"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 24 de enero de 2024

Qué es un microrelato

Uno de los temas que hemos visto en el Taller de creación literaria que coordino, es el de los microrelatos o microcuentos. Debo confesar que definir el micro relato no es fácil y no existe un consenso. 

Un microrrelato (también, microcuento) es un texto breve en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional que, usando un lenguaje preciso y conciso, se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente a un lector activo.​ 

Los términos microcuento, cuento brevísimo, microrrelato y minicuento son las denominaciones dadas para un conjunto de obras diversas cuya principal característica es la brevedad de su contenido.​

Se caraterizan por: 

  • Extensión breve
  • Por lo general no describen lugares o personajes.
  • Se fundamentan en hechos o acciones (o consecuencias)
  • Tienen un marcado uso de figuras literarias. 
  • Se apoyan en la intertextualidad (lo que no se dice pero el lector conoce)
  • Tienen un desenlace sorpresivo y semi oculto (no directo)
  • Implican la participación del lector. 
  • El título, en ocasiones, hace parte de la  historia.  


Miremos algunas definiciones:  


"... un tipo de relato extremadamente breve. Se diferencia del cuento en que carece de acción, de personajes delineados y, en consecuencia, de momento culminante de tensión (...) No se ajusta a las formas breves de la narración tradicional como la leyenda, el ejemplo, la anécdota. 

Como juego ingenioso de lenguaje, se aproxima al aforismo, al epigrama y a la greguería. Posee el tono del monólogo interior, de la reveladora anotación de diario, de la voz introspectiva que se pierde en el vacío y que, al mismo tiempo, parece querer reclamar la permanencia de la fábula, la alegoría, el apólogo. El desenlace de este relato es generalmente una frase ambivalente o paradójica, que produce una revelación momentánea de esencias.

Por este motivo, pudiera decirse que participa del lirismo del poema en prosa, pero carece de su vaguedad ensoñadora. Se acerca más bien a la circularidad y autosuficiencia del soneto. Porque trata de esencias, participa también de la naturaleza del ensayo. Se distingue de éste, sin embargo, porque algún detalle narrativo lo descubre como ficción".

Dolores Koch,(1986)

 

“un texto narrativo con sentido completo, en el que se cuentan una o más acciones, en un espacio no mayor de veinticinco renglones, contentivo cada renglón de no más de sesenta caracteres, esto es, una cuartilla”.       

Armando José Sequera (1990) 


"... su mínima pero difícil composición, que exige inventiva, ingenio, impecable oficio prosístico y, esencialmente, impostergable concentración e inflexible economía verbal, como señala José de la Colina,  para los que él llama `cuentos rápidos'. La minificción no puede ser poema en prosa, viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente a contar. El personaje, repetidamente notorio, es aditamento sujeto la historia, o su pretexto. Aquí la acción es la que debe imperar sobre lo demás". 

Edmundo Valadés (1990) 



A continuación replicamos algunos ejemplos de microcuento.  

TABU
El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:
-¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
-¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado.
Y muere.
Enrique Anderson-Imbert.
(Las pruebas del caos)

OPUS 8
Júrenos que si despierta, no se la va a llevar -pedía de rodillas uno de los enanitos al príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal-. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quien nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.
Armando José Sequera.
(Escena de un Spaguetti Western)

ALAS
Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
-¿Por qué no volaste, m'hijo, al sentirte caer? 
-¿Volar? -me dijo- ¿Volar,  para que la gente se ría de mí?
Enrique Anderson-Imbert
(El grimorio)

Leer otros microcuentos: 

miércoles, 17 de enero de 2024

Reflexiones sobre las incapacidades médicas

En estos días se presentó en un comité al que asisto la discusion acerca de cómo expedir una incapacidad médica si la persona ya ha trabajado parte de su jornada. 

Alguien mencionó que si la persona ha trabajado la mitad de su jornada o más, el médico debe expedir el certificado de su incapacidad para el día siguiente. 

La sustentacion a su postura era que la norma colombiana establece el pago de las dos terceras partes del salario cuando la incapacidad es por enfermedad común. Si ya hubiese trabajado ese día no se lo pagarían completo. 

Yo, por mi parte soy de los que creo que el médico debe expedir el certificado de incapacidad desde el mismo día en que consulta, así le falte una o dos horas para terminar su jornada laboral, o incluso, así haya terminado su jornada.

Estuve consultando al respecto y no hay ninguna norma que defina qué es lo correcto. Me encontré un artículo de la Javeriana, escrito J. C. Castellanos, médico, director de un hospital, que dice lo siguiente: (el subrayado es mío):

El médico podrá emitir una incapacidad prospectiva cuando la atención se presta después de terminar su jornada laboral o escolar; por ello, se puede indicar que el día de inicio es el día siguiente a la fecha de expedición. En los casos en los cuales sea necesario prorrogar una incapacidad y que por trámites administrativos la consulta médica no pueda ser programada una vez finalizada la incapacidad, el médico podrá emitir una incapacidad prospectiva. Esta aseveración solo se fundamenta en el concepto que se presenta en ese artículo, en cuanto siendo un acto médico autónomo y no existiendo reglamentación en contrario, el médico puede expedir ese tipo de incapacidades prospectivas.

Más importante, cuando se trate de las laborales, en cuanto al cumplimiento de los principios éticos de no causar daño y proteger al paciente, en quien la expedición de la incapacidad tiene un detrimento salarial, se le descuente de su nómina normal un porcentaje de un día que fue efectivamente trabajado. Esto no aplicaría si el trabajador laborase en el turno nocturno y sea atendido durante ese horario. El respaldo de esta acción a favor del paciente, además de sustentarse en los principios generales de la ética médica de entender el ser humano de manera integral, evitando el causar daño, se establece de manera tajante en el artículo 6 de la mencionada Ley Estatutaria, que en su literal b establece como elemento esencial del derecho a la salud un principio: “Pro homine. Las autoridades y demás actores del sistema de salud adoptarán la interpretación de las normas vigentes que sea más favorable a la protección del derecho fundamental a la salud de las personas”. 

Incapacidad como acto médico y ley estatutaria de salud. Univ. Med. 2019;60(1).


Soy conciente de que certificar una incapacidad desde el momento en que el médico la diagnostica puede implicar un detrimento en el pago de la jornada ya laborada, pero los argumentos que expondré a continuación son el resultado de más de 30 años de ejecicio médico y de muchos años como perito (asesor especializado) en temas legales. Tomando el mismo argumento del doctor Castellanos, dado que no existe reglamentacion contraria, yo afirmo que la incapacidad debe expedirse desde el mismo dia, no solo porque no hay reglamentacion contraria, sino porque desde la Ley 23 del 1981 (ley de ética médica) se determina que un certificado médico es un acto médico y que como documento legal está obligado a ser verídico y ajustado a la realidad. 


Sientanse en la libertad de acoger o desechar mis planteamientos: 

Incapacidad médica vs certificado de incapacidad

1. Una cosa es la incapacidad, y otra el certificado de incapacidad. 

La Incapacidad médica es la condicion que sufre una persona que le impide desempeñar una labor, ya sea porque lo imposibilita para realizar sus funciones o que empeoraría en el caso de seguirlas haciendo.  Una incapacidad médica no necesariamente tiene que ser diagnosticada por el médico. Atañe exclusivamente al paciente. Alguien que se tuerce un tobillo, puede estar incapacitado para caminar, así no vaya al médico. 

El certificado de incapacidad es el documento en el que un médico certifica, (valga la redundancia), que un paciente no puede desempeñar esa labor, luego de haberlo evaluado. 

2. La incapacidad médica no la determina un médico: La determina la lesión o enfermedad que sufre un paciente. La función del médico es certificar que dicha persona no puede realizar un trabajo debido su condición de salud. (en otras palabras, así el medico no la certifique, la incapacidad está presente.)  No es potestad del médico determinar si el paciente ya dejó de laborar ese día o si aun le quedan horas para terminar su jornada. El médico debe certificar si desde el momento del diagnóstico, el paciente esta en capacidad o no de laborar. 

3. El certificado de incapacidad debe estar acorde con la condición del paciente: si la enfermedad o lesion está presente desde hoy, un médico no puede certificar que la incapacidad estará presente solo a partir del día siguiente, porque eso implicaría que el resto del dia de la consulta, el paciente sí está habilitado para trabajar. 

Al expedir cualquier certificado el médico afirma que le consta lo que certifica. En ningún momento puede expedirse una certificacion que no corresponda con la realidad. Certificar que mañana no podrá trabajar, deja una sospecha sobre si hoy hubiera podido hacerlo. 

Quiero exponer algunos ejemplos que ayudarán a entender por qué el certificado de incapacidad debe iniciar desde que el médico constata la condición de salud que impide trabajar: 

Supongamos que un vigilante de una empresa trabaja de 7:00 am a 5:00 pm. Consulta un lunes a las cuatro de la tarde por un dolor lumbar intenso que le impide trabajar. ¿Desde cuándo está la condicion para no poder trabajar? No hay duda de que el médico puede dar fe de que el paciente tiene una condicion que lo incapacita desde ese momento, así esté terminando su jornada.  

Sigamos suponiendo...  El paciente le dice que le dé la incapacidad a partir del martes porque ya trabajó el día casi completo. ("para que no me descuenten el día de hoy").  ¿Qué pasaría si a las 6 pm se declara un incendio o una inundación en la empresa? ¿Si lo llamaran para ayudar en la emergencia, deberá acudir? Recordemos que la incapacidad fue expedida para el día siguiente. ¿Podrá responder que no irá a la empresa, a pesar de que el médico certificó que su incapacidad será partir del dia siguiente?

Quiero enfatizar en que la condicion de incapacidad estaba presente desde el lunes a las 4 pm. (no desde las 00:00 del dia siguiente). El médico debe certificar que al momento de la consulta ya estaba con limitaciones para las actividades laborales, independiente de la hora en que termine su horario. 

Otro caso: Una mujer consulta por diarrea abundante al medio día. El médico le va a "dar" una incapacidad (recordemos que los médicos no "damos incapacidades", sino que las certificamos), pero la paciente le advierte que está en su día de descanso y le pide que le dé la incapacidad a partir del día siguiente. El médico, para ayudarle, le da la certificación de que al día siguiente amanecerá con diarrea. ¿Qué pretexto daría la mujer si la llamaran a  la 1 pm para cubrir una novedad de personal esa tarde? Es claro que su incapacidad para laborar ya estaba presente desde el momento de la consulta, aunque estuviera de descanso. 

Quiero poner otro ejemplo del que fui protagonista. Un dia, cuando era médico de urgencias,  fui agredido por un paciente a las 11 de la noche de un lunes (mi turno era de 7 pm a 7 am). Un paciente bajo efecto de las drogas tuvo un accidente en su moto, y llegó agitado al servicio. En medio del barullo resulté con una herida en la cara y un gran hematoma en el párpado. Por supuesto, me incapacitaron por el gran hematoma que me impedia ver por un ojo. Fui atendido a las 5 de la mañana del martes, faltando solo dos horas para terminar mi turno. El médico que me atendió dijo -con buenas intenciones- que me fuera a dormir, y que, como yo ya estaba terminando el turno, me "daría" la incapacidad a partir del dia siguiente (miércoles) porque asumía que yo ya había trabajado las 7 horas del martes. Por supuesto tuve que pedir que me la diera desde el mismo día en que fui atendido (Yo debía volverme a presentar a las 7 pm para otro turno nocturno). Mi incapacidad estaba presente a los pocos segundos de la agresión (cuando comenzó la hinchazón) y no a partir de las 00:00 horas del día siguiente. Incluso, si ese día no tuviera que regresar a trabajar en la noche, ya estaba limitado para laborar. Si me hubiera llamado por una emergencia grande en la ciudad, yo no hubiese podido presentarme a servicio. Si hubiera sido una incapacidad por enfermedad común no me hubieran pagado esas horas laboradas.  No hay duda de que el resto del día yo tenia una incapacidad que me impedía hacer cualquier tipo de trabajo, y ese hecho es independiente de si la empresa paga o no las horas laboradas. Ese es un problema jurídico que habrá que solucionar, y pertenece al ámbito económico, no médico. El criterio médico debe ser que la persona está "incapacitada para laborar" y en eso no hay discusión. 

¿Dar incapacidad, o certificar una incapacidad?

Un médico no "da" incapacidades. Simplemente certifica la presencia de ellas. Es incorrecto que un médico certifique que una incapacidad aparecerá al día siguiente. Debe certificar si la incapacidad en el paciente está presente al momento de ser evaluado, aunque ello tenga efecto negativo sobre las deducciones hechas al trabajador. En este aspecto, hay unos vacíos que no han sido resueltos, pero no podemos ser los médicos los que resolvamos el tema económico a costas de expedir una certificación falsa.  

Igual pasa cuando un paciente consulta un domingo en la mañana, (un día en que la mayoría de los trabajadores descansan). ¿Puede un médico certificar que el paciente solo tiene la condicion de incapacidad a partir del lunes? ¡Rotundamente, no!  La incapacidad determinada por la lesión o enfermedad, es una condicion clínica que no depende del documento expedido por el médico. Si la merma de la capacidad para laborar está presente, el médico debe certificarla, independiente del horario de trabajo que tenga el consultante. 

¿Y si el paciente no quiere estar incapacitado?

Ya vimos que la incapacidad médica es una condición propia de la enfermedad del paciente, que certifica el médico, pero que no depende de él. De la misma forma, el médico no puede negar que dicha condición exista por solicitud del paciente. 

Con frecuencia me llegan pacientes que debido a su enfermedad o lesión no está en condiciones de trabajar. En muchos casos me piden que no los incapacite (generalmente porque no quieren ver reducidos sus ingresos). Como médico es mi responsabilidad certificar que un paciente no está en condiciones de laborar, independiente de sus deseos. 

En el caso de una enfermedad contagiosa, no hay duda. Es unánime la idea de que hay que "incapacitarlo" (expedirle el certificado de incapacidad) de todos modos. Pero en las enfermedades no contagiosas, la situación debería ser igual. 

Imaginen una persona con una pierna hichada que debe estar en reposo con la pierna elevada). El empeoramiento de su condicion será responsabilidad del profesional que, siguiendo los deseos del paciente, no expida el certificado de incapacidad. 

Un paciente tiene todo el derecho a renunciar a la incapacidad expedida, pero un médico tiene el deber de no enviar a trabajar a un paciente al que considera que no está en condiciones de hacerlo. En este caso solo hay dos soluciones éticas para el médico: la primera es expedir el certificado de incapacidad, y que el paciente renuncie a tramitarlo ante la empresa, asumiendo su responsabilidad). La otra es que el médico deje constancia en la historia clínica de que hay una limitacion clínica para laborar, y que el paciente se niega a recibir el certificado de incapacidad. En este caso, el médico debería, para evitar un proceso por mala praxis, hacerle firmar un desistimiento al paciente en el cual consta de que le advirtió las consecuencias de no acoger su recomendacion de reposo, y aún así el paciente se negó a estar incapacitado. 

Como pueden ver, estos temas sobre incapacidades no están del todo regulados. Se supone que siempre debe primar el beneficio del paciente. Para muchos médicos prima la condicion de salud y para otros la condicion económica del paciente. He expuesto mis argumentos como médico. Ya ustedes decidirán cual aspecto privilegiarán. 

Lea también la diferencia entre incapacidad médica (incapacidad médica), e incapacidad médico-legal




miércoles, 10 de enero de 2024

Cuando el orden nos da libertad.

En el escudo de la República de Colombia (vigente desde 1834) hay una cinta de oro con una frase que dice:  LIBERTAD Y ORDEN.



Creo que muy pocos se han puesto a pensar lo que ello significa. Dicho lema establece un equilibrio entre las libertades individuales y la obligación de acogerse a las normas. En otras palabras, establece un balance entre los derechos y los deberes. 

Recuerdo que en el primer lustro de los años 90, luego de la Constitucion Política de 1991, en todos los municipios y veredas de Colombia se daban charlas, conferencias, y se dictaban clases sobre los derechos de los colombianos. Entonces, en calidad de director de dos hospitales y como responsable de la salud municipal, hube de apoyar el proceso de socialización de la Constitucion. No olvido a los personeros, a los jueces, a los profesores y demás funcionarios públicos hablar de derechos frente a las comunidades...  pero casi nadie hablaba de deberes.  Se enseñaba a todos a exigir sus derechos, pero a muy pocos se les decía que tenian deberes qué cumplir. 

Ahora estamos viviendo las consecuencias de ello. Es muy frecuente ver en las salas de espera al paciente que llega tarde a una cita gritando: "tengo derecho a ser atendido" y olvidando que tenía el deber de llegar a tiempo a la hora programada; al estudiante que exige el derecho a recuperar la materia perdida, pero no estudió ni hizo sus deberes a lo largo del semestre. Cada vez es más frecuente ver al ciudadano que exige sus derechos cuando se le imparte una multa por tirar basura en una cañada, pero que olvida que tiene el deber de no ensuciar las quebradas. 

Todo "derecho" parte de un "deber" adquirido implícitamente. 

El derecho a la vida parte de la obligación de todos de respetarla.

El derecho al agua potable solo es posible si todos asumimos el deber de no contaminar los rios y afluentes. 

El derecho a la salud, solo es posible si el individuo cuida la suya y no afecta la salud ajena (por ejemplo contaminado el medio ambiente). 

Muchos amigos progresistas insisten en que lo importante son los derechos y las libertades. Pero la libertad solo puede ser ejercida en un ambiente con orden. "Mi libertad limita con el derecho del otro". La libertad ejercida por fuera de un orden determinado es simple y llanamente "delincuencia".

El ejercicio del orden civil es fundamental para ejercer cualquier libertad individual. 

Hace poco me compartieron un video sobre la nueva biblioteca pública de El Salvador. En el video hay una frase que me llamó la atención:  "Estará abierta las 24 horas, y ello es posible, porque ya no hay delincuentes". Me pareció un ejemplo bellísimo de cómo el orden puede llevar a la libertad. El orden que me asegura que podré ejercer mi libertad. De poder acudir a una biblioteca cuando quiera porque el orden me ha dado ese derecho. (ver video abajo)

No es gratuito que nuestro  escudo tenga esa consigna:  "Libertad y Orden" y mucho menos que esté incrita en una cinta de oro. Dicho lema es, en mi concepto, en mensaje más importante del escudo. Es el sueño de esos próceres que sabían que para tener libertad, hay que tener orden.  Ojalá algún día logremos ambos. 






miércoles, 3 de enero de 2024

Frankenstein o el moderno Prometeo.

El año pasado fui invitado a dar una conferencia sobre creatividad y literatura y quise comenzar mi charla con una historia real: 

El 18 de enero de 1803, un joven llamado George Forster fue condenado a la horca en la prisión de Newgate. (Inglaterra). El hombre habia sido encontrado culpable de haber asesinado a su esposa y a su hijo, ahogándolos. 

El hombre caminó hasta el cadalso, se le puso la cuerda en el cuello y se accionó el mecanismo. El cuerpo se agitó por unos minutos hasta quedar inmovil. Un médico subió y luego de examinarlo lo declaró muerto. 

Su cuerpo fue traslado a una casa cercana para hacer un experimento: fue sometido a una corriente galvánica, tal como fue relatado en el TIMES. 

Primero aplicaron el procedimiento en la cara: la mandíbula del criminal fallecido comenzó a temblar, los músculos del rostro se retorcieron terriblemente y se abrió un ojo. Posteriormente, la mano derecha se levantó y se apretó, y las piernas y los muslos se pusieron en movimiento.

Si bien, esto podría ser una simple noticia de un periodico, o un artículo para una gaceta científica, la historia no pasó desapercibida. Unos años más tarde Mary Shelly publicó una novela en la que un científico hacía pasar corriente electrica en el cuerpo construido con restos de cadáveres humanos. 

De allí salió la historia la criatura de Victor Frankestein. En mi charla, que pueden ver en este enlace, analizo el tipo de pensamiento creativo y cómo de cualquier evento se puede crear algo nuevo (Ver conferencia). 

Esta semana les traigo un texto muy interesante sobre la obra de Mary Shelly, que encontré en Facebook, del cual desconozco su autor. Se conceden los respectivos créditos. 


Frankenstein o el moderno Prometeo

El término ‘Ciencia ficción’ fue acuñado en 1924 por el escritor Hugo Gernsback (Los Hugo Awards, se llaman así en su honor). Antes de ello se las solía encasillar en ‘Narrativa especulativa’ o confundirlas con novelas fantásticas. El género en sí es atemporal e imaginario, un abanico tan grande como difusos son sus límites. El hecho que su narrativa deba tener un sustento científico, aunque sea especulativo, no ayuda a acotar los textos que se puedan considerar pertenecientes al género.


Utopía de Tomás Moro en 1516 y Somnium de Johannes Kepler en 1634, son los primeros embriones del género. Otros autores que coquetearon con la ciencia ficción fueron Cyrano de Bergerac, Daniel Jost de Villeneuve, Louis-Sébastien Mercier, el Barón de Münchhausen y Luciano de Samosata. Pese a estos adelantados, hay una coincidencia tácita en reconocer que la Ciencia ficción nació de la mano de Mary Shelley el 17 de junio de 1816.

Mary Wollstonecraft Godwin, una joven londinense cuya madre murió durante su nacimiento, fue criada de manera liberal por su padre, el filósofo y novelista William Godwin, ambos hechos marcarían su carrera literaria. Su relación con Percy Bysshe Shelley fue conflictiva a título personal pero literariamente inspiradora. Percy, al tiempo que era su pareja, mantenía relaciones con su ex esposa y coqueteaba abiertamente con Claire, hermana de Mary. Percy incluía a Mary en toda reunión a la que fuera invitado ‘era un lujo ser acompañado por una joven e inteligente mujer’.

En el comienzo del siglo XIX se vivía el despertar de la revolución industrial, la sociedad erudita debatía las consecuencias morales y científicas de los severos cambios que se avecinaban. En 1814. Mary conoció al joven científico Andrew Crosse, quien aseguraba que con electricidad podía dar vida a objetos inertes y devolverla a humanos fallecidos. Era tal el misterio que envolvía a la electricidad que todo era posible. Se acercaban una sucesión de eventos en la vida de Mary, que sembrarían el gen de su maravillosa obra.

Estando en Suiza, visitó el castillo de Frenkenstein, donde conoció a Johann Conrad Dippel, quien le comentó sobre sus experimentos con cuerpos humanos. Otro hecho importante en la vida de Mary, fue la pérdida de un embarazo a principios de 1816. En esos años era muy común que las mujeres murieran en el parto, o el nacimiento de fetos muertos, transformando el nacimiento de un hijo en un hecho tortuoso y atemorizante. Con todos estos hechos en su mente, Mary y Percy fueron invitados por Lord Byron a pasar unos días en la mansión Villa Diodati, a orillas del lago Lemán en Suiza. En realidad, Byron quería encontrarse con Claire, la hermana de Mary, pero decidió mantener las formas.

El verano de 1816 fue atípico en el hemisferio norte, tan atípico que no hubo verano. Todo el año se vio empañado por un invierno volcánico provocado por la erupción del monte Tambura en Indonesia. Sin poder disfrutar del sol ni el lago, los días de Mary, Percy y Claire en la estancia de la Villa Diodati se fueron tornando tediosos y monótonos. Once días después, se sumaron Lord Byron y su amigo médico, John Polidori.

La noche del 17 de junio, los cinco habitantes se entretuvieron leyendo Fantasmagoriana, una antología de cuentos de terror. Byron interrumpió la monótona velada con una idea: que cada uno escribiera su propia historia de terror y luego la compartieran. El poeta inglés no estaba interesado en lo que pudieran escribir alguna de las jóvenes o el médico sin talento literario. Buscaba lucirse o competir con Percy, pero lo que ocurrió esa noche fue una sorpresa para todos.

Cumplido el plazo los resultados fueron impensados, Byron, Claire y Percy no completaron el pedido, es más, apenas pasaron la primera página. Los dos relatos terminados eran los de Polidori y Mary. El texto del médico hablaba de unos seres similares a los Vampiros, primera referencia literaria que se tenga sobre ese tema. Fue el relato de Mary el que sorprendió a todos, sin nombre aún, había nacido Frankenstein. Los tres amigos coincidieron e insistieron en que el relato debía ser ampliado y publicado.

La novela de terror gótico explora los misterios de la creación, evoca el mito clásico del Titán que crea un hombre de arcilla. A diferencia del mito, no es Dios quien castiga al falso creador, sino su propia criatura. Está presente el miedo a las consecuencias de las nuevas tecnologías y los límites morales de quienes las manejan. El libro Frankenstein o el moderno Prometeo salió a la venta en Londres el 1 de enero de 1818.

En 1831 salió una nueva edición corregida y ampliada en la que participó su esposo Percy. Muchos años después, en la biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford, se encontró el manuscrito original de 1817, mucho más descarnado y oscuro que la versión definitiva, lo que permitió reediciones que mostraron esa fantasía científica tal cual la pensaba Mary Shelley.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

George Buns. Simplemente genial.

Qué mejor forma de terminar el 2023 y comenzar el 2024, que con una sonrisa y la perspectiva optimista de un hombre que rió hasta los 100 años de edad. 

Me refiero al actor, comediante, cantante y escritor norteamericano (George Burns, (1896- 1996) quien nos dejó estas frases como legado. 

  ¡Simplemente geniales!


* El sexo es una de las 9 razones por las que me gustaría reencarnarme. Las otras 8 son irrelevantes.

* La gente me preguntaba qué regalo apreciaría más para mi cumpleaños 87. Les contesté: “Una demanda de paternidad”.

* Me encanta cantar y me encanta tomar whisky. La mayoría de las personas prefieren escucharme tomar whisky.

* Primero te olvidas de los nombres. Luego te olvidas de las caras. Después te olvidas de subirte la bragueta. Finalmente te olvidas de bajártela. 

* La felicidad es tener una familia grande, amorosa, dedicada, unida y en otra ciudad.

* ¿Saben lo que significa llegar a casa de noche y encontrar una mujer que te dé un poco de amor, un poco de afecto y un poco de ternura? ¡Significa que te equivocaste de casa!

* A mi edad, las flores y las velas me asustan.

* El secreto de un buen discurso es tener un buen comienzo, y un buen final, y luego tratar de que ambos estén lo más cerca posible.

* Soy tan viejo que cuando yo era un niño, el Mar Muerto sólo estaba enfermo.


Les deseo un gran 2024 a todos los “ jóvenes como nosotros “

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Navidad progresista

El siguiente texto lo encontré en Facebook en un post puesto por Ricardo Gutiérrez, en la pagina de Memelogía filosófica. Se conceden los respectivos créditos

Sencillamente, genial.


Os presento el pesebre de este año, más inclusivo y laico. 

No hay animales para evitar malos tratos. 

María tampoco porque las feministas creen que la imagen de la mujer no puede ser explotada. José, el carpintero, no está porque el sindicato no lo autoriza.

El niño Jesús se lo está pensando porque todavía no ha escogido si quiere ser niño, niña u otra cosa. 

Ni hablar de los Reyes Magos, podrían ser inmigrantes. 

Tampoco existe ningún ángel para no ofender a ateos, musulmanes y otras religiones. 

Por último, se ha eliminado la paja por riesgo el incendio y porque no cumple con la norma Europea NF X 08-070. 

Sólo queda la cabaña, hecha con madera reciclada de bosques que cumplen con la norma ambiental. Pero mañana la saco, no sea que venga alguien a ocuparla. 


¡FELIZ NAVIDAD!

miércoles, 13 de diciembre de 2023

In-felices fiestas - Rodrigo Fresán.

Un genial texto de antinavidad del escritor argentino Rodrigo Fresán, leído por Carlos Ignacio Cardona en el programa Literatura para oir, de la emisora Radio Bolivariana. (texto completo abajo). 




(In)felices fiestas.


Confesémoslo como quien asume un pecado esperando ser redimido nada más y nada menos que por la potencia inmemorial y radiactiva de una fecha marcada en rojo en los calendarios: ya desde el principio todo el asunto pinta mal y conduce al temblor.

Y no es por la descendente temperatura boreal sino por ese siempre en ascenso y sobrenatural espía que surge del frío año tras año. Un hombre corpulento con barba y traje raro, que no deja de lanzar carcajadas mientras invita a la incorrección de que los niños se sienten en sus rodillas mientras no deja de toquetearlos y de hacerles preguntas incómodas acerca de la bondad y del mal comportamiento y prometiéndoles no solo hacer justicia sino, mientras todos duermen, colarse por las chimeneas de las casas y ponerse a olisquear con fetichismo calcetines ajenos. Y mejor no hablemos de su despreocupación en cuanto a esclavizar a cientos de elfos en su taller, de la ferocidad con la que les exige a esos pobres renos que soporten una carga bestial y de su facilidad para volar saltándose todo control aéreo a una velocidad pasmosa.

Digámoslo entonces: ese tipo no es de fiar.

Y si tiene algo para dar es miedo. Sí: Santa Claus o Papá Noel o Viejito Pascuero o cualquier otro de sus múltiples alias da miedo. El mismo tipo de miedo que producen los payasos. Solo que el amo y señor de la Navidad es, desde siempre y para siempre, el dueño y domador del circo.

Y mejor no hablemos del modo en que se llegó a ese ser y a esta fecha que empezó a fecharse hace unos cinco mil años, en las tinieblas del Neolítico. Días más cortos (o más largos, si se celebraba la cuestión bajo la línea del Ecuador) y festivales eternos y comilonas bestiales junto a pilares de piedra iluminados por hogueras e intercambio de objetos de bronce y, después, todos a aparearse con todos bajo ese pino sagrado y a esperar los nacimientos con la llegada de la primavera. Y las Saturnalias de los antiguos romanos en las que, por un rato, los esclavos eran servidos por sus amos y se intercambiaba sigillaria (figuras de cera o arcilla). Y las doce jornadas medievales yendo del 24 de diciembre a la twelfth night del 6 de enero con danzas y canciones y torneos. Y la versión victoriana –con los niños como grandes protagonistas– que es aquella de la que proviene la nuestra. Solo que entonces los niños soñaban con juguetes y no con teléfonos móviles.

Y, claro, hablando de niños: también está todo eso del cronológicamente imposible nacimiento del Mesías producto del acoso sobrenatural de una deidad mayor (dios que años más tarde sacrificará a su hijo en su nombre) a una virgen sin #MeToo que la defienda.

Pero más allá de la variedad de deseos y del cambio de las modas y del sabor de la fe que se profese, hay algo muy inquietante en esa suerte de zona fantasma que son las fiestas findeañeras. Así, la Navidad & Co. como ciclotímica, inquieta, hormonal y por siempre adolescente. Si la Navidad fuera una de las edades del hombre, sería –a no dudarlo, coherentemente– la Edad del Pavo. Y lo más terrible de la Navidad & Co. no es la obligación de reunirnos con gente a la que optamos por no ver el resto del año; tampoco la demencial crecida de nuestro presupuesto mensual en nombre de unas pocas noches. No, lo terrible de la Navidad es que no solo nos obliga a repasar una y otra vez nuestra idea de la felicidad (en la que pensamos de reojo durante once meses y dos semanas), sino que, además, la pluraliza. Eso de, ya saben, “Felicidades”. De pronto es como si no bastara, no fuera suficiente, con la inalcanzable y singular y esquiva felicidad. Ahora, además, se impone la idea de varias felicidades, de muchas formas de alegría, del gozo automático y reflejo. La sonrisa como mueca y risas y campanitas y estrellita y a rebuscar bajo el arbolito lo que nos dejaron y descubrir todo aquello que no nos trajeron ni nos traerán. Jornadas, también, en las que se sacan conclusiones de lo sucedido en los doce meses anteriores (y en toda una vida) y se prometen imposibilidades para los doce meses que vendrán porque, de pronto, queremos tanto y creemos tanto y sentimos la imperiosa necesidad de querer creer en lo que sea. Una dimensión espaciotemporal en la que, se supone, todos flotan en un limbo de paz en el mundo y ho-ho-ho y jingle-jingle y twinkle-twinkle. Una suerte de paréntesis donde se ordena e impone la obligación de ser feliz aunque uno no lo sea y se autoconvence de que no hay nada mejor que estar todos juntos aunque el resto del año la proximidad de más de un miembro de nuestra tribu se nos haga tortura intolerable.

Y, ah, las postales innecesarias obturando la boca del buzón. Y la puntual resurrección de esa insoportable canción de Wham! y su terrible videoclip de suéteres y chimenea y nieve y ski resort y subtexto swinger (y todo pecado se paga y no olvidar que George Michael falleció un 25 de diciembre). Y las recopilaciones de greatest hits y los nuevos álbumes de villancicos y Christmas songs a cargo de artistas sin nada nuevo que ofrecer; este año ha sido el turno de Los Lobos y Robbie Williams, pero por ahí han pasado hasta Bob Dylan sin olvidar que John Lennon se compuso un standard pacifista a la medida y que el single más vendido de la historia sigue siendo el “White Christmas” compuesto por Irving Berlin con la voz de Bing Crosby. (Y no hace mucho leí que los villancicos hacen mal. Los villancicos te vuelven loco. Al menos así lo decidió el sindicato alemán de vendedores de tiendas que desde hace ya un tiempo exigió a los dueños de los grandes almacenes de Berlín que les dieran quince minutos extra de descanso a los vendedores para así compensar y reponerse de la “crueldad mental” que significa trabajar ocho horas al día escuchando ininterrumpidamente esas vocecitas de ardillas anfetamínicas y esas campanitas que resuenan sin cesar.) Y el mensaje del Rey de España y, hasta hace poco, el cada vez más psicotrónico especial de Raphael. Y la inesperada llamada telefónica de esa persona informándote de que tiene algo-para-decirte-que-nunca-te-dije-y-es-mejor-que-te-sientes. Y los comerciales televisivos alegóricos que no hacen más que subrayar, apenas subliminalmente, ese espasmo similar al de la orquesta en la cubierta cada vez más vertical del Titanic. Así, la emoción de ganar la lotería o esa cantinela del “vuelve a casa, vuelve… te esperamos” en nombre del turrón, pero que a mí siempre me pareció más propia del constante retorno de uno de esos slasher-gore killers como Michael Myers o Jason Voorhees listos para trinchar al pavo y a todos los que se le pongan por delante.

Y, de pronto, uno ya no aguanta tanto espanto (“será por eso que la quiero tanto”, rimaría Jorge Luis Borges) y cae de rodillas y le reza al Grinch de Dr. Seuss, al Jack Skellington de Tim Burton, al Bad Santa de Billy Bob Thornton, al Festivus de ese episodio de Seinfeld a celebrar el 23 de diciembre, a la pequeña asesina en serie de Santa Claus en ese relato perfecto de Spencer Holst (y a muchos de los personajes en los cuentos que siguen a estas líneas en esta revista). A todos esos grandes y festivos saboteadores de lo festivo que no son otra cosa que la versión épica y epifánica de ese tío nuestro que ha bebido de más y, de pronto, en el centro de esa cena que se desea última, se pone de pie y anuncia –con voz de tenebroso descorazonado– el principio de ¡El Horror! ¡El Horror! y la continuación de haber vuelto a recibir el más equivocado de los regalos y el seguimiento de, siete días más tarde, con todo un año por delante, empezar a romper todas esas tan poco prometedoras promesas para las que no hay vacuna ni cura.

Y tal vez la Navidad no sea un virus. Tal vez sea una droga. Alto poder adictivo. No se puede parar. Un compuesto químico que obliga a sonreír a todo el mundo, a abrazarse y a convencerse de que la felicidad es un invento posible. Así, la invención de la Navidad equivale a la invención de la felicidad. O viceversa. Así, los que se odian se abrazan resignados durante este limbo de siete días, porque –a no olvidarlo– nos vemos de nuevo para festejar otra improbable abstracción espaciotemporal.

Aún así, la Navidad es un engaño que debe ser preservado a toda costa. Desde hace siglos, funciona como Mentira Original siseante y enroscada alrededor del tronco que une a padres e hijos. Así, se premia la buena conducta y la honestidad mediante la construcción de una dulce falacia cuyo esclarecimiento tarde o temprano deja siempre un sabor amargo. Porque se deja de creer en Papá Noel y enseguida se deja de creer en el supuesto amor que sienten los padres entre sí y, por extensión, en el amor que profesan hacia uno. Y la onda expansiva de esta decepción iniciática acaba por cubrir toda una vida incrédula e inverosímil.

Y la pregunta es, claro, ¿se cree en la Navidad o es la Navidad la que cree en nosotros?

Pero, más allá de variaciones públicas y apreciaciones personales, todos regresamos a las universales y plurales fuentes y al Big Bang y al Alfa del asunto: A Christmas carol de Charles Dickens (1843) y donde fantasma es la palabra clave (no olvidemos que el inmenso librito apareció originalmente con el subtítulo “Historia de fantasmas navideña”, haciendo más hincapié en lo espectral que en lo festivo). Y allí el escritor inglés gana y nos hace ganar, cuando deja asentado que ese día doble que es el 24/25 de diciembre es terreno fértil para que pasten las apariciones. Dickens lo escribió para huir de la tiranía de los folletines, para empezar y terminar algo rápido y muy comercial, porque estaba resfriado y no podía ir a las fiestas que tanto le gustaban (aunque “Mi padre no era un buen tipo”, se arriesgó a susurrar una de sus hijas una vez que hubieron concluido los fastos del entierro del escritor en Poets’ Corner, abadía de Westminster).

En su monumental biografía, Peter Ackroyd arranca con algo que ya había asentado en su momento G. K. Chesterton: “No resulta arriesgado afirmar que Dickens reinventó por sí solo la idea de la Navidad tal como la conocemos hoy: ese grupo familiar reunido para disfrutar de los placeres, el afecto y la esperanza, idealizado a partir de las tenebrosas visiones de su infancia donde, siempre, la tristeza, la miseria y la muerte crecían fértiles como fantasmas ciertos.”

Y es la elección de lo fantasmal como vehículo para su historia lo que convierte la estrategia de Dickens en algo particularmente eficaz y perdurable: se sabe que la fiesta dura poco pero las apariciones son para siempre. La fantasía de Dickens funciona igual de bien que el primer día, porque se las arregla para hacer comulgar la idea del festivo “pavo más grande que haya” y las lucecitas en el árbol con la oscura culpa y el hambre insaciable de lo que pudo haber sido y no fue pero tal vez será.

La variación más exitosa y lograda sobre el tema es otra atemorizante fantasmagoría: It’s a wonderful life, película de Frank Capra de 1946 y cuyo casi obligado revisionado el día en cuestión ya es otra de las tantas tradiciones aceptadas.

Una y otra dan miedo porque tratan de los misteriosos vaivenes de la memoria y de la posibilidad de cambiar cuando lo que en verdad se desea es desaparecer por completo.

Y ya se sabe: la nouvelle de Dickens narra la historia de un hombre malo, Ebenezer Scrooge, que se vuelve bueno; mientras que la película de Capra (el diciembre pasado Saturday Night Live la parodió con Trump, causando indignación en el presidente) se ocupa de la trama de un hombre bueno, George Bailey, que se vuelve un desesperado.

En una y en otra hay visitas sobrenaturales –ángeles y fantasmas– y las dos acaban bien (y no está de más recordar que el “malo” de It’s a wonderful life no recibe castigo alguno mientras que todo hace pensar en que Bailey ya jamás podrá dejar esa casi vampírica Bedford Falls que lo reclama y lo retiene).

Aunque, bueno, ya lo dije y lo apunté en otras ocasiones: yo siempre me quedé con las ganas de ver cómo seguían, qué ocurriría una vez disipada la encantadora onda expansiva de la explosión benéfica de las fiestas y resonando otra vez el ominoso silencio de la normalidad. Porque esa es la clave de la Nochebuena y de ese eco que es la Nochevieja, siete días después: no duran nada, son más un breve espejismo que un permanente oasis, una ínfima tregua en la guerra de todos los otros días.

Y, lo siento mucho, la verdad sea dicha por más que la verdad sea dolorosa y Charles Dickens haya decidido no contarla por piedad hacia nosotros, para no arruinar las fiestas. Los escritores y los guionistas tienen el poder de terminar una historia en el momento en que lo consideran más oportuno; pero eso no significa necesariamente que las historias terminen ahí.

Y aquí voy.

Una semana más tarde, para el 31 de diciembre de ese mismo año, Scrooge ya había vuelto a ser tan detestable como siempre lo había sido hasta esa inolvidable y fantasmagórica Navidad. En realidad, ahora que lo pienso, a partir de entonces, Scrooge fue todavía un poco más detestable. Y existe otra posibilidad aún más terrible: en realidad los fantasmas de las navidades fueron el producto de una conspiración comandada por Bob Cratchit –empleado/esclavo de Scrooge– para quedarse con su fortuna. Tiny Tim fue operado con éxito, su paso por los quirófanos le descubrió su verdadera vocación, y acabó siendo un médico de renombre que, en sus ratos libres, se hizo famoso bajo el alias de Jack el Destripador.

En cuanto al George Bailey de It’s a wonderful life, seguro que se escapó a la mañana siguiente, mientras todos dormían, con todo ese dinero donado por sus adorables vecinos. Y por fin y a solas dejó las nieves de Bedford Falls para siempre poniendo rumbo hacia climas más cálidos, a una lejana ciudad de Brasil llamada –no podría ser de otro modo– Natal.

Felices cuentos. ~


Fuente: Letras libres

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Punto de vista

Siempre hay diversas formas de presentar un mismo hecho. Eso es lo que hacen los abogados, los políticos, los demagogos, los periodistas o los escritores. 

Para demostrarlo, les traigo un ejemplo. 

Esta noticia me la enviaron por WhatsApp el 3 de noviembre de 2023. 

¡Samuel Madrid quedó campeón de un evento histórico! El mundial de jiu-jitsu de Abu Dhabi en su edición #15 con una participación de más de 7000 atletas y más de 150 países, Samuel logró la medalla de oro en la categoría juvenil -94 kg luego de vencer 4 combates, el primero contra Brasil, el segundo contra Kazakistan, en semifinales contra Canadá y la final contra el local de Emiratos Árabes. 

Samuel es el primer campeón mundial juvenil (UAEJJF) en la historia de Colombia.


Ahora, me permito dar otra versión de los hechos. 

En Abu Dhabi, un colombiano se puso a pelear con cuatro personas (un brasilero, un kazakistaní, un canadiense y un árabe), los golpeó a todos y les quitó el oro.

La información es la misma. Sólo cambia la forma de presentarla. 

Siempre puede haber dos versiones.



miércoles, 29 de noviembre de 2023

La elección del narrador frente a la verosimilitud de un relato

LA ELECCION DE UN NARRADOR FRENTE A LA VEROSIMILITUD DE UN RELATO


Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Hace poco un compañero de un taller leyó un cuento en el que un personaje en primera persona relataba cómo fue su transformación de humano a animal. Un cuento muy bien narrado con una historia fascinante. Sin embargo, al final el personaje relata que desde que terminó la transformación “perdí conciencia de mí mismo”. 

Observé que había una gran brecha con ese final, pero varios asistentes, incluido el profesor, me acusaron de no entender que ello era una ficción y de apegarme a las leyes de la lógica que, naturalmente, “pueden ser transgredidas en la literatura”.

En ese momento intenté explicar que había un contrasentido, teniendo en cuenta que se trataba de un narrador autodiegético, es decir, un personaje en primera persona que narra su historia desde su propia vivencia. No es posible, que narre lo que le ocurrió si ya no es consciente de sí mismo. Sencillamente, no podría. El autor en cuestión, hombre muy inteligente y sagaz me advirtió que el cuento no terminaba allí, que había una segunda parte y que, al avanzar yo entendería. Espero ansioso el siguiente capítulo para ver cómo explicará que a pesar de haber perdido la conciencia de sí mismo, el narrador pudo contar su pasado. ¿Si ahora es un animal y perdió la conciencia de que era humano, como es que relata que lo fue? ¿Será que alguien le contó que alguna vez había sido humano y por eso pudo relatarlo? ¿Será que más adelante vuelve a ser humano y puede recordar que lo había sido al inicio? ¿entonces, una vez convertido en humano tendrá consciencia de que fue animal? Será interesante ver qué recurso utiliza.

En la literatura mundial hay muchas referencias a humanos que se vuelven animales. 

El sapo y la princesa es un buen ejemplo. En todo caso el sapo nunca deja de tener conciencia de que es un príncipe convertido en humano. En la princesa pavo real, cuento de la literatura oriental, por el contrario, el animal no es consciente de que era humana hasta que vuelve a serlo. Incluso hay relatos con personas que fueron convertidas en árboles, pero no se pierde la conciencia de haber sido humano. Un árbol que pierde la conciencia de haber sido un humano, no podría relatar que lo fue.

Sí, es cierto que las leyes de la lógica se transgreden en la literatura. Lo que no se puede es transgredir las leyes que la misma literatura ha definido. De ahí viene el concepto de verosimilitud, que es muy diferente al de realidad. La verosimilitud va mucho más allá porque hace posible lo imposible, pero exige que sea creíble.

En muchas ocasiones la elección del narrador determina la verosimilitud. Hace algunos años en un taller, otra escritora planteaba una escena en la que una mujer con un trastorno severo de memoria (Síndrome de Alzheimer) narraba en primera persona que, estando en una cafetería, ella le preguntaba al mesero “¿Qué día es hoy?” y que cada vez que él pasaba, ella le volvía a hacer la misma pregunta porque no era consciente de haberlo preguntado antes. Mi comentario de entonces era que, si de verdad la persona tenía Alzheimer, no podría recordar que había hecho la pregunta. Mi sugerencia para ese texto era que ella le preguntara “una sola vez” al mesero y fuera él quien le respondiera que la pregunta ya la había hecho seis veces. Si ella sufría de Alzheimer, ¿cómo iba ella a relatar que hizo seis veces una pregunta que no podía recordar haber hecho? 

Hay que tener en cuenta que desde el punto de vista del narrador autodiegético es imposible saber cosas de las que no se tienen conciencia o no se tienen memoria.  En otras palabras, un personaje que no tiene conciencia de su pasado, no puede relatarlo. 

Para explicar mejor mi punto les mostraré un ejemplo.

Nací en la ciudad de Medellín. Me crie en el barrio San Benito. Fui el mayor de tres hijos. Estudié en el colegio de los Hermanos Cristianos y luego pasé a la universidad donde estudié medicina. Desde la infancia solía practicar ciclismo, hasta que un día antes de graduarme como médico, tuve un accidente en carretera. Perdí el control de la bicicleta y caí a un hueco. Me golpeé fuertemente la cabeza contra una piedra, y sufrí un daño cerebral irreparable. A partir de aquel momento perdí la memoria y desde entonces no recuerdo quien soy. Ahora vago por el mundo intentando averiguar cuál es mi pasado.

En este caso la historia está completa: Tiene un principio, un nudo y un desenlace. Está cronológicamente descrita. Se narra la infancia del personaje, el trasegar por el colegio y lo que estudiaba en la universidad, hasta un día antes de graduarse como médico. En la narración relata que tenía desde la infancia la afición al ciclismo y cuenta que tuvo un aparatoso accidente que le produjo un trauma cerebral. El final de la historia es muy triste: quedó sin memoria. El lector desprevenido ve que hay una historia completa. Un buen lector detectaría el error.

La falla en el argumento es que, si no tiene memoria, no podría contar la historia a menos que haya un comodín. Es decir, que en algún momento del relato diga que puede referir lo que no recuerda porque alguien se lo dijo o lo averiguó de algún modo. De lo contrario, no podría relatar lo que no hace parte de su esfera consciente. En el ejemplo anterior es claro que aún no ha podido averiguar cuál es su pasado, por tanto, no podría contar, en primera persona, nada que haya ocurrido antes del golpe.

El autor debe encontrar la manera de narrar la historia de otra forma. Puede ser a través de un cambio de narrador y hacer que un externo cuente el relato; (alguien que conozca el pasado del personaje antes de que perdiera la memoria, y lo que sucedió después), o buscar un recurso externo en el que el personaje cuente la historia en primera persona aclarando que la información que tiene de lo que no recuerda fue obtenida de una fuente externa.

Aunque es cierto que las leyes de la lógica se pueden trasgredir en la literatura, cualquier construcción ficcional requiere que el mundo que se inventa tenga coherencia dentro de sus propias reglas. No basta con que los datos que configuran la historia estén completos. Hay que hacer que una historia parezca verosímil desde la forma misma cómo se relata.

Carlos Alberto Velásquez Córdoba

miércoles, 22 de noviembre de 2023

El principal error al escribir un diálogo

Esta semana quiero hablarles de un error muy frecuente en literatura, y del que me declaro culpable. Tardé muchos años en descubrirlo y por eso quiero compartirlo.  

En los textos de escritores novatos, y aun en los consagrados, es frecuente encontrar diálogos mal construidos porque suelen escribir lo que el lector debe saber y no lo que los personajes deben decir.

En un diálogo real una persona muchas veces calla lo que piensa, ya sea porque es prudente hacerlo, o porque lo que ha de decir ya es conocido por la otra persona con la que conversa. Aún más: después de una discusión es común descubrir que quedaron muchas cosas por decirse, porque la dinámica de una conversación no siempre transcurre como se planea. Con frecuencia una persona quiere decir algo y la conversación toma otro rumbo y se queda sin expresarlo.

Es inverosímil, por ejemplo, que una pareja de ancianos con cincuenta años de casados se siente en el balcón de su casa a describirse mutuamente cómo estaban vestidos en el día de su matrimonio, cómo era el carro en que fueron de la iglesia hasta su casa, y se relaten en un diálogo los pormenores de su luna de miel, ¡como si el otro no lo supiera!

Puede que el escritor quiera que el lector se entere de cómo fue su matrimonio y su luna de miel, pero no suena verosímil que la pareja converse relatándose mutuamente los hechos que ambos vivieron, en un diálogo que es completamente innecesario. Esas conversaciones no se dan en la vida real. Si el autor quiere que el lector se entere de lo que ocurrió hace cincuenta años, debe buscar otra estrategia. 

Suena artificiosa una conversación donde los personajes tienen que hablar de un tema con el único propósito de informar al lector, cuando en la vida real, la conversación sería mucho más fluida y sin tanto detalle irrelevante para los que dialogan.

Un buen diálogo literario no debe decir lo que los personajes recuerdan o piensan (con intención de ilustrar al lector), sino lo que los personajes conversarían si fueran reales. Y hay que recordar un axioma fundamental: Un diálogo verdadero no dice todo lo que el personaje piensa o sabe. Dice lo que el personaje necesita decir en el contexto de una conversación. 

Hace poco leí un libro de cuentos de una escritora de vasta experiencia. Había un relato en el que a una mujer le roban un carro. La víctima llegaba a un taller en busca de su mecánico de confianza, pero encontraba cerrado el local. De repente, un hombre la aborda apuntándole con un arma, y le dice que se baje del auto. 

La mujer en cuestión le responde:

—Por qué me vas a quitar el carro, lo conseguí con mi trabajo, lo necesito para visitar a los clientes y conseguir las pautas de publicidad... Me va a quitar lo que he conseguido con mi esfuerzo, está bien, lléveselo, pero déjeme sacar unos candelabros y una chaqueta que no son míos, están en la maleta.

¿En un atraco real una mujer narraría al asaltante el uso cotidiano que le da al vehículo? ¿le contaría que el carro fue conseguido con el dinero resultante de su trabajo? ¿le confiaría que el carro que pretenden robarle lo usa para visitar clientes y conseguir pautas publicitarias?

Alguien podría argumentar que conoce un caso verídico de alguien que no solo lo pensó, sino que tuvo todo el tiempo de decirlo en medio de un atraco, y que tuvo la fortuna de tener un atracador que muy amablemente escuchó la explicación completa sin impacientarse (de todo se ve). 

Pero en literatura, se trata de construir un texto sea creíble. Y lo verídico y lo verosímil no siempre van de la mano. 

Cuando en una historia literaria hay algo que el lector debe conocer, el escritor debe encontrar la mejor forma de hacérselo saber. No siempre es el personaje quien debe proveer esa información. A veces es necesario que el narrador cuente lo que el personaje no expresaría en una conversación real.  

El principal error al escribir un diálogo es hacer que los personajes digan algo que nunca dirían, con el único propósito de informar al lector. 

En otras palabras:  

En un diálogo literario un personaje no dice lo que el lector necesita saber, sino lo que el personaje necesita decir. 

Hasta la próxima semana. 

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Limitarianismo

Hace unos días una amiga me envió un video sobre una tesis (¿económica? o ¿sociológica?) llamada Limitarianismo.

En un video, creado por la DW se expone una tesis llamada limitarianismo (ver video). Empieza aclarando que no se trata de socialismo ni comunismo (permítaseme reir a carcajadas), sino una teoría en la que se plantea que hay que limitar la riqueza "porque la riqueza excesiva perjudica a la sociedad, la economía y el planeta" y por eso se pide que se limite la riqueza y que el dinero sobrante se destine al estado o al medio ambiente.

El video tiene un punto que no tiene discusión. Por encima de cierto nivel de riqueza, no se puede incrementar el nivel de vida. Si un rico extremo duplicara sus ganancias, su vida no cambiaría sustancialmente. Eso es muy cierto. Hay ricos que ya "lo tienen todo" y si ganaran más les sería imposible disfrutar más cosas de las que ya disfruta. Por encima de cierto nivel de ganancias calidad de vida ya no mejora.

En lo que falla la tesis es en proponer que les quiten a los ricos sus excedentes.

Todo sistema social requiere de personas que jalonen la economía. Aun en sociedades que no usaban dinero, toda interacción social se fundamentaba en que alguien tenía algo que otro no. Si yo tengo gallinas y dispongo de huevos, pero no tengo madera para una mesa, puedo hacer un trueque, o utilizar monedas: entrego mis huevos para conseguir la madera.

En todas las sociedades desde primitivas hasta avanzadas siempre ha funcionado así. Si soy un indio cazador, y debo internarme en la selva para conseguir comida, lo más lógico es que le dé una porción al que me cuida los hijos mientras estoy fuera de la aldea. (intercambio de servicios). Si fuera esa persona, con tiempo para cuidar los niños de la tribu, puedo comer del jugoso filete de capibara que consiguió el cazador. En muchos grupos humanos hay personas que no pueden hacer algo específico, pero saben hacer otras cosas distintas. Ese intercambio de servicios y mercancías se llama economía y está muy por encima de las ideologías.

El acumular riqueza no es una buena opción para nadie. Si yo acaparo la carne, se me descompone. A nadie le interesa acumular madera si lo que necesita es huevos. Por eso la mayoría de los individuos que tienen un exceso de elementos con valor comercial, buscan la forma de crecer en el negocio, más que acaparar.

Una persona que no es rica trata de adquirir bienes y servicios de otros, ofreciendo bienes o servicios que sí posee. (llámese conocimiento o trabajo en forma de mano de obra). Esto lo explicó Karl Marx, pero los marxistas no lo entendieron y lo convirtieron en una excusa para odiar. El intercambio de saberes, servicios y productos hace que una sociedad se consolide y prospere.  

¿Y los ricos? Ellos tienen más que lo que necesitan. Entonces, ¿qué pasa con sus excedentes? 

Desde mi punto de vista solo tienen tres opciones.

Opción 1. Lo invierten en nuevos proyectos: creación de nuevas empresas, nuevas líneas de negocio, nuevas fábricas, diversificar su portafolio de servicios, etc. (con lo que genera nuevos empleos y mueve la economía, de paso ayudando a que más pobres tengan sustento).

Opción 2. Compra bienes y servicios: compra de yates, caballos, relojes Rolex, autos Ferrari, viajes a sitios exclusivos, entre otros. Para que se produzcan dichos bienes debe haber astilleros, ensambladoras, fabricas, aerolíneas, industrias turísticas. Cientos, miles de personas tendrán empleo como veterinarios, mecánicos, pulidores, meseros, cocineros, pintores, etc. Incluso, puede comprar fincas y llenarlas de ganado. Para su mantenimiento requerirá de personal, veterinarios, transportadores, carniceros, etc.  En cualquier caso, los pobres se benefician con trabajo digno. Además, la produccion de ganado implica más disponibilidad de comida. Ningún rico inteligente compra reses para dejar que mueran sin obtener ganancia. Cuando un rico compra bienes y servicios se mueve la economía y genera empleo en quienes le proveerán los bienes.

Opción 3. El rico guarda su dinero en un banco o bajo la almohada sin el interés de gastarlo, solo acumularlo. En este caso no compra nada, no invierte en nada. Simplemente este individuo desaparece para la economía, lo que no hace daño a nadie. Supongamos que compra tierras y no las siembra, simplemente deja que la naturaleza las reclame. ¿Acaso eso no es lo que quieren los ecologistas? ¿y el dinero? Si el dinero está guardado y no circula, no cuenta dentro del sistema.

La opción menos probable es que un rico guarde su dinero. Precisamente se hizo rico, invirtiéndolo y no guardándolo.

Entonces, los promotores de limitarianismo proponen que repartir el dinero que a los ricos les sobra. Hay que dejar claro que, para un rico, ningún dinero sobra, ellos lo invierten o compran cosas. Y eso está muy bien. ¿Y si lo guardaran? No hay problema.

¿Como la existencia de un dinero guardado que nadie usa puede empeorar la economía? No la afecta para nada. El que construye mesas, seguirá vendiendo mesas, el que vende huevos, seguirá vendiéndolos a precios bajos porque no hay un aumento de moneda circulante en el sistema. ¿Pero qué pasa si yo vendía huevos a 1000 pesos que era lo que la gente podía pagar y de un momento a otro, mis compradores tienen un millón de pesos para comprar huevos, resultante de una inyección gratuita de dinero? Pues, simplemente yo incremento el precio de mis huevos a un millón. A eso se le llama inflación. Rápidamente el sistema se equilibra y nuevamente hay ricos y pobres. Los verdaderos ricos utilizarán la opción 1 o la 2 con sus excedentes.

¿Qué importa que un dinero esté guardado? ¡Que los ricos guarden lo que quieran! No afecta la economía.

¿Cuál es el problema si los ricos ganan más de lo que pueden comprar? Solo los envidiosos (comunistas y socialistas - y uno que otro capitalista) pedirán que lo repartan. El resto sabemos que los ricos, en su afán de crear dinero, establecerán nuevos negocios, crearan empleo y moverán la economía para que la gente tenga una forma digna de ganar dinero por su trabajo sin pedirlo regalado.

Si somos consecuentes con lo expuesto, los ricos ya lo están repartiendo. Cada que un rico abre una nueva sucursal, inventa viajes al espacio, crea una empresa de ventas online, produce una nueva version de un teléfono inteligente está dando empleo a miles y millones de personas, desde el minero que extrae níquel en una mina en un país apartado, el técnico que ensambla equipos, el que hace mantenimiento a un avión o el piloto que trasporta al gerente de una multinacional a una reunion en otro continente. Ahí, cada rico está repartiendo su dinero (en forma de salario o pago) a cambio de servicios y bienes que producen los menos ricos.

Es un error muy grave pensar en que la riqueza es limitada. Eso induce a creer que hay que repartirla. El verdadero visionario es el que enseña a producir riqueza a partir de la oportunidad y el conocimiento. No se requiere quitarle a nadie nada. La innovación puede hacer que un producto sea mejor y más valorado. Yo puedo vender huevos, o puedo vender un omelet por el doble del valor si mi producto es lo suficientemente bueno. Y si me va bien, puedo crear una cadena de restaurantes que vendan desayunos exquisitos, hasta el punto de sentarme en mi casa a recibir las ganancias, ¿qué tiene de malo eso, si habrá gente trabajando en mis restaurantes y recibiendo beneficios de lo que yo inventé?

¿Por qué razón, alguien tiene que quitarme el dinero que yo produje con mi innovación?

En resumen, el limitarianismo es una tesis que solo pueden apoyar los envidiosos.

Eso de poner límite a la riqueza solo se le ocurre a alguien que no es capaz de producirla.