jueves, 26 de abril de 2018

La composición literaria

Tradicionalmente el 23 de abril se celebra en todos los colegios el día del idioma. 

Este año he tenido la fortuna de haber sido invitado a la Institución Educativa Atanasio Girardot del municipio de Girardota. Allí compartimos un rato muy agradable con jóvenes de mente muy inquieta. 

Aprovecho para dar mis agradecimientos a la coordinadora Perla del Mar Rivera, a la profesora Marily, a todo el cuerpo docente, y muy especialmente a la profesora y escritora Melissa Cañas, por haber hecho posible este encuentro. 

Como en la mayoría de colegios e instituciones educativas, para esas fechas siempre se les pide a los estudiantes hacer una composición literaria, y yo también he sido "víctima" de dicha tarea, les traigo un cuento que fue publicado en mi libro  "La Monja sin cabeza, y otros cuentos" sobre lo que suele ocurrir cuando un profesor pide a sus alumnos hacer una composición literaria. 


LA COMPOSICIÓN LITERARIA


—Saquen una hoja.

Siempre lo mismo. Parece que los profesores no conocen otra forma de disfrutar de la vida que decir a sus estudiantes: “saquen una hoja”.

Esta vez, como todas las veces, todos protestamos.

—Profe, usted no había avisado que haría examen.
—No, profe, así no se puede….
—Profe, no, otro examen no.

No faltaba el despistado que preguntaba:

—Oiste… ¿y es que hoy había examen?
—Claro que no. No habían avisado nada.

Pues don Jaime, esta vez nos dijo que no era un examen. Rápidamente ante las protestas de todos continuó con la orden.

—Saquen una hoja, y márquenla arriba con el nombre completo y el número de lista.
—Hoy van a hacer una composición literaria —continuó—, el tema es libre.


¡Perfecto! Cuando un profesor quiere leer el periódico, nada más apropiado que poner a sus estudiantes a hacer una composición.

—Tienen 40 minutos. Tema libre... y no olviden que se califica redacción, ortografía y caligrafía.

Se llame Español, lengua castellana o como quiera que se le diga, esta materia es un asco. Dijeron que se llamaba español porque era el idioma que se habla en España. ¿Entonces por qué no se llama Colombianol o Perunol o Venezuelenol?  Bueno, éste último quizás es una exageración. Pero qué culpa tenemos nosotros de que Don Cristóbal Colón haya cometido el error más grande de toda la historia del mundo.
Si al fin y al cabo, les prometió a los reyes Católicos que llegaría a las Indias. Yo apostaría que, si don Jorge en un examen de geografía me pone a señalar las Indias y yo le muestro América, me pone un reverendo uno.

Pero, no. A Cristóbal Colón le pusieron cinco y se equivocó de continente. Eso es injusticia. Claro que Carlos, que ya está terminando el bachillerato, dice que Cristóbal sabía que iba para otra parte pero que tuvo que decir una mentira para que la reina Isabel le diera la plata. Carlos, que sabe mucho, dice que ni siquiera fue ella la que le dio la plata para conseguir los barcos esos, que fue otro señor.

Antes en lugar de clase de español le decían Lengua Castellana. Que dizque porque los reyes de Castilla habían dado la plata. Si la única Castilla que conozco es el barrio donde queda el parque “Juanes de la paz” y la terminal de transportes. Creo que haya es donde vive el flaco…

¡Huy¡. El flaco ya está escribiendo como loco. Y yo todavía no se sobre que escribir….

Miro el reloj de la pared. Ya han pasado casi cinco minutos y todavía no sé sobre que escribir. ¿Será que escribo una etopeya? Esa palabreja salió en el examen de la semana pasada. Y por supuesto lo perdí. Ni siquiera sé lo que significa.

Claro, Ahí está don Jaime con sus bigotes de cantante mexicano y su sonrisa sardónica. Recuerdo cuando se presentó al salón. “Me llamo Jaime Salcedo, pero me pueden decir “don Jaime”. Valiente presentación.


Se las da de que sabe mucho. Lo que más detesto de él es como peina con sus dedos sus bigotes mientras nos obliga a leer las tareas en voz alta. A veces uno cree que le está dando un ataque. Fija la mirada en la pared de atrás y el muy tonto cree que no nos damos cuenta de que está completamente distraído. Algunas veces hemos visto como cabecea durmiéndose mientras nos pone a leer babosadas.

Eso sí, cuando pasa la profe Margarita inmediatamente saca el peine de su bolsillo trasero y comienza a peinar su pelo grasoso. Se levanta disimuladamente del escritorio y comienza a pasearse por el salón como si estuviera supervisándonos con el único fin de llegar hasta la puerta. Se queda recostado en el borde como si nos estuviera vigilando, pero todo el grupo sabe que su único propósito es volver a ver a la profe Margarita cuando pase de vuelta a su salón.

Se le salen las babas por ella, y cree que nadie lo ha notado. ¡Pobre idiota! Se cree un galán de novela pero no sabe que la profe Margarita sale con el profesor de educación física. Eso fue lo que dijo González. Una vez los vio en un centro comercial. Estaban comiendo un helado y se estaban riendo.

… Una composición literaria… ¿de qué escribo?

¿Escribo una prosopopeya? Eso es escribir de un animal o cosa ¿Pero sobre que animal?

Estoy pensando escribir sobre mi perro y su lucha diaria contra los pájaros que le quitan su comida.

Lo he estado observando hace mucho tiempo. Levanta sus orejas aún antes de que nosotros escuchemos algo. Pero el los oye mucho antes nosotros. Orienta sus negras orejas hacia el patio trasero.

“Silencio. Ahí viene. Ese aleteo me es familiar. Lo olfateo desde acá. Ese pájaro estúpido viene a robarme nuevamente la comida. Siempre baja con cuidado comprobando que no estoy. Silencio.

Ojalá que mis amos no lo espanten. Quiero atraparlo yo mismo con mis colmillos.

Bajó. Lo escucho cuando se posa en la coca de mi comida. Cree que no estoy. Siempre es lo mismo. Baja cuando no me ve. No sabe que estoy agazapado bajo la mesa del comedor. Desde allá no me alcanza ver. Pero yo si lo estoy oyendo. Lo olfateo desde acá.

Está comiendo… grano por grano. Ya lo he visto: Toma cada grano con su delgado pico luego levanta su cabeza y abre más el pico para que el grano caiga en su boca. Qué forma estúpida de comer. ¿Por qué será que esos inútiles pájaros no utilizan la lengua como nosotros los perros?

Silencio. Creo que ya está concentrado comiendo. . Rápido, rápido. Es hora de atacar.
Guau, Guau, ladro con todas mis fuerzas mientras corro hacia el pájaro.

Bueno esta vez alcanzó a volar antes de que lo atrapara con mis colmillos y mis garras. Hoy no se pudo. Quizá mañana te atrape pájaro atrevido… Tal vez mañana….”

Una voz interrumpe mis pensamientos de perro.

Quedan treinta minutos.

La voz de Don Jaime me saca de quicio. Queda media hora. ¿De que escribo? Ya he marcado mi hoja con mi nombre y el número de lista…el resto está en blanco. ¿Qué escribo? ¿Será que escribo la historia del perro? Naaah. Mejor busco otro tema….

Miro por la ventana. Es un día excelente. No hay una sola nube y el sol brilla sobre las montañas al fondo. Las montañas que todos los días veo desde el salón. Una de ellas tiene una forma extraña. En las tardes con la sombra del sol parece que fuera un dinosaurio dormido. Recuerdo cuando estábamos en tercero. Porras llegó desde un colegio de otra ciudad. Parecía tonto. Y lo confirmamos cuando se creyó el cuento del dinosaurio. Estaba muy emocionado porque en su ciudad, a pesar de estar rodeada por montañas no había ninguna en la que estuviera sepultado un dinosaurio.

Don Reinel nos regañó cuando se enteró de la broma. Fue en la clase de sociales mientras que don Reinel nos explicaba la formación de las montañas. A través de las ventanas del salón nos señalaba los diferentes tipos de formaciones geográficas. Fue cuando Porras dijo que esa montaña tenía esa forma porque allí habían sepultado un dinosaurio. Y para rematar, preguntó al profe que si habían más dinosaurios enterrados en las otras montañas.

El bueno de don Reinel le preguntó a Porras de donde había sacado semejante disparate mientras toda la clase reía a carcajadas.

Pues Porras, con ojos llorosos nos señaló a Agudelo y a mí.

—Así no se trata a un nuevo compañero — nos dijo don Reinel con cara de enojado, aunque a mí me pareció que estaba a punto de soltar la carcajada.

Siempre nos regañaban a Agudelo y a mí.

Recuerdo la vez que nos rebajaron en disciplina porque le hicimos creer a Cardona que había un temblor de tierra. Esos días habían ocurrido varios temblores y sabíamos que él les tenía mucho miedo. Un día decidimos asustarlo. Mientras yo le movía la silla con el pie, sin que se diera cuenta, Agudelo desde otra fila gritó “terremoto”. Cardona salió corriendo del salón como si fuera a perder la vida. Fue encontrado llorando debajo de un árbol a la entrada del colegio temblando como si hubiera visto al diablo. Esa tarde nos tocó quedarnos en la oficina del rector y llamaron a nuestros padres.

Estoy bloqueado… ¿De qué puedo escribir?

Vuelvo a mirar por la ventana. Que día tan bonito. Quisiera estar en una piscina. Sentirme flotando en el agua como si fuera un astronauta. Eso es lo que debe sentirse en el espacio. A veces, cuando estoy en una piscina imagino que estoy en el espacio exterior y no hay gravedad.

Cuando uno está en una piscina siente que puede volar. Qué bueno sería poder hacerlo.

¿Qué haría si tuviera el poder de volar? Salvaría vidas como supermán. Pero también aprovecharía para poder ir al estadio sin pagar la boleta. Mi papá dice que no puede comprar boletas para todos los partidos. Pues cuando haya un partido podría pararme en el patio de la casa, cogería impulso y saldría volando. Llegaría al estadio y aterrizaría en la tribuna.

¿Pero qué digo si me ven aterrizar? Tendría que inventar alguna forma para que no me vieran…. De lo contrario se darían cuenta que me colé sin pagar….

Tengo de concentrarme. ¿Sobre qué escribo la composición?

San Juan Bautista De la Salle me mira desde una pintura en la pared. Parece que se estuviera riendo de mí. En todos los salones está el mismo cuadro. Con la misma sonrisa. Dicen que es un santo pero a mí me parece que se ríe cada vez que nos hacen un examen.


Dicen que San Juan Bautista fue el primer profesor. Una vez nos hicieron consultar su biografía. Leí que había nacido en Reims que es una ciudad que queda en Francia. Eso como que queda en Europa, creo. Que hablaba francés y que vivía con otros profesores. Aquí en el colegio dicen que fue el primer profesor. Mentira. Si fue el primer profesor, ¿quien le enseñó a él?

En los cuadros siempre sale con un cartoncito blanco en el cuello. Mi abuelo dice que por eso a los fundadores del colegio les decían los pechiblancos. Ahora ya no hay pechiblancos. Sin embargo, a veces, el rector se pone un vestido negro largo que se llama sotana y se pone un cartón blanco de esos. Él dice que ese es el uniforme de los Hermanos Cristianos. Se parece al uniforme de los padres en las películas de exorcismos, pero en los padres el cartoncito es pequeñito. En los hermanos cristianos el cartón en más grande. ¿Será porque saben más?

Una vez, en un recreo unos niños decían que ellos no usaban pantalón debajo de la sotana. Juan Pablo y yo decíamos que sí. Recuerdo que hicimos una apuesta. Si ganábamos nos tendrían que dar una paleta a cada uno. Si perdíamos, nosotros teníamos que invitarlos a paleta.

El punto era que nosotros teníamos que demostrar que si tenían pantalones. Juan Pablo que era el más arriesgado, levantó la sotana del rector con un alambre que encontró cerca de los baños, el hermano se enredó con el alambre y cayó al suelo desgarrándose el pantalón en las rodillas. Cuando Juan Pablo volvió de la suspensión de dos días todos nosotros le invitamos a paleta. Nadie había tumbado al suelo a un rector.

—Diez minutos para terminar la composición. —la voz de don Jaime me saca de mis pensamientos—

Se me acaba el tiempo y no se me ocurre nada que escribir. Ahí está Robledo. El más juicioso del grupo. Ya llenó la hoja por un lado y lleva casi la mitad del otro lado. Siempre saca buenas notas. Es muy buen estudiante.

A mi derecha está Agudelo. Va perdiendo casi todas las materias. Solo lleva media hoja. Se ha levantado varias veces del puesto a sacarle punta al lápiz.

Observo el mío. Es amarillo, largo y delgado. El borrador de su extremo superior esta gastado. Ya no borra y por el contrario ensucia. Miro la punta. Esta muy larga y puntiaguda. Como a mí me gusta.

Voy a empezar a escribir. Cualquier cosa, lo que se me ocurra…

Al hacer fuerza sobre el papel se me quiebra la punta. Busco en mi cartuchera. Saco los colores y al fondo encuentro el sacapuntas. Un sacapuntas metálico.

Voy hasta la papelera del salón que queda al lado del tablero y comienzo a girar el lápiz mientras observo como una tira de madera de color amarillo en un borde y color negro en el otro va saliendo por entre la cuchilla. Hago todos los esfuerzos posibles que para que la tira que sale no se reviente. Pero siempre, luego de dar unas cuatro o cinco vueltas al lápiz, esa mágica tira de madera se revienta y cae en la papelera. Nunca logro sacar punta a un lápiz sin que se dañe lo que sale.


Vuelvo a mi puesto y sigo observando el lápiz. ¿Cómo harían para meterle la mina negra dentro de la madera? ¿Quién lo inventaría? ¿Qué pasaría si no existieran lápices?… ¿o bolígrafos?

 La gente tendría que llevar un computador en el bolsillo porque no tendrían con que escribir.
Y sin lápices no habría cuadernos.

¿Cómo escribirían antes? El profesor de matemáticas dice que antes escribían en la arena. A mí no me parece tan fácil. La “o y la “i son fáciles. Pero una “B” no se ve muy bien. O tendría que escribir letras muy grandes.

¿Por qué harán los lápices de madera? Con eso están acabando con los árboles. Todos hablan de eso.

 Deberían hacerlos de caramelo. En lugar de estar sacando la punta con un sacapuntas (o tajalápiz como decía el niño extranjero que estudió con nosotros el año pasado), uno podría sacarle la punta chupándolo. Solo le veo un problema. Sería muy pegajoso para guardarlo nuevamente en el morral.

Un lápiz de caramelo no necesitaría de sacapuntas. Al fin y al cabo, esos sacapuntas se pierden a cada rato. Mi mamá se mantiene regañándome porque me los roban. Yo le digo que no me los roban, sino que se pierden. Cuando me regaña yo le pregunto si a ella nunca se le perdió un borrador o un sacapuntas y se queda callada. Nunca me responde.

Yo a veces me pregunto ¿A dónde irán todos los sacapuntas y borradores del mundo?

Con un lápiz de caramelo las clases serían menos aburridoras. Pero hay otro problema. Los profesores no dejan sacar comida en las clases. Entonces ¿cómo se va a sacar la punta si no podemos chuparnos el lápiz?

—Se acabó el tiempo — anuncia don Jaime mientras que mi corazón se acelera —entreguen sus composiciones, ¡ahora!
—No, un momentico…— dicen algunos.
—Espere… no he terminado —contesta otro.
—Denos más tiempo. — Imploran la mayoría.

Todos se quejan, menos Robledo que con mirada autosuficiente mira en rededor mientras dice burlonamente:

—Eh ave maría, ¿no han acabado?

Don Jaime comienza a arrebatar hojas a diestra y siniestra mientras que yo intento garabatear alguna cosa en el papel.

Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos la hoja es arrancada de mis manos.

Don Jaime mira mi hoja y luego me sonríe maliciosamente, anticipándome una pésima calificación.

En el papel solo está mi nombre y una sola frase escrita a lápiz:

“Había una vez...”
  
¿Qué puedo hacer? No se me ocurrió nada.

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Carlos Alberto Velásquez Córdoba ©
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