"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 30 de agosto de 2017

Borges, usted es un genio

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Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa. Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte de "el Che" Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje. Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. Clima tenso. El estudiante insiste: "Tiene que ser ahora y usted se va". Borges no se resigna y responde: “No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio“. El estudiante amenaza con cortar la luz. "He tomado la precaución —retruca Borges—, de ser ciego esperando este momento".
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En 1977 Borges escribió un cuento para La Nación: “24 de agosto de 1983″, donde el propio Borges se soñaba a sí mismo suicidándose en esa precisa fecha, el día en que cumplía 84 años. A medida que se acercaba la fecha de su cumpleaños, apareció mucha gente preocupada por el posible traslado de la ficción a la realidad.

Borges entonces comentó: “¿Qué hago? ¿Me comporto como un caballero y convierto en realidad esa ficción para no defraudar a esa gente? ¿O me hago el distraído y dejo pasar las cosas?”
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Un peronista quería vengarse por los dichos tan ácidos de Borges y lo siguió hasta una avenida ancha pensando que cuando lo estuviera ayudando a cruzar, la calle lo soltaría en la mitad del trayecto. Cuando estaba en el medio, le dijo: -Maestro, ¿sabe? Yo soy peronista...Borges le contestó: -No se preocupe joven yo también soy ciego.
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Borges sabía que sus declaraciones solían irritar a mucha gente, pero eso no impedía que las repitiese una y otra vez, con pocas modificaciones.
Alguna vez, sin embargo, creyó necesario relativizarlas: “Me he burlado de muchas cosas y siempre sin maldad. Yo soy muy ilógico. Lo que pasa es que la gente me toma demasiado en serio”.
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Un día le preguntaron:
- ¿Qué tipo de Estado desearía?
- Un Estado mínimo, que no se notara. Viví en Suiza cinco años y allí nadie sabía cómo se llama el presidente.
- La abolición del Estado que usted propone tiene mucho que ver con el anarquismo.
- Sí, exacto, con el anarquismo de Spencer, por ejemplo. Pero no sé si somos lo bastante civilizados para llegar a eso.
- ¿Piensa seriamente que tal Estado es factible? - Por supuesto. Eso sí, es cuestión de esperar doscientos o trescientos años.
- ¿Y mientras tanto?
- Mientras tanto, jodernos.
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Luis, su sobrino (hijo de su hermana Norah y de Guillermo de Torre), anuncia su casamiento. Y entonces se resfría fuertemente y tiene que guardar cama. Borges lo comenta de este modo: “Será una estratagema para no casarse… Qué raro, elegir la inmovilidad como una forma de fuga”.
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Este es el diálogo que se dio con otro escritor:

– Y Ud., Borges, ¿en qué cree?
– Bueno, yo soy ateo.
– Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?
– No.
– ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?
– Tampoco
– ¿Y en Jesucristo como ser histórico?
– Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.
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El escritor argentino Héctor Bianciotti recordaba que en París, en un estudio de televisión, le preguntaron a Borges.
-¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo?
-Es que éste ha sido un siglo muy mediocre- respondió Borges.
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Borges espera el ascensor en la Biblioteca Nacional. Después de un largo rato, impaciente, le dice a la persona que lo acompañaba: “¿No prefiere que subamos por la escalera, que ya está totalmente inventada?”
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Antonio Carrizo, durante los encuentros radiales, le pregunta:

- Borges, es difícil elegir un gran amigo…
- No, es que lo amigos lo eligen a uno.
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Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti.
-Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo, comenta Borges más tarde.
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Amó tanto Buenos Aires, que reconoció haber ido por el mundo diciéndole a todo el mundo que Buenos Aires era una ciudad horrible. Temí que se llenara de turistas. La quería sólo para mi. Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que les guste a otras personas. Es un amor así, celoso. Cuando yo he estado fuera del país, por ejemplo en los Estados Unidos, y alguien dijo de visitar América del Sur, le he incitado a conocer Colombia, por ejemplo, o le recomiendo Montevideo. Buenos Aires, no. Es una ciudad demasiado gris, demasiado grande, triste les digo, pero eso lo hago porque me parece que los otros no tienen derecho de que les guste.
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El 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro, Borges se cruza con Manuel Mujica Lainez.

Se abrazan e inician una conversación que es interrumpida una y otra vez por los cazadores compulsivos de firmas.
Borges se queja:
-A veces pienso que cuando me muera, mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo.
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En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo. Al ingresar a su casa, un periodista le pregunta cómo se siente.

-Medio desorientado. Se me acercó una mujer vociferando: ¡Inculto! ¡Ignorante!
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En un diálogo con María Esther Vázquez contaba:
“Había un personaje de Pehuajó que tenía harto. Entonces yo le pregunté si él conocía aquella famosa copla de Pehuajó y se la recité mientras la inventaba:

‘En el medio de la plaza
Del pueblo de Pehuajó
Hay un terreno que dice
La puta que te parió’.

¿Y sabés lo que me contestó el hombre en cuestión? –‘Si, Borges, ya la conocía…’"
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El poeta Eduardo González Lanuza, otro introductor del ultraísmo en la Argentina y gran amigo de Borges, descubre a éste en Florida y Corrientes, apoyado en su bastón, esperando para cruzar.
Lo toca y le dice:
-Borges, soy González Lanuza.
Borges vuelve la cabeza y, después de unos segundos, contesta:
-Es probable.
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Borges dialoga con Antonio Carrizo, en un bar. Por la radio del local se anuncia un tango con letra de León Benarós, amigo de Borges. Carrizo propone escucharlo y el escritor acepta.

Cuando el tango termina, Carrizo le pregunta qué le pareció. Borges mueve la cabeza y dice:

-Esto le pasa a Benarós por juntarse con peronistas.
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En la pausa de un acto cultural, el novelista Oscar Hermes Villordo acompañó a Borges al baño, en un 1er. piso al que se llegaba por una empinada escalera de madera. Cuando volvían, Villordo notó que Borges descendía los escalones demasiado rápido y, temiendo lo peor, le preguntó:
-¿No deberíamos ir más despacio?
-Pero no soy yo –aclaró Borges-, es Newton.
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Contaba Héctor Yanover que durante una reunión de la SADE sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, preguntó a los gritos:
-¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?

Desde el fondo Borges girtó:
-¡Disuadirlos!
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En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Borges. Y probó con algo que le pareció provocativo:
-¿En su país todavía hay caníbales?
-Ya no –contestó Borges-, nos los comimos a todos.
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Su buen amigo de juventud -cofundador con él del “ultraísmo argentino”-, Guillermo de Torre, se convirtió en su cuñado. Luego, el tiempo los fue distanciando, y la relación entre los dos se enfrió cada vez más.
Después, de Torre quedó sordo. Desde entonces, cuando le preguntaban a Borges cómo se llevaba con su cuñado, él enseguida respondía: “Muy bien: yo no lo veo y él no me oye”.
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Borges firma ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con un ejemplar de Ficciones, y le dice: “Maestro, usted es inmortal”.
Borges le contesta: “Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista”.
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Marco Denevi contaba: “Un amigo mío conducía del brazo por la calle a un Borges ya ciego, y le lee lo que dice un afiche con consignas nacionalistas: “Dios, familia y propiedad”.
Borges murmura: “Caramba, que tres incomodidades”.
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“Cierta vez me preguntaron a mí qué cuadro prefería, y yo pensé que se referían a telas o a óleos,y les expliqué que como no veía bien, la pintura no me interesaba demasiado. 

Pero parece que no: se referían al cuadro de fútbol. 

Entonces yo les dije que no sabía absolutamente nada de fútbol, y ellos me dijeron que ya que estábamos en ese barrio de Boedo y San Juan, yo tenía que decir que era de San Lorenzo de Almagro. Yo aprendí de memoria esa contestación, siempre decía que era de San Lorenzo, para no ofender a mis compañeros. Pero pronto noté que San Lorenzo de Almagro, casi nunca ganaba. Entonces yo hablé con ellos, y me dijeron que no, que el hecho de ganar o perder era secundario –en lo que tenían razón.-, pero que San Lorenzo era el cuadro más científico de todos. Eso me dijeron, sí… Se ve que no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente”.
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Cuentan que cuando Jorge Luis Borges visitó Venezuela, a sus 82 años, se dedicó a la firma de libros en “la Librería Lectura del Centro Comercial Chacaíto”, se presentó ante él un hombre adinerado con uno de los tomos que componían sus Obras Completas. Casi sin verlo, Borges estampó una rúbrica que era sólo su apellido, como era su costumbre y el otro, intrigado, le preguntó:
– Dígame maestro, ¿Qué sentido metafísico tiene su firma?
Borges se tomó su tiempo:
– Mijo, pero qué sentido metafísico va a tener. Soy ciego y hago lo que puedo, le contestó el autor argentino levantando la cabeza del volumen.
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En esta otra, refleja su talante de viejo poeta anarquista que se apaga suavemente con el alcohol.

Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos del escritor su primer libro. Borges agradece y le pregunta cuál es el título. "Con la patria adentro", responde el joven. -"Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad".
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Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él. "¡Caramba! -interrumpe Borges- es imposible imaginarse una aspiración más modesta".
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En un emotivo CD de Esteban Morgado, titulado “Las estrellas no sólo brillan en el cielo” volumen 2, en favor de la Casa del Teatro de Argentina y distribuido por Página 12, China Zorrilla -que no canta, sino simplemente cuenta-, refiere una maravillosa anécdota de Borges. Imaginemos la historia en la voz de la inolvidable actriz uruguaya con el suave fondo de las cuerdas de nylon de la guitarra de Esteban:

“A mí me gusta el Borges del humor…. Una vez le preguntaron a él si conocía a un muchacho joven que andaba por Buenos Aires contando sus proezas como escritor y como novelista, y que, por supuesto, no tenía ningún talento. Entonces, le preguntaron a Borges si lo conocía. Y Borges dijo ‘Sí, lo conozco muy bien. Para ese muchacho la mediocridad no tiene secretos’”.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Hacerse rico es cuestión de actitud

Una excelente entrevista que nos invita a cambiar nuestros hábitos para dejar de ser victimas de la pobreza. 

Hay que empezar a pensar diferente. 

miércoles, 16 de agosto de 2017

Todos y todas.

Continuo con mi cantilena gramatical.

Señoras y señores, niñas y niños, adultos y adultas, lectores y lectoras...

Aprendan de una vez que hay que hablar bien.

Les dejo este video que muestra lo absurdo de algunos politicos y periodistas que se empeñan en cambiar el idioma con el unico propósito de parecer incluyentes.




Vean también:  



miércoles, 9 de agosto de 2017

Ganar el baloto

De niño aprendí que conseguir dinero fácil no es tan fácil. 

Sin embargo, a lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas que confían en el azar, en cábalas, santos o dioses para conseguir fortuna.  

Creo que todos conocemos al menos a una persona que cada semana invierte unos pesos en conseguir un billete de baloto, un chance o una lotería. 

Si muchas de las personas hubieran recogido el dinero jugado a lo largo de sus años y lo hubieran invertido en algún negocio o en una idea novedosa a lo mejor hubieran logrado lo que la suerte no les dio.

Bien lo dice el Juan Diego Gómez, asesor financiero:  El Juego es el impuesto a la estupidez. 

Miren el video y lo entenderán:  


En lo personal no creo que mi futuro económico dependa de la suerte.  

Soñar no cuesta nada, pero comprar el baloto sí cuesta. 

miércoles, 2 de agosto de 2017

Historia de Antioquia por Libia Restrepo

El 11 de agosto de 1813, Antioquia declaró su independencia de España. 

Quiero en esta fecha compartirles una conferencia de la Historiadora Libia J. Restrepo donde hace un recuendo de 200 años de historia. 

Una historia de la que debemos  sentirnos orgullosos



Viva Antioquia.

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miércoles, 26 de julio de 2017

Dinero


En un pequeño pueblo no hay dinero.  La crisis económica ha afectado a todos y los habitantes apenas sobreviven con deudas y créditos. 


Por fortuna, llega un turista y entra en el único pequeño hotel del lugar. Pregunta al dueño del hotel cuánto vale quedarse una noche.   El gerente emocionado le dice que vale 100 Euros. 

El turista entrega el billete y le dice que le guarde la habitación, que en la noche se quedará. 

El dueño del hotel agarra el billete y sale corriendo para donde el carpintero que le hizo las camas. Le paga 100 euros que le debía y quedan a paz y salvo. 

A su vez el carpintero corre a pagar sus deudas con el dueño de la ferretería a quien le debía 100 euros. 

El ferretero recuerda que ha estado fiando la carne y corre a la carnicería para pagar sus deudas con el carnicero.

Éste toma el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos.

El criador de cerdos sale corriendo para pagar lo que le debe al molino proveedor de alimentos para animales.
El dueño del molino toma el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con María, la prostituta a la que hace tiempo que no le paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito.

La prostituta con el billete en mano sale para el pequeño hotel donde había traído a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado y le entrega el billete al dueño del hotel.

En este momento entra el turista con una mala noticia.  Aunque el pueblo es muy agradable y el hotel acogedor,  le acaban de avisar de un negocio y no puede quedarse. Deberá viajar esa misma noche, por lo que pide que le devuelvan el dinero.



Nadie ha ganado un euro, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas pendientes y mira el futuro… ¡¡¡ con confianza !!!

Moraleja: “Si el dinero circula se acaba la crisis”.


Posdata:  la economía es un proceso dinámico.

A continuación les comparto un video de una comunidad de ayuda económica que pretende fortelecer la economia basada en las personas sin necesidad de intermediarios. 

Si al terminar el video estás interesado en participar por favor escríbeme a calveco@une.net.co para darte mayor información. 




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miércoles, 19 de julio de 2017

200 años de historia de la bicicleta.

Por estos días miles de personas están pendientes del Tour de Francia. Hace unos días era el Giro de Italia. 

Nadie puede negar la bicicleta ha sido uno de los más grandes inventos de la humanidad. 

A continuación les dejo un corto video sobre la historia de esta maravilla. 


Hasta la próxima semana. 

miércoles, 12 de julio de 2017

miércoles, 5 de julio de 2017

Poner o colocar?


Para los que dicen que solo las gallinas "ponen", les traigo éste artículo. Espero que pongan cuidado.

Al final pongo el autor y la fuente.




DIFERENCIAS Y SIMILITUDES ENTRE 

"COLOCAR" Y "PONER"


¿Cuáles son las diferencias y similitudes entre los verbos "colocar" y "poner"

El verbo "colocar" solo tiene cinco significados, mientras que el verbo "poner" tiene 44 y, eso, sin ir acompañado de otras expresiones, de donde podrían surgir muchas acepciones más. Son pocas las similitudes que existen entre ambos, varios los significados que comparten, pero, muchas las difrencias que los caracterizan. El problema, en la actualidad, es que muchas personas utilizan "colocar" para todo, cuando, en realidad, el verbo que se debe utilizar, en la mayoría de los casos, es "poner". Miremos los significados que tienen ambos verbos:

Colocar:

1) Se emplea, más exactamente, con el significado de ”poner algo en su debido lugar”.
2) Invertir dinero.
3) Acomodar a alguien, poniéndole en algún estado o empleo.
4) Encontrar mercado para algún producto.
5) Dicho del alcohol o de una droga: Causar un estado eufórico a alguien.

Poner:

1. Colocar en un sitio o lugar a alguien o algo.
2. Situar a alguien o algo en el lugar adecuado.
3. Disponer algo para un cierto fin. Poner la mesa.
4. Contar o determinar. De Guarne a Marinilla ponen 20 kilómetros.
5. Suponer (considerar a partir de indicios). Pongamos que esto sucedió así.
6. Apostar una cantidad.

7. Reducir, estrechar o precisar a alguien a que ejecute algo contra su voluntad. Poner en un aprieto.
8. Dejar algo a la resolución, arbitrio o disposición de otro. Yo lo pongo en ti.
9. Escribir algo en el papel.
10. Hacer uso de ciertos medios de comunicación. Poner una conferencia, un telegrama, un fax.
11. Dicho de un ave u otro animal ovíparo: Soltar o depositar el huevo.
12. Dedicar a alguien a un empleo u oficio.
13. Establecer, instalar. Puso un negocio.
14. Representar una obra de teatro o proyectar una película en el cine o en la televisión.
15. En el juego, arriesgar una cantidad de dinero.
16. Aplicar.
17. Hacer la operación necesaria para que algo funcione. Poner la radio.
18. Aplicar un nombre, un mote, etc., a una persona, un animal o una cosa.
19. Contribuir o colaborar con algo en una empresa o actividad. Él pondrá el dinero y yo el trabajo.
20. Prestar apoyo a una persona o a una causa. Se puso de mi parte.
21. Exponer algo a la acción de un agente determinado. Lo puso al sol.
22. Exponer a alguien a algo desagradable o malo. Lo puse a un peligro, a un desaire.
23. Escotar (dicho de una persona: Pagar la parte o cuota que le toca del gasto hecho en común por varias personas).
24. Añadir algo.
25. Decir por escrito. ¿Qué pone este papel? ¿Qué pone aquí?
26. Dicho de un jugador: En algunos juegos de naipes, tener la obligación de meter en el fondo una cantidad.
27. Tratar bien o mal a alguien de palabra u obra. Lo puso de oro y azul. ¡Cómo se pusieron!
28. Junto con algunos nombres, realizar la acción designada por estos. Poner en duda, en disputa.
29. Valerse para un fin determinado. Poner por intercesor, por medianero.
30. Causar lo significado por el nombre que sigue. Poner paz.
31. Establecer, imponer o mandar. Poner ley, contribución.
32. Tratar a alguien de un modo determinado. Poner a alguien de ladrón, por embustero.
33. Hacer adquirir a alguien una condición o estado. Poner colorado. Poner de mal humor.Ponerse pálido.
34. Oponerse a alguien, hacerle frente o reñir con él.
35. Vestirse o ataviarse. Ponte bien, que es día de fiesta.
36. Llenarse (mancharse, ensuciarse). Ponerse de lodo, de tinta.
37. Compararse, competir con alguien. Me pongo con el más pintado.
38. Dicho de un astro: Ocultarse en el horizonte.
39. Llegar a un lugar determinado. Se puso en Bogotá en diez horas.
40. Atender una llamada telefónica.
41. Comenzar a ejecutar una determinada acción. Ponerse a escribir, a estudiar.
42. Introduciendo discurso directo, decir (manifestar con palabras). Tu padre se puso «eso es verdad».
43. Dedicarse a algo o, especialmente, comenzar a hacerlo.
Se pone a jugar con otros niños y se olvida de todo. A eso de las nueve, me pongo a hacer la cena.
44. Alcanzar la cantidad de una cifra y, en especial, el importe de algo. La casa se puso en 300 millones.

Significados tomados del Diccionario de la Real Academia Española.

Por: Dora Luz Muñoz Rincón

Fuente: Universidad Pontificia Bolivariana

miércoles, 28 de junio de 2017

Midiendo el mundo

La ciencia moderna se basa en la medición de los fenómenos.   Toda ciencia requiere de magnitudes.

Alexander Von Humboldt afirmaba que había que medir todo aquello que no entendiéramos.

Les quiero compartir esta película que me encontré en Internet.  Habla de la vida de Carl Friederich Gauss y Alexander Von Humboldt. 


En el minuto 4:00  hay un interesante momento en que el maestro de Gauss, pone una difícil prueba calcular cuando suma 1+2+3+4+5... y así sucesivamente hasta llegar a 100. En la película el joven Gauss descubre su famosa fórmula de progresión aritmética.  


1+2+3+....n= n (n+1)
                     2

Una explicación fantástica...

Espero la disfruten  



Para los que no quieran o puedan ver la película, les explicaré la fórmula. 

Supongamos que queremos saber cuando suma la siguiente progresión. 

1+2+3+4+5+6+7+8+9+10

Gauss descubrió que 
1+10=11
2+9 =11
3+8 =11
4+7 =11
5+6 =11

11+11+11+11+11  ( 5 veces.)

Siempre la suma será la cantidad de elementos que se sumen mas 1. En este caso n sera igual a 10   

Solo hay que sumar n+1 la mitad de veces (en este caso la mitad de 10 que es 5)


1+2+3+4+5+6+7+8+9+10

n= n (n+1)
     2

n= 10 x 11
    2

n=55

Espero que les haya gustado. 


miércoles, 21 de junio de 2017

La mano del abuelo - Leticia Jaramillo

Un fantástico cuento de la escritora Leticia Jaramillo, del taller de escritores de Asmedas. 






Leticia Jaramillo: es una escritora, administradora y ama de casa nacida en Medellín. Dos de sus cuentos han sido publicados en las Memorias del taller de escritores. En 2014 publicó Mi negro hábito (novela). 
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Complemento la semana con estos otros cuentos: 


"Apariciones" - Juan Carlos Villegas 




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"Mamita no quiero parecerme a ella" - Julio César Gaviria.


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Estos  videos hacen parte de una  colección de cuentos leídos por sus autores en el municipio de  Don Matías, Antioquia, en un evento titulado "Derroche de cuentos"  y que contó con el apoyo de Teledomatías y Comarca Cultural 



Si quieren escuchar más historias hagan click en el siguiente enlace  Derroche de cuentos

miércoles, 14 de junio de 2017

Medicos con Incertidumbre

Como médico muchas veces me he visto con la incertidumbre de no saber qué diablos tiene mi paciente. Me he sentido impotente y asustado.  

Todos los que trabajamos en esta profesión lo hemos sentido, no una, sino muchas veces. Los médicos no somos dioses.  Somos humanos. 

Esta semana quiero compartir un texto del Dr Daniel Fichtentrei,  médico cardiólogo y escritor argentino del que les he compartido varias veces sus textos con su amable permiso. 

Para mis colegas, que sirva este documento como un homenaje. A mis pacientes, que les ayude a entender lo que pasa por nuestras cabezas cuando pretendemos ayudarlos. 


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¿Qué pasa por la cabeza de un médico que no sabe que tiene su paciente?


NO SABER


La incertidumbre y el método de una profesión caníbal. 

Autor: Daniel Flichtentrei Fuente: IntraMed



Un enfermo que no está bien pero que no muestra nada evidente es todo un desafío. Sabés que tiene algo pero ignorás qué. Pasás una hora interrogándolo con las mismas preguntas. “Empecemos otra vez desde el principio”, le insistís. Lo examinás otras tantas veces. Pedís análisis de laboratorio que no muestran nada concreto. Fiebre persistente sin leucocitosis, sin neutropenia, sin linfocitosis, sin sedimento urinario alterado, sin semiología respiratoria, ni digestiva, sin signos meníngeos, sin adenopatías, sin foco. ¡Fiebre, fiebre, fiebre! También se queja de agotamiento, desaliento, negativismo, anorexia, mialgias. ¡Tiene que tener algo y yo tengo que encontrarlo! Te alentás al mismo tiempo que te culpás. Vas construyendo una lista: infección urinaria; brucelosis, mononucleosis, citomegalovirus, tuberculosis, endocarditis, leptospirosis, micosis profundas, linfoma, vasculitis, fiebre paraneoplásica, hipotalámica, hipertiroidea, farmacológica, psicógena. ¿Lo interno? Mejor hago un registro horario de la temperatura en su domicilio primero. ¿Lo cultivo? Mejor espero un par de días para ver si se focaliza.


¿Por qué no me voy a dormir y mañana lo pienso otra vez? Cerrás los ojos. Pero ves citoquinas, granulocitos, esplenomegalia, hepatocitos, anticuerpos, virus y bacterias. Querés café, cerveza, chocolate. Vas hasta la cocina, abrís la heladera pero te das cuenta de que no tenías hambre ni sed. Querés salirte del caso por un momento para volver a él más despejado. Pero nada. No lo lográs. Él manda, vos obedecés. Te volvés a acostar. No podés dormir. Te levantás. Abris el Harison en el capítulo de FOD (fiebre de origen desconocido). Leés, leés, leés otra vez lo que ya sabías de memoria. Hiciste todo lo que había que hacer. Paso a paso, con prudencia.


Te acordás de un viejo maestro que te decía: “No te apures, tenés que esperar a los enfermos hasta que la enfermedad hable a través de ellos”. Era un viejo sabio y campechano: “escuchalos, observalos, tocalos, permanecé atento y concentrado hasta que la liebre asome la cola”. Apoyaba su mano enorme sobre mi hombro y me decía: "lo importante es que el enfermo mejore, no que vos ganes una medalla para tu autoestima". Claro, lo entendés, es verdad. Pero no podés evitarlo. También es un desafío personal. Esperar es la medida de la incertidumbre clínica; pero para mí es el mapa de mi ignorancia. ¡Tengo que saber!

Por la mañana vas a su casa, te plantás ante la cama del enfermo y desplegás toda la agudeza sensitiva e intelectual de la clínica. Sos un cazador al acecho. Te erizás. Agudizás tus sentidos buscando signos de alarma. Activás tus radares para encontrar la "cola de la liebre". Planteás hipótesis y las contrastás con los hechos. Las refutás hasta las últimas consecuencias. Deducís, inferís, abducís. Sos Sherlok Holmes, Auguste Dupin, Charles Sanders Peirce, Osler, Popper, Bunge, House. Pero volvés al punto de partida. Andás en círculos, mordiéndote la cola.

El enfermo te mira, su mujer te mira, sus hijos te miran, vos te mirás en sus ojos. "Tranquilos, hay que saber esperar. La naturaleza tiene sus tiempos"; les decís como si creyeras en eso. "Hay casos que se resuelven solos sin intervención del médico, el cuerpo es sabio". Vis medicatrix naturae.



Te acercás a la ventana de la habitación. Querés pensar sin esos ojos clavándose en los tuyos. Allá abajo, en la calle, un hombre joven se baja de un camión y descarga dos medias reses en una carnicería. Las lleva como si fueran de pluma. Tiene un trapo blanco sobre los hombros manchado de sangre oscura para proteger su ropa. ¿Y si yo fuera él?, pensás.

Esta profesión te come la cabeza. Es caníbal. No tiene horario. No te da tregua. Te chupa hasta la última gota de voluntad. Le exige a tus sentidos y a tu razón todo lo que tengan para dar. Tenés información, podés explicarte la fisiología, imaginar sus consecuencias, recitar causas y síntomas. Listas interminables de datos que orbitan en tu cabeza. Tipos de ictericia, causas de onda R alta en V1 en el ECG, ramas intra y extracraneales de la carótida, el score de Framingham, el de Galsgow, el de Hunt y Hess, los criterios de Jones. Todo perfecto, prolijo, vuelve a tu memoria cada vez que lo llamás. Sabés que hay una fase inmediata de intuiciones rápidas. El diagnóstico aparece como si se encendiera una luz. Pero has aprendido a desconfiar de esas iluminaciones. Entonces las cocinás en el horno de la razón. Despacio, sometiéndolas a prueba, refutándolas o confirmándolas. Otras veces esa luz no se enciende. Entonces llega un paciente y todo se pone confuso, borroso, sucio. Los criterios se superponen, los síntomas se esconden detrás de palabras que significan para él cosas diferentes que para mí. Todo se mezcla en una sopa de lenguaje, gestos, circunstancias. Traducís lo que te cuenta desde su lengua ambigua e imprecisa a tu jerga acotada e inapelable. Pero no sos idiota, sabés que gran parte de las cosas que importan se quedarán afuera. Que tu idioma pequeño y arrogante no puede nombrarlas. Cada caso es nuevo, diferente, único. La medicina te quiere entero, en cuerpo y mente. Es apasionante y agotadora. Alienante y enfermiza. Te saca del mundo. Te aleja de todo lo que importa. Es una boca inmensa y voraz. Este maldito laburo es el mejor trabajo del mundo.
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miércoles, 7 de junio de 2017

El nacimiento de la col. Rubén Dario

Una bellísima historia.



EL NACIMIENTO DE LA COL 


En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva en el momento en que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la roja virginidad de sus labios.

-Eres bella.

-Lo soy, dijo la rosa.

-Bella y feliz -prosiguió el diablo-. Tienes el color, la gracia y el aroma.
Pero…

Pero?…

-No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Esos, a más de ser frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus ramas. Rosa, ser bella es poco…

La rosa entonces -tentada como después lo sería la mujer- deseó la utilidad, de tal modo que hubo palidez en su púrpura.

Pasó el buen Dios después del alba siguiente.

-Padre -dijo aquella princesa floral, temblando en su perfumada belleza-, ¿queréis hacerme útil?

-Sea, hija mía -contestó el Señor sonriendo.

Y entonces vio el mundo la primera col.


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Ruben Dario. (1867-1916)

Felix Rubén García Sarmiento, fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense. Máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es conocido como el Príncipe de las Letras Castellanas. 










miércoles, 31 de mayo de 2017

El regalo de los reyes magos. O. Henry.

Esta semana les traigo un excelente cuento de O. Henry.

Una verdadera obra de arte.


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EL REGALO DE LOS REYES MAGOS

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.



Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.

Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.

Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de “Señor James Dillingham Young”.

La palabra “Dillingham” había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de “Dillingham” se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde “D”. Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían “Jim” y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.

Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.

Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.


La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.

Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.

Donde se detuvo se leía un cartel: “Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases”. Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la “Sofronie” indicada en la puerta.

-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.

-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.

La áurea cascada cayó libremente.

-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.

-Démelos inmediatamente -dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.

Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto… tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.

Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.

A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

“Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?.”

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.

Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: “Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita”.

La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.

Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.

Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime “Feliz Navidad” y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!

-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.

-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?

Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.

-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.

-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.

Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.

Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.

Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.

Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:

-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!

Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:

-¡Oh, oh!

Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.

-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.

En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.

-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.


Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

FIN