"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 15 de septiembre de 2021

miércoles, 8 de septiembre de 2021

El infinito en un Junco. Irene Vallejo

Un libro te permite conocer los pensamientos y la forma de hablar de alguien que existió cientos o miles de años atrás. 

Escribir te permitirá decirle a alguien al oído lo que piensas, lo crees, lo que sueñas, sin que ningún intermediario se lo cuente. Nunca será lo mismo que alguien te cuente lo que pensaba tu tatarabuelo, que leer lo que escribió tu ancestro, y que llegó hasta ti en la forma de una carta o un diario. 

La escritura es el invento más maravilloso que jamás podrá existir; el libro, el objeto más mágico y trascendental que se haya hecho en toda la historia de la humanidad. 

Esta semana les quiero recomendar un libro que habla de los libros:  El infinito en un junco, de la filóloga española Irene Vallejo.   

Trascribo aquí un pequeño fragmento para que se antojen de su lectura¹.  Un libro maravilloso que vale la pena conocer y disfrutar. 

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33

 

Tú, que lees este libro, has vivido durante algunos años en un mundo oral. Desde tus balbuceos con lengua de trapo hasta que aprendiste a leer, las palabras solo existían en la voz. Encontrabas por todas partes los dibujos mudos de las letras, pero no significaban nada para ti. Los adultos que controlaban el mundo, ellos sí, leían y escribían. Tú no entendías bien qué era eso, ni te importaba demasiado porque te bastaba hablar. Los primeros relatos de tu vida entraron por las caracolas de tus orejas; tus ojos aún no sabían escuchar. Luego llegó el colegio: los palotes, los redondeles, las letras, las sílabas. En ti se ha cumplido a pequeña escala el mismo tránsito que hizo la humanidad desde la oralidad a la escritura.

Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella era la rapsoda; yo, su público fascinado. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos, nuestra íntima liturgia. Mientras sus ojos buscaban el lugar donde había abandonado la lectura y luego retrocedían unas frases atrás para recuperar el hilo de la historia, la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche. Aquel tiempo de lectura me parecía un paraíso pequeño y provisional —después he aprendido que todos los paraísos son así, humildes y transitorios—.

Su voz. Yo escuchaba su voz y los sonidos del cuento que ella me ayudaba a oír con la imaginación: el chapoteo del agua contra el casco de un barco, el crujido suave de la nieve, el choque de dos espadas, el silbido de una flecha, pasos misteriosos, aullidos de lobo, cuchicheos detrás de una puerta. Nos sentíamos muy unidas, mi madre y yo, juntas en dos lugares a la vez, más juntas que nunca pero escindidas en dos dimensiones paralelas, dentro y fuera, con un reloj que hacía tictac en el dormitorio durante media hora y años enteros transcurriendo en la historia, solas y al mismo tiempo rodeadas de mucha gente, amigas y espías de los personajes.

En esos años, fui perdiendo los dientes de leche, uno a uno. Mi gesto favorito mientras ella me contaba cuentos era menear un diente tembloroso con el dedo, sentirlo desprenderse de sus raíces, bailar cada vez más suelto y, cuando finalmente se partía soltando unos hilos salados de sangre, colocármelo en la palma de la mano para mirarlo —la infancia se estaba rompiendo, dejaba huecos en mi cuerpo y añicos blancos por el camino, y el tiempo de escuchar cuentos acabaría pronto, aunque yo no lo sabía—.

Y, cuando llegábamos a episodios especialmente emocionantes —una persecución, la proximidad del asesino, la inminencia de un descubrimiento, la señal de una traición—, mi madre carraspeaba, fingía un picor de garganta, tosía; era la señal pactada de la primera interrupción. Ya no puedo leer más. Entonces me tocaba suplicar y desesperarme: no, no lo dejes aquí; sigue un poquito más. Estoy cansada. Por favor, por favor. Interpretábamos la pequeña comedia, y luego ella seguía adelante. Yo sabía que me engañaba, claro, pero siempre me asustaba. Al final, una de las interrupciones sería de verdad, y ella cerraría el libro, me daría un beso, me dejaría a solas en la oscuridad y se entregaría a esa vida secreta que viven los mayores por la noche, sus noches apasionantes, misteriosas, deseadas; ese país extranjero y prohibido para los niños. El libro cerrado se quedaría sobre la mesilla, callado y terco, expulsándome de los campamentos del Yukón, o de las orillas del Misisipi, o de la fortaleza de If, de la posada del Almirante Benbow, del monte de las Ánimas, de la selva de Misiones, del lago de Maracaibo, del barrio de Benia Kirk, en Odesa, de Ventimiglia, de la perspectiva Nevski, de la ínsula Barataria, del antro de Ella Laraña en la frontera de Mordor, del páramo junto a la mansión de los Baskerville, de Nijni Nóvgorod, del castillo de Irás y No Volverás, del bosque de  Sherwood, del siniestro laboratorio de anatomía de Ingolstadt, de la arboleda del barón Cosimo en Ombrosa, del planeta de los baobabs, de la misteriosa casa de Yvonne de Galais, de la guarida de Fagin, de la isla de Ítaca. Y, aunque yo abriese el libro en el lugar oportuno, señalado por el marcapáginas, no serviría de nada, pues solo vería líneas llenas de patas de araña que se negarían a decirme una mísera palabra. Sin la voz de mi madre, la magia no se hacía realidad. Leer era un hechizo, sí; conseguir que hablasen esos extraños insectos negros de los libros, que entonces me parecían enormes hormigueros de papel.

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Irene Vallejo Moreu (Zaragoza, 1979) es una filóloga y escritora española. Ha recibido numerosos premios literario, entre otros, el  Premio Nacional de Ensayo 2020 por su libro El infinito en un junco.​

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1.  Como ustedes saben, no suelo publicar textos ajenos sin permiso de los autores.  He enviado una solicitud a la autora de este bello fragmento, para compartirlo en el blog, pero no he recibido respuesta aún. He decidido publicarlo porque me gusta creer que alguien que ama tanto los libros no se negaría a compartir esta vivencia con otras personas. 


miércoles, 1 de septiembre de 2021

La historia de la Historia Clínica

La historia clínica siempre ha sido la cenicienta de la atención médica.  Los profesionales se quejan de tener que hacerla, como si la historia clínica fuera solamente escribir en un papel o en un computador. 

Pero en esta conferencia, veremos que la historia clínica es la protagonista, junto con el paciente, de cualquier atención en salud.  

Etimológicamente hablando, "historia" en griego significa "investigación", mientras que "clínica" hace referencia al "paciente" (del griego "kliné" que significa "cama"). En otras palabras, Historia clínica se refiere a todo aquello que se investiga ante la cama de un paciente. 

Insisto: la historia clínica no es solo lo que se escribe.  Es lo que se investigó, lo que se descubrió, y el registro completo y detallado de lo que le ocurre a un paciente, lo que se le hizo, y lo que habrá de hacerse. 

El papel o el archivo al que, erróneamente llamamos "historia clínica", es tan solo una parte: el registro, ⏤la evidencia⏤ de que se hizo una investigación completa y detallada.  

Como lo exponía Pedro Laín Entralgo, "la historia clínica es el arte de ver, oír, entender y describir la enfermedad de un paciente".  




Hasta la próxima semana. 




miércoles, 25 de agosto de 2021

Las matemáticas son para siempre

¿Para que sirven las matemáticas?

Según Eduardo Saenz de Cabezón, cuando alguien te pregunta para qué sirven las matemáticas, no te está preguntando por aplicaciones de las ciencias matemáticas. Te está preguntando: "¿Y yo por qué tuve que estudiar esa mierda que no volví a usar nunca?"

Afortunadamente nunca me he preocupado por preguntarme para qué sirven las matemáticas. Simplemente las uso, y las disfruto. Agradezco a mis profesores por enseñarme a pensar con método y descubrir patrones en el mundo que me rodea.

Los invito a escuchar esta divertida conferencia sobre las matemáticas.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Reflexiones de Schopehauer sobre la actividad literaria

¿Qué hace a un escritor?  ¿El acto de escribir?  Si así fuera, todos los que copian un texto serían escritores.  ¿Tal vez el acto de inventar una historia?  Siendo así, quien dice una mentira se convertiría  automáticamente en escritor, y sabemos que eso no es cierto. ¿El uso correcto de un lenguaje, tal vez?  Entonces lo sería un abogado que redacta un contrato, o un matemático que sabe utilizar su lambdas e integrales para formular una ley matemática en un lenguaje técnico.  

¿Qué hace a un escritor?

Tal vez es una pregunta que no tiene respuesta.  

Personalmente, me atrevería a decir lo que no es un escritor...  pero temo ofender a unos cuantos, y sobre todo, quedar yo mismo en evidencia porque tampoco lo soy. 

Esta semana les comparto un texto de Arthur Schopenhauer sobre lo que es ser un escritor, publicado en su libro Parerga y paralipómena II.  Al final de la entrada, les dejo el enlace para descargar el libro completo. 

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SOBRE ACTIVIDAD LITERARIA Y ESTILO

Arthur Schopenhauer
Parerga y paralipómena II


§ 272

Existen ante todo dos tipos de escritores: los que escriben en atención al tema y los que escriben por el propio escribir. Aquellos han tenido pensamientos o experiencias que les parecen dignos de comunicar; estos necesitan dinero y por eso escriben, por dinero. Piensan a efectos de escribir. Se los conoce en que se explayan en sus pensamientos todo lo posible y desarrollan ideas que son verdaderas a medias, equívocas, forzadas y oscilantes; también la mayoría de las veces les gusta la penumbra a fin de aparentar lo que no son; por eso sus escritos carecen de definición y plena claridad. De ahí que podamos notar enseguida que escriben para llenar un papel: a veces eso puede ocurrir incluso a nuestros mejores escritores: por ejemplo, en algunos pasajes de la dramaturgia de Lessing e incluso en algunas novelas de Jean Paul. Tan pronto como lo notamos, debemos abandonar el libro: porque el tiempo es oro. Mas en el fondo el autor que escribe para llenar papel estafa al lector: pues finge que escribe porque tiene algo que comunicar. — La ruina de la literatura son los honorarios y la prohibición de la reproducción. Solo escribe cosas dignas de ser escritas quien escribe exclusivamente en consideración al tema. ¡Cuánto se ganaría si en todas las ramas de la literatura existieran pocos libros pero excelentes! Pero no se puede llegar a eso mientras se puedan cobrar honorarios. Pues es como si hubiera una maldición sobre el dinero: cualquier escritor se vuelve malo en cuanto escribe por algún lucro. Las obras más eximias de los grandes hombres son todas del tiempo en que tenían que escribir gratis o por unos honorarios muy exiguos. Así que también aquí se confirma el refrán español: «Honra y provecho no caben en un saco» [540]. 

Toda la miseria de la literatura actual dentro y fuera de Alemania tiene su raíz en el hecho de que se gane dinero escribiendo libros. Todo el que necesita dinero se sienta y escribe un libro, y el público es tan tonto como para comprarlo. La consecuencia secundaria de ello es la ruina del lenguaje. 

Una gran cantidad de malos escritores vive exclusivamente de la extravagancia del público de no querer leer más que lo que se imprime hoy: los periodistas ¡Journalisten! ¡Acertada denominación! En nuestra lengua se diría «jornaleros»
[Tagelöhner]

§ 273

A su vez podemos decir que hay tres tipos de autores: en primer lugar, los que escriben sin pensar. Escriben de memoria, por reminiscencias, o inmediatamente a partir de libros ajenos. Esta clase es la más numerosa. — En segundo lugar están los que piensan mientras escriben. Piensan para escribir. Son muy frecuentes. — En tercer lugar, los que han pensado antes de ponerse a escribir. Escriben simplemente porque han pensado. Son raros.

Aquel escritor del segundo tipo, que demora el pensamiento hasta el momento de escribir, es comparable al cazador que sale a la buena de Dios: difícilmente llevará muchas presas a casa. En cambio, la actividad del escritor de la tercera clase es como una batida para la que se han apresado y encerrado de antemano las piezas, a fin de que después salgan en manada de su encierro hacia otro lugar igualmente acotado en el que no pueden escapar del cazador: de modo que entonces él sólo tiene que ocuparse de apuntar y disparar (la exposición). Esa es la caza que produce algún fruto. —

Pero incluso dentro del pequeño número de escritores que piensan realmente, con seriedad y de antemano, son muy pocos los que piensan sobre el asunto mismo: los demás piensan únicamente sobre libros, sobre lo que han dicho  otros. En efecto, para pensar necesitan el estímulo cercano e intenso de los pensamientos ajenos ya dados.

Estos se convierten en su tema inmediato; de ahí que permanezcan siempre bajo su influencia y, en consecuencia, nunca logren una verdadera originalidad. Aquellos primeros, en cambio, son incitados a pensar por el asunto mismo, y por eso su pensamiento está dirigido inmediatamente a él. 

Solamente entre ellos se pueden encontrar los que permanecen y devienen inmortales. — Se entiende que aquí hablamos de las ramas superiores de la literatura y no de los que escriben sobre los destiladores.

Solamente merece ser leído el que toma la materia de sus escritos inmediatamente de su propia mente. Pero el redactor de libros, el escritor de compendios, el historiador usual, entre otros, toman su materia inmediatamente de los libros: desde estos llega aquella a los dedos sin haber pasado siquiera por la aduana ni haber sido inspeccionada, por no hablar de que haya sido elaborada. (¡Qué hombres más instruidos serían algunos si supieran todo lo que se encuentra en sus propios libros!) De ahí que sus habladurías tengan un sentido tan impreciso que en vano se rompe uno la cabeza para descubrir qué piensan en último término. No piensan absolutamente nada. En ocasiones el libro que plagian ha sido redactado exactamente de la misma manera: así que con la actividad literaria ocurre lo mismo que con las reproducciones en yeso de las reproducciones de reproducciones, etc.; con lo que al final Antinoo se convierte en la silueta apenas reconocible de un rostro. Por eso a los compiladores se les debe leer lo menos posible: pues es difícil evitarlos por completo, ya que incluso los compendios, que contienen en un exiguo espacio el saber acumulado en el curso de muchos siglos, se incluyen también entre las compilaciones. 


No existe mayor error que creer que la última palabra  pronunciada es siempre la más correcta, que todo lo escrito con posterioridad es una mejora de lo que se ha escrito antes, y que toda transformación es un progreso. Las cabezas pensantes, los hombres de juicio acertado y la gente que se toma las cosas en serio son siempre meras excepciones; la regla en el mundo es siempre la chusma: y esta se encuentra siempre preparada y se afana solícita en echar a perder a su manera lo que aquellos han dicho tras una madura reflexión. De ahí que quien quiera instruirse sobre un tema deba guardarse de echar mano enseguida de los libros más recientes sobre él dando por supuesto que las ciencias progresan cada vez más y que en la redacción de estos libros han sido utilizados los más antiguos. Efectivamente, lo han sido; ¿pero cómo? A menudo el escritor no comprende a fondo a los autores anteriores pero no quiere utilizar directamente sus palabras, así que estropea y echa a perder lo que ellos dijeron mucho mejor y con mucha más claridad; porque ellos escribieron con conocimiento de causa propio y vivaz. Muchas veces deja que se escape lo mejor que han producido, sus explicaciones del tema más acertadas, sus más afortunadas observaciones; porque no conoce su valor, no siente su expresividad. A él no le resulta homogéneo más que lo trivial y superficial. — A menudo un excelente libro antiguo ha sido desplazado por otros modernos, peores, redactados por dinero pero que han aparecido de forma pretenciosa y han sido elogiados por los compañeros. En las ciencias cada cual quiere publicar algo nuevo para hacerse valer: a menudo esa novedad consiste simplemente en derribar las opiniones correctas que prevalecían hasta el momento para sustituirlas por sus patrañas: a veces da resultado durante poco tiempo y luego se vuelve a las antiguas opiniones correctas. Aquellos autores modernos no se toman en serio nada en el mundo más que su valiosa persona: quieren hacerla valer. Y debe hacerse rápidamente por medio de una paradoja: la esterilidad de sus mentes les aconseja el camino de la negación: se niegan verdades conocidas desde hace tiempo, por ejemplo, la fuerza vital, el sistema nervioso simpático, la generatio aeqnivoca o la separación que hace Bichat del efecto de las pasiones y el de la inteligencia; se vuelve a un atomismo craso, etc., etc. Por eso, con frecuencia el camino de las ciencias es retrógrado. — Aquí se incluyen los traductores, que al mismo tiempo corrigen y elaboran al autor, lo cual siempre me parece impertinente.

Escribe tú mismo libros que merezcan ser traducidos y deja las obras de los demás como están. — Así pues, cuando sea posible, se debe leer a los auténticos autores, fundadores e inventores de las cosas, o al menos a los reconocidos grandes maestros de la materia; y más vale comprar de segunda mano los libros que su contenido. Pero dado que inventis aliquid addere facile est [542], una vez bien asentado el fundamento tendremos que conocer también las recientes adiciones. En conjunto vale aquí, como en todo, esta regla: lo nuevo raramente es lo bueno; porque lo bueno es lo nuevo solo un breve tiempo[543].

Para un libro su título debe ser lo que a una carta el encabezamiento; es decir, ante todo ha de tener la finalidad de presentárselo a la parte del público que puede encontrar su contenido interesante. Por eso el título debe ser significativo; y puesto que es esencialmente corto, tendrá que ser conciso, lacónico, exacto y, siempre que sea posible, un monograma del contenido. Por consiguiente, son malos los títulos extensos, los no significativos, los oblicuos, los ambiguos o los totalmente falsos y conducentes a error; estos últimos pueden deparar a su libro el destino de las cartas con un falso encabezamiento. Pero los peores de todos son los títulos robados, es decir, los que lleva ya otro libro: pues son, en primer lugar, un plagio; y en segundo lugar, la prueba más concluyente de una total falta de originalidad: porque quien no posee la suficiente para idear un nuevo título aún menos capaz será de darle un contenido nuevo. Afines a esos son los títulos imitados, es decir, medio robados: como, por ejemplo, cuando, mucho después de haber escrito yo Sobre la voluntad en la naturaleza, Oersted escribe Sobre el espíritu en la naturaleza.

La poca honradez que existe entre los escritores se hace visible en la falta de escrúpulos con que falsean sus entrecomillados de los escritos ajenos.

Constantemente encuentro pasajes de mis escritos falsamente entrecomillados — y mis partidarios más declarados son aquí la única excepción. A menudo el
falseamiento se produce por descuido, ya que sus expresiones y locuciones, triviales y banales, se encuentran ya en su pluma y las escriben por hábito; a veces ocurre por una impertinencia que pretende mejorarme; pero con demasiada frecuencia se produce con la peor intención; — y entonces constituye una vergonzosa infamia y una bribonada semejante a la falsificación de moneda, que priva a su autor de una vez por todas del carácter de hombre honrado. —

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Arthur Schopenhauer​ (1788-1860) fue un filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX y de más importancia en la filosofía occidental, siendo el máximo representante del pesimismo filosófico​​ y de los primeros en manifestarse abiertamente como ateo.  Sus ideas influyeron definitivamente en el desarrollo de la filosofía, la política y la ciencia del siglo XIX y XX

miércoles, 11 de agosto de 2021

El escritor y la ciudad o acerca de escribir en Medellín. Emilio Restrepo

El siguiente artículo, escrito por  Emilio Alberto Restrepo, fue finalista en el XIV Premio de Periodismo Regional en la modalidad de Mejor trabajo de opinión. 

A continuación lo trascribo, dejando constancia de que su autor autorizó su publicación.  Hago también reconocimiento a la revista Cronopio, de donde extraje el texto y sus imágenes. 

Agradecimientos especiales a Emilio por el esfuerzo de hacer visibles a los nuevos escritores regionales, por incluirme en ese grupo, y sobre todo, por honrarme con su amistad. 
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EL ESCRITOR Y LA CIUDAD O ACERCA DE ESCRIBIR EN MEDELLÍN

Por Emilio Alberto Restrepo*

«He llegado a comprender que escribir y contar la Ciudad,
más que un derecho, es un deber».

Se supone que los grandes hombres cambian el mundo con sus gestas heroicas o sus decisiones siempre trascendentes. O con sus inventos ingeniosos o con sus creaciones monumentales. Eso es innegable y gracias a ellos gozamos de una modernidad pletórica en comodidad y desarrollo tecnológico. De hecho, escribo estas notas en un ordenador que me corrige automáticamente la ortografía y no con una pluma de ganso sobre un papiro con tinta extraída de las frutas. Y lo guardo en una especie de nube que está en ninguna parte y lo abro días después desde otra ciudad en otro computador o en un teléfono desde el cual sigo escribiendo en la misma frase en donde la dejé. Eso en sí mismo es impresionante (no niego que me sigue causando un asombro que va más allá de mi entendimiento), sobre todo cuando evocamos cómo escribieron sus obras maestras Dante o Bocaccio, o hasta el temprano García Márquez o Borges, cuando un solo error les implicaba reescribir por completo la página para tener un original limpio y corregido a la altura de su rigor.

Pero el mundo no está compuesto tan solo de grandes hombres, de hecho, son una notoria y selecta minoría, una exclusiva élite que hace parte de un porcentaje extremadamente reducido que destaca por un brillo que hace contraste con la gran masa más bien opaca que respira y transpira a su alrededor.

Por cada premio nobel de literatura existimos docenas de miles de escritores con mística y compromiso que sabemos que no lo vamos a ganar nunca y que rodamos por el mundo sin el lastre de pensar que lo tenemos que ganar o el resentimiento o la frustración por no lograrlo. En ese sentido, afortunadamente, volamos ligeros de equipaje. Pero estamos aquí por un propósito y escribimos con una dedicación y una responsabilidad que van mucho más allá de la coronación de una gloria que sabemos imposible.

Es claro: estamos ahí para dar testimonio de una época, de una ciudad, de una manera de pensar y de asumir el mundo. Aunque no quepamos en ninguna clasificación ni nos defina ningún «ismo» o ni nos congregue alguna tendencia, aunque ni siquiera nos conozcamos entre nosotros, hacemos parte de un colectivo un tanto difuminado y difuso, pero con una solidez conceptual férrea y coherente, que tenemos por encargo dejar memoria literaria, o histórica o antropológica, o simplemente anecdótica de nuestro entorno y del tiempo que nos tocó en suerte —o en desgracia, cada cual lo asume y lo cuenta a su manera—, vivir y contar.

Porque hay algo que sigue imperturbable a pesar del desarrollo tecnológico: la necesidad de contar historias. Puede que haya cambiado la forma de hacerlo, evolucionando desde el relato oral alrededor del fuego que calentaba la caverna hasta los desarrollos que nos obnubilan en nuestra modernidad, en la que un adelanto cada vez más sorprendente complementa o reemplaza al anterior en el vértigo del día a día. Pero la unidad fundamental, el que cuenta y el que recibe la historia, el triángulo de emisor, receptor y mensaje, sigue siendo el eje inmodificable del arte de narrar.

Eso somos los escritores de Medellín, para eso estamos y ese es nuestro compromiso.

En los preámbulos de un encuentro académico convocado por la Personería de Medellín, conversábamos con otros escritores sobre el auge que está tomando la narrativa en los nuevos escritores colombianos y, particularmente, en nuestra región antioqueña, en donde es prácticamente un fenómeno masivo, con varios hechos que lo sustentan: lo primero, constatar que en la convocatoria de Becas del Municipio de Medellín en 2017 hubo una participación masiva de escritores, y eso que la cita era para solo residentes en la capital. Les resumo: 75 propuestas de libro de poesía, 52 de libro infantil, 15 para novela gráfica o comic, 39 para libro de cuentos, 51 para novela, 19 para dramaturgia, 19 para libro de ensayo crítico en artes [1]. Miro con complacencia las cifras de propuestas de libros inéditos, recogidas en poco menos de un mes y concluyo: aún tenemos esperanza. Hay que tener en cuenta que también hubo muchos que no se enteraron, otros que no les interesó y otros que no aunaron el material o no recogieron la papelería. Eso habla de la buena salud de la literatura en nuestro departamento o por lo menos en Medellín. La convocatoria de la gobernación presenta un comportamiento similar [2]. Hagan cuentas, apliquen filtros de calidad y eso nos da que, de 270 libros propuestos, mínimo hay de 100 a 150 dignos de ser publicados y leídos, pero que desafortunadamente nunca verán la luz, excepto por los ganadores, que no pasan de 7 a 10. Esa es la triste realidad actual de las letras antioqueñas. Mucho talento, poca difusión. Muchas ganas, poco apoyo; además, en una convocatoria reciente de cuento sobre Medellín, se presentaron casi 11.000 (¡once mil!!!!) cuentos en poco más de un mes [3].

Eso no es gratuito, tiene profundas bases en nuestra manera de ser y de ver el mundo.

Lo que pasa es que venimos de una ciudad marcada por el ritmo frenético que en algún momento nos impuso la violencia, que nos cambió el talante para siempre y nos talló el espíritu modificándonos la forma de ver la vida. Acaso, también, robándonos un poco la inocencia, pero sometiéndonos al vaivén sin freno del día a día. Y no trato de revindicar el lugar común del tan cacareado «empuje paisa», que por lo demás, fuera de cosas buenas es posible que explique mucho de lo malo y ruin que suele identificar nuestra idiosincrasia, que puede o no tener algo que ver con ello, sino con toda una generación que creció paralela al narcotráfico, a la delincuencia, al convivir diariamente con la muerte y la violencia, en un entorno que, con justicia y parafraseando a Soda Estéreo, ya se conoce como «La ciudad de la Furia».

Una ciudad marcada de manera profunda por la crónica, por la tradición oral fuertemente reforzada desde la familia, con una necesidad de contar historias en todos los ámbitos de la cotidianidad, bien sea para hacer negocios, para ejercer la política, para matar el tiempo, para fanfarronear, para vender, para hacer reír o para enamorar. Además, el ritmo loco de nuestra ciudad nos llena de relatos que nos abruman a diario y que a los de otras ciudades los asombran por lo increíbles o, aún, por lo francamente inverosímiles para ellos, por no estar enseñados a vivir este carrusel loco de situaciones salidas de la monotonía.

Porque somos la sumatoria de mil anécdotas diarias, recurrentes y contradictorias, de vidas truncadas muchas veces sin justificación o sin razón aparente, sumidas en hechos de violencia extrema, de ingeniosas modalidades delictivas, de los pillos más malos y las almas más generosas, de los pobres más vergonzantes e indigentes y de las fortunas más estrafalarias, de la ciudad que en alguna época se identificaba con el mayor número de muertes violentas en el mundo, de los hospitales con más casos de heridos y accidentados que hace que incluso vengan practicantes de medicina de todo el mundo a rotar por aquí, de las modelos más lindas y exitosas y los barrios más marginales y pauperizados.

Así como hay cientos de sicarios, hay cientos de seminaristas, decenas de estudiantes de posgrado y miles de damas voluntarias. Somos una ciudad de extremos; no hay puntos medios y eso se nota en las voces, en los cuentos, en las historias, en ese ritmo loco para inventar leyendas urbanas, para poner a rodar un chisme, para ensalzar a un político o para acabar con una honra. Y la gente trabaja y se la rebusca y se ríe de sí misma, y conversa y escribe.

Aquí todo da tema. Distamos mucho de ser una ciudad intermedia tranquila y reposada en donde todos se mueren de viejos y no hay espacios para las sacudidas o para los movimientos bruscos de la rutina, atragantados con las babas secas de sus propios bostezos de dinosaurio. Y eso se nota en el movimiento cultural, en los grupos de teatro, en la cantidad de agrupaciones musicales aficionadas, en el festival de poesía pluricultural y masivo, en las salas de cine a reventar, en las revistas literarias, en los talleres de creación, en los tertuliaderos, en los conversatorios, en los gomosos que sin apenas recursos filman sus propios cortos y escriben sus guiones sin saber si algún día rodarán sus largometrajes.

Y la gente está escribiendo, está creando, se está defendiendo un poco de la malevolencia reivindicando el espíritu, documentando la memoria urbana, dejando constancia de la lucha por la supervivencia en la recuperación escrita de la evidencia de la época en que nos tocó vivir. Y, ante lo contundente del ritmo urbano y lo vertiginoso del quehacer en el arte de conversar la vida y sobrellevar la existencia, se imponen como armas el humor, la narración (oral o escrita) entretenida y eficaz, el picante, la caricaturización del hecho cotidiano.

Pintamos y recreamos hechos dolorosos y contundentes, en una ciudad que sobrevive a un ritmo sin pausa, con personajes contradictorios y conflictivos que se rozan una y otra vez, a veces sin conocerse, pero interactuando en la dinámica de una urbe que no se detiene nunca, protegidos de su propia desventura con el humor, con las obsesiones, con el odio, con el amor, con las pasiones, con el deseo de venganza, etc.

Pero el hecho de que un significativo y esperanzador porcentaje de la población se muela el cacumen al tallar letras en vez de obturar gatillos, no garantiza que estamos ya al otro lado del sufrimiento o que seamos una especie de oráculo o un nirvana intelectual o un parnaso de mentes privilegiadas que duermen en sus laureles, ahítos y satisfechos mientras tocan la lira. Son esfuerzos aislados y la mayoría de las veces individuales que se tropiezan de frente contra la falta de apoyo de la empresa privada, contra la indiferencia estatal y contra el más obstinado de los anonimatos a que nos somete la estructura centralista y excluyente de los círculos intelectuales y editoriales que solo giran en torno a Bogotá, ignorando por completo lo que se hace en «provincias», como se denomina a todo lo que se salga del diámetro del Distrito Capital.

Sobre este aspecto hay una reflexión interesante que concita un artículo publicado en el portal www.las2orillas.co titulado «La Antioquia literaria es más que dos escritores», en el cual el periodista Jhon Fredy Vásquez reflexiona sobre la invisibilidad de los escritores antioqueños en el país y el continente, contrastada con su calidad literaria y su gran producción, aun en contra de la prensa y los circuitos de distribución, que los ignoran sistemáticamente. Cito a Vásquez:

«Dos hechos recientes, me llevaron a una reflexión: La muerte de José Gabriel Baena, y el premio Rómulo Gallegos, otorgado a Pablo Montoya. En ambos casos, el desarrollo de la noticia mostraba que cada uno tenía una gran obra forjada letra a letra, durante muchos años de escritura silenciosa y disciplinada. Casi diez libros cada uno, títulos que solo salieron al conocimiento público, cuando fueron mencionados en los grandes medios, como en este caso, y suele suceder, por muerte, o galardón. Es decir, morirse, o triunfar afuera para hacerse visibles, es decir, leídos». [1]

Y continúa el autor:

«Toda una cantera de autores escribiendo libros que vale la pena conocer, para ser leídos. Vale la pena entonces, verificar el papel de la prensa, y las revistas culturales. La cohesión de este importante nicho de la industria cultural, entre las editoriales, las iniciativas particulares, y los programas de estado.

Autores que llevan años desgastándose en autoediciones, en búsqueda de apoyos, fondos universitarios de tirajes y promoción exigua. Escenarios insuficientes, limitados, muchas veces inapropiados, para la abundante calidad creativa, de los escritores antioqueños.

El esfuerzo vale la pena, hay que pensar en conjunto, unir esfuerzos; trascender las fronteras del anonimato y la indiferencia; releernos como país, promover no sólo la producción literaria, sino el fomento de la lectura, porque materia prima hay, y en abundancia; sólo es que el producto, pueda alcanzar a su público».

Es verdad que en Antioquia se escribe mucho y muy bien, pero solo sobresalen, por asuntos de prensa y marketing, los nombres de Héctor Abad y Jorge Franco, y ahora Pablo Montoya, por los galardones conseguidos. Muy bien por ellos, que son tres talentosos, consagrados y estudiosos escritores que han logrado posicionarse gracias a su gran calidad literaria, pero sobre todo gracias al reconocimiento de los medios y al apoyo de las grandes editoriales, amén de los premios que han conquistado con justicia y los han hecho reconocidos. El artículo antes citado hace notar que antes del Premio Rómulo Gallegos de Montoya, el autor había escrito más de 10 libros, y solo la circunstancia del galardón lo hizo visible, reeditado, entrevistado y multicitado. Es real que el resto de los referidos por Vásquez duerme en las tranquilas aguas del anonimato, pero no solo ellos, hay muchos más, con al menos 3 libros publicados y un desconocimiento total por parte de los lectores. Se me ocurre citar a Memo Anjel, Luis Fernando Macías, Janeth Posada, Jaime Restrepo Cuartas, David Betancourt, Emperatriz Muñoz, Reinaldo SpitalettaDarío Ruiz, John Saldarriaga, Juan Diego Mejía, Elkin RestrepoSaúl ÁlvarezCésar Alzate, Carlos Agudelo, Enrique Posada, Carlos Velásquez, Juan David Pascuales, Esteban Carlos Mejía, Luis Miguel Rivas y los portentosos críticos de cine Juan Carlos González y Orlando Mora, todos ellos con al menos 3 libros publicados, ganadores en convocatorias y muy leídos en ambientes universitarios y académicos, casi underground en ocasiones, pero desconocidos de un gran público que merece conocer sus obras y que muchas veces las tiene porque las fotocopia o las baja de blogs o páginas de Internet, no porque las consiga en librerías o las vea reseñadas en portales y revistas literarias.

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Mi propuesta es que las revistas o los portales o los magazines culturales de radio y TV se tomen el trabajo de hacerle un seguimiento a este inventario de ilustres desconocidos, que los entrevisten y le permitan al público conocer esa gran obra que ruge bajo el subsuelo de lo comercial, que las editoriales ojalá se abrieran a darles la oportunidad de conocer su obra inédita y mucha de la que valdría la pena reeditar, pues murieron en autoediciones precarias o en editoriales independientes ya quebradas; que se hagan concursos, premios y convocatorias para publicar sus obras, que los fondos editoriales de las universidades dediquen un capítulo a la publicación y promoción de los valores locales para proyectarlos a nivel nacional e internacional, sin complejos de inferioridad. Estoy convencido de que allí hay todo un filón literario de alto potencial comercial.

Por ejemplo, si multinacionales como Planeta, Penguin Random House, Ediciones B o Panamericana, solo por citar algunas, hicieran una serie de autores antioqueños, con varios números y diferentes autores al año, en ediciones populares y asequibles y negociaran con la Secretaría de Educación o de Cultura Ciudadana o con el Ministerio de educación y los distribuyeran en colegios y universidades, todos ganan, los libros circulan, se estimula la lectura y el dinero corre. No se trata de volverse rico, se trata de tener la oportunidad de leer y ser leído, de apoyar la creación local, de generar oportunidades culturales y comerciales, de dignificar un oficio, de generar memoria histórica.

Creo que hay que apoyar este momento especial para hacer el aporte a la paz desde la creación y la cultura. Hay muchas historias esperando ser contadas, pero se necesita apoyo gubernamental y privado. Calidad hay, y mucha, pero espera ser descubierta y apoyada. Y eso que el gobierno, en cabeza del Mincultura, de la Secretaría de Cultura Ciudadana y de la Gobernación tienen sus convocatorias anuales, abiertas, democráticas, incluyentes y, que se sepa, transparentes, que le dan una salida parcial y limitada al problema de la edición y publicación con apoyo económico. Y los escritores lo agradecemos y valoramos, pero sentimos que no es suficiente…

Pero mientras ese estado utópico llega, los escritores debemos estar ahí, pluma en ristre, siguiendo en lo que nos ocupa, hablando de lo que sabemos, explorando sobre lo que ignoramos, generando hipótesis sobre lo que no entendemos, para tratar de darle cuerpo a un imaginario literario que nos permita conocernos mejor, dejando la impronta escrita de un universo para que las generaciones que nos van a suceder tengan elementos de análisis para afrontar el entorno que heredaron, para que entiendan nuestros motivos, nuestras angustias y todas las circunstancias que nos llevaron a ser como somos.

Es una de las funciones del arte, y por ende de la literatura y la creación: sembrar un rastro de memoria que deje constancia de una época y de un entorno que vayan mucho más allá del entretenimiento o la contemplación estética, que también se necesitan, llevando a la reflexión, a la indagación por nuestras raíces, al entendimiento de las razones de nuestra estructura vital.

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Sobre la columna Callada Presencia: Acudiendo al poder sanador de la literatura y las bellas artes, me di cuenta de que hay posibilidad de redención: se puede aspirar en vida al paraíso…

REFERENCIAS:

[1]. https://convocatoriasculturamedellin.com/#/convocatoria/beca-de-creacion-libro-de-poesia-2017/

https://convocatoriasculturamedellin.com/#/convocatoria/beca-de-creacion-cuento-poesia-novela-corta-u-otros-generos-de-literatura-infantil-y-juvenil-2017/

https://convocatoriasculturamedellin.com/#/convocatoria/beca-de-creacion-libro-de-cuentos-2017/

https://convocatoriasculturamedellin.com/#/convocatoria/beca-de-creacion-en-novela-2017/

https://convocatoriasculturamedellin.com/#/convocatoria/beca-de-creacion-en-dramaturgia-2017/

https://convocatoriasculturamedellin.com/#/convocatoria/beca-de-creacion-de-cuentos-para-autor-de-larga-trayectoria-2017/

[2]. https://www.culturantioquia.gov.co/index.php/component/zoo/item/abierta-convocatoria

[3]. https://www.medellinen100palabras.com/ https://www.comfama.com/contenidos/Noticarteleras/20180810/10834-cuentos-llegaron-a-medellin-en-100-palabras.aspweb/

[4]. Jhon Fredy Vásquez La Antioquia literaria es más que dos escritores. El departamento es cuna de grandes narradores que están silenciados. Tomado del Portal https://www.las2orillas.co/la-antioquia-literaria-es-mas-dos-escritores/ Julio 22, 2015

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El texto anterior fue reproducido con permiso del autor. 

Se conceden los créditos a la Revista Cronopio

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* Emilio Alberto Restrepo. Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en Laparoscopia Ginecológica (Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Antioquia, CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos la hoja, cambio, el mundo, y Momento Médico, Universo Centro. Tiene publicados los libros «textos para pervertir a la juventud», ganador de un concurso de poesía en la Universidad de Antioquia (dos ediciones) y la novela «Los círculos perpetuos», finalista en el concurso de novela breve «Álvaro Cepeda Samudio» (cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela «El pabellón de la mandrágora», (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas «La milonga del bandido» y «Qué me queda de ti sino el olvido», 2da edición, ganadora del concurso de novela talentos ciudad de Envigado, 2008. Actualmente circula su novela «Crónica de un proceso» publicada por la Universidad CES. En 2012, ediciones b publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: «Después de Isabel, el infierno» y «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?» En 2013 publicó «De cómo les creció el cuello a las jirafas». Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, en una convocatoria internacional que pretendía lanzar textos novedosos en la colección «Pequeños Lectores», dirigido a un público infantil. Fue distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos Gamberros S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 4 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela «Y nos robaron la clínica», con Sílaba editores.

Blogs: www.emiliorestrepo.blogspot.com, www.decalogosliterarios.blogspot.com

Serie de YouTube Consejos a un joven colega.

Cuentos Leídos por el autor: https://emiliorestrepo.blogspot.com/2015/06/cuentos-leidos.html

Twitter: @emilioarestrepo



miércoles, 4 de agosto de 2021

Cuando el feminismo es machista

En casi todas los grupos humanos, la trasmisión de los valores culturales depende de la mujer. 

Cuando en una familia la madre es de otra región, casi invariablemente el acento de sus hijos será el que se hable en el lugar de origen de la madre. La comida, las creencias religiosas, los dichos y modismos se adquieren en gran parte, de la madre, muy pocas veces del padre. 

Cuando en una cultura se enseña a los hijos que el hombre es el que debe recibir las mejores porciones, o el mejor sillón, o el ambiente mas tranquilo esto se transmite a las siguientes generaciones. 

Existen muchas corrientes de feminismo. Existe el feminismo basado en las libertades individuales, en la que se busca igualdad en las oportunidades para ambos sexos. Y existe el feminismo de género, que es más radical y pretende enfrentar ambos sexos como si de una competencia se tratara. 

A continuación les comparto la conferencia TEDX dictada por Marina de la Torre, explicando como a veces el feminismo radical, que en teoría debería liberar a las mujeres, las esclaviza ante un supuesto beneficio para el colectivo. 


Hasta la próxima semana. 

miércoles, 28 de julio de 2021

¿Todo tiempo pasado fue mejor?

¿Es cierto que todo tiempo pasado fue mejor?

Hace poco un amigo escribió un artículo en el que mencionaba que estábamos pasando por la peor crisis de la humanidad en los últimos 100 años. Me permití recordarle la segunda guerra mundial, la crisis de los misiles en Cuba, el advenimiento del SIDA ⎼que se creyó en su momento que acabaría con la humanidad⎼, el ébola, el SARS, la fiebre del Nilo, la AH1N1, la destrucción de la capa de ozono, la guerra fría y la amenaza de una destrucción nuclear masiva que tuvo al planeta en vilo por más de tres décadas.

Olvidamos nuestras crisis del pasado, porque las hemos superado, y magnificamos las que tenemos entre manos. Somos una especie apocalíptica que tiende a creer que nuestro problema actual es el peor, de la misma forma  que un hombre, hastiado de su novia, se queja de ella sin recordar las razones por las que dejó a la anterior.

A continuación les comparto una conferencia de Steven Pinker, que nos muestra con números y cifras cómo está nuestro mundo actual en comparación con el pasado. En la actualidad hay menos pobreza, menos analfabetismo, menos violencia, menos guerras y menos muertes que antes.  Pero los medios de comunicación y nuestros líderes hacen todo lo posible para hacernos creer lo contrario para poder manipularnos. 

Mis agradecimientos a la doctora Manuela Restrepo, quien me habló de esta charla.



Steven Pinker
es un psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista, escritor canadiense, y profesor en Harvard. Es conocido por su defensa de la psicología evolucionista y de la teoría computacional de la mente. Tiene varios libros relacionados con el lenguaje y el funcionamiento de los pensamientos. El más famoso es La tabla rasa. Otros de sus libros son: El instinto del lenguaje, Cómo funciona la mente, En defensa de la ilustración, El mundo de las palabras, Palabras y reglas, y Los ángeles que llevamos dentro
 

Si quieren conocer más sobre el tema los invito a visitar otras entradas de mi blog

miércoles, 21 de julio de 2021

Racismo e intolerancia

El otro dia íbamos en un vehículo, y al llegar a un semáforo en rojo vimos en la esquina a tres personas de color que miraban la señal, como si dudaran, mientras los demás atravesaban la calle sin problemas. 

Cuando el semáforo se puso en verde (para los vehículos), los tres hombres pasaron la calle corriendo, salvándose por poco, de ser atropellados. 

-Esos tres negros se va a hacer pisar- dije, en un comentario suelto. 

Entonces me cayeron encima las personas que iban conmigo:  

-¡Racista!

-¿Quién?

-¡Pues usted!  ¡Racista! ¡intolerante!  - me espetó una joven que iba en el carro

-¿Racista? ¿Intolerante?   ¿Yo? ¿por qué?

-Por la forma en que se refirió a ellos 

Los demás parecían estar de acuerdo con la acusación que se me hacía. Negaban con la cabeza como si desaprobaran mi comentario. 


¡No lo podía creer!  Me estaban llamando racista e intolerante por haber dicho que esos tres habían sido imprudentes. 


¿Hasta donde hemos llegado, que acomodamos el mundo a lo que creemos? ¿Qué ha pasado, que todos últimamente se creen con el derecho de juzgar a los demás y autoproclamarse defensores de unas supuestas minorías que hay que defender?  

Jamás me he considerado ni racista, ni intolerante, y se los hice saber: 

-A ver, señorita: No soy racista, ni mucho menos intolerante. Como la mayoría de los humanos sensatos, tiendo a referirme a las cosas por sus atributos evidentes. Si hubiera sido una anciana, hubiera dicho "esa anciana", si hubieran sido tres "monos" (como le decimos en Colombia a los rubios) hubiera dicho que esos "monos" habían sido imprudentes al cruzar la calle así. Si hubieran sido tres niños, hubiera dicho que esos niños se iban a hacer pisar. Como fueron tres negros, dije que esos negros se iban a dejar pisar. 

Cuando se describen las cosas por sus características físicas, no necesariamente queda implícito algún juicio moral:  Los altos son altos; los bajos, bajos;  los gordos, gordos y los flacos, flacos. Los blancos son blancos y los negros son negros.   

Al referirme a los tres negros que se abalanzaron hacia los carros en el momento en que no debían, no estaba lanzando ningún juicio racista. Estaba describiendo la principal característica física que esos tres hombres tenían en común, y que los distinguía del resto de los transeúntes. 

Mi frase no estableció juicios de valor sobre el color de su piel. Sería ridículo tener que buscar alguna otra característica menos visible para describir a tres únicos hombres negros entre una multitud de blancos.  

Ahora, si te molestaste cuando dije "negro" es porque eres tú quien cree que la palabra "negro" es un insulto. No te hubieras enfadado si yo hubiera dicho: esos tres monos se van a hacer pisar, o esas tres ancianas, o esos tres niños. Te enfadó la palabra "negro" porque consideras, en tu cabeza retorcida, que decir "negro" es un insulto.

No solo eres incapaz de reconocer las principales características físicas de una persona, sino que también desconoces que para muchos negros, es un orgullo tener ese color de piel. 

Tu eres quien estableció un juicio de valor para ese color de piel y los catalogaste por debajo de otro color, asumiendo que yo también lo hacía. Para mi fueron tres negros cruzando la calle y están en la misma categoría que decir tres blancos, tres monos, tres ancianos, tres gordos o tres flacos. 

Tú fuiste la que los catalogaste despectivamente por su color de piel. Tú eres la que usa la palabra "negro" como si fuera un insulto, y te crees moralmente superior por que te abstienes de usarla. 

Permíteme decirte que la racista e intolerante, eres tú. 





miércoles, 14 de julio de 2021

Exorcismo. Cuento

Hace unos meses, la editorial Libros para Pensar, se dio a la tarea de buscar escritores de muchos rincones de Colombia, que quisieran participar en una antología de cuentos.  

De ahí surgió el libro ESO ES... PURO CUENTO

De dicha antología, les comparto uno de mis cuentos publicados: Exorcismo. Espero que sea de su agrado. 

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EXORCISMO


María de la Trinidad ya había sido llevada donde médicos, psicólogos, y psiquiatras debido a su extraño comportamiento. Inicialmente se había pensado que sus cambios eran atribuibles a la adolescencia; se sospechó consumo de drogas, epilepsia o enfermedades psiquiátricas, hasta que un sacerdote amigo planteó la posibilidad de que la joven estuviera poseída por una entidad demoníaca. Eso explicaría por qué tenía actitudes autodestructivas, cambiaba la voz y la mirada, y hablaba en lenguas desconocidas en medio de sus ataques.

Desde el mismo Vaticano comisionaron al padre Cendales, quien llegó de España, a celebrar un rito de exorcismo. Contó con la ayuda del padre Arnulfo, párroco de la iglesia cercana, y amigo de la familia, y de un pequeño grupo de monjas de una comunidad religiosa local.

Los que estuvieron en el exorcismo, describen que fue aterradora la forma como aquel demonio, que dijo llamarse Abnascelón, luchó contra las fuerzas del bien, y se aferró a aquel cuerpo de manera tal, que por momentos dudaron si podrían vencerlo. Parecía que el demonio y María de la Trinidad estaban muy compenetrados. Pero finalmente, al cabo de dos días Abnascelón fue derrotado con un rito que le impediría en un futuro volver a tomar forma.

El caso es que, a partir del exorcismo, María de la Trinidad jamás volvió a levantarse de la cama;  tampoco volvió a comer o a hablar. Los días transcurrían sin esperanza para la familia de la joven, que veía con tristeza cómo aquel cuerpo, una vez alegre y despierto, iba consumiéndose como si no hubiera nadie adentro.

El padre Arnulfo volvió a hablar con el padre Cendales y nuevamente evaluaron a la joven. Sólo había una explicación posible: el exorcismo no sólo había expulsado al demonio maligno, sino que era probable que, al mismo tiempo, el alma de María de la Trinidad, por un error, o por decisión propia, hubiera salido también.

Era imperativo hacer que su alma regresara al cuerpo que yacía en esa cama. 

Desde entonces, lo han intentado todo. Ellos saben que el tiempo está en su contra. Mientras más días pasen, será más difícil hacer reingresar el alma de la joven.

Sin embargo, desde otra dimensión, Abnascelón y María de la Trinidad, celebran el hecho de que ni siquiera en el Vaticano haya un solo experto en Insorcismos.

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Eso es... Puro cuento. 

Antología. Volumen 1
Editorial Libros para pensar
ISBN: 978-958-49-2735-4
Paginas 120
Tamaño 14 x 21 cm
Encuadernación:  Tapa blanda (rústico)


Autores:

  • Alina María Angel Torres (Itagüí – Antioquia, Colombia)
  • Bernidt Esmeralda Marín Romero (Bogotá – Colombia)
  • Carlos Alberto Velásquez Córdoba (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Cruzana Amparo Echeverri (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Édver Augusto Delgado Verano (Bogotá – Colombia)
  • Emilio Alberto Restrepo (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Enrique Posada Restrepo (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Horacio Madrid Mondragón (Bolívar – Valle del Cauca, Colombia)
  • Jaime Alberto Echavarría Córdoba (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • Laura María Arango Restrepo (Medellín – Antioquia, Colombia)
  • María Ana Moreno Segura (Guapi - Cauca, Colombia)
  • Piedad Carmenta Rojas Cortés (Roldanillo – Valle del Cauca, Colombia)
  • Sandra Rocío Osorio Mijares (Arauca – Arauca, Colombia)
  • Sonia Emilce García Sánchez (Itagüí – Antioquia, Colombia)

Los interesados en el libro pueden comunicarse al correo calveco@une.net.co o al WhatsApp 305 3997940 


miércoles, 7 de julio de 2021

El humor en los tiempos de cólera. Gonzalo R. Urhán Gil

Conocí al doctor Gonzalo Urhán hace varios años en el taller de literatura promovido por la Cooperativa Médica de Antioquial, COMEDAL. En todo este tiempo siempre nos ha deleitado con sus graciosas historias. 

Para mí es un placer presentarles hoy su libro EL HUMOR EN LOS TIEMPOS DE CÓLERA: una maravillosa colección de cuentos y anécdotas que le ocurrieron cuando era un médico rural, y otras divertidas situaciones de su vida personal, que combinan el humor, la picardía, y la medicina, en unas historias muy humanas. Un libro que narrará historias picarescas, y que les hará pasar muy buenos ratos. 



Como dato adicional, les cuento que la portada de su libro es un óleo del mismo autor,  que tituló "La cascada". 

De su libro les comparto, con la venia de su autor, un cuento de su colección.  
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La encostalada

Me contó una vez Reynaldo, propietario de un quiosco frente al centro de salud, joven alto, musculoso y fuerte, que a él le había tocado colaborarle a un médico rural en este pueblo, en el sentido de conseguir en forma furtiva una compañera para pasar un rato agradable sin que nadie se enterase.

Resulta pues, que el doctor estaba casado con la mujer más celosa del mundo y cuando llegaron a trabajar a la población ella exigió que la casa de vivienda del médico fuese cercana al centro de salud, para así poder espiarlo y saber cuándo él no estaba en su consultorio. Esta conducta mantenía con mucha rabia al médico y pensaba poder jugársela algún día sin que nadie se diera cuenta.

En una ocasión durante la consulta, el doctor conoció a una muchacha muy agradable que le simpatizó y se hicieron buenos amigos, pero él no encontraba como pasar de ahí, ya que los ojos avizores de la esposa estaban pendientes y no podía dar un paso en falso sin ser detectado inmediatamente.

Un buen día tuvo la idea maravillosa de conversar con Reynaldo y le manifestó el deseo de estar con la joven que le encantaba, pero él lo veía imposible.

Reynaldo, hombre comprensivo, le sugirió que él estaba dispuesto a ayudar, siempre y cuando él no comentara nada.

El plan fue el siguiente: el centro de salud quedaba en una pequeña plaza, en el centro de la misma estaba el quiosco de Reynaldo y luego al frente una serie de casas y entre ellas la puerta de un depósito, dónde Reynaldo almacenaba las botellas llenas, vacías y otros artículos del consumo diario.

Para no despertar sospechas, Reynaldo llevaría a la muchacha metida en un costal cargado a sus espaldas a esa pequeña bodega y luego de dejarla allí llamaría al médico para que pasase un rato agradable con la muchacha conquistada.

Así lo hicieron y todo fue un éxito, tanto que el programa fue repetido varias veces y nunca fueron sorprendidos.

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Gonzalo Rafael Urhán Gil

Nace en Medellín el 24 de marzo de 1941.

Hijo de Oliverio Antonio Urhán Ramírez y Blanca Inés Gil Burgos; casado con Luz Ángela Giraldo Henao, con quien tiene cinco hijos. Se gradúa como médico-cirujano en la Universidad de Antioquia. Ejerce su año rural en San Rafael, Antioquia y luego labora como médico general en el municipio de Caucasia; mas adelante trabaja con el Comité de Cafeteros y posteriormente regresa al hospital San Vicente de Paul, donde hace su especialidad en anestesiología.

Inicia su ejercicio como anestesiólogo en el Hospital Pablo Tobón Uribe, luego hace su labor en el Hospital universitario San Vicente de Paul y en el Instituto de Seguros Sociales, por último pasa a la Clínica Soma, en donde permanece por 43 años hasta alcanzar su jubilación.

Ingresa al taller de escritores de Comedal empezando a rememorar y a escribir algunas anécdotas sobre el acontecer médico, la vida familiar y poemas.

Dentro de sus pasiones está la música y la pintura.

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Quienes estén interesados en el libro pueden comunicarse a los teléfonos 2682579 (fijo)  3012260896 (celular)  o al correo aurhan@hotmail.com

Valor del libro  $35.000 
(Envío a domicilio en el Valle de Aburrá $5.000  adicionales)