su padre sea amigo del gobernante de turno. 

En el ámbito laboral cada vez hay menos probabilidades de conseguir un trabajo estable y aún menos posibilidades de lograr una jubilación. En el aspecto social, ni qué decir. Ahora es más digno ser gay o lesbiana que heterosexual. Si una entra a una cafetería con su esposo tomado de la mano, un montón de parejas homosexuales la miran a una con desprecio. ¿Qué culpa tiene una de haber nacido heterosexual?

Claro que no a todo mundo le ha ido tan mal. Qué mejor ejemplo, que lo que me contó la comadre Etelvina la última vez que hicimos fila para comprar pan.

Estábamos en una cola de más de media cuadra cuando se me ocurrió preguntarle por su exesposo.

—Ve, Etelvina… y, ¿qué hubo de Horacio? Hace mucho tiempo que no pasa por el barrio.

—Ay mija, con ese es mejor no contar ya. Vos sabés que la cosa estaba como maluca entre nosotros...

—Sí. Pues yo supe que se habían separado... pero a veces venía a dar vuelta por la casa… No te me hagás la santa, que yo sé que de vez en cuando venía y te hacía mantenimiento.

—Ay, boba… no digás estupideces.

—¿Ah no?, Varias veces lo vi salir de tu casa… en la madrugada

—Ve, si no me querés ver enojada, mejor ni me lo mencionés.

—Cómo así. ¿La cosa está así de mal?

—Mal, no… Peor…

—Perdóname la indiscreción. ¿Es que se consiguió otra?

La mirada de Etelvina me hizo reformular la pregunta.

—Bueno lo que pasa es que como hace un tiempo se había ido con una “sardina”… y hace como un año me dijiste que te estaba pidiendo cacao, porque la vieja esa lo había dejado por otro de más plata… yo pensé que otra vez estaba en sus andanzas y se había vuelto a conseguir otra.

Etelvina cambiaba de colores, y yo me callé pensando en lo indiscreta que había sido. Tal vez se me había ido la mano con el comentario.

Luego de unos minutos, bastante largos, por cierto, Etelvina se me acercó al oído y me dijo:

—¿Me prometés que no le vas a contar a nadie lo que te voy a decir?

—Lo juro —mentí.

Y es que, ¿cómo puede una jurar que no va a contar algo, cuando lo que sigue es una bomba más grande que la de Hiroshima y Nagasaki juntas?

—Te lo juro. No le voy a decir a nadie. 

—Pilas pues… yo veré.

—Contá, contá.

—El Horacio se cambió de sexo.

—¡Nooo!

—Shhh, que nos van a oír.

—¿Que Horacio se cambió de sexo?

—Que te callés, o no te cuento nada.

Afortunadamente en ese momento, alguien, unos veinte puestos más adelante, se estaba colando en la fila y la algarabía que se armó no dejó que nadie escuchara mi última frase.

—¿Que Horacio se cambió de sexo? ¿Me estás viendo la cara de pendeja, o qué?

—No mija, es verdad… ¿de dónde voy a sacar yo semejante historia?

—Pero… ¿Horacio, que siempre había sido tan hombre y tan macho? Ni para qué decirle que de vez en cuando intentaba tocarme las tetas y meterme mano cuando nos encontrábamos en la acera, al sacar la basura…

—Sí, mija. Con todo lo macho y todo… ahora se llama Jéssica.

—Nooo… ¿Jéssica?

—Siii.

—¡Imposible!

—Ay, mija. Esta sociedad está podrida.

—¿Y cómo pasó?

—Pues, ¿te acordás que hace un tiempo el gobierno sacó una ley que permitía que las personas se cambiaran de sexo?

—Sí, claro. Eso lo hicieron muchos famosos. Hasta el papá de una modelo de televisión se cambió de sexo… y hasta quedó más bonita que la hija…

—Pues resulta y acontece, que a uno de esos genios del gobierno le dio porque uno, sin necesidad de operación, podía ir a cualquier notaria y cambiarse el sexo en la cédula, dizque porque si un hombre se sentía una mujer no se le podía coartar su libertad sexual.

—Qué estupidez…

—Pero esperáte te sigo contando... Un día en la fábrica donde trabajaba Horacio empezaron a despedir gente. Vos sabés que Horacio llevaba toda su vida trabajando allá, y en una reunión les dijeron que necesitaban salir de mucha gente. Imagináte. Horacio con cincuenta y siete años, ¿dónde iba a conseguir un nuevo trabajo…?

—Ah no, mija… y ni soñar con una pensión… 

—Ahí fue la cosa. Un día llegó al trabajo con un papel membreteado de la notaría. Ya no se llamaba Horacio. Se había cambiado el nombre por Jéssica. Ya era oficialmente una mujer.

—¡Nooo!

—¡Sí! Como que un abogado fue el que lo aconsejó. Con cincuenta y siete años, y más de treinta en la empresa inmediatamente le salió la pensión. Se había pasado de la edad de jubilación para una mujer…

—¿Así de fácil?

—Claro, mija. En la fábrica no lo podían echar, porque él los amenazó con acusarlos de discriminación por sus tendencias sexuales… la jubilación se la agilizaron porque él alegaba que era de la comunidad LGBTI y vos sabés que esa gente tiene prioridad para todo. En menos de un mes ya estaba recibiendo su pensión y rascándose las pelotas.

Era una historia difícil de creer. El compadre Horacio, machista como él solo, se había declarado mujer y se llamaba Jéssica. No me lo podía ni imaginar.

—¿Y de verdad se volvió gay?

—¡Cuál gay! Lo que es, es un vividor. Hizo eso para sacar ventaja.

—Es que no me cabe en la cabeza. Él, que odiaba a todos los maricas. ¿y se viste de mujer?

—No. Que va… me cuentan que mientras le resultaba la jubilación se iba para el trabajo con una peluca y ya.

—¿Y sus amigos que le decían?

—Ahhh, yo qué sé. Me imagino que lo acolitaban… todos eran una manada de vagos y borrachines… Hasta me contaron que después del supuesto cambio de sexo, siguió saliendo con sardinas… A los amigos les decía que era lesbiano… y se las comía a todas.

—¿Y dónde anda ahora? ¿Qué está haciendo Horacio?

—¡Horacio, no! ¡Jéssica…!

—Eh, no me voy a acostumbrar… ¿cómo le voy a decir, si me lo encuentro en la calle?

—Pues, no creo que te lo vayás a encontrar así de fácil.

—¿Por qué? ¿Se fue del país?

—No, que va, mija. Con la liquidación se compró un taxi y en una rasca se llevó una casa por allá en Manrique… como que hubo hasta muerto y todo.

—¿Lo tienen en la cárcel? 

—Sí, lo tienen encerrado. Le dieron cinco años.

—¿Y vos vas a visitarlo?

—Ni riesgos. Lo metieron al Buen Pastor, la cárcel de mujeres… ¡Yo a qué voy a ir a visitarlo!… Él está feliz allá y parece que las otras internas están muy contentas con Jéssica. Ojalá le peguen el SIDA a ese desgraciado… 

Viéndolo bien, llamarse Jéssica tiene sus ventajas.

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Eso es... puro cuento.   
Antología. Vol 2.


ISBN 978-958-52246-7-4
Editorial Libros para Pensar
Materia: Narración de cuentos
Público objetivo:  General / adultos
Número de edición:1
Número de páginas:352
Tamaño:14x21cm.
Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo
Idioma:Español

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1. La reforma pensional propuesta permite que un hombre que se percibe como una mujer pueda pensionarse a los 57 años, edad en que las mujeres se pensionan en Colombia. (los hombres deben esperar a los 62)






miércoles, 22 de marzo de 2023

La corrección editorial en los tiempos de la anarquía gramatical. Juan Andres Alzate

La corrección editorial en los tiempos de la anarquía gramatical


Por Juan Andrés Alzate Peláez*


No existe un «gobierno gramatical» como para pensar en una posible anarquía contra este. De entrada parece que estoy suponiendo un despropósito. Es cierto que en el imaginario popular existe la idea de que los académicos de la lengua «inventan» las reglas de la prosodia y la ortografía, ya que los demás hablantes no «limpian, ni fijan, ni dan esplendor» al idioma. Pero esto es un error de apreciación. Y no es de la rebelión contra el quehacer de los académicos de la lengua a la que me refiero con la expresión «anarquía» gramatical. ¿Qué es, entonces, la anarquía gramatical? Digamos que es la hija de la corrección que no corrige —la política—, es el «laissez faire, laissez passer» de la sintaxis, de la ortografía y, peor aún, de la argumentación.

Los que somos editores y además profesores, sabemos que eso de escribir bien es algo que pocos hacen con natural facilidad. Ningún buen escritor nació escribiendo bien. Con seguridad primero aprendió a hablar bien, pero escribir bien es algo que no le vino por natural devenir. Esa actividad requiere del dominio de más de un artificio. Sólo quien ha vivido en un mundo pequeño, donde pocas e imprecisas palabras bastan para referir hechos exiguos, se conforma con el execrable «lo que importa es que se entiende», creyendo que sus afirmaciones vagas son comprensibles. Ya lo he dicho en otro lado —más en son de burla, claro está—: lo que exige ser interpretado o está mal dicho, o es malintencionado. El que escribe bien, por su parte, sabe que en el acto comunicativo no todo vale, a menos que sea de los que hacen escritura automática y demás fantasías y cabriolas lingüística, que hasta de corrección ortográfica igualmente pueden requerir.

A mí personalmente me preocupa más el desconocimiento de la sintaxis que el de la ortografía. Como profesor sé que ese es el problema de los estudiantes que «no saben escribir». Sintaxis es orden. Aristóteles nos enseñó que dar orden es dar forma. Quien no da forma a sus ideas no tiene cómo darse a entender. He ahí el intríngulis de la pobreza gramatical de los escribientes (que no escritores) de hoy.

Basta abrir al azar cualquier red social para encontrar en menos de tres líneas la primera falta ortográfica, ausencia de acentos y de signos de puntuación que obligan las más de las veces a releer lo visto para interpretar lo que quiere decir. No miento. Acabo de hacer el experimento en Facebook mientras escribo estas líneas y miren lo que me encuentro, justo en el primer mensaje que leo (ver figura 1).

Aparte de la dudosa calidad literaria de la canción citada, encontramos a primera vista omisiones como las de los acentos (no es lo mismo ni fonética ni semánticamente el tú pronominal del tu posesivo, por ejemplo), los signos de puntuación y las obligadas comillas, las mayúsculas, la adición innecesaria de una ese después de la cifra del año, a la manera del genitivo inglés… podría seguir quejándome, pero con esto basta para el ejemplo.


 Figura 1. Ejemplo encontrado en la red social Facebook.


Las muestras podrían seguirse extendiendo ad infinitum. Lo que quiero exponer con esta elección azarosa es que hay un respaldo estadístico para el fenómeno de decadencia ortográfica que refiero. En este caso particular creerá uno que no peligra mayormente el sentido, pues se trata de un texto simple, pero no. El cuarto verso («una canción de los Rolling Stones») puede ser tanto frase subordinada del primer verso («tú te imaginas») como del tercero («tocando [en] la guitarra»). Ya que no hay puntuación, se deja la interpretación a la navaja de Ockham para reconstruir el contexto —la explicación más simple probablemente es la verdadera—. Algo parecido pasa con el primer verso de la segunda estrofa, que puede ser subordinante de las que siguen o ser una frase independiente, pero la ambigüedad también está, para el caso, en la misma redacción y no solo en la puntuación.

¿A dónde quiero llegar con esto? Es un hecho que la comunicación escrita domina nuestra vida como nunca antes lo hizo. Hoy, con seguridad, la gente escribe más que en otros tiempos, mas no por ello lo hace mejor. Y ese acostumbrarse a escribir como bien le parezca a cada uno está teniendo efectos en la escritura profesional o semi-profesional.

Que en Latinoamérica —se dice— el hecho de que escribamos peor que en España pueda deberse a nuestros malos sistemas educativos es muy probable; pero ni le podemos echar toda la culpa a la escuela ni podemos pensar que en la Madre Patria se salvan del mismo mal. Por mis manos y ojos también pasan textos de autores españoles en los que de vez en cuando se advierten solecismos u omisiones (que para ser honestos, son quienes menos hay que corregir en los sentidos que nos atañen: el ortográfico, el semántico y el sintáctico, pero igual hay que corregirlos). Para que se hagan una idea, en los trece años que tiene Revista Cronopio hemos publicado poco más de 3000 artículos, todos los cuales han pasado por revisión. Doy fe de que en todo este tiempo sólo han pasado completos, sin tenerles que corregir una sola coma, a lo sumo ocho artículos. Todos los demás tienen algo que arreglar. Fallar en la escritura, por cuestiones mecanográficas o gramaticales es algo que a todos nos pasa (con seguridad mientras lea esta ponencia, encontraré las erratas que no vi al escribirla y sentiré el oprobio de mi neurosis acusándome). Puesto que errare humanum est, se necesitan personas con habilidades y conocimientos muy específicos para desfacer aquellos entuertos, detectando las erratas que pueden costarle el buen nombre al periodista, al académico, al escritor, al poeta o al político.

Digo habilidades y conocimientos muy específicos porque, como ya he señalado, escribir no es una actividad natural, ni intuitiva, como lo es respirar. Los seres humanos llevamos escasos cinco mil años en esa actividad, de modo que escribir es algo que aún estamos inventando.

Yo mismo con frecuencia encuentro errores en mis escritos, pues los hombres tenemos la virtud de no ver nuestras faltas en lo que recién escribimos o decimos. Con seguridad los correctores editoriales que estén aquí presentes, como yo, tendrán por hobbie cazar gazapos en cuanto libro o anuncio leen. Y es que los hay por montones —los gazapos, digo—. No sé a cuántos los afecta en el alma que exista la imprecisión, que los hay, pero el asunto no es de deshacerse en llanto por la ignorancia o el descuido de los otros. Yo prefiero tomarlo con actitud de pedagogo, que al fin y al cabo es mi otra vocación. No se crea que estoy haciendo una apología de los caza gazapos, todo lo contrario. No hay especie más molesta en la fauna académica que los que descalifican el fondo por la forma. Justo en mi biblioteca tengo uno de esos manuales (CASAS Z., Eduardo. (1977). Cazando gazapos por los fueros del idioma. Medellín. s.p.i.) que irónicamente está repleto de erratas (y no me refiero a los gazapos que cita), con lo que el autor queda más como un neurótico que como un académico. Así que, oíd mi consejo correctores: en la Ilíada de la corrección editorial sed diligentes y nobles como Patroclo y no soberbios y precipitados como Héctor, no sea que por culpa vuestra los mejores libros no lleguen a escribirse.

Cada editor tiene su estilo de trabajo. Yo, cuando hago corrección de libros o de trabajos académicos prefiero hacerlo junto con el autor. En el caso de la revista, la dinámica no nos permite hacer eso. Pero, en cualquier caso, ser editor requiere de habilidades como la lectura comprensiva, la capacidad de síntesis y de lectura deliberada —i.e. no mecánica—. Huelga decir que el corrector tiene que poseer un dominio alto o superior de la ortografía, la fonética y la sintaxis, por no decir que también de la prosodia y la semántica. Asimismo, aunque no ya en un grado obligatorio, todo corrector (y todo escritor) debe saber de retórica, de teoría de la argumentación y algo de latín y griego. Esto último lo digo por experiencia propia como aprendiz y como profesor: el conocimiento de las lenguas clásicas estructura y unifica mucho mejor la introyección de la gramática y de la ortografía.

Con esto queda más que claro que no cualquiera puede ser corrector de editorial. El hecho es que este es un trabajo necesario e irreemplazable (todos sabemos que los correctores automáticos de ortografía en los computadores sólo le sirven al que ya tiene buena ortografía; el que no lo haya notado ya sabe por qué es).

Muchas veces el corrector editorial es tanto corrector gramatical como corrector de estilo, e incluso verificador de validez de información. No todas las empresas editoriales se pueden dar el privilegio de tener diferentes correctores, por lo que la preparación, para los que trabajamos en proyectos independientes, debería ser muy buena. Casi puede decirse que el corrector ideal debe, además, ser escritor, poeta y ensayista; pues aunque no hay que ser pastelero para saber si un pastel está bueno, tener la experiencia del proceso creativo añade un valor extra a la estructuración y corrección de lo que se somete a revisión —esto especialmente cuando hay retroalimentación con el autor—.

Corregir es enderezar. En últimas ¿qué endereza el corrector editorial? ¿las maneras, la forma, la materia? Un «texto correcto» es el que se corresponde con el idioma y los usos del contexto al que está destinado. El corrector debe asegurarse que todo encaje en ese orden. De allí que no sea un absurdo corregirle, por ejemplo, la puntuación a la poesía, por más que algunos de esos nuevos «ingenieros de la palabra» crean que no ha menester. Es dudoso el trabajo del que se proclama artista de la palabra si no sabe para qué es el régimen de un verbo o qué es una sinécdoque.

Como ya dije, el origen de la mala escritura actual no es exclusivo de la escuela, sino de la popularización de tecnologías que facilitan la publicación sin filtros previos y sin impunidad. Quizá la gente siempre ha escrito mal, sólo que ahora lo pueden hacer públicamente. En este sentido ¿cuál o cómo debe ser la labor del corrector editorial a futuro? El corrector editorial no puede decidir por dónde va el idioma, pero sí puede mostrar cómo puede ir para ser claro dentro de sus propias (y a veces cambiantes) reglas. El compromiso del corrector debe ser, ante todo, con el sentido no con la corrección por la corrección —tenga el apellido que tenga—.


* * *

El presente texto es una adaptación de la ponencia presentada en mayo de 2017 en el Encuentro Iberoamericano de Editores EDITA 2017, realizado en el municipio de Sabaneta, Antioquia.

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* Juan Andrés Alzate Peláez es corrector editorial, licenciado en filosofía y docente. Es cofundador y editor de la revista cultural Revista Cronopio, así como corrector de la editorial Libros para Pensar.