"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 26 de junio de 2013

Olor a santidad.



Hace unos días estuve en un matrimonio y poco a poco el giro de la conversación nos llevó al tema del incienso. 

- Ese es el olor a santidad - decía uno de los asistentes,  al ver que la iglesia era llenada por el humo que salía de los incensarios.  


Para ser exactos no solo la iglesia se llenaba del humo de incienso.  También nuestra nariz y nuestros pulmones. 

Al final de la ceremonia, empezamos a hablar de los ritos religiosos y sus significados.  Ahí  se me ocurrió el tema para la semana de hoy. 

Tradicionalmente  el incienso se ha asociado con santidad.   Recuerdo de niño, que todas las ceremonias solemnes de la iglesia católica incluían incienso. 

En el Éxodo  se menciona que Moisés recibió la orden de hacer un altar y quemar incienso.  El antiguo testamento es rico en alusiones al incienso.  (Levítico, salmos, etc.). 

Según la Biblia,  los magos de oriente (que en ningún momento dicen que eran reyes,  ni que eran tres) llevaron incienso, mirra y oro a Jesús en Belén de Judá.    Oro por ser un rey,  Mirra por ser un hombre (después les contaré que era la mirra), Incienso porque era un Dios.   

Pues bien, es hora de tumbar el mito de que el incienso tiene un significado sagrado. 
File:Incienso granulado.JPG
Gránulos de incienso

En primer lugar, permítanme contar que el incienso viene de una resina proveniente de varios árboles y arbustos de la familia boswellia.

El nombre de dicha resina proviene del latín incensum que viene viene del verbo incendere  que significa encender.  Al encenderlo se desprende un humo aromático que impregna el ambiente.   

Desde tiempos remotos el incienso se ha asociado con celebraciones religiosas, no solo entre los cristianos y judíos, sino entre los hindúes y chinos.   A los cristianos llegó por medio de las tradiciones hebreas. 

Ahora, traten de imaginar un tabernáculo hebreo en medio del desierto.  Una tienda de campaña donde se dedicaban a orar los primeros hebreos.  Hombres rudos y guerreros que tenían muy poca agua y que sus abundantes ropajes expedían olor a sudor, y otro tipo de secreciones, sin contar el olor a cabras y ovejas.   

Se reunían a leer y discutir las escrituras:  "Escucha Yaveh, tu pueblo..." mientras trataban de no quedar ahogados por los olores de sus congéneres.   

¿Que hacer?  No tenían desodorantes,  no había máscaras antigases.  Solo tenían una resina que funcionaba como ambientador de dichas ceremonias: El incienso. 


Queda claro entonces que con el correr de los años,  la gente fue asociando el incienso con los ritos religiosos y olvidaban que en un momento fue la mejor forma de aguantar el olor de los otros.   El incienso no era para Dios, era para la nariz de los hombres. 

Ahora, por lo general la gente huele mejor de lo que olía un nómada del desierto hace 3000 años.    Sin embargo en algunos casos,  y creo que varios lectores estarán de acuerdo conmigo, todavía se hace necesario un poco de incienso en algunas ceremonias:  No faltará el nómada que haya olvidado el agua y el jabón. 

saludos. 





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