miércoles, 1 de abril de 2015

Pesadillas (Cuento).

A continuación les comparto un cuento que escribí hace algún tiempo.   

Este cuento fue publicado en la revista literaria digital "Gotas de Tinta" gracias a la amable invitación del escritor y poeta Georges Weinstein. 

Espero que lo disfruten


PESADILLAS


El doctor González estaba acostumbrado a este tipo de consultas.  No por nada, la entrada de su consultorio tenía una placa con la siguiente inscripción:

Doctor Antonio González P
Psiquiatra.
Universität Wien (Viena).
Especialista en trastornos del sueño.

El paciente que tenía al frente padecía de una dolencia bastante común para la mayoría de las personas: Pesadillas recurrentes.

—Por favor ayúdeme, doctor.  Estoy desesperado.  Ya no se qué hacer.  Ya he visitado varios médicos y dos psicólogos.  Usted es mi esperanza. 

Augusto Parra podía pasar en cualquier círculo como una persona bastante normal.  Trabajaba como asistente de cuenta en un banco de la ciudad. Tenía una agradable familia conformada por su esposa y dos pequeñas hijas.  Nunca había tenido problemas con nadie y siempre era considerado por quienes lo conocían como una persona sencilla y trabajadora.

Sistemáticamente el doctor González había iniciado la sesión presentándose y tratando de conocer un poco mejor a su nuevo paciente. Este había sido remitido de la consulta de su amigo  y colega, el doctor Sarmiento quien durante varios meses lo había tratado por problemas de cansancio crónico. Luego de hacer innumerables exámenes para determinar otras causas del cansancio (apnea del sueño, enfermedades del tejido conectivo, trastornos hormonales, etc.), el eminente internista había llegado a la conclusión de que el cansancio y agotamiento del paciente podía deberse a los sueños que tenía con relativa frecuencia.

—Verá doctor. Los sueños empezaron hace muchos años.  Cuando era un adolescente. Al principio, me llenaba de orgullo sentir que era importante para alguien. Imagínese doctor.  Todo un grupo de gente dependiendo de mí. A veces era una ciudad en llamas. Y todos seguían mis órdenes y lograba salvarlos.  Otras veces era un mundo en guerra.  Las personas lloraban y corrían de un lado para otro.  Entonces, yo tomaba un arma y hacia frente a los atacantes.  En ocasiones conducía a los indefensos a través de túneles y pasadizos subterráneos. Las personas hacían círculo alrededor mío para agradecerme haberles salvado la vida y las de sus hijos.
—¿Qué tan frecuentes eran esos sueños? Preguntaba el doctor González mientras escribía en su libreta: “¿megalomanía?
—Al principio eran muy ocasionales cada dos o tres meses —contestaba Augusto.
—¿Y como lo hacían sentir esos sueños?
—Muy bien, doctor. Verá.  Nunca he sido lo que digamos un héroe.  Durante el colegio era, por así decirlo, un miedoso.  Me daba miedo jugar fútbol por temor a que se burlaran de lo poco fuerte que pateaba un balón.  Era un enclenque, doctor.  Y todo el colegio sabía que no era capaz de hacer nada que implicara esfuerzo físico. Hasta me asfixiaba subiendo las escalas del colegio. En cambio… en el sueño, yo podía trepar por una pared o escalar una montaña escarpada. Cuando era niño, nadie se fijaba en mí.  Pero en el sueño, yo era el centro del universo.  Yo era el héroe.
—Cuénteme más de esos sueños.
—A veces los sueños estaban relacionados con cosas que pasaban.
—¿Como así?  Explíquese.
—¿Recuerda usted el terremoto del 83?

El doctor González asintió por puro formalismo (¿o sería curiosidad?).  No recordaba en absoluto ningún terremoto en ese año. Sabía que ocasionalmente se presentan algunos temblores de tierra y que algunos habían sido realmente fuertes, pero no asociaba ningún temblor y menos un terremoto en ese año.

—Pues en los días que sucedieron al terremoto tuve varias veces el sueño de que guiaba a un gran grupo de personas a través de los escombros de una ciudad destruida. Rescataba personas atrapadas en los sótanos o conseguía comida para los hambrientos sobrevivientes.
—¿Siempre era el mismo sueño? ¿era la misma ciudad?
—No, cada día era distinto. A veces era de día. Otras veces de noche.  En ocasiones llovía.  Las ciudades eran diferentes.  A veces era New York, otras era Moscú. Otras veces no reconozco la ciudad.  En ocasiones sueño con esta ciudad en ruinas.
—¿Y los sobrevivientes?  ¿Logró reconocer a alguno?
—No.  Eran completamente desconocidos. Cada sueño era con personas diferentes.  Sin embargo aunque las caras no me eran familiares, siempre había uno que otro rostro que si lo hubiera visto en la calle lo habría reconocido.  A veces me llegan clientes al banco que creo haberlos visto en mis sueños.


El doctor González  se limitó a garabatear “transferencia” en su libreta y la adornó con signos de interrogación.  Luego se enfocó en una palabra que había escrito al principio de la consulta:  “fobias”.

—Dígame una cosa. ¿Le tiene miedo a los terremotos?
—Claro que sí doctor. ¿Quién no le teme a un terremoto?
—Déjeme le aclaro la pregunta. ¿Tiene miedo de los temblores de tierra?
—No doctor.  Les tengo respeto, pero no miedo.
—Defina “respeto”.
—Respeto es que cuando empieza un temblor, uno tiene que estar preparado para evacuar el sitio si hay signos de peligro.  Un temblor puede convertirse en un terremoto.
—Me decía usted que también soñaba con incendios. ¿Teme a los incendios?
—Nadie quiere estar en medio de uno.
—¿Pero le teme al fuego?
—No quisiera estar en un incendio en la vida real, pero en los sueños siento que soy capaz de sobrevivir a uno. De hecho, cuando sueño con terremotos o incendios no siento miedo.  Por el contrario, soy yo quien logra mantener la calma y salvar a todas esas personas.
—¿En qué otras situaciones se ve cuando sueña?
—Inundaciones, erupciones volcánicas… guerras…catástrofes geológicas… invasiones extraterrestres…
—¿Invasiones extraterrestres? —El doctor González no pudo ocultar un gesto de desdén al hacer la pregunta.
—Si doctor. En algunos de mis sueños, los humanos son atacados por seres de otro planeta.  Y siempre soy yo el que me enfrento a ellos y salvo a los humanos.
—¿Y siempre gana?
—Verá doctor,  en mis sueños tengo que luchar contra ellos, los extraterrestres. Por alguna razón que desconozco soy el único que no les tiene miedo. En los sueños, soy capaz de coordinar las fuerzas de la resistencia y hacerles frente.  Por eso me tienen miedo.
—¿Los extraterrestres le tienen miedo a usted?

Augusto sonrió apenado. 

—Los de mis sueños, si. Imagínese doctor González.  Un tipo como yo,  que se asusta hasta de un ratón, liderando un grupo de resistencia para hacerles frente a toda una legión de extraterrestres.

El psiquiatra quiso saber más.

—¿Acostumbra usted ver muchas películas?
—Sé lo que está pensando doctor.  A veces yo mismo me hecho la misma pregunta. A veces pienso que todo lo que sueño es porque de una forma u otra lo he visto en el cine o en la televisión. El problema es que cada vez los sueños son más frecuentes aunque cada vez evito ver más películas sobre desastres.
—¿Y cómo son esos extraterrestres?

Augusto Parra se movió inquieto en el sillón. 

—Aún no lo sé. Todavía no he visto al primero, pero ellos si saben cómo soy yo. Y en mis sueños, ellos me tienen miedo.  Porque saben que yo puedo enfrentarlos. 
—¿Qué es lo que lo hace sentirse tan seguro de sí mismo?
—Simplemente lo sé, doctor. En mis sueños siento que ellos me temen y que saben que puedo vencerlos. En las mañanas, despierto pensando que si todavía no nos han invadido, si en verdad existen, es porque ellos de alguna manera saben que yo podría defender la Tierra.
—Y usted, ¿qué piensa con respecto a eso?
—Pues no sé qué decirle, doctor. A veces pienso que eso mejora mi autoestima. Llego a mi trabajo en el banco pensando que todas esas personas desconocen que están vivas gracias a mí. Que yo soy lo único que detiene a los extraterrestres

El psiquiatra resaltó en un círculo la palabra que ya había subrayado: Megalomanía. Mientras lo hacía, el doctor González hacía mentalmente un análisis cuidadoso de lo que había escuchado hasta ahora.  Tenía frente a él un paciente de mediana edad, con una infancia difícil, siendo objeto de burlas debido a sus temores y su incapacidad física para sobresalir. 

Ahora trabajaba como empleado de un banco, donde aparentemente se había adaptado sin dificultades.  Sin embargo, consultaba por una serie de sueños repetitivos en los que el paciente soñaba que superaba todos sus miedos y temores, donde podía ser el mesías de la gente.  Era una situación muy frecuente.  El paciente trasfería todos sus anhelos de reconocimiento y poder a los sueños.

—Su familia… ¿Aparece también en sus sueños?

A Augusto se le encharcaban los ojos. 

—No, doctor. Por alguna razón que no entiendo,  mi familia nunca aparece. Durante el sueño tengo la sensación de que murieron y no los volveré a ver nunca. En esos casos me embarga la tristeza.
—Una cosa más, Augusto —  preguntó el psiquiatra mientras disimuladamente miraba la hora— ¿En sus sueños como se ve usted?
—No entiendo..
—Quiero decir.  Cómo es usted físicamente.  ¿Es fuerte?.. ¿es alto?.. ¿Cómo es?
—A decir verdad nunca lo había pensado bien. Soy el mismo de siempre… Creo... Ahí está lo raro, doctor. Delgado y bajito. Yo quisiera verme como un galán de cine, pero no.  Ahora que lo pienso tengo la misma imagen que usted ve aquí mismo. Solo que… un poco más viejo. Como si me estuviera viendo en el futuro. Me veo como un héroe. Un salvador de la humanidad.


El psiquiatra arqueó las cejas. Lo usual es que las personas transfirieran sus más recónditos deseos a sus sueños. Estaba muy claro que Augusto quería ser famoso y quería reconocimiento. También, era claro que temía perder a su familia. Pero era extraño que su imagen corporal no cambiara y no se viera como el galán que anhelaba ser, y que por el contrario se viera a si mismo más viejo de lo que en realidad era.  Eso no era común, pero así eran los sueños. La lógica casi nunca funciona en ellos.

—Una última pregunta. ¿Si después de tener esos sueños, usted se siente tan bien consigo mismo,  por qué quiere usted dejar de soñar con ellos?
—Doctor, el problema es que al principio eran cada dos o tres meses. Pero cada vez son más frecuentes. Últimamente los sueños son dos o tres veces por semana. Despierto agotado. Usted no se imagina lo que es correr toda la noche por una ciudad en llamas cazando ratas para alimentar a mi gente,  o recorrer a pie desde una ciudad a otra con el fin de dinamitar un centro de abasto de un grupo extraterrestre. Eso es simplemente agotador. Además, tenga en cuenta que con mi estado físico, las cosas se hacen más difíciles.

El doctor González observó el reloj y dio por terminada la sesión, explicando a Augusto que su situación no era tan infrecuente como él creía. Muchas personas llegaban a su consulta con problemas similares. Por ahora no ordenaría medicación alguna. Prefería primero intentar con terapia no farmacológica. Le advirtió a Augusto que lo vería en una semana y le encomendó la tarea de escribir inmediatamente despertara, todo lo que más pudiera recordar de sus sueños.

Durante tres meses, el doctor González estuvo recibiendo a Augusto Parra una vez por semana. Este le contaba sus sueños y el psiquiatra hacía las preguntas pertinentes para  tratar de entender la mente de su paciente. Todo este tiempo el Dr. González trató de evitar una intervención farmacológica y estableció un esquema de tratamiento que combinaba terapias conductuales, logoterapia y otras técnicas usuales para disminuir los sueños no deseados y así el cansancio que éstos ocasionaban en el paciente.

Pero a pesar de todo, Augusto cada vez se veía más cansado.  Cada semana llegaba a la consulta con el psiquiatra con más y más páginas escritas de lo que recordaba de sus pesadillas. 

Los sueños eran más frecuentes y cada sueño era más exigente en cuanto a actividades y situaciones. Cada vez los sueños eran más detallados y vividos.

Al doctor González le preocupaba que Augusto, que al principio creía confundir las caras de algunos clientes con las que veía en sus pesadillas, ahora estuviera convencido de que muchas personas que acudían a su banco eran parte de su sueño. 

Un día, apenas Augusto se sentó en el cómodo sillón,  dijo algo que sobresaltó al impávido psiquiatra. 

—La otra noche usted estaba en el sueño. Lo vi, lo vi a usted…

El psiquiatra no pudo evitar una expresión de curiosidad en su rostro

—Ahh, ¿si?, cuénteme más —animó a Augusto a continuar mientras volvía a adoptar la misma facies inexpresiva.  
—Hace tres días estaba usted en mi sueño. Tenía más canas y le faltaba algo de cabello. Estaba más viejo y se veía usted muy triste. 
—¿Y que estaba haciendo yo en su sueño?
—Lo que todo el mundo… tratando de sobrevivir. Los extraterrestres habían tomado esta ciudad.  Mientras buscaba provisiones lo vi a usted. Estaba recostado en unos escombros. Sostenía en brazos el cadáver de una joven de unos quince años.  Se veía que era una niña muy linda. Tenía una hebilla de mariposa en la cabeza que le daba un aire de ternura. Usted se veía muy triste.

El psiquiatra palideció. Su pequeña hija  había cumplido hacia una semana los diez  años. Para la foto de cumpleaños, la niña se había puesto en la cabeza una hebilla con una mariposa.  El comentario de su padre cuando la vio con ella, fue que esa mariposa le daba un aire de ternura. La niña le había prometido entre risas y bromas que no se la quitaría nunca.

—En mi sueño quise hablarle a usted, pero usted no parecía escucharme. Pensé que la joven era alguien muy querida por usted.  Ese sueño fue muy triste —continuó Augusto—,  me partió el corazón verlo a usted así y no poder ayudarle.

Aunque el psiquiatra sabía que no había forma de que Augusto supiera de su hija y de la hebilla,  quiso cambiar el tema bruscamente.  No quiso saber más del sueño.

—Quiero iniciar un nuevo medicamento con usted. Estoy convencido de que dejará de tener esos sueños y podrá usted descansar mejor.

Los ojos de Augusto brillaron con una luz de esperanza. Ya había recibido mucha medicación prescrita por otros médicos que precedieron al Dr. González. A pesar de las medicinas, los sueños habían seguido apareciendo  y los efectos adversos habían sido verdaderamente insoportables, razón por la cual el doctor Sarmiento le había suspendido la medicación y lo había enviado al psiquiatra.

—Haga lo necesario, doctor. Ya no aguanto más.  En la última semana he tenido los sueños cada día. Cada vez es mayor la sensación de que los extraterrestres nos invadirán. Lo único que me tranquiliza es que al despertar yo siento que soy la única persona que puede contenerlos. A veces creo que los extraterrestres leen mis sueños cuando estoy dormido y por eso no se atreven a venir. Me tienen miedo. Tienen miedo de lo que puedo hacer mientras duermo.

El Doctor González tomó una pluma de su escritorio, y empezó a escribir algo en el talonario de formulación. Luego estampó un sello que sacó de su escritorio y extendió la receta al angustiado paciente con las instrucciones debidas de cómo tomar el medicamento.

—Le aseguro que con este medicamento, usted no volverá a tener esas pesadillas —vaticinó el psiquiatra.

Una semana después, Augusto Parra estaba de nuevo ante el psiquiatra. Esta vez, el paciente parecía estar más tranquilo.  Su cara mostraba un sosiego que hacía muchos años no irradiaba.

—Y bien, cuénteme ¿cómo le ha ido con la medicación?
—Que le puedo decir, doctor, usted es un genio. El mismo día que inicié el tratamiento dejé de tener esas pesadillas tan horribles. Me acuesto y me duermo inmediatamente, y no sueño nada. Las pesadillas desaparecieron por completo. Es como si ya no me importara el futuro del mundo. Ya duermo tranquilo.

El doctor González manifestó su complacencia por el logro obtenido. Recordó a Augusto que el tratamiento no podía ser suspendido bajo ninguna circunstancia y el paciente estuvo de acuerdo.

Mientras tanto, al otro lado del globo, en una apartada zona de Afganistán, cientos de naves espaciales de origen extraterrestre posaban su patas en las arenas del desierto. La única persona en todo el planeta  que podía detenerlos había sido neutralizada.






Carlos Alberto Velásquez Córdoba





Hasta la próxima semana. 

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