miércoles, 3 de noviembre de 2021

El uso de mascarilla y la libertad individual

Usar mascarilla puede ser para algunos una forma de protegerse y proteger a los demás, pero para otros, puede ser una forma de opresión. 

La mascarilla facial (tapabocas) fue inventada por el médico Johannes Mikculicz Radecki como una forma de impedir que los médicos contaminaran las heridas de sus pacientes durante un procedimiento quirúrgico. Pero rápidamente se descubrió que la protección iba en ambos sentidos. No solo era el paciente el que se beneficiaba, sino también el médico evitaba enfermar cuando el ambiente estaba contaminado. 
Eso ya se conocía desde la antigüedad. Las máscaras de los médicos de la peste dan cuenta de eso. Con la epidemia de influenza de 1917, el uso de la mascarilla facial se popularizó, como forma de evitar la enfermedad. 


A principios de 2020, la epidemia por el virus SARS-Cov-2 mas conocido como COVID-19, hizo que la mayoría de los gobiernos reglamentaran el uso obligatorio de la mascarilla (tapabocas) cuando se estuviera en espacios públicos. La mascarilla no solo evita que quien tenga la enfermedad, la transmita, sino que también previene del contagio a quien la usa. Además impide que un virus alojado en la nariz de un portador sano se transmita a una persona susceptible, (pues aunque el individuo esté vacunado, de todos modos puede trasportar el virus en su nariz, lo que implica un problema de salud púbica). 

Las personas en occidente han visto con recelo el uso del tapabocas, mientras que en el oriente (en especial China y Japón), acostumbran usar la mascarilla como hábito, cuando hay contaminación o cuando se está enfermo. En el resto del mundo se ha visto su uso como una imposición que riñe con la libertad individual. 

Según George Sand, profesor de historia japonesa de la Universidad de Georgetown, “existe una falsa creencia de que los japoneses adoptaron esta medida porque sus gobiernos son autoritarios (…), pero no es así, lo hicieron porque confiaban en la ciencia”, precisamente en la recomendación científica dicha en un país que estaba en un proceso de industrialización, como la adaptación a un mundo moderno”. Y agrega que en el nuevo milenio, las mascarillas en Japón se volvieron omnipresentes, no tanto por directivas estatales sino por lo que se conoce como “estrategia de afrontamiento”, que abarca los recursos externos e internos que usa una persona para adaptarse a un entorno que lo estresa¹. 

Se podría decir que existen dos extremos en la forma de afrontar el uso del tapabocas: Por un lado, los que lo usan con la convicción de que con ello están protegiendo su propia salud y la de los otros, a pesar de las incomodidades que pueda generarles, y del otro lado, quienes se niegan a usarlo porque lo consideran una imposición arbitraria y autoritaria: Aquellos que pregonan a todo pulmón "no me pueden obligar". En el centro están las personas que consideran que una mascarilla es "un mal necesario" que le evita complicaciones mayores y la usan con desgano, porque no hay algo mejor. 

Cuando voy por las calles de mi ciudad y observo a las personas, puedo identificar fácilmente a aquellos que tienen una actitud transgresora y quienes están en sintonía con el bienestar de todos. Tengo que confesarlo. No quiero tenerme que enfrentar en ningún momento con una persona que se niega a usar mascarilla cuando todavía hay riesgo. Para mí, este tipo de personas están en el mismo nivel que los que se meten en la fila, los que se pasan los semáforos en rojo, los que parquean en lugares prohibidos, los que evaden impuestos o los que hacen trampa en los juegos. Son personas que acostumbran infringir las normas porque "nadie me puede obligar". Son seres que solo siguen "sus propias reglas" y se niegan a adoptar aquellas en las que hay que ceder la comodidad en favor de la convivencia. 

Cuando voy por la calle y observo tanta gente sin mascarilla, me duele la ciudad. Pienso en tanta gente que se identifica con el "no pueden obligarme" y me pregunto: ¿Qué nos espera como sociedad?


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