miércoles, 26 de junio de 2024

La invención de mundos.

El siguiente texto lo encontré en la red, en la pagina Escritores del Boom Latinoamericano.  Está firmado por Miguel Nuñez.  

Desconozco si todo lo que allí se expone es correcto o si es ficción. Aún así, es una tremenda reflexion sobre la capacidad de creación del ser humano y de la importancia que tiene la literatura en el mundo. 

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Italo Calvino inventó cincuenta y cinco ciudades invisibles con nombre de mujer, en los vastos dominios de Kublai Kan. El emperador de los tártaros escuchó el relato del viajero Marco Polo sobre los pueblos de la memoria, el deseo y los signos. Las comarcas sutiles. De los intercambios, los ojos, los nombres, los muertos y el cielo. Continuas y escondidas. Reales o imaginarias. Sus propios sueños anclados en la Venecia de la que partió en busca del camino de la seda. 

Platón inventó la Atlántida, una isla en medio del océano, creada de la unión entre Poseidón y la mortal Cleito, de la que nacieron cinco pares de gemelos varones de linaje real. Tan rica y tan grande como Libia y Asia juntas. El sitio en que los griegos de Atenas y un pueblo desconocido que vivía más allá de las columnas de Hércules libraron una guerra. Una civilización no tan lejana y el breve período de un imperio, transitando el destino final de los hombres.

Miguel de Cervantes Saavedra inventó hace cuatro siglos un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiso acordarse, a treinta y un kilómetros en verano y veintidós en invierno, a lomo de burro, en el entorno del Campo de Montiel. Durante ocho días Alonso Quijano buscó cómo nombrarse a sí mismo y, al cabo, el Caballero de la Triste Figura, el Caballero de los Leones, vino a llamarse Don Quijote de la Mancha, para declarar vivo su linaje y honrar a su patria.

Tomás Moro inventó Amaurota, inspirado en el itinerario marítimo de Américo Vespucio alrededor del planeta. Una pequeña metrópoli en la isla de Utopía, hasta donde llegó Rafael Hitlodeo en la búsqueda de una sociedad sin muros, sin propiedad privada, ni ejércitos, muy diferente a las de la Europa medieval, muy distinta a las de nuestros días.

William Faulkner inventó la tierra divina de Yoknapatawha, agua que fluye lentamente sobre la pradera, un condado al noroeste de Mississippi de seis mil doscientos kilómetros cuadrados, flanqueado al sur por el río del mismo nombre, y al norte por el Tallahatchie, con la mitad de su territorio cubierto por bosques de pinos. En el lugar en que Lena Grove dio a la luz a su hijo, para luego emprender la búsqueda del hombre que la dejó embarazada. Con la luz de agosto brillante en un mundo lleno de horrores.

Alejo Carpentier inventó Santa Mónica de los Venados, una ciudad separada del mundo, fundada en medio de la selva amazónica por El Adelantado, a la que sólo es posible llegar remontando el río Orinoco atravesando tormentas. Un viaje a través del tiempo. Un signo grabado en la corteza de un árbol, en el lugar en que se separan las aguas, una densa vegetación después de navegar un estrecho corredor, la puerta de entrada a un universo primitivo donde los días ya no cuentan. Y el cielo es único como en el Paraíso.

Juan Rulfo inventó Comala, el origen geográfico de la desgracia de Juan Preciado, un poblado de murmullos y voces gastadas, de ecos del pasado, de fantasmas y sombras. Un pueblo muerto en el que sólo habitaban ánimas, las uvas se negaban muriendo sin fruto, y los naranjos tenían el sabor agrio de la amargura. Donde murió Pedro Páramo, solo, sentado en el equipal, desmoronándose como un montón de piedras.

Gabriel García Márquez inventó Macondo, el poblado que fundó José Arcadio Buendía a orillas de un torrente, cuando describió el viaje iniciático que hizo con su madre de vuelta a Aracataca, su pueblo natal.  El lugar donde muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Y Macondo se convirtió en el universo latinoamericano.

Juan Carlos Onetti inventó Santa María, a mitad de camino entre Buenos Aires y Montevideo, un paisaje provinciano recostado sobre un río por el que llegaba la balsa. Una colonia de labradores suizos, con una hilera de chalets del otro lado de las vías. Un infinito azul, sobre una iglesia de ladrillos en una plaza desierta.

Jorge Luis Borges inventó la fundación mítica de Buenos Aires lejos del Riachuelo, de los embelecos fraguados en la Boca, en la manzana pareja de Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga, que aún persiste en Palermo. Así, como imaginó Tlön, el punto donde generaciones enteras elaboraron una Enciclopedia que recoge todos los hallazgos sobre un universo idealista.

En una ciudad portuaria frente al Mediterráneo, que podría ser otra, de cualquier tiempo y latitud, oscura y monótona, pero de ritmo frenético, en la que todos sus habitantes sólo piensan en acumular fortuna, Albert Camus, creyendo contar la historia de un pueblo fundado hace once siglos por comerciantes musulmanes, relató un presente eterno: 

"… esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

Esta geografía que habitamos seres de carne y hueso que deambulamos entre cuerpos fantasmas con el rostro cubierto por máscaras, como el zapallo de Macedonio Fernández, nunca termina de crecer. Y se hace cosmos. En el descubrimiento del territorio que ocupamos, sólo cuentan nuestros sueños originales. Nuestra patria no es el infierno. Acaso la revelación de otro suelo y otro cielo.

Miguel Núñez

miércoles, 19 de junio de 2024

El cuento: Arte de narrar historias. Carlos Alberto Velasquez C

Hace algunos días tuve el honor de ser invitado a un conversatorio sobre cuento por parte del Centro Cultural Casa Tomada. 

En primer lugar debo decir que tuve la grata sorpresa de que el lugar donde fue el conversatorio era un lugar mágico. Se trataba del restaurante Agua Dulce, una vieja casona ubicada en la carrera Girardot, en pleno parque del Periodista, lugar que desde hace muchos años se ha asociado con el ambiente bohemio y cultural del Centro de la ciudad. 

Por otra parte no pude tener mejores interlocutores. Por un lado mi amigo Wilfer Pulgarín, periodista y escritor, y por otro, Fernando Rivillas, director de Casa Tomada, colega médico y gran amante de las letras. 

A continuacion les comparto la grabación que se hizo del  conversatorio. Disculpen los problemas de audio del inicio, que fueron superados a los pocos minutos. 


Posdata.  Algunos seguidores se me acercaron con el ánimo de pedirme explicaciones de por qué había dicho que era más fácil escribir una novela que un cuento. A muchos les pareció muy polémica esa frase. 

Como dije en el transcurso de la entrevista, era mi opinión personal. No es que yo considere a la novela como un género inferior al cuento. De hecho, algunos la consideran superior a un cuento. Lo que ocurre es que en una novela es "permisible" que haya fragmentos de menos calidad en el texto. En una novela hay momentos de alta tensión y momentos menos interesantes. En el cuento, por el contrario todo lo escrito debe mantener la tensión. 

En una novela, un lector puede "perdonar" que el autor baje un poco el nivel narrativo porque sabe que más adelante se volverá nuevamente interesante la historia. En un cuento hay que tener al lector pegado a la historia para no perderlo. Si una novela tiene un capítulo tedioso, muchos lectores continuan leyendo esperando la redeción. Por el contrario, si un cuento se vuelve aburridor, el lector lo dejará definitivamente, y pasará a otro cuento que para él sea más entretenido.

De ahí que muchos pueden ser novelistas, pero un buen cuentista no es tan fácil de encontrar. 

Espero haber respondido la pregunta, y aclaro que en todo caso es mi opinión personal y nada más. Incluso, no descarto que yo esté equivocado.  (Me gusta darme ese lujo: equivocarme, sin tener que sentirme culpable).

Aprovecho para agradecer a los que siguieron esta conversación por las redes sociales y a los que estuvieron con nosotros ese día.  Les recomiendo conocer el lugar. 



miércoles, 12 de junio de 2024

Carpe Diem: Entre Horacio y Walt Whitman

Recuerdo que por allá en 1982 escribí un texto sobre el vivir la vida intensamente, como si fuera una aventura. Fue un tema que escogí para un ensayo que puso como tarea mi profesor de español don José Sánchez Rubio.   

Mi cuaderno fue regresado con un "10" y una nota en color rojo que decía "Carpe Diem".

Mi conocimiento de latín era nulo en esa época y fui donde él para preguntarle qué quería decir su comentario. Antes de terminar 5º de bachillerato (ahora 10 grado) yo ya habia averiguado quién era Horacio y sabía al menos otra alocusión latina. 

"Carpe diem" es una frase latina atribuida al poeta romano Quinto Horatius Flaco (Horacio), que vivió entre el año 88 y el año 5 antes de Cristo, y es considerado el más grande poeta lírico en lengua latina.  

"Carpe diem" quiere decir "aprovecha el día". 

A continuación les comparto un fragmento del poema de Horacio con su respectiva traducción. Más adelante les dejo el poema que Walt Whitman compuso con el mismo nombre. 

Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati.
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare Tyrrhenum.
Sapias, vina liques et spatio brevi
spem longam reseces.
dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero
No indagues —no es lícito saberlo— cuál fin para mí, cuál para ti los dioses han dispuesto, Leucónoe, ni tientes los dados babilonios.
Cuánto mejor será padecer cualquier cosa,
ya que Júpiter te conceda muchos inviernos, ya el último
que ahora destruye contra los escollos opuestos el mar Tirreno. Sé sabia, filtra los vinos y acorta
al tiempo breve la esperanza larga. Mientras hablamos, se habrá fugado
el tiempo celoso. Abraza el día y dale el mínimo crédito al futuro.

Ahora, va el poema de Walt Whitman, que se hizo famoso con la película: “La Sociedad de los poetas muertos”

"CARPE DIEM"

Aprovecha el día.
No dejes que termine
sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz,
sin haber alimentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie
te quite el derecho de expresarte,
que es casi un deber.

No abandones tus ansias
de hacer de tu vida
algo extraordinario...

No dejes de creer
que las palabras y la poesía,
sí pueden cambiar el mundo;
porque, pase lo que pase,
nuestra esencia está intacta.

Somos seres humanos llenos de pasión,
la vida es desierto y es oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa.
Y tú puedes aportar una estrofa...

No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños puede ser libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores: el silencio.

La mayoría vive en un
silencio espantoso.
No te resignes, huye...

"Yo emito mi alarido
por los tejados de este mundo", dice el poeta;
valora la belleza de las cosas simples,
se puede hacer poesía
sobre las pequeñas cosas.

No traiciones tus creencias,
todos merecemos ser aceptados.

No podemos remar
en contra de nosotros mismos,
eso transforma la vida en un infierno.

Disfruta del pánico que provoca tener la vida por delante.
Vívela intensamente, sin mediocridades.

Piensa que en tí está el futuro,
y asume la tarea con orgullo
y sin miedo.

Aprende de quienes pueden enseñarte.
Las experiencias de quienes se alimentaron de nuestros Poetas Muertos 
te ayudarán a caminar por la vida.

La sociedad de hoy somos nosotros, los Poetas Vivos.
¡No permitas que la vida te pase a ti, sin que tú la vivas!

Walt Whitman

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Walt (Walter) Whitman:   (1819 - 1892)

Poeta 
estadounidense, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista. Su trabajo se inscribe en la transición entre el trascendentalismo y el realismo filosófico, incorporando ambos movimientos a su obra.  Ha sido fuente de inspiracion de miles de escritores. Tal vez uno de los mejores poetas de la lengua inglesa.



miércoles, 5 de junio de 2024

Las leyes universales de la estupidez: Carlo Cipolla

Facundo Cabral decía que le tenia miedo a los imbéciles porque son muchos, y hasta pueden elegir presidente. 

Independientemente de lo gracioso que parezca, muchos han estudiado "la estupidez humana" y han llegado a unas conclusiones interesantes. 

Ya en otra entrada les hablé de Dietrich Bonhoeffer y su teoría de la estupidez. 

Esta semana les quiero hablar de las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana, propuestas por  Carlo Cipolla.


Carlo M. Cipolla, fue un renombrado historiador económico italiano, conocido por su obra "Las leyes fundamentales de la estupidez humana", un ensayo que, aunque escrito en tono humorístico, ofrece una perspectiva profundamente seria y penetrante sobre el comportamiento humano. Cipolla define y desentraña la naturaleza de la estupidez a través de cinco leyes fundamentales, revelando cómo este fenómeno universal influye en nuestras vidas de manera significativa y a menudo subestimada.

Segun Cipolla, existen cuatro tipos de personas:  

Los inteligentes: que benefician a los demás obteniendo beneficio propio.  

Los incautos:  que generan beneficio ajeno en detrimento de su propio beneficio.  

Los malvados: que obtienen beneficio propio a costa de perjudicar a los demás. Generalmente apoyados por estúpidos que creen en sus engaños. 

Los estúpidos: Que no se dan cuenta de que están siendo manipulados y causan daños a los demás y a sí mismos, sin percatarse de que están siendo utilizados por los malvados para conseguir sus objetivos. Son el grupo más peligroso, e infortunadamentem el más numeroso. 

Para Cipolla existe una simbiosis muy particular entre estos dos últimos. Los malvados se aprovechan de los estúpidos para lograr sus metas. Y los estúpidos les ayudan porque, precisamente, son estúpidos. Funcionó con Hitler, con Mussolini, con Stalin, con Castro,Chavez, y Maduro, y con muchos otros politicos locales y mundiales. A mayor cantidad de estúpidos, mayor alcance tendrá un malvado. 

Pero, ¿qué define a un estúpido? 

Cipolla estudió a fondo el comportamiento humano y estableció cinco leyes para la estupidez humana: 

Primera Ley: Siempre e inevitablemente todos subestiman el número de individuos estúpidos en circulación. Esta afirmación es provocadora pero astuta: la estupidez es omnipresente y su prevalencia siempre se subestima. No importa cuántos individuos estúpidos se perciban, siempre habrá más de los que se espera. Esta primera ley sirve como una advertencia universal para no caer en la trampa de asumir que la estupidez es una rareza.

Segunda Ley: La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. En esta segunda ley, Cipolla postula que la estupidez es democrática y no discrimina. Independientemente de la educación, estatus social, raza o género, la probabilidad de que una persona sea estúpida permanece constante. Este principio subraya la imprevisibilidad de la estupidez y su capacidad para manifestarse en cualquier contexto. Hay estúpidos en cualquier nivel cultural, desde analfabetas, hasta profesores con doctorado. 

Tercera Ley: Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener un beneficio para sí misma, e incluso, llegando a perjudicarse a sí misma. Esta irracionalidad es lo que hace que la estupidez sea tan peligrosa y difícil de manejar.

Cuarta Ley: Las personas no estúpidas subestiman siempre el poder nocivo de las personas estúpidas. Esta subestimación lleva a menudo a situaciones en las que los estúpidos pueden causar daños significativos debido a la inacción o la falta de preparación de los no estúpidos. La cuarta ley resalta la necesidad de estar siempre alerta y consciente del poder destructivo de la estupidez.

Quinta Ley: La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. Finalmente, Cipolla concluye con una afirmación categórica: la estupidez es más peligrosa que la maldad. Mientras que una persona malvada actúa en su propio interés y es predecible en su egoísmo, una persona estúpida es impredecible y sus acciones pueden tener consecuencias devastadoras tanto para ella como para los demás, y lo peor, creen genuinamente que están haciendo lo correcto.

A continuación les comparto un video con las teorías de Carlo Cipolla. 

Si quieren leer el libro hagan clic acá