miércoles, 9 de marzo de 2022

Secuestro. Cuento de Carlos Alberto Velásquez Córdoba

Esta semana les comparto un cuento de mi libro Fuga de Ideas, publicado con la editorial Fallidos Editores.  Espero les guste. 



 

SECUESTRO

 

I

Ángela se levantaba temprano todos los días a despa­char a su pequeña hija al colegio. Luego, se sentaba frente al computador y trabajaba durante varias horas en su texto. A veces, en las noches pasaba largas horas frente a la pantalla tratando de darle forma a su nueva novela.

Algunas tardes, discutía el avance con su editor y oca­sionalmente leía alguno de los capítulos a sus amigos del taller de literatura. La construcción de una novela es un proce­so lento y arduo que solo muy pocos se dan el lujo de poder lograr.

Ángela tenía el tesón que le faltaba a sus colegas que escribían cuentos. El cuento trata de una acción específica. La novela por el contrario, es una intrincada red en que cada personaje tiene su propio mundo. Cada uno debe ser crea­do meticulosamente. Con precisión relojera, no sea que en alguna parte de la trama, la falta de un piñón impida que el engranaje pueda mover la obra.

Pero un día Ángela se sentó ante su teclado y por pri­mera vez en la vida las palabras no fluyeron. Había escuchado que los escritores en cualquier momento de su trabajo litera­rio tenían algún tipo de bloqueo. Quería escribir sobre su per­sonaje: Isolda, pero esta vez no se le ocurrió nada. Era como si hubiera olvidado quién era la protagonista de su novela.

 Fue a la cocina, se sirvió una segunda taza de café y re­pasó los capítulos anteriores. La historia de Isolda era cohe­rente, fluída, habían comentado algunos. El final ya lo tenía visualizado. Solo debía desarrollar la historia de su heroína desde el momento en que la protagonista había empezado a recordar su pasado.

Ángela intentó escribir otro capítulo más, pero algo se lo impedía. Cansancio. Tal vez era cansancio lo que sentía. Ese día apagó el computador y se dedicó a hacer otras cosas, esperando que al día siguiente volviera la inspiración.

Tres días después Ángela ya estaba desesperada. Se ha­bía puesto como meta escribir al menos dos capítulos a la se­mana. Quizás había estado demasiado inmersa en el mundo de Isolda y se había saturado de ello. Decidió escribir sobre otros temas.

Ángela no tuvo ningún inconveniente en escribir un ca­pítulo entero sobre Omar, otro de los personajes de la novela, que para el momento de la historia se encontraba en un lugar muy diferente al de la protagonista. Describió los lugares donde otros personajes vivían su momento y no tuvo problema con la coherencia del relato. Esa noche Ángela durmió tranquila pensando que su inspiración había vuelto.

Al día siguiente, luego de enviar a su hija para el co­legio, Ángela retomó el trabajo del día anterior. Uno de los personajes debía comunicarse con Isolda para darle la noticia que daría el giro al final de la trama. Pero al llegar a “Isolda”, Ángela sintió que había chocado contra un muro. Solo pudo digitar la letra “I” y quedó paralizada en el acto. No era capaz de digitar el nombre de su protagonista.

A ver, pensó, después de la “I” sigue la “S”, pero sus de­dos no respondieron. Trató de pronunciar el nombre que tan sonoramente había escogido para su protagonista, pero fue imposible. Un balbuceo torpe salió de su boca.

“Erre con erre cigarro…erre con erre barril” se oyó decir en voz alta y confirmó que era capaz de hablar sin dificultad. Cogió una pluma de su escritorio y escribió en un papel en blanco “Me llamo Ángela Ramírez. Vivo en Medellín. Soy escritora…”.

“Entonces, no tengo un accidente cerebrovascular. Estoy bien” se dijo a sí misma. Pero cuando intento escribir la palabra “Isolda” en el papel, la pluma cayó de su mano como si no tuviera fuerzas.

 

II

Los exámenes de sangre salieron normales. Igualmen­te la resonancia cerebral no había mostrado ningún tipo de lesión. Daniel y Ángela escuchaban cómo el neurólogo ex­plicaba que no había ninguna razón para estar preocupados. Todas las pruebas habían sido excelentes y no existía ninguna lesión neurológica que explicara el por qué no podía escribir esa palabra en especial. El diagnóstico definitivo fue agota­miento.

—Quizás es un bloqueo momentáneo —le decían sus compañeros escritores

—Sí. Has trabajado mucho en esa novela y quizás estás cansada —dijo alguien.

—Déjala un tiempo y trabaja en otros proyectos —recomendó otra voz.

Para Ángela no era fácil. Estaba obsesionada con esa novela que quizás la sacaría del anonimato. Había pensado que “Isolda” sería su Best Selller, pero tal vez sus compañeros tenían razón: debía dejar que la historia se aireara un poco. Su editor estuvo de acuerdo.

Durante dos semanas, Ángela estuvo escribiendo otros textos, evitando conscientemente su novela. Envió algunos cuentos a su editor quien le prometió revisarlos.

Una mañana luego de despedir a su hija, Ángela encen­dió su computador, abrió su procesador de texto y encontró una frase que la perturbó.

ISOLDA ESTÁ SECUESTRADA.

Daniel dormía plácidamente pero Ángela quería ahorcarlo. Ese tipo de broma no le hacía ninguna gracia y se lo hizo saber mientras desayunaban.

Su esposo aseguraba que él no había sido quien había escrito eso. Ángela no quiso creerle. Discutieron. Él se fue para el trabajo y ella quedó en casa muy molesta.

En la noche, ambos habían olvidado la discusión. Pero dos días después, al iniciar la mañana, el procesador de texto tenía otra nota.

SI QUIERES VOLVER A ESCRIBIR SOBRE ISOLDA, DEBERÁS SEGUIR LAS INDICACIONES.

—¡Esto es el colmo! —gritó Ángela mientras que se lanzaba contra Daniel que apenas abría los ojos. —Desgra­ciado, sabes que estoy pasando por un momento difícil de inspiración y disfrutas molestándome.

Daniel, asustado, miraba a Ángela que lo atacaba con una almohada, mientras trataba de entender qué era lo que estaba pasando.

—Te lo juro. No sé de qué me estás hablando.

—Claro que lo sabes, desgraciado. Estoy harta de que no me apoyes en mi trabajo. Siempre has estado en contra de que sea una escritora famosa.

—Eso no es cierto, y lo sabes.

—Mira, mejor déjame sola. No quiero verte.

—Claro que me iré. Podrás estar en paz.

Ángela había olvidado que Daniel tenía un viaje de tra­bajo en otra ciudad. Un viaje muy oportuno. Así tendría tres días para no discutir con él.

Daniel se bañó y se vistió. Mientras organizaba la maleta, trató de hablar con Ángela. No le quedaba claro el reproche que ella le hacía. Cuando Ángela señaló la frase en la pantalla, él se defendió diciendo que él no había sido. Ella por supuesto, no le creyó. La despedida fue un frío beso en la mejilla.

Ya sola en el apartamento, intentó nuevamente retomar la historia de Isolda. Fue imposible. No se le ocurría nada. Es más: no recordaba casi lo que había escrito en los primeros capítulos. Sabía que Isolda era un personaje de su libro, pero no recordaba qué diablos hacía en la historia.

A pesar de que el diagnóstico del médico había sido “cansancio”, estaba asustada por lo que le estaba pasando.

Las lágrimas comenzaron a brotar. Había sido muy dura con Daniel y lo llamó para disculparse. Él, aún dolido por lo que él creía que era una falsa acusación, contestó en un tono seco e impersonal. Debía colgar. Ya iba a abordar el avión. Ángela le recordó lo mucho que lo amaba y ofreció disculpas por el escándalo que había hecho. Era consciente de que se había alterado más de lo necesario. Él colgó.

 

III

Esa noche, Ángela, luego de acostar a su pequeña, in­tentó escribir algo, pero no pudo. Estaba agotada y se fue a la cama.

Quizá fue por la ausencia de Daniel, tal vez por la sen­sación de culpa, pero no pudo dormir. Se quedó dando vueltas en la cama pensando en cómo iba a resolver su novela y en lo que estaba experimentando.

De pronto escuchó un “bip” que provenía del estudio. Parecía el sonido que hacía su computador al encenderse. Por primera vez se le ocurrió que a lo mejor era su hija quien jugaba con ella. Le pareció extraño. Apenas, si sabía escribir. Se levantó y caminó sigilosamente hacia el estudio. Al pasar por la puerta de la habitación de su hija vio su silueta en la cama. Cuando llegó al computador notó que las luces de la CPU estaban encendidas. Quizás había olvidado apagarlo.

Encendió la pantalla para verificar que no había dejado ningún archivo abierto y poder apagarlo sin perder informa­ción, cuando vio asustada que en la pantalla había una hoja en blanco en la cual se estaba escribiendo una frase sin que nadie tocara el teclado.

—TENGO EN MI PODER A ISOLDA. SI QUIE­RES VOLVER A SABER DE ELLA DEBERÁS SE­GUIR MIS INSTRUCCIONES.

Con manos temblorosas, Ángela comenzó a digitar…

—¡Quién es? ¿Quién está escribiendo?

—YO

—¿Y quién eres?

—ESO NO IMPORTA. LO IMPORTANTE ES QUE ISOLDA ESTÁ SECUESTRADA Y NO ESTARÁ LIBRE HASTA QUE SIGAS LAS INDICACIONES.

—No entiendo…

—NO TIENES QUE ENTENDER NADA. ES UN SECUESTRO. SI QUIERES A ISOLDA TENDRÁS QUE HACER LO QUE TE DIGA.

Ángela, evitando dar un alarido oprimió instintivamen­te el botón “reset” del equipo, pero se arrepintió inmediatamente por haber actuado de forma tan apresurada. Pensó que debía haberlo dejado encendido, pero era la primera vez que le pasaba algo tan extraño.

En la mañana, después de enviar a su hija al colegio, llamó a su editor para contarle lo ocurrido.

—Puede ser eso que llaman “delito informático”. A lo mejor alguien está entrando a tu computadora. ¿Por qué no hablas con la policía?

—Sí. ¿Pero y eso qué tiene que ver con que no sea capaz de escribir sobre Isolda?

—Buen punto. No sé. Habla con ellos.

Cuando Ángela fue a la oficina de delitos informáticos de la Policía Nacional, pensaron que estaba loca. Una escritora estaba denunciando que habían secuestrado el personaje de una de sus novelas y que sus captores le escribían en una página de Word de su propio computador.

Sin embargo, el técnico que la atendió ante la insistencia de que el computador escribía sin que nadie digitara, le sugirió que lo hiciera revisar de un técnico. Quizás había sido víctima del algún hacker.

—¿Y eso no es lo que investigan ustedes? — preguntó Ángela bastante molesta.

—Señora, nosotros investigamos delitos informáticos. ¿No dijo usted que no tenía información personal o bancaria en su computador?

—Así es. Solo lo uso para escribir mis libros y hacer alguna consulta en internet.

—Entonces, no hay delito. Debe hacerlo revisar por un técnico particular para ver si se le coló un hacker.

—Pero…

—Lo siento, señora. Solo nos corresponde investigar si hay un delito.

—Pero… ¿y el secuestro de mi personaje?

Ángela se interrumpió bruscamente cuando se escuchó decir la frase. “¿Así hablaría una persona cuerda?” La mirada del técnico de la policía, la hizo recapacitar.

—Sí señor. Haré lo que me dice. Buscaré un técnico.Mil gracias —y salió lo más rápido que pudo antes de que la retuvieran por loca.

—Con mucho gusto señora —respondió el policía mientras pensaba en lo extraños que suelen ser los escritores.

 

IV

Al llegar a su casa, encontró el computador encendido. Estaba segura de que lo había dejado apagado.

—¿QUÉ DICES, ÁNGELA. QUIERES RECUPE­RAR A ISOLDA?

—¿Quién eres? —escribió Ángela, más enojada que asustada.

—SOY QUIEN ESTÁ BLOQUEANDO TU MEN­TE. SOY QUIEN TIENE SECUESTRADA A ISOLDA —las letras iban apareciendo, una a una en la pantalla.

—¿Qué quieres de mí?

—QUE ESCRIBAS UN CUENTO SOBRE SE­CUESTRO DE IDEAS.

—¿Y luego?

—PODRÁS VOLVER A ESCRIBIR SOBRE ISOLDA.

—¿Y si me niego?

—PONDRÍAS EN PELIGRO TU NOVELA. JA­MÁS PODRÁS TERMINARLA.

—Pero podría escribirla a mano.

—NO PUEDES. YA LO HAS INTENTADO, ¿VERDAD? NO ES ESTE EQUIPO EL QUE TE IM­PIDE ESCRIBIR. ISOLDA FUE SUSTRAÍDA DE TU MENTE. PERO HAS SIDO TAN NECIA QUE ME HAS IGNORADO POR COMPLETO. YO USO ESTE COMPUTADOR PARA COMUNICARME CONTI­GO, PERO ISOLDA NO FUE SECUESTRADA DE UN DISCO DURO. FUE SECUESTRADA DE TU HISTORIA, EN TU CABEZA. POR ESO NO PUEDES ESCRIBIR SOBRE ELLA. ISOLDA ES UNA IDEA SECUESTRADA.

Ángela sintió desmoronarse. Era una situación muy in­usual. Parecía que la ficción había entrado a su mundo, para quedarse. Miró el reloj. Era hora de recoger a su hija en el colegio. Era viernes y salía un poco más temprano. Empacó algunas de las pertenencias de la niña y habló con su madre. La llevaría con sus abuelos el fin de semana para tenerla fuera de la casa por un tiempo mientras resolvía la situación.

Antes de salir, Ángela imprimió la hoja de Word y la echó en su cartera por si acaso necesitaba pruebas. Dejó el computador encendido y salió por su hija.

Luego de dejarla donde los abuelos, llamó a su editor. Le contó lo que le habían dicho en la Estación de Policía y este le sugirió que hiciera lo mismo: hacer revisar su equipo por un técnico en sistemas. Le dio el teléfono de uno que había trabajado en la editorial. También le sugirió que escribiera un cuento sobre secuestro de ideas. Nada perdería con hacerlo, y qué mejor inspiración tenía, que una historia donde un protagonista imaginario era raptado de la mente de un escritor.

Cuando terminó de hablar con su editor, encontró en su celular una llamada perdida. Era Daniel que estaba un poco preocupado. Había llamado a la casa y nadie había contestado. Llorando, Ángela le contó lo que había pasado luego de que él se fuera de viaje. Daniel más preocupado aún, le sugirió que no regresara a casa y se quedara con sus padres. Ángela por el contrario se mostró partidaria de volver y es­cribir la historia en el computador. Quizás si el secuestrador veía que seguía sus instrucciones liberaría a Isolda. Daniel no estuvo de acuerdo y le insistió para que esperara su regreso que sería al día siguiente. Ángela no quiso esperar.

Llamó al técnico en sistemas. “Es viernes”, respondió él. ¿Sería posible la semana siguiente? No. Claro que no —res­pondió ella. La situación era apremiante. ¿El sábado? Costa­ría un poco más. No importa —contestó ella. ¿A las nueve? Perfecto. Ángela le dio la dirección de su apartamento.

Apenas Ángela llegó a su casa, se dirigió a su estudio. La página con la conversación estaba sin modificaciones en la pantalla. Dio clic en “documento nuevo” y comenzó a es­cribir la historia del secuestro de ideas. Trabajó en ella hasta muy entrada la noche. Era la historia de un escritor al que le secuestraban un personaje imaginario. La idea en sí era fasci­nante. Era una lástima que no se le hubiera ocurrido antes y que escribirla hubiera sido un acto forzado.

Cerca de las tres de la mañana, Ángela terminó la his­toria y la envió por correo electrónico a su editor. Pensó que quizás así, los captores de Isolda podrían ver que había cum­plido su parte. Se acostó muy cansada y se durmió sin proble­ma. Soñó con Isolda que reía y cantaba mientras transitaba por un bosque florido. En el sueño, Isolda se reunía con los demás personajes de la novela y departían animados.

Serían algo más de las nueve y media de la mañana del sábado, cuando el citófono la despertó. Había llegado el técnico. Mientras se ponía algo de ropa para hacerlo pasar Ángela descubrió que se sentía más ligera. Tenía cientos de ideas sobre cómo continuar su novela, cada idea mejor que la anterior. Incluso pensó que lo del técnico ya no era necesario. Había vuelto su inspiración. Sentía que podía terminar su novela si trabajaba todo el día.

Ángela hizo pasar al técnico y le contó lo del posible hacker, omitiendo cuidadosamente hablar del secuestro de su personaje. El técnico se sentó al teclado, digitó unas ins­trucciones y un fondo negro se desplegó en toda la pantalla, con un cursor intermitente que se desplazaba a medida que escribía unos comandos que Ángela desconocía. Ella respon­día todas las preguntas que el hombre hacía sobre el antivirus, sobre quién más tenía acceso a la máquina, instalación de programas recientes, descarga de música o videos, etc.

Finalmente, luego de correr varios programas, el vere­dicto del técnico fue contundente. El equipo había sido in­fectado por un virus que permitía el acceso remoto desde otra ubicación. Habría que formatear todo el disco duro. ¿Había riesgo de perder toda la información? Claro que sí. El virus había infectado varias carpetas del registro. Cualquier archi­vo podía estar infectado.

¿Habría forma de hacer un backup? No. El backup po­dría quedar con el virus. ¿Entonces qué podría hacer? Si no había hecho una copia de seguridad antes de la infección lo perdería todo.

Ángela recordó que cada mes enviaba sus textos a su editor. Además hacía un mes había guardado sus archivos en un disco externo. Si no estaban infectados podría reconstruir sus cuentos y novelas. Solo perdería lo escrito en las últimas tres semanas.

Quedó decidido, formatearían el disco duro. Solo hubo una solicitud. Pidió al técnico que imprimiera todos los últi­mos trabajos escritos en el último mes, incluyendo el cuento sobre el secuestro de las ideas.

El disco duro del equipo fue formateado y el técnico volvió pacientemente a instalar casi todas las aplicaciones que tenía originalmente. Fue una jornada larga. Hasta las tres de la tarde Ángela y el técnico estuvieron trabajando, tratando de reconstruir los archivos perdidos a partir de un disco duro externo. Las pruebas habían descartado que los archivos en él, estuvieran corruptos o infectados.

Luego de verificar que el equipo funcionaba a la perfec­ción y que la mayoría de los archivos quedaron restablecidos, con excepción de los del último mes, Ángela pagó al técnico una suma considerable de dinero. Luego de que este se fuera, llamó a su madre para preguntar por su hija y se sentó a revisar las nuevas aplicaciones que el técnico había dejado instaladas en su computador.

 

V

A las seis de la tarde, un ruido en la puerta la sobresaltó. Era Daniel que regresaba de su viaje. Se abrazaron como dos enamorados que no se veían en mucho tiempo.

Conversaron y se contaron las mutuas experiencias de los tres últimos días, Daniel sonreía viendo que la inspiración había regresado a su amada y le daba esa cara de felicidad que no había visto en las últimas semanas.

Tenían lo que quedaba del fin de semana para ellos so­los y se desatrasaron con pasión. El domingo en la tarde re­cogieron a la hija y la vida volvió a ser normal.

El lunes Ángela despachó a su hija para el colegio y a su esposo para el trabajo y se sentó nuevamente frente al teclado. Escribió y escribió como si nada hubiera pasado. Isolda había sido liberada y se reintegraba a la novela como si nunca hubiera estado ausente.

El miércoles llevó dos nuevos capítulos a su editor y el cuento impreso que había escrito sobre el rapto de una idea. Él ya lo había leído y le había parecido maravilloso.

En el taller de escritores contó la historia del hacker y les sugirió que hicieran una revisión de sus computadores, no fuera que tuvieran un virus en sus equipos. Sus compañeros estaban estupefactos. Quiso mostrar la página en la que pedían el rescate, pero por alguna extraña razón la hoja que había guardado en su bolso estaba en blanco. Se conformó con leerles el cuento que había escrito sobre el secuestro de ideas.

Mientras lo hacía, una de sus compañeras se movía in­cómoda en la silla. Cuando Ángela terminó su lectura, Luisa, una compañera comenzó a llorar.

—¿Qué te pasa, Luisa? No es una historia tan trágica para que te pongas así. Tuvo un final feliz.

—No es por eso. ¿Recuerdan ustedes la novela que em­pecé a escribir sobre Gabriela, la abogada?

—¿Qué hay con ella?

—¿Recuerdan que ustedes siempre me regañaban por­que la dejé inconclusa y nunca volví a trabajar en ella? Les voy a confesar algo. Gabriela, mi personaje, fue secuestrada…Nunca escribí la historia que me pedían como rescate y ella nunca volvió a mi cabeza. Solo Dios sabe quién la tiene secuestrada aún.

 

©  Carlos Alberto Velásquez Córdoba

 


Fuga de Ideas. 

Libro de cuentos fantásticos bajo el sello editorial de Fallidos Editores y con prólogo de los profesores Luis Fernando Macías y Memo Anjel

Categoría: Literatura Colombiana (cuentos)
Primera edición: Nov 2019
número de páginas: 82
ISBN: 978-958-48-7357-6
Editorial: Fallidos Editores
Formato: 14 x 21 cm (con solapa), Rústico (pegado-cosido)
Interior: Papel Ecológico


1 comentario:

  1. Al escritor de esta novedosa historia no le secuestran los personajes, por el contrario, le llueven para que les dé albergue. Y los pone a trabajar como hormigas alborotadas.

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