"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 27 de junio de 2012

Lección de anatomía. (La monja sin cabeza y otros cuentos)

Ya está en imprenta mi segundo libro "La monja sin cabeza y otros cuentos".  en la editorial www.autoreseditores.com

Quiero compartir con ustedes uno de los cuentos

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LECCIÓN DE ANATOMÍA



Esa noche, la tranquilidad usual se veía perturbada por unos gritos que salían un pequeño cubículo.

-          Auxilio, me tienen secuestrado...auxilio, me tienen secuestrado...

Los alaridos del Dr. Lema llenaban todos los recintos de la Unidad de cuidados intensivos.   

A sus entrados 75 años el Dr. Lema era toda una leyenda.  Medico y cirujano. Posteriormente cirujano vascular.  Fue pionero de muchas cirugías en el país.  Profesor de profesores en reconocidas universidades, y cuando dejó de ejercer, continuaba dictando conferencias y asesorando a los nuevos especialistas.  Era conocido por todos los médicos y enfermeras de la ciudad y su nombre había llegado hasta países lejanos.

Hacía tan solo una semana que en un examen rutinario se le encontraron unas coronarias afectadas y una lesión de una válvula cardiaca por lo que obedeciendo a las recomendaciones de los más prestigiosos cardiólogos y cirujanos (muchos de ellos ex alumnos suyos) se sometió a una cirugía cardiaca. 

El procedimiento consistía en extraer de su pierna unos segmentos de una vena: la vena safena interna, y luego de abrir completamente el tórax colocarla a manera de puente en las arterias afectadas de su corazón de forma que la sangre pudiera pasar hasta el musculo cardiaco obviando la obstrucción de las arterias coronarias que estaban obstruidas.  Además debía extraerse una de las válvulas cardiaca y ser cambiada por una prótesis artificial que hacía las veces de ésta.

El paciente había sido llevado a la sala de cirugía conversando animadamente con el anestesiólogo y el cirujano cardiovascular encargado del procedimiento y riendo con las enfermeras, mientras contaba sus anécdotas cuando era estudiante.  El procedimiento quirúrgico fue un éxito.  Ahora en su posoperatorio, reposaba en la unidad de cuidados intensivos. 

-           Auxilio, me tienen secuestrado…  Por favor, que alguien me ayude... Me tienen secuestrado…

El Dr. Saldarriaga, médico encargado del turno nocturno en la unidad de cuidados intensivos, se acerco por enésima vez al paciente. 

-           Cálmese doctor Lema.  Usted no está secuestrado.  Se encuentra en la unidad de cuidados intensivos.  Le hicimos una cirugía de corazón.  Tranquilícese por favor.

Como sabía el doctor Saldarriaga, el procedimiento de revascularización miocárdica (también llamado By Pass coronario) era realizado de forma rutinaria en la institución.  El cambio de la válvula aórtica también era un procedimiento bastante frecuente Y muchos pacientes requerían de ambas cirugías por lo que se prefería, de acuerdo con las condiciones generales del paciente hacer ambas cirugías al mismo tiempo.

Lo que también sabía el Dr. Saldarriaga era que algunos pacientes luego de la cirugía ingresaban a la Unidad de cuidados intensivos en un estado de desorientación y agitación que dificultaba su manejo posterior.

Como había aprendido el Dr. Saldarriaga en los cuatro años que llevaba haciendo turnos en la Unidad,  los pacientes que eran sometidos a dicha cirugía tenían que ser conectados a una máquina de circulación extracorpórea.  La sangre del paciente era extraída hacia dicha máquina que se encargaba de oxigenar y bombear la sangre a todo el cuerpo mientras el corazón estaba siendo abierto y manipulado por los cirujanos.  La perfusionista manipulaba algunos parámetros con el fin de tener control casi absoluto de los valores sanguíneos. 

Muchas de estas cirugías requerían bajar la temperatura corporal varios grados Celsius por debajo de lo normal y requerían de un anestesiólogo altamente capacitado para mantener vivo al paciente mientras su corazón era detenido por completo.

Por más que se tuviera cuidado con la oxigenación de la sangre, el pH, el bicarbonato, el sodio, el potasio, el acido láctico, etc., a veces pequeñas alteraciones casi imperceptibles hacían que un paciente saliera confuso y desorientado luego del procedimiento.  A mediados de los años 90, cuando ocurrió esta historia, la desorientación de un paciente durante el postquirúrgico era un evento relativamente frecuente.

-      Que alguien me ayude… Libérenme…  Por Dios,  que alguien me ayude…. Auxilio me tienen secuestrado…

Algunas enfermeras más antiguas sonreían al escuchar las palabras del Dr. Lema.  Otras por el contrario comentaban entre ellas:

-          Pobrecito.  ¿Qué estará pasando por su cabeza?.
-          Si, mija.  Esa traba debe ser muy horrible.
-          Se imaginan uno creyendo que está secuestrado y no poder ni moverse.

Efectivamente, al principio el Dr. Lema parecía que estaba teniendo una pesadilla.  Luego de despertar de la anestesia comenzó a decir palabras incoherentes.  Poco a poco empezó a tratar de levantarse con el ánimo de irse a su casa. 

-          Oiga.  ¿Dónde está mi ropa que me tengo que ir para la casa?
-          No, doctor,  usted no se puede ir –respondía Liliana la enfermera que lo estaba cuidando-  A usted le acaban de hacer una cirugía de corazón debe guardar reposo. 
-          Que reposo, ni que hijuep… ¿Dónde está mi ropa?
-          No doctor…  la ropa la tiene su familia… usted está en cuidados intensivos y tiene puesta una bata…. Quédese quieto que se va a lastimar.  Vea que se le va a salir la sonda. 

El Dr. Lema, en medio de su delirio había intentado levantarse y forcejeó con la enfermera que trataba de ayudarlo.  No reconocía el sitio donde tantas veces había atendido pacientes.  En su cabeza solo tenía un propósito: irse a su casa. 

Finalmente Liliana con la ayuda de otras cuatro auxiliares de enfermería lograron acostarlo y tuvieron que amarrar sus manos y pies a las barandas de la cama dado el peligro de que en cualquier movimiento se arrancara la sonda de la uretra, o lo que era peor, que se arrancara alguna de las sondas insertadas en el tórax. 

El último paciente que se había arrancado una sonda mediastinal había tenido que ser llevado nuevamente a cirugía urgente y pudo haber muerto por un taponamiento cardiaco de no ser por la reintervención.  Ninguna enfermera quería eso para el paciente. 

Ya el doctor Saldarriaga había ordenado aplicar un sedante, pero la acción de dicho medicamento podía tardar unos minutos.


-          Gracias a Dios está el Dr. Saldarriaga de turno
-          Si.  El si tiene mucha paciencia con esos que se ponen loquitos.
-          Y como es de buen médico… 
-          Y muy acertado
-          Y muy responsable.


Las enfermeras comentaban entre sí las bondades de que el turno fuera con el Dr. Saldarriaga mientras sus tímpanos eran acribillados por los gritos de angustia del Dr. Lema.

-           Auxilio,  me tienen secuestrado...

Haciendo gala de toda su paciencia,  el Dr. Saldarriaga trataba de hacer entrar en razón al pobre paciente que era presa de las peores alucinaciones mientras actuaba el sedante administrado.

-          Tranquilícese doctor, -volvía a insistir el Dr. Saldarriaga-  Usted fue operado del corazón y está en la Unidad de Cuidados Intensivos.
-          Ve,  ¿y quien sos vos?

Por un momento el Dr. Saldarriaga creyó ver en su paciente un destello de lucidez.

-          Buenas noches, - se presentó-  Yo soy el Dr. Saldarriaga, el médico de planta de la UCI.  Yo estoy a cargo de usted esta noche y lo voy a cuidar.
-          Entonces, ¿vos sos médico?
-          Sí señor.
-          Ahh, entonces, si vos sos médico me podés soltar.
-          No doctor.  Está amarrado para que no se quite las sondas.  Cuando esté más calmado lo desatamos.
-          Ahh. Pero entonces, si vos sos médico, me podés responder una cosa….
-          Si, doctor, dígame.
-          ¿Cómo se llama la principal arteria que sale del corazón?

Esa pregunta la sabría contestar un estudiante de bachillerato, pero para el doctor Saldarriaga fue un alivio escuchar la pregunta.  Ya tenía una forma de demostrarle al paciente que no estaba secuestrado y que estaba en manos de personal médico capacitado.

-          Muy fácil doctor.  La Aorta.
-          Ve…  ¿y cómo se llama la primera parte de la aorta?
-          Sencillo.  La aorta ascendente.
-          ¿Y qué nombre tiene cuando hace la curva?
-          Muy fácil.  El cayado de la aorta
-          Perfecto…  ¿Y cuando baja…?
-          Pues se llama aorta descendente….  En el tórax se llama aorta torácica y en el abdomen se llama aorta abdominal... ¿Ya está más tranquilo?
-          Sigamos… ¿cómo se llaman las arterias en que se divide la aorta al llegar abajo?
-          Pues se llaman iliacas comunes (derecha e izquierda).

En este punto el Dr. Saldarriaga, médico de experiencia recordó que los profesores más antiguos enseñaban que la aorta se dividía en iliacas primitivas.  Los más modernos les decían iliacas comunes.

-          Arterias Iliacas primitivas –corrigió-  ahora les dicen arterias iliacas comunes.
-          Y esas iliacas…  ¿en que se dividen antes de llegar a la ingle?
-          Se dividen en iliacas internas e iliacas externas.

El doctor Lema no daba su brazo a torcer...

-          A ver, entonces si vos sos medico,  tenés que saber cómo se llama la arteria iliaca externa cuando atraviesa el ligamento inguinal.
-          Claro, doctor Lema.  Se llama arteria femoral
-          ¿Y luego?...

El Dr. Saldarriaga pisaba un terreno muy liso.  Si equivocaba alguna respuesta podría perder completamente la confianza de su paciente.  Hasta ahora, todo había marchado muy bien.

-          La Arteria femoral da una rama profunda que irriga el muslo y se llama la arteria femoral profunda.  La arteria femoral superficial continúa hacia abajo y se mete por el canal de Hunter para dar las ramas poplíteas. 
-          Vas bien, -respondió el Dr. Lema con una sonrisa-  ¿Y luego, que arterias llegan a la pierna?

El doctor Saldarriaga sonreía olfateando la victoria.  Ya tenía ganada la confianza del paciente.

-          Las principales arterias que llegan a la pierna son la arteria tibial anterior y la tibial posterior…. Ahhhh  y también está la arteria peronea.
-          Muy bien, muy bien.  –si no fuera por las amarras el Dr. Lema hubiera aplaudido de júbilo-  Ahora decíme una cosa…. ¿cómo se llama la arteria que pulsa sobre el dorso del pie?
-          Esa pregunta está muy fácil doctor.  Es la arteria Pedia.

El doctor Lema sonrió completamente, y al doctor Saldarriaga le pareció que el paciente hacia un amago de darle un abrazo.  No lo hizo porque aún estaba con las muñecas atadas a las barandas de la camilla.

A pesar de que el doctor Saldarriaga siempre había sido una persona modesta,  esta vez sacaba pecho delante del grupo de enfermeras que se habían aglomerado a la entrada del cubículo siete de cuidados intensivos escuchando la lección de anatomía.  Ellas también estaban orgullosas de la calidad de médico que hacia turno con ellas esa noche.

Sin más dilaciones el paciente le hizo señas con la cabeza al doctor Saldarriaga para que se agachara.  Al parecer le quería decir algo al oído. 

Cuando el médico se inclinó sobre la cama para escuchar lo que el paciente quería decirle alcanzo a oír:

-          Oís, hijueputa.  A vos si te tocó estudiar mucho para poder tenerme  secuestrado….

Y nuevamente mirando a las enfermeras que estaban a la entrada de su habitación comenzó a gritar:

-          Auxilio… me tienen secuestrado…  Que alguien me ayude… Me tienen secuestrado…


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Quien desee adquirir el libro puede solicitarlo en la editorial www.autoreseditores.com

Título:  La monja sin cabeza y otros cuentos.
Categoría: Cuentos
Año de edición: 2012

número de páginas: 295
Detalles de Impresión
formato: 14 x 21 cm (con solapa)
encuadernación: Rústico (pegado)
interior: Papel Bond 75 Grs, Blanco y Negro 
precio: $39.000.00  (COP - excento de IVA)

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miércoles, 20 de junio de 2012

Esto lo explica todo.

Todos en algún momento de nuestras vidas hemos presentado un examen.  

Y todos en algún momento todos hemos sentido esa sensación de impotencia, cuando la pregunta tiene como respuesta algo que estudiamos, pero que por alguna razón no podemos recordar. 

Pero este fin de semana pasado pude entenderlo todo al fin.   

La imagen que verán a continuación me ocasionó un dejà vu.  

Juzguen ustedes.    Para mi fue toda una revelación.








miércoles, 13 de junio de 2012

El celular de Hansel y Gretel

Un fantástico texto de Hernán Casciari. Para reflexionar y reir. 


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El celular de Hansel y Gretel.  
Hernan Casciari

Anoche le contaba a mi hijita Nina un cuento infantil muy famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. 
 
En el momento más tenebroso de la aventura, los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa.

Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer.


Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: 'No importa. Que llamen al papá por el celular'.

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.

¿Ya está?

Muy bien. Ahora ponga un celular en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.

¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo?

La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.

Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.
Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.
Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.

Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.
Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.
Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.

Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler).

Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:

M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCES. BSO.

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar.

Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano@goodmornig) pero a nadie le funciona el Messenger.

La famosa novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.

Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.

En la obra 'El .jpg de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.

Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.

Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.

Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.

Nuestras tramas están perdiendo el brillo  -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido en héroes perezosos. 

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Hernán Casciari es un escritor y editor argentino. Conocido por su trabajo de unión entre literatura e internet. Creó la Editorial Orsai y dirige la revista Orsai, de crónica periodística y literatura.



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Hasta la próxima semana. 

miércoles, 6 de junio de 2012

No culpe al celular. Culpe a Faraday.


Hace unos pocos días una compañera de trabajo se quejaba de que su teléfono celular no funcionaba bien. 

- Es el operador...
- No,  es el celular...
- No,  es la batería...
- No... Es Faraday...

- ¿Quién?  

-  Faraday.

Y es que en física hay un fenómeno conocido como la Jaula de Faraday. Este fenómeno consiste en la anulación de un campo electromagnético dentro de un espacio donde las energías se  hayan equilibrado generado un campo nulo.   

Es un fenómeno muy común en ascensores o edificios con estructura de rejilla de acero. En el interior de estos  se crea una ausencia de campo magnético que anula el funcionamiento de teléfonos celulares y radios.  

Una forma de comprobar dicho fenómeno es envolver una radio encendida en papel periódico: la señal continúa llegando. Pero si envuelves la radio en papel de aluminio,  el equipo deja de percibir las señales y se silencia.    
Michael Faraday

La jaula de Faraday original es una caja metálica que protege de los campos electromagnéticos. Fue construida por el físico Michael Faraday en 1836.  En la actualidad esta propiedad se aprovechada  en aeronáutica, y en tecnología, para proteger de descargas eléctricas los equipos electrónicos en sitios donde son frecuentes las tormentas eléctricas.



De manera que la próxima vez que falle tu teléfono celular en un espacio cerrado no le eches la culpa a tu operador de celular. Puede que la culpa sea de Faraday. 

Fuentes