"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 28 de febrero de 2024

Lanzamiento del libro ESO ES PURO CUENTO vol. 4

El 15 de febrero de 2024,  se realizó el lanzamiento del libro Eso es puro cuento, volumen 4,  editado por Libros para Pensar, y en el cual participaron 20 autores. 

El evento tuvo una asistencia de mas de 90 personas, que acompañaron a los 20 autores. 

El inicio estuvo amenizado por Jesus David Bernal quien nos deleitó con dos canciones (Vive, y A mis amigos)

La presentacion estuvo a cargo de Juan Andres Alzate (autor del libro y editor y fundador de la Revista Cronopio), el maestro Javier Echeverri (Escritor consagrado, quien hizo el prologo) y Carlos Alberto Velasquez, autor de varios libros  y coordinador de varios talleres de creación literaria de la editorial. 

Durante el evento se plantearon ciertas preguntas que motivaron una conversación muy interesante.: 

¿Vale la pena contar historias?

¿Que valor tiene una antología? 

¿Será el libro reemplazado por otro formato algún día?

¿Qué pasa con la tradición de narración oral en los tiempos modernos?


A continuación les compartimos la grabación del evento. 



Gracias a todos por su asistencia. Compartimos algunas imágenes del evento.  Agradecemos también al parque biblioteca de Belén por habernos cedido este espacio. 








miércoles, 21 de febrero de 2024

¡Poetas!

Escribir poesía no es lo mismo que escribir adornado. Por el contrario, un buen escritor encuentra las palabras precisas cuando quiere decir algo. No se extiende innecesariamente ni da vueltas con el idioma, porque conoce el sentido exacto de cada palabra. 

Hace poco en internet alguien en un grupo lanzó un reto:  

Un escritor no diría: "Quiero que te vayas. Estoy harto de verte". Un escritor diría.....

La mayoría de los miembros del grupo se explayaron enviando parrafos y parrafos de lo que ellos creían que un escritor diría. Daban vueltas innecesarias para decir algo que se podría resumir en "¡Lárgate y no regreses!"

¿Por qué será que la mayoria de las personas creen que para ser escritor hay que dar vueltas con las palabras? Igual me sucede con un grupo virtual de escritores al que me invitaron, (donde hay muchos autonombrados "poetas") que para dar los buenos dias, tienen que ir hasta el olimpo, y hacer cabalgar a Apollo con su carruaje brillante sobre el éter abovedado. ¿Acaso no pueden decir "Buenos dias"?

En ese chat algunos "poetas" escriben cosas que a veces no se entienden porque les interesa más mostrar su erudición y su "enorme léxico" que decir lo que quieren decir. Me molestan esos falsos poetas que no pierden la oportunidad de armar frases con palabras rebuscadas; que buscan declamar sus obras en público, pero que no escuchan a los demás pensando solo en lo que ellos van a decir. Que se desacen en elogios al que recitó una retahila insufrible porque temen decir la verdad:  "No entendí lo que dijiste", o peor aún, porque temen que no los elogien luego a ellos cuando vomiten palabras inconexas. 

Odio aquellas reuniones donde se reunen poetas con la esperanza de vender sus poemas pero que no tienen la menor intencion de comprar algunos versos ajenos. Que su única motivación es que los conozcan. 

Pocas veces en los encuentros de poesía encontrarás un poeta bueno. Los verdaderos poetas no escriben mucho, no hablan mucho, porque la mayor parte del tiempo la pasan maravillados por la vida. Esos son los poetas imprescindibles. 


A continuación comparto un texto que encontré en las redes. Desconozco si fue un diálogo real del programa de Roberto Gomez Bolaños o si es un texto que se le atribuye a él. 

De todos modos está genial. 

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"- Oye Lucas, ¿Tú crees que sea útil ser poeta?

- Claro que sí, Chaparrón, si no, ¿Qué pretexto vas a encontrar para morirte de hambre?

- Sí, pero yo quiero decir: ¿Tú crees que si hubiera más poetas la gente avanzaría con más seguridad por la vida?

- No, Chaparrón, para avanzar con más seguridad lo que hace falta es sincronizar los semáforos

- Estás en lo cierto, pero de cualquier manera para algo deben servir los poetas…

- Bueno, yo los utilizaría para disolver manifestaciones.

- ¿Para disolver manifestaciones?

- Sí, Chaparrón, ¿No te has fijado en cómo se desbarata una reunión en cuanto alguien se para a declamar un poema?

- Estás en lo cierto.

- Además, en esta época, ¿A quién le interesa que la luna sea blanca?

- A los del Ku Klux Klan.

-  No, pero yo estoy hablando de gente no de animales. [..] Pero de  cualquier manera tú no debes darte por vencido. Acuérdate que los poetas  no son los únicos seres inútiles que existen en el mundo. También hay  abogados, economistas, críticos de teatro, empresarios de boxeo; con el  agravante de que el abogado te manda a la cárcel, el economista te manda  a la bancarrota, el crítico de teatro te manda a la televisión y el  empresario de boxeo te manda al manicomio, si no es que al cementerio.  En cambio, los poetas a lo que más que pueden mandarte es al diccionario  para que averigües qué fue lo que quisieron decir".

📺 Los Chifladitos (1992)

miércoles, 14 de febrero de 2024

39 semestres y una sopa salada

A veces me he preguntado si Colombia podrá salir adelante luego de que un anterior presidente nos dividió en dos grupos antagónicos al formular una pregunta con una redacción amañada que hacía ver a los que no queríamos un acuerdo  que favorecía la delicuencia y el narcotráfico como enemigos de la paz. En mi concepto esa pregunta ha sido lo más dañino que ha ocurrido en el país en los últimos 500 años y todo porque la gran mayoría no leyó el acuerdo o no lo entendió. Personalmente lo leí y descubrí que se premiaba al violento mientras se cometía una injusticia con el campesino que nunca habia tomado un arma. Se le daban concesiones a los malos y se ignoraba a los que siempre habian sido buenos. Se daban beneficios al cultivador de coca pero no se daba ningún beneficio al que cultivaba frijol, café o plátano. Se daba salario al que tuviera un arma, pero no se daba nada al que siempre habia tenido un azadón. Se daba dinero al que hubiera matado o secuestrado (para que no lo hiciera más), y el dinero salía de los impuestos de los que nunca habian matado, secuestrado o extorsionado, y toda su vida habían trabajado de forma pacífica. En otras palabras el acuerdo era otra extorsión: "o me sostienes económicamente, o te sigo secuestrando, estorsionando o matando". "Si no quieres que te ataque, deberás pagar mi manutención". 

La pregunta, tal como estaba formulada, insinuaba que solo los que votaran "Si" querían la paz. Muchos, creyeron que votar "NO" era preferir la guerra. Esa pregunta dividió a la población entre "buenos y malos". Polarizó al país y generó posturas que parecen irreconciliables. 

Quisiera pensar que hay esperanza de que las partes se acerquen, pero veo que nuestra sociedad no está preparada para hacerlo. Por el contrario, cada vez hay más polarización, menos diálogo y más deseos de imponer puntos de vista. De marcar posturas y pelear para mantenerlas. 

Hace unas semanas el recién posesionado gobernador de Antioquia pidió en el Consejo Directivo de la Universidad de Antioquia que le informaran la cantidad de estudiantes que llevaban 14 o más semestres cursando el mismo programa en la universidad. 

El resultado fue posteado en la cuenta X: Más de dos mil estudiantes llevaban 14 o más semestres estudiando el mismo programa. Pero lo que causó más revuelo fue que hubiera personas que llevaban mas de 20 semestes. Uno incluso llevaba estudiando 39 semestres ¡la misma carrera!

Las redes sociales se encendieron. Suponiendo que todos los programas académicos duraran 5 años (muchos duran menos y solo unos pocos como medicina duran 7 años) el dato mostraba que hay al menos 13 mil semestres adicionales que estamos financiando los contribuyentes. Es claro que no todos pueden empezar y terminar la carrera en forma continua. Muchos deben trabajar y solo pueden matricular una o dos materias por semestre. (La universidad se promulgó al respecto, en defensa de las personas que quieren estudiar y deben hacerlo lentamente). Pero que haya personas que demoran 15 o 20 años para terminar una carrera de cinco pone a dudar sobre si esa persona de verdad tiene interés en graduarse o si carece de capacidades académicas para hacerlo. 

Consecuente con esto último, publiqué en mis redes sociales la siguiente frase: Cuando te sientas mal por no entender algo, piensa en que en la UdeA hay un imbécil que lleva 39 semestres sin poderse graduar. 

Las reacciones no se hicieron esperar. Muchos tomaron el mensaje como un ataque personal y comenzaron una diátriba de defensas de los estudiantes, de la universidad, de la educación pública, ¡como si yo los estuviera atacando a ellos! La interpretaciones fueron mas allá del estudiante vago. Adicionalmente, me preocupó la comprensión lectora de algunos que respondieron. 

Una amiga, por ejemplo, me respondió "Juemadre:  yo llevo 34, soy una imbécil"  No tuve más remedio que responderle que si llevaba 34 semestres estudiando la misma carrera, no cabía duda de que sí era una imbécil. Sé que no era el caso. Ella ha hecho varias carreras. (yo llevo mas de 50 años estudiando muchas cosas). Me llamó la atención que se hubiera dado por aludida como si no hubiera leído bien mi comentario. ¿Problemas de comprensión lectora? ¿necesidad de controvertir cualquier cosa? 

Muchos amigos y compañeros me respondieron explicando cómo ellos habian demorado más años de lo usual porque debían trabajar y estudiar, y mencionaba cómo habian cursado una o dos materias en un semestre, etc... ¿Quien estaba hablando de esos estudiantes? ¿Acaso yo estaba criticando que algunos se demoraran un poco más?  Mi texto era muy claro:  Un estudiante (uno solo) llevaba 39 semestres. Nunca hablé de los demás estudiantes del trino del gobernador.  

Otros me acusaron de atacar a la universidad ("no puedes generalizar" me dijeron varios. "no puedes atacar a la univesidad, por un solo estudiante"). Es evidente que yo no estaba generalizando ni mucho menos atacando a la universidad. Estaba hablando de un estudiante (uno solo) que por vago, por estúpido o por cualquier otro interés, no terminaba carrera. Los que generalizaban eran ellos. 

También me acusaron de hacer "un discurso distractor" para desviar la atención "de los problemas profundos de la universidad". Dijeron que estaba criticando a los estratos de bajos recursos que no podían estudiar en forma continua (¿cuándo mencioné eso?). Me dieron sermones de que debía entender las condiciones personales de cada uno de los estudiantes antes de lanzar acusaciones temerarias. (??)

Fue impresionante la cantidad de personas que se sintieron atacadas y se armaron de argumentos para defender lo que nadie había atacado. 

Eso demuestra que lo que llamamos "generación de cristal", que se ofende por todo y se victimiza a sí misma, no es esclusiva de los jóvenes. Hay adultos mayores que también se ofenden fácilmente, que toman como personal cualquier crítica específica y la mueven a otro terreno para plantar batalla y defender puntos de vista que nunca fueron atacados. Las reacciones generadas a mi comentario sobre ese estudiante generó reacciones sobre calidad de la universidad, sobre la desfinanciación de la educación, sobre la desproteccion de los sectores menos favorecidos, sobre el ausentismo universitario, etc. Y no estaban discutiendo el trino del gobernador (que tampoco atacaba a nadie), estaban discutiendo mi comentario. 

Recordé la historia de la mujer a la que el esposo le dice que la sopa quedó salada y ella le pide el divorcio porque asume que la está acusando de mala cocinera, de pésima esposa y de querer envenenarlo. 

Ese tema de la victimización es muy complejo. Cuando uno lee la respuesta que dió la universidad, no entiende por que asumen el papel de víctimas ofendidas.(Y muchos amigos de la universidad se formaron en dicha linea). Asumieron que el preguntar por estos estudiantes eternos es un acto de agresión contra la universidad, y contra los buenos estudiantes. 

Yo me puedo hacer responsable de lo que digo (o escribo) pero no me puedo hacer responsable de lo que los demás entiendan o interpreten. Mi mensaje era claro. Pero las ganas de controvertirlo todo pueden hacer que un simple comentario se vaya a otros terrenos imprevistos. 

No me arrepiento de haber publicado mi comentario. Sin quererlo, funcionó como un experimiento social. 

¿Estamos los colombianos en capacidad de leer los mensajes y entenderlos textualmente? ¿Somos capaces de ser imparciales frente a un comentario y analizarlo independiente de nuestros prejuicios? ¿Acaso estamos tan polarizados que proponemos batalla para defender un punto de vista personal que nadie ha atacado? 

Colombia es una olla a presión a punto de estallar. Veo una hipersensibilidad aumentada. Cualquier roce produce una reacción severa. La mención de un tema genera batallas encarnizadas. La gente no está dispuesta a dialogar para tratar de entender puntos de vista sino que toda conversación transcurre en un intento de encontrar fallas en el argumento ajeno e imponer nuestro punto de vista. Ponemos en boca de otros argumentos que nunca fueron planteados y luego los debatimos con toda la fuerza de nuestros prejuicios.  Preocupa mucho que la gente considere que todo comentario en redes sociales es una provocación, una invitación a la guerra. 

Tengo que admitirlo, yo también me dejé llevar y caí en el juego de debatir otros temas que no tenian que ver mi trino inicial. Cuando empezaron a tocar otros temas que no tenián que ver con el comentario mío, también participé en la discusión a sabiendas de que no podría convencer al que tiene ya sus ideas prefijadas. 

Debo también decir que la gran mayoría de comentarios fueron respetuosos y bien intencionados. Pero no deja de preocuparme que la gente esté tan sensible, que hasta una simple brisa pueda tener consecuencias de huracán. 

No sé si los que participaron en las discusiones leerán esta nota. No sé si ellos se verán reflejados. Lo único que puedo hacer es sacar mis propios aprendizajes: 

-Seguiré pensando, que no puedo sentirme mal por no entender algo o por abandonar un curso de dos semanas que me aburrió, cuando hay un sujeto en una universidad que lleva 39 semestres estudiando la misma carrera y no la ha terminado.

-Debo estar muy pendiente para no dejarme llevar a otros terrenos en una discusion cuando otros quieran pelear en un tema que no tiene nada que ver con lo que dije. 

-Seguiré pensando que un estudiante que demora 15 años en una carrera que dura cuatro, tiene algún interes oculto en no terminar la carrera o tiene serias dificultades cognitivas que lo imposibilitan para ser un buen profesional. 

Por último, debo aprender a ser más objetivo. Si hago una sopa y alguien me dice que quedó salada, no cometeré el error de acusarlo por llamarme "asesino". Al fin y al cabo cuando eché la sal, no pretendía envenenarlo. Debo entender que solo me dijo que la sopa estaba salada.

Posdata: Ya que la discusión pasó a otro terreno más profundo (que el tema del estudiante de mi comentario), y que ya hay respuestas de las directivas de la universidad mostrándose en el papel de víctimas de unas críticas despiadadas, quiero hacer una reflexion. 

13.888 semestres adicionales equivalen a mucho dinero que sale del bolsillo de los contribuyentes. Qué bueno que se haya planteado la discusión por parte de la gobernación y ojalá que cada caso sea evaluado individualmente. Hay muchos estudiantes que demoran mucho más del tiempo usual para graduarse, y eso no es malo, pero si amerita un estudio profundo. Es función de la universidad (y de todos) ayudar a que esos estudiantes se graduen y sean productivos para la sociedad. 

Es inaceptable que alguien se demore 20 años haciendo una carrera de cuatro o cinco años. 

Algunos medios han publicado los datos (con foto) del personaje que lleva 20 años en la misma carrera. Dichas publicaciones denuncian que es un miembro de la guerrilla. Desconozco si ello es verdad.  No me consta. Pero cuando era estudiante, hace mas de treinta años, conocí estudiantes  de la Universidad que estaban financiados por la guerrilla. Me explicaban en ese entonces, que no se podían graduar sin permiso de su comandante. También supe de estudiantes financiados por el paramilitarismo. Ese fenómeno no es nuevo. Ocurria en los años 80s, y parece seguir ocurriendo.

Recientemente han querido desviar la opinión publicando entrevistas a otras personas que terminan una carrera y comienzan otra por el simple gusto de aprender. Ese no era el punto inicial del debate. Nadie ve con malos ojos que la gente quiera seguir estudiando cosas nuevas. (Yo también soy un eterno estudiante. Termino una carrera y comienzo a estudiar otra cosas).La pregunta del gobernador era muy específica y era sobre estudiantes que no han terminado la misma carrera.  

Hay en nuestro país mucha gente que quiere estudiar, graduarse y trabajar en una profesión, pero ni siquiera pueden entrar a la universidad porque hay unos pocos (espero que sean apenas unos cuantos) que ocupan esos cupos sin intención de terminar. Es bueno hacer veeduría a la educación pública. 

No nos equivoquemos, la universidad no está siendo víctima de ataques. Las verdaderas víctimas son los jovenes que no encuentran cupo en la univesidad porque alguien no quiere terminar una carrera y porque algunos directivos y profesores lo permiten. 

Las víctimas son los que no pueden conseguir un cupo porque hay 2164 estudiantes cursando 13.888 semestres adicionales en un país donde, de entrada, son limitados los cupos para ingresar a la universidad. 


miércoles, 7 de febrero de 2024

La droga salvadora. Cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Este cuento lo escribí hace mucho tiempo (por alla en 1987) y fue publicado por primera vez en mi libro La Monja Sin Cabeza y otros cuentos. 

Hace poco la Editorial Libros Para Pensar me ofreció participar en una excelente antología y quise compartir este cuento que sé que será del agrado de muchos.

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LA DROGA SALVADORA


Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Todos mis compañeros decían que yo era un «lambón». Que sólo me quedaba a hacer turnos en la noche con el fin de que mis profesores me pusieran una mejor calificación que los demás. Claro que eso estaba entre mis planes, aunque muy en el fondo. ¿A quién no le gustaba sacar una nota destacada al final del semestre? Pero lo que me interesaba era aprovechar al máximo la rotación por el servicio de urgencias del Instituto de los Seguros Sociales. Aunque no era obligatorio hacerlo, el coordinador de prácticas había hecho la sutil «sugerencia» de hacer algunos turnos nocturnos en el servicio «para que el futuro médico se vaya empapando de la vida nocturna en una clínica». Y yo estaba convencido en ese entonces, como lo estoy ahora, de que el «arte» de la medicina no se aprende en los libros sino en la práctica diaria.

Corría el año de 1986 y yo me encontraba en el sexto semestre de Medicina. Mi tutor, de quien no mencionaré su nombre era apodado por sus compañeros como «Padre-mío». Aunque no era un hombre de vastos conocimientos en cuanto a medicina interna o a farmacología, era un excelente médico en el área de la traumatología, y la ortopedia. Nunca lo vi amilanarse ante un paciente que presentara las heridas más espeluznantes, y siempre lo vi actuar acertadamente con aplomo y seguridad para proporcionar la ayuda inicial aun cuando, muchos médicos compañeros suyos, incluso especialistas en las diferentes ramas de la medicina, palidecían y titubeaban.

Del doctor Padre-mío aprendí a reducir luxaciones y fracturas mucho antes de que llegara al semestre de ortopedia, aprendí a hacer muchos procedimientos que en la actualidad son prerrogativa de médicos especialistas. También aprendí que existen casos que parecen urgencias vitales y que muchas veces son manifestaciones somáticas de personas con dificultades familiares, sociales o económicas y que reaccionan ante éstas con síntomas similares a los de enfermedades graves. Y aprendí sobre todo a hacer frente a las situaciones más angustiantes con inteligencia y cabeza fría.

Recuerdo en especial una noche en que las consultas estaban particularmente disminuidas. Un turno calmado, pensaba para mis adentros, cuando escuchamos todos una algarabía que provenía de la entrada a urgencias. Todos los médicos y enfermeras nos asomamos con curiosidad y vimos un grupo conformado por unas ocho o diez personas. Todos muchachos jóvenes que traían a uno de los suyos en brazos. Algunos de ellos tenían armas en las manos. Unos pocos tenían revólveres y pistolas de manufactura casera. Otros, (la mayoría) puñales y cuchillos. Al ver el conjunto se podía intuir rápidamente a qué se dedicaban. Todos de aspecto agresivo, profiriendo palabras soeces, el cabello cortado a ras con una melena larga que colgaba en la nuca. Usaban camisillas de colores chillones, jeans desteñidos y tenis de colores vistosos. Era la usanza de los sicarios empleados por los mafiosos. Recordemos que en ese entonces el narcotráfico estaba en todo su apogeo y pululaban grupos de estos en toda la ciudad.

Lo primero que imaginamos era que uno de ellos venía herido, quizás de algún «trabajito» fallido. Ante el grito de «sálvenlo, sálvenlo», Padre-mío tomó la delantera y se acercó a ellos.

—Cálmense muchachos. A ver, qué es lo que le pasa al compañero suyo.

—Mire, hijueputa. Usted tiene que salvarlo —contestó uno de ellos mientras los otros no se cansaban de repetir—. ¡Sálvenlo!... ¡sálvenlo!... tiene un ataque... ¡tiene un ataque al corazón!... ¡Sálvenlo!

Instintivamente tornamos a mirar al supuesto herido. Tenía ambas manos crispadas sobre el corazón. Con una mueca histriónica y con los ojos saltones parecía más un payaso representando una obra teatral que un verdadero enfermo. Respiraba rápidamente y movía sus ojos y su cuello de un lado para el otro como presa de un delirio paranoide, muy propio de quienes consumen estupefacientes. Aunque las manos permanecían rígidas sobre el pecho, con sus pies pateaba a todos los que se encontraban cerca, incluso a aquellos que lo traían cargado.

Muchos de los médicos de más experiencia fueron abandonando el sitio y yo ya le iba a preguntar a mi tutor si aquello era una crisis conversiva (estado de ansiedad) cuando otro de ellos colocando su «changón» en la cara de Padre-mío le increpó:

—Vea «parce». Si usté no lo salva, usté se muere.

Las enfermeras gritaron y corrieron, los médicos desaparecieron antes que ellas, como por arte de magia, y sólo quedamos allí el doctor «padre-mío» y yo. En aras de la verdad, tengo que admitir que lo mío no fue un acto de valentía. Fue que al girar y correr choqué con la camilla metálica que se tenía a la entrada, y caí al suelo.

Ya me preguntaba qué se sentiría cuando una bala entrara en mi cabeza, cuando unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento. Era Padre-mío que, con un aplomo digno de cualquier soldado ateniense, me decía que le ayudara a subir al paciente a la camilla, en tanto que les decía a los agresivos acudientes:

—Vean muchachos. Este amigo suyo está muy grave. Vamos a ver si lo podemos salvar, pero no podemos asegurarles nada. Mientras que le hacemos la resucitación, necesito que todos ustedes vayan a buscar a los familiares del joven ya que necesitamos treinta y siete donantes de sangre que sean familiares. Sirven primos y hermanos. Mientras tanto, el doctor —refiriéndose a mí —y yo, vamos a llevarlo a practicarle una cirugía muy delicada.

Ante la insistencia de algunos de ellos de no dejarlo solo, el doctor les dijo que a él le servía más que fueran a conseguir «todo ese montón de gente». Como era de esperar, la mayoría salieron corriendo de lugar, no sin antes asegurarnos que nos matarían si no lo salvábamos. Unos pocos quedaron en la entrada para asegurarse de que no escaparíamos y «por si al “dóctor” —con tilde en la primera sílaba— se le ocurría otra cosa que se necesitara».

Como pudimos entramos la camilla con el «enfermo» que continuaba pateando, brincando y contorneándose, como presa de alucinaciones, y nos dirigimos a la sala número cuatro, no sin antes asegurarnos de que ningún acompañante nos seguía. A medida que pasábamos por el corredor, se iban abriendo las puertas y se asomaban las cabezas de una que otra enfermera y algún médico curioso que quería saber qué había pasado con nosotros.

Padre-mío los tranquilizaba diciéndoles que todo estaba bajo control, que era una simple crisis conversiva. Yo, sin embargo, sufría al pensar qué ocurriría conmigo si el doctor estuviera equivocado y el paciente falleciera. No quería ni imaginarme lo que haría esa turba enardecida.

Al llegar a la sala me extrañó que el doctor arrinconó la camilla contra la pared y con toda la calma del mundo se sentó en su escritorio a seguir escribiendo la historia clínica del paciente anterior. Yo, asustado, miraba al paciente que cada cinco o seis segundos lanzaba un grito o un suspiro y adoptaba otra mueca diferente para permanecer así hasta el siguiente suspiro.

Bastante preocupado y con la voz temblando le pregunté al profesor si le íbamos a colocar algo o a hacerle algún tratamiento, a lo que él respondió que no. Que lo dejaríamos ahí hasta que decidiera levantarse por sus propios medios. Y añadió: Ese paciente no tiene nada.

Palabras funestas. Inmediatamente vi como el paciente se tornaba rígido, brotaba sus ojos y dejaba de respirar.

—¡Doctor! – grité, mientras comenzaba a revisar sus pupilas y sus reflejos los cuales eran normales. Su presión arterial y su pulso eran del todo adecuados.

El doctor Padre-mío alzó la mirada hacia el paciente, lo observó unos pocos segundos y levantando sus hombros como restándole importancia me respondió:

—No le parés bolas a eso. Ese muchacho no tiene nada. Ahora verás que vuelve a respirar.

Palabras proféticas. A los pocos segundos me sobresaltó una bocanada de aire que tomó con avidez como si hubiera estado sumergido en una piscina por mucho tiempo. Una sola bocanada y volvió a quedarse rígido.

Por mi cabeza pasaron los criterios para el diagnóstico del trastorno de conversión que aparecían en el DSM III (en ese entonces) y que establecía las bases para hacer el susodicho diagnóstico psiquiátrico anteriormente llamado «crisis histérica».

Repasaba mentalmente los criterios y cada vez me convencía de lo acertado del diagnóstico, cuando en esas entró el doctor Vélez, y, con el volumen de la voz un tanto alto para lo pequeño del consultorio, preguntó a Padre-mío:

—¿Qué vamos a hacer, pues, con este hombre?

—No te preocupés —respondió Padre-mío hablando todavía más fuerte—, ahorita lo bajamos a la morgue y lo dejamos allá. Cuando ya esté muerto, le sacamos los órganos, para los trasplantes.

Al escuchar semejante cosa retrocedí varios pasos, pues supuse que el presunto enfermo saltaría como loco de su camilla.

Nada. Permanecía con aquella mueca, los ojos igual de abiertos, y las manos crispadas sobre el pecho. Ni un parpadeo, ni un ápice de movimiento. Parecía una estatua de cera.

El doctor Vélez sonriendo maliciosamente se acercó a la camilla mientras decía: «listo, ¿qué estamos esperando?» Cogió el borde de aquella, y la zarandeó con un movimiento corto, pero brusco. Ello fue suficiente para resucitar al paciente.

En milésimas de segundo la supuesta víctima del ataque al corazón corría por los corredores, tambaleándose quizá por la «traba» y tal vez por el desespero. Chocaba con camillas y muros por igual, mientras gritaba a todo pulmón:

—¡Médicos hijueputas!, con razón en esta clínica dejan morir a los pacientes. ¡Hijueputaaas!, ¡malparidooos!...

Instintivamente torné a mirar a Padre-mío, quien ya corría por el corredor contrario rumbo a la sala de espera. Sin más dilaciones, me precipité detrás para saber qué era lo que ocurría y alcancé a llegar justo cuando Padre-mío explicaba a los compañeros de nuestro paciente (de los que quedaban, unos seis o siete) los pormenores de la atención.

—Muchachos, ese compañero suyo estaba más grave de lo que pensé. Si se hubieran demorado más en traerlo no sé qué hubiera pasado. Aquí llegó muy mal. Prácticamente llegó muerto. Tuvimos que darle masaje cardiaco y respiración boca a boca, pero nada, no reaccionaba...

Un murmullo de desconsuelo corrió por la sala.

—Le pusimos adrenalina, pero… ¡nada! Incluso tuvimos que desfibrilarlo, esas cosas que les ponen en el pecho a los pacientes y les ponen corriente, pero ¡nada! Este muchacho no nos respondía. Finalmente —seguía improvisando, Padre-mío, ante los atónitos acompañantes—, tuvimos que utilizar una droga nueva que está en experimentación. Es lo último que ha salido, pero aún no es ciento por ciento segura. Con eso logramos salvarle la vida, pero tiene un problema: el amigo suyo puede quedar con alucinaciones de por vida. No se asusten si de pronto le da por ver dinosaurios que se lo quieren comer, o si le da por creer que unos marcianos se lo quieren llevar...

En eso, un estruendo nos sobresaltó. La puerta de doble ala se abrió de par en par de una patada. Nuestro paciente, pálido como un papel, sudoroso, con una mirada fulminante y con el brazo extendido señalando con el índice a mi profesor gritó una verdad contundente:

—Ese médico hijueputa me quería matar para sacarme los órganos.

—¡Ay, Dios! —dijo Padre-mío con los ojos entornados al cielo cual beato en oración—, ¡ya empezaron las alucinaciones!

Todo sucedió rápido. El «resucitado» se abalanzó hacia sus compañeros tratando desesperadamente de arrebatarles algún arma con la cual atacarnos gritando en medio de su «delirio».

—¡Prestáme el fierro!, ¡prestáme el fierro, que yo tengo que matar a este hijueputa!

Los compañeros trataban de calmarlo:

—Tranquilo mijo, tranquilo mijo, que eso es una alucinación.

—Sí —decía otro—, usté estaba muy grave y el “dóctor” lo salvó.

—Sí, quedáte tranquilo, que vos debés reposar.

—Pobrecito —decía Padre-mío—, esas alucinaciones como son de horribles —y miraba a nuestro paciente con ternura angelical.

—¡Qué alucinaciones, ni que hijeputas!... este H.P. me iba a meter a la morgue y me iba a sacar los órganos. Me quería matar. ¡Prestame el fierro! —y forcejeaba para tratar de alcanzar alguna de las armas de sus compañeros.

Varios amigos lo cogieron de los brazos mientras él luchaba desesperadamente por liberarse.

—Doctor, ¿y esas alucinaciones duran mucho? —preguntó uno de ellos que hasta el momento me había parecido el más calmado.

—Pues no sé, gordo — respondió Padre-mío con aire de desconsuelo—, eso es impredecible. Pueden durar pocos días o quedar para toda la vida.

—Les digo que me quería matar. ¡Créanme! —gritaba el pobre paciente.

—¿Saben que es lo que más me preocupa, muchachos? —dijo Padre-mío captando la atención de todos nosotros. (De todos menos de la víctima claro está, que luchaba por liberarse y hacerse con un arma)— Que este pobre muchacho en una de esas alucinaciones le dé por hacerme algo... y con todo lo que luché para que no se muriera.

—Tranquilo, mi doc, no se preocupe—, dijeron casi a coro todos los acompañantes —No se preocupe que, mientras que Milton tenga esas alucinaciones no vamos a dejar que «huela» ningún arma. Nosotros se lo prometemos.

—Sí, doctor, no se preocupe, que usted salvó a nuestro compañero y a usted lo vamos a cuidar.

Y como si todo estuviera finiquitado, salieron de la sala de urgencias hacia la oscuridad de la noche, felices de haber recuperado a su amigo, a su compañero del alma que fue robado de las garras de la muerte y traído nuevamente al reino de los vivos.

Fin

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Aprovecho para invitarlos al lanzamiento del libro el próximo 15 de febrero de 2024 en la sala mi barrio del Parque biblioteca de Belén. 



miércoles, 31 de enero de 2024

La falacia de los autos eléctricos

Ultimamente algunos líderes mundiales (y locales) han intentado convencernos de los beneficios de los autos eléctricos y la mayoría de las personas (como borregos) se tragan el cuento de que son la mejor opción para reemplazar por completo a los autos de combustión (gasolina, diesel o gas). 

Los carros eléctricos son silenciosos, trabajan con una batería de Litio, Niquel o Cadmio y no sueltan a la atmósfera gases tóxicos, razón por la cual se han propuesto como los salvadores del planeta. 

Ahora bien, mientras que el CO2 y el CO (dióxido de carbono y monóxido de carbono), pueden ser metabolizados por los árboles, no existe ningún organismo que coma Níquel, Litio, Cadmio o alguno de los componentes de las baterías. Los carros de gasolina o gas también necesitan baterías pero son de menor tamaño y requieren de mucha menos cantidad de elementos químicos para su elaboracion que los que necesita un vehículo eléctrico. 

Producir una gran batería (de 40 a 80 KVH) para un vehículo eléctrico, requerirá de un incremento en la minería. Lo contradictorio es que quienes promueven la utilización de carros eléctricos, casi siempre estan también en contra de la minería. ("la ignorancia es atrevida" como diría mi abuela). Será imposible producir autos eléctricos para todo el planeta sin el consecuente incremento de la minería extractiva que permita obtener los minerales para esa baterías. 

La agenda progresista quiere prohibir la minería de petroleos y reemplazarla por la de otros elementos más difíciles aún de extraer. Eso suena a engaño o ignorancia. 

Es cierto que se requiere de la minería cuando se extrae petróleo o gas. La combustión de los derivados del petróleo produce gases que van a la atmósfera y son luego aprovechados por los árboles en un fenómeno llamado fotosíntesis en la que, ayudados por el sol, toman el carbono del aire y incorporan en su metabolismo, produciendo  a su vez oxígeno para el planeta. 

En el caso de los coches eléctricos, habría que incrementar considerablemente la mineria para extraer Litio, Cadmio, Níquel, (¿sigues pensando que es ecológico?). Solo que dichos elementos no pueden ser metabolizados por las plantas, ni por los animales. Cuando la batería de un vehículo eléctrico acaba su vida util, pasa por un proceso en que se reciclan algunas partes, y el resto debe ser depositado en la tierra. Estos elementos  terminan contaminando los rios y mares, igual que hace el mercurio cuando se extrae oro. Es decir, cambiamos un gas que aprovechan las plantas, por unos contaminantes que deben ser enterrados y que tarde que temprano llegarán a las fuentes de agua. No se conoce ningun ser vivo que pueda metabolizar Niquel, Litio o Cadmio, por lo que, a diferencia del CO2 y CO, seguirán contaminando indefinidamente el planeta. 

Imagina si todos los coches de tu ciudad fueran eléctricos: ¿Tu ciudad tiene un lugar seguro para depositar todas esas baterías? Imagino que no. ¿Están preparados todos los países para manejar semejante cantidad de desechos tóxicos?  En algunos países del primer mundo la disposición final de las baterías de los autos eléctricos ya es un problema ambiental severo, y eso que el porcentaje de eléctricos es aún pequeño. 

¿Qué pasará si se cumple la agenda 2030 que pretende acabar con los carros de combustión para que todos los vehículos sean eléctricos? ¿Cuántas minas nuevas habrán de abrirse (con su daño ecológico respectivo) y cuántas fuentes hídricas habrán de contaminarse con los lixiviados ácidos resultantes de las baterías agotadas?

Es falso que los vehículos eléctricos sean más ecológicos que los de combustión. De hecho, es mas costoso desde el punto de vista ecológico producir un vehículo eléctrico. Esos coches no son la solución. Son solo una parte. Hay que reducir la contaminación ambiental, en eso no hay discusión: Debemos  hacer un uso adecuado de los vehículos y favorecer el trasporte público para reducir las emisiones innecesarias. El problema no se resuelve reemplazando todos los vehículos de combustión por eléctricos. 

Incluso, hay medidas mucho más sencillas para reducir la contaminacion vehicular. Por ejemplo rediseñar las vias de nuestras ciudades para que no haya trancones (un trancón que duplica nuestro tiempo de desplazamiento, duplica el tiempo de motor encendido, incrementando al doble la cantidad de gases tóxicos que emite nuestro vehículo). 

Si un lider quisiera reducir la contaminación a la mitad, solo tiene que reorganizar el tránsito para que las personas que se movilizan en vehículos motorizados puedan llegar en el menor tiempo posible a su lugar de destino. Un vehículo apagado no emite gases. Es un hecho evidente y una solución sencilla y económica). 

Debemos fortalecer la siembra de árboles y la protección de la capa vegetal de nuestro planeta, y sobre todo, hay que analizar crìticamente todo aquello que intentan meternos en la cabeza.

En este artículo no me he detenido en mostrar otras desventajas que tienen los vehículos eléctricos, como el inconveniente de requerir mucho tiempo de recarga. ¿Estarías dispuesto a esperar varias horas a que los dos vehículos que adelante de tí cargen sus celdas en la estación, en tanto que en la gasolinería del frente cada cinco minutos se llena un tanque? Hay consideraciones adicionales que hay que tener en cuenta con los vehículos eléctricos. 

A continuación les dejo un video que muestra cifras que los harán pensar. 


 

miércoles, 24 de enero de 2024

Qué es un microrelato

Uno de los temas que hemos visto en el Taller de creación literaria que coordino, es el de los microrelatos o microcuentos. Debo confesar que definir el micro relato no es fácil y no existe un consenso. 

Un microrrelato (también, microcuento) es un texto breve en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional que, usando un lenguaje preciso y conciso, se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente a un lector activo.​ 

Los términos microcuento, cuento brevísimo, microrrelato y minicuento son las denominaciones dadas para un conjunto de obras diversas cuya principal característica es la brevedad de su contenido.​

Se caraterizan por: 

  • Extensión breve
  • Por lo general no describen lugares o personajes.
  • Se fundamentan en hechos o acciones (o consecuencias)
  • Tienen un marcado uso de figuras literarias. 
  • Se apoyan en la intertextualidad (lo que no se dice pero el lector conoce)
  • Tienen un desenlace sorpresivo y semi oculto (no directo)
  • Implican la participación del lector. 
  • El título, en ocasiones, hace parte de la  historia.  


Miremos algunas definiciones:  


"... un tipo de relato extremadamente breve. Se diferencia del cuento en que carece de acción, de personajes delineados y, en consecuencia, de momento culminante de tensión (...) No se ajusta a las formas breves de la narración tradicional como la leyenda, el ejemplo, la anécdota. 

Como juego ingenioso de lenguaje, se aproxima al aforismo, al epigrama y a la greguería. Posee el tono del monólogo interior, de la reveladora anotación de diario, de la voz introspectiva que se pierde en el vacío y que, al mismo tiempo, parece querer reclamar la permanencia de la fábula, la alegoría, el apólogo. El desenlace de este relato es generalmente una frase ambivalente o paradójica, que produce una revelación momentánea de esencias.

Por este motivo, pudiera decirse que participa del lirismo del poema en prosa, pero carece de su vaguedad ensoñadora. Se acerca más bien a la circularidad y autosuficiencia del soneto. Porque trata de esencias, participa también de la naturaleza del ensayo. Se distingue de éste, sin embargo, porque algún detalle narrativo lo descubre como ficción".

Dolores Koch,(1986)

 

“un texto narrativo con sentido completo, en el que se cuentan una o más acciones, en un espacio no mayor de veinticinco renglones, contentivo cada renglón de no más de sesenta caracteres, esto es, una cuartilla”.       

Armando José Sequera (1990) 


"... su mínima pero difícil composición, que exige inventiva, ingenio, impecable oficio prosístico y, esencialmente, impostergable concentración e inflexible economía verbal, como señala José de la Colina,  para los que él llama `cuentos rápidos'. La minificción no puede ser poema en prosa, viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente a contar. El personaje, repetidamente notorio, es aditamento sujeto la historia, o su pretexto. Aquí la acción es la que debe imperar sobre lo demás". 

Edmundo Valadés (1990) 



A continuación replicamos algunos ejemplos de microcuento.  

TABU
El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:
-¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
-¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado.
Y muere.
Enrique Anderson-Imbert.
(Las pruebas del caos)

OPUS 8
Júrenos que si despierta, no se la va a llevar -pedía de rodillas uno de los enanitos al príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal-. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quien nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.
Armando José Sequera.
(Escena de un Spaguetti Western)

ALAS
Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
-¿Por qué no volaste, m'hijo, al sentirte caer? 
-¿Volar? -me dijo- ¿Volar,  para que la gente se ría de mí?
Enrique Anderson-Imbert
(El grimorio)

Leer otros microcuentos: 

miércoles, 17 de enero de 2024

Reflexiones sobre las incapacidades médicas

En estos días se presentó en un comité al que asisto la discusion acerca de cómo expedir una incapacidad médica si la persona ya ha trabajado parte de su jornada. 

Alguien mencionó que si la persona ha trabajado la mitad de su jornada o más, el médico debe expedir el certificado de su incapacidad para el día siguiente. 

La sustentacion a su postura era que la norma colombiana establece el pago de las dos terceras partes del salario cuando la incapacidad es por enfermedad común. Si ya hubiese trabajado ese día no se lo pagarían completo. 

Yo, por mi parte soy de los que creo que el médico debe expedir el certificado de incapacidad desde el mismo día en que consulta, así le falte una o dos horas para terminar su jornada laboral, o incluso, así haya terminado su jornada.

Estuve consultando al respecto y no hay ninguna norma que defina qué es lo correcto. Me encontré un artículo de la Javeriana, escrito J. C. Castellanos, médico, director de un hospital, que dice lo siguiente: (el subrayado es mío):

El médico podrá emitir una incapacidad prospectiva cuando la atención se presta después de terminar su jornada laboral o escolar; por ello, se puede indicar que el día de inicio es el día siguiente a la fecha de expedición. En los casos en los cuales sea necesario prorrogar una incapacidad y que por trámites administrativos la consulta médica no pueda ser programada una vez finalizada la incapacidad, el médico podrá emitir una incapacidad prospectiva. Esta aseveración solo se fundamenta en el concepto que se presenta en ese artículo, en cuanto siendo un acto médico autónomo y no existiendo reglamentación en contrario, el médico puede expedir ese tipo de incapacidades prospectivas.

Más importante, cuando se trate de las laborales, en cuanto al cumplimiento de los principios éticos de no causar daño y proteger al paciente, en quien la expedición de la incapacidad tiene un detrimento salarial, se le descuente de su nómina normal un porcentaje de un día que fue efectivamente trabajado. Esto no aplicaría si el trabajador laborase en el turno nocturno y sea atendido durante ese horario. El respaldo de esta acción a favor del paciente, además de sustentarse en los principios generales de la ética médica de entender el ser humano de manera integral, evitando el causar daño, se establece de manera tajante en el artículo 6 de la mencionada Ley Estatutaria, que en su literal b establece como elemento esencial del derecho a la salud un principio: “Pro homine. Las autoridades y demás actores del sistema de salud adoptarán la interpretación de las normas vigentes que sea más favorable a la protección del derecho fundamental a la salud de las personas”. 

Incapacidad como acto médico y ley estatutaria de salud. Univ. Med. 2019;60(1).


Soy conciente de que certificar una incapacidad desde el momento en que el médico la diagnostica puede implicar un detrimento en el pago de la jornada ya laborada, pero los argumentos que expondré a continuación son el resultado de más de 30 años de ejecicio médico y de muchos años como perito (asesor especializado) en temas legales. Tomando el mismo argumento del doctor Castellanos, dado que no existe reglamentacion contraria, yo afirmo que la incapacidad debe expedirse desde el mismo dia, no solo porque no hay reglamentacion contraria, sino porque desde la Ley 23 del 1981 (ley de ética médica) se determina que un certificado médico es un acto médico y que como documento legal está obligado a ser verídico y ajustado a la realidad. 


Sientanse en la libertad de acoger o desechar mis planteamientos: 

Incapacidad médica vs certificado de incapacidad

1. Una cosa es la incapacidad, y otra el certificado de incapacidad. 

La Incapacidad médica es la condicion que sufre una persona que le impide desempeñar una labor, ya sea porque lo imposibilita para realizar sus funciones o que empeoraría en el caso de seguirlas haciendo.  Una incapacidad médica no necesariamente tiene que ser diagnosticada por el médico. Atañe exclusivamente al paciente. Alguien que se tuerce un tobillo, puede estar incapacitado para caminar, así no vaya al médico. 

El certificado de incapacidad es el documento en el que un médico certifica, (valga la redundancia), que un paciente no puede desempeñar esa labor, luego de haberlo evaluado. 

2. La incapacidad médica no la determina un médico: La determina la lesión o enfermedad que sufre un paciente. La función del médico es certificar que dicha persona no puede realizar un trabajo debido su condición de salud. (en otras palabras, así el medico no la certifique, la incapacidad está presente.)  No es potestad del médico determinar si el paciente ya dejó de laborar ese día o si aun le quedan horas para terminar su jornada. El médico debe certificar si desde el momento del diagnóstico, el paciente esta en capacidad o no de laborar. 

3. El certificado de incapacidad debe estar acorde con la condición del paciente: si la enfermedad o lesion está presente desde hoy, un médico no puede certificar que la incapacidad estará presente solo a partir del día siguiente, porque eso implicaría que el resto del dia de la consulta, el paciente sí está habilitado para trabajar. 

Al expedir cualquier certificado el médico afirma que le consta lo que certifica. En ningún momento puede expedirse una certificacion que no corresponda con la realidad. Certificar que mañana no podrá trabajar, deja una sospecha sobre si hoy hubiera podido hacerlo. 

Quiero exponer algunos ejemplos que ayudarán a entender por qué el certificado de incapacidad debe iniciar desde que el médico constata la condición de salud que impide trabajar: 

Supongamos que un vigilante de una empresa trabaja de 7:00 am a 5:00 pm. Consulta un lunes a las cuatro de la tarde por un dolor lumbar intenso que le impide trabajar. ¿Desde cuándo está la condicion para no poder trabajar? No hay duda de que el médico puede dar fe de que el paciente tiene una condicion que lo incapacita desde ese momento, así esté terminando su jornada.  

Sigamos suponiendo...  El paciente le dice que le dé la incapacidad a partir del martes porque ya trabajó el día casi completo. ("para que no me descuenten el día de hoy").  ¿Qué pasaría si a las 6 pm se declara un incendio o una inundación en la empresa? ¿Si lo llamaran para ayudar en la emergencia, deberá acudir? Recordemos que la incapacidad fue expedida para el día siguiente. ¿Podrá responder que no irá a la empresa, a pesar de que el médico certificó que su incapacidad será partir del dia siguiente?

Quiero enfatizar en que la condicion de incapacidad estaba presente desde el lunes a las 4 pm. (no desde las 00:00 del dia siguiente). El médico debe certificar que al momento de la consulta ya estaba con limitaciones para las actividades laborales, independiente de la hora en que termine su horario. 

Otro caso: Una mujer consulta por diarrea abundante al medio día. El médico le va a "dar" una incapacidad (recordemos que los médicos no "damos incapacidades", sino que las certificamos), pero la paciente le advierte que está en su día de descanso y le pide que le dé la incapacidad a partir del día siguiente. El médico, para ayudarle, le da la certificación de que al día siguiente amanecerá con diarrea. ¿Qué pretexto daría la mujer si la llamaran a  la 1 pm para cubrir una novedad de personal esa tarde? Es claro que su incapacidad para laborar ya estaba presente desde el momento de la consulta, aunque estuviera de descanso. 

Quiero poner otro ejemplo del que fui protagonista. Un dia, cuando era médico de urgencias,  fui agredido por un paciente a las 11 de la noche de un lunes (mi turno era de 7 pm a 7 am). Un paciente bajo efecto de las drogas tuvo un accidente en su moto, y llegó agitado al servicio. En medio del barullo resulté con una herida en la cara y un gran hematoma en el párpado. Por supuesto, me incapacitaron por el gran hematoma que me impedia ver por un ojo. Fui atendido a las 5 de la mañana del martes, faltando solo dos horas para terminar mi turno. El médico que me atendió dijo -con buenas intenciones- que me fuera a dormir, y que, como yo ya estaba terminando el turno, me "daría" la incapacidad a partir del dia siguiente (miércoles) porque asumía que yo ya había trabajado las 7 horas del martes. Por supuesto tuve que pedir que me la diera desde el mismo día en que fui atendido (Yo debía volverme a presentar a las 7 pm para otro turno nocturno). Mi incapacidad estaba presente a los pocos segundos de la agresión (cuando comenzó la hinchazón) y no a partir de las 00:00 horas del día siguiente. Incluso, si ese día no tuviera que regresar a trabajar en la noche, ya estaba limitado para laborar. Si me hubiera llamado por una emergencia grande en la ciudad, yo no hubiese podido presentarme a servicio. Si hubiera sido una incapacidad por enfermedad común no me hubieran pagado esas horas laboradas.  No hay duda de que el resto del día yo tenia una incapacidad que me impedía hacer cualquier tipo de trabajo, y ese hecho es independiente de si la empresa paga o no las horas laboradas. Ese es un problema jurídico que habrá que solucionar, y pertenece al ámbito económico, no médico. El criterio médico debe ser que la persona está "incapacitada para laborar" y en eso no hay discusión. 

¿Dar incapacidad, o certificar una incapacidad?

Un médico no "da" incapacidades. Simplemente certifica la presencia de ellas. Es incorrecto que un médico certifique que una incapacidad aparecerá al día siguiente. Debe certificar si la incapacidad en el paciente está presente al momento de ser evaluado, aunque ello tenga efecto negativo sobre las deducciones hechas al trabajador. En este aspecto, hay unos vacíos que no han sido resueltos, pero no podemos ser los médicos los que resolvamos el tema económico a costas de expedir una certificación falsa.  

Igual pasa cuando un paciente consulta un domingo en la mañana, (un día en que la mayoría de los trabajadores descansan). ¿Puede un médico certificar que el paciente solo tiene la condicion de incapacidad a partir del lunes? ¡Rotundamente, no!  La incapacidad determinada por la lesión o enfermedad, es una condicion clínica que no depende del documento expedido por el médico. Si la merma de la capacidad para laborar está presente, el médico debe certificarla, independiente del horario de trabajo que tenga el consultante. 

¿Y si el paciente no quiere estar incapacitado?

Ya vimos que la incapacidad médica es una condición propia de la enfermedad del paciente, que certifica el médico, pero que no depende de él. De la misma forma, el médico no puede negar que dicha condición exista por solicitud del paciente. 

Con frecuencia me llegan pacientes que debido a su enfermedad o lesión no está en condiciones de trabajar. En muchos casos me piden que no los incapacite (generalmente porque no quieren ver reducidos sus ingresos). Como médico es mi responsabilidad certificar que un paciente no está en condiciones de laborar, independiente de sus deseos. 

En el caso de una enfermedad contagiosa, no hay duda. Es unánime la idea de que hay que "incapacitarlo" (expedirle el certificado de incapacidad) de todos modos. Pero en las enfermedades no contagiosas, la situación debería ser igual. 

Imaginen una persona con una pierna hichada que debe estar en reposo con la pierna elevada). El empeoramiento de su condicion será responsabilidad del profesional que, siguiendo los deseos del paciente, no expida el certificado de incapacidad. 

Un paciente tiene todo el derecho a renunciar a la incapacidad expedida, pero un médico tiene el deber de no enviar a trabajar a un paciente al que considera que no está en condiciones de hacerlo. En este caso solo hay dos soluciones éticas para el médico: la primera es expedir el certificado de incapacidad, y que el paciente renuncie a tramitarlo ante la empresa, asumiendo su responsabilidad). La otra es que el médico deje constancia en la historia clínica de que hay una limitacion clínica para laborar, y que el paciente se niega a recibir el certificado de incapacidad. En este caso, el médico debería, para evitar un proceso por mala praxis, hacerle firmar un desistimiento al paciente en el cual consta de que le advirtió las consecuencias de no acoger su recomendacion de reposo, y aún así el paciente se negó a estar incapacitado. 

Como pueden ver, estos temas sobre incapacidades no están del todo regulados. Se supone que siempre debe primar el beneficio del paciente. Para muchos médicos prima la condicion de salud y para otros la condicion económica del paciente. He expuesto mis argumentos como médico. Ya ustedes decidirán cual aspecto privilegiarán. 

Lea también la diferencia entre incapacidad médica (incapacidad médica), e incapacidad médico-legal




miércoles, 10 de enero de 2024

Cuando el orden nos da libertad.

En el escudo de la República de Colombia (vigente desde 1834) hay una cinta de oro con una frase que dice:  LIBERTAD Y ORDEN.



Creo que muy pocos se han puesto a pensar lo que ello significa. Dicho lema establece un equilibrio entre las libertades individuales y la obligación de acogerse a las normas. En otras palabras, establece un balance entre los derechos y los deberes. 

Recuerdo que en el primer lustro de los años 90, luego de la Constitucion Política de 1991, en todos los municipios y veredas de Colombia se daban charlas, conferencias, y se dictaban clases sobre los derechos de los colombianos. Entonces, en calidad de director de dos hospitales y como responsable de la salud municipal, hube de apoyar el proceso de socialización de la Constitucion. No olvido a los personeros, a los jueces, a los profesores y demás funcionarios públicos hablar de derechos frente a las comunidades...  pero casi nadie hablaba de deberes.  Se enseñaba a todos a exigir sus derechos, pero a muy pocos se les decía que tenian deberes qué cumplir. 

Ahora estamos viviendo las consecuencias de ello. Es muy frecuente ver en las salas de espera al paciente que llega tarde a una cita gritando: "tengo derecho a ser atendido" y olvidando que tenía el deber de llegar a tiempo a la hora programada; al estudiante que exige el derecho a recuperar la materia perdida, pero no estudió ni hizo sus deberes a lo largo del semestre. Cada vez es más frecuente ver al ciudadano que exige sus derechos cuando se le imparte una multa por tirar basura en una cañada, pero que olvida que tiene el deber de no ensuciar las quebradas. 

Todo "derecho" parte de un "deber" adquirido implícitamente. 

El derecho a la vida parte de la obligación de todos de respetarla.

El derecho al agua potable solo es posible si todos asumimos el deber de no contaminar los rios y afluentes. 

El derecho a la salud, solo es posible si el individuo cuida la suya y no afecta la salud ajena (por ejemplo contaminado el medio ambiente). 

Muchos amigos progresistas insisten en que lo importante son los derechos y las libertades. Pero la libertad solo puede ser ejercida en un ambiente con orden. "Mi libertad limita con el derecho del otro". La libertad ejercida por fuera de un orden determinado es simple y llanamente "delincuencia".

El ejercicio del orden civil es fundamental para ejercer cualquier libertad individual. 

Hace poco me compartieron un video sobre la nueva biblioteca pública de El Salvador. En el video hay una frase que me llamó la atención:  "Estará abierta las 24 horas, y ello es posible, porque ya no hay delincuentes". Me pareció un ejemplo bellísimo de cómo el orden puede llevar a la libertad. El orden que me asegura que podré ejercer mi libertad. De poder acudir a una biblioteca cuando quiera porque el orden me ha dado ese derecho. (ver video abajo)

No es gratuito que nuestro  escudo tenga esa consigna:  "Libertad y Orden" y mucho menos que esté incrita en una cinta de oro. Dicho lema es, en mi concepto, en mensaje más importante del escudo. Es el sueño de esos próceres que sabían que para tener libertad, hay que tener orden.  Ojalá algún día logremos ambos. 






miércoles, 3 de enero de 2024

Frankenstein o el moderno Prometeo.

El año pasado fui invitado a dar una conferencia sobre creatividad y literatura y quise comenzar mi charla con una historia real: 

El 18 de enero de 1803, un joven llamado George Forster fue condenado a la horca en la prisión de Newgate. (Inglaterra). El hombre habia sido encontrado culpable de haber asesinado a su esposa y a su hijo, ahogándolos. 

El hombre caminó hasta el cadalso, se le puso la cuerda en el cuello y se accionó el mecanismo. El cuerpo se agitó por unos minutos hasta quedar inmovil. Un médico subió y luego de examinarlo lo declaró muerto. 

Su cuerpo fue traslado a una casa cercana para hacer un experimento: fue sometido a una corriente galvánica, tal como fue relatado en el TIMES. 

Primero aplicaron el procedimiento en la cara: la mandíbula del criminal fallecido comenzó a temblar, los músculos del rostro se retorcieron terriblemente y se abrió un ojo. Posteriormente, la mano derecha se levantó y se apretó, y las piernas y los muslos se pusieron en movimiento.

Si bien, esto podría ser una simple noticia de un periodico, o un artículo para una gaceta científica, la historia no pasó desapercibida. Unos años más tarde Mary Shelly publicó una novela en la que un científico hacía pasar corriente electrica en el cuerpo construido con restos de cadáveres humanos. 

De allí salió la historia la criatura de Victor Frankestein. En mi charla, que pueden ver en este enlace, analizo el tipo de pensamiento creativo y cómo de cualquier evento se puede crear algo nuevo (Ver conferencia). 

Esta semana les traigo un texto muy interesante sobre la obra de Mary Shelly, que encontré en Facebook, del cual desconozco su autor. Se conceden los respectivos créditos. 


Frankenstein o el moderno Prometeo

El término ‘Ciencia ficción’ fue acuñado en 1924 por el escritor Hugo Gernsback (Los Hugo Awards, se llaman así en su honor). Antes de ello se las solía encasillar en ‘Narrativa especulativa’ o confundirlas con novelas fantásticas. El género en sí es atemporal e imaginario, un abanico tan grande como difusos son sus límites. El hecho que su narrativa deba tener un sustento científico, aunque sea especulativo, no ayuda a acotar los textos que se puedan considerar pertenecientes al género.


Utopía de Tomás Moro en 1516 y Somnium de Johannes Kepler en 1634, son los primeros embriones del género. Otros autores que coquetearon con la ciencia ficción fueron Cyrano de Bergerac, Daniel Jost de Villeneuve, Louis-Sébastien Mercier, el Barón de Münchhausen y Luciano de Samosata. Pese a estos adelantados, hay una coincidencia tácita en reconocer que la Ciencia ficción nació de la mano de Mary Shelley el 17 de junio de 1816.

Mary Wollstonecraft Godwin, una joven londinense cuya madre murió durante su nacimiento, fue criada de manera liberal por su padre, el filósofo y novelista William Godwin, ambos hechos marcarían su carrera literaria. Su relación con Percy Bysshe Shelley fue conflictiva a título personal pero literariamente inspiradora. Percy, al tiempo que era su pareja, mantenía relaciones con su ex esposa y coqueteaba abiertamente con Claire, hermana de Mary. Percy incluía a Mary en toda reunión a la que fuera invitado ‘era un lujo ser acompañado por una joven e inteligente mujer’.

En el comienzo del siglo XIX se vivía el despertar de la revolución industrial, la sociedad erudita debatía las consecuencias morales y científicas de los severos cambios que se avecinaban. En 1814. Mary conoció al joven científico Andrew Crosse, quien aseguraba que con electricidad podía dar vida a objetos inertes y devolverla a humanos fallecidos. Era tal el misterio que envolvía a la electricidad que todo era posible. Se acercaban una sucesión de eventos en la vida de Mary, que sembrarían el gen de su maravillosa obra.

Estando en Suiza, visitó el castillo de Frenkenstein, donde conoció a Johann Conrad Dippel, quien le comentó sobre sus experimentos con cuerpos humanos. Otro hecho importante en la vida de Mary, fue la pérdida de un embarazo a principios de 1816. En esos años era muy común que las mujeres murieran en el parto, o el nacimiento de fetos muertos, transformando el nacimiento de un hijo en un hecho tortuoso y atemorizante. Con todos estos hechos en su mente, Mary y Percy fueron invitados por Lord Byron a pasar unos días en la mansión Villa Diodati, a orillas del lago Lemán en Suiza. En realidad, Byron quería encontrarse con Claire, la hermana de Mary, pero decidió mantener las formas.

El verano de 1816 fue atípico en el hemisferio norte, tan atípico que no hubo verano. Todo el año se vio empañado por un invierno volcánico provocado por la erupción del monte Tambura en Indonesia. Sin poder disfrutar del sol ni el lago, los días de Mary, Percy y Claire en la estancia de la Villa Diodati se fueron tornando tediosos y monótonos. Once días después, se sumaron Lord Byron y su amigo médico, John Polidori.

La noche del 17 de junio, los cinco habitantes se entretuvieron leyendo Fantasmagoriana, una antología de cuentos de terror. Byron interrumpió la monótona velada con una idea: que cada uno escribiera su propia historia de terror y luego la compartieran. El poeta inglés no estaba interesado en lo que pudieran escribir alguna de las jóvenes o el médico sin talento literario. Buscaba lucirse o competir con Percy, pero lo que ocurrió esa noche fue una sorpresa para todos.

Cumplido el plazo los resultados fueron impensados, Byron, Claire y Percy no completaron el pedido, es más, apenas pasaron la primera página. Los dos relatos terminados eran los de Polidori y Mary. El texto del médico hablaba de unos seres similares a los Vampiros, primera referencia literaria que se tenga sobre ese tema. Fue el relato de Mary el que sorprendió a todos, sin nombre aún, había nacido Frankenstein. Los tres amigos coincidieron e insistieron en que el relato debía ser ampliado y publicado.

La novela de terror gótico explora los misterios de la creación, evoca el mito clásico del Titán que crea un hombre de arcilla. A diferencia del mito, no es Dios quien castiga al falso creador, sino su propia criatura. Está presente el miedo a las consecuencias de las nuevas tecnologías y los límites morales de quienes las manejan. El libro Frankenstein o el moderno Prometeo salió a la venta en Londres el 1 de enero de 1818.

En 1831 salió una nueva edición corregida y ampliada en la que participó su esposo Percy. Muchos años después, en la biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford, se encontró el manuscrito original de 1817, mucho más descarnado y oscuro que la versión definitiva, lo que permitió reediciones que mostraron esa fantasía científica tal cual la pensaba Mary Shelley.