miércoles, 10 de octubre de 2012

Angeles con zapatos cómodos. Columna de Juan David Escobar

Esta semana quiero compatir un texto de Juan David Escobar Valencia, publicado en el periódico El Colombiano el 8 de octubre de 2012.  

Me agradó leer esta columna,  más aun cuando yo tuve la oportunidad de cruzar algunas palabras con su autor y de participar en su atención mientras se encontraba en la camilla urgencias. 

Estas palabras hacen que nuestro trabajo como médicos y enfermeras sea gratificante.

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Angeles con zapatos cómodos

“La Enfermería es un arte, y si se pretende que sea un arte, requiere de una devoción tan exclusiva, una preparación tan dura, como el trabajo de un pintor o de un escultor”. Florence Nightingale.

Luego de casi dos semanas de permanecer hospitalizado por un cálculo, yo que pensé que me había librado para siempre de él desde el día que me gradué de ingeniero, me quedaron algunas reflexiones tal vez más importantes que el mismo hecho de recuperar la salud.

La sensación de cansancio trenzada con la de impotencia y vulnerabilidad resultan por momentos más fuertes que el mismo dolor, pero si la dosis de analgésico es lo suficientemente grande para espantarlas temporalmente, el hecho de estar enfermo nos brinda la oportunidad de revalorar cosas que, a causa de la rutina y de la cotidianidad, parecen haberse vuelto invisibles o desaparecido del mapa de lo percibido.

Fue una oportunidad para agradecer y recordar la insondable capacidad de sacrificio de mi madre, la preocupación de mis hermanos y el apoyo de los amigos, el subestimado valor de estar sano, la existencia de las venas y de los músculos de la espalda, del activo no reemplazable que es tu cama y tu almohada, de poder comer sin esperar lo peor de ello, de poder escoger de qué lado dormir, de la importancia de la mano no diestra cuando la otra está llena de sondas, de que los segundos sean segundos y no parezcan minutos y que estos luego no tengan cara de horas, del valor de los médicos y del avance farmacéutico, y muchas cosas más, aparentemente triviales, que en la enfermedad se vuelven relevantes.

Pero quiero aprovechar esta circunstancia para agradecer la existencia de las enfermeras, porque al igual que otras cosas que mencioné antes, no parecemos valorarlas suficientemente. Tienen un trabajo difícil, tanto en jornadas, horarios, como en las circunstancias en que realizan su actividad, como el hecho de estar expuestas peligrosa y permanentemente a la enfermedad de otros.

Verlas desempeñar su función tantos días, en esta ocasión en la Clínica Medellín, me hizo sentir que deberíamos aprender mucho de ellas.

Qué bueno sería que todos pudiéramos aprender de ellas a no perder el ánimo, estando constantemente en contacto con el dolor humano, con el implacable deterioro que trae la edad e incluso con la cercanía de la muerte. ¿Cómo hacen para entrar a tu habitación con una sonrisa y estar dispuestas a encontrar la forma de mejorar tu condición si hace unos minutos pudieron haber sido insultadas por un enfermo necio o desesperado por el dolor o por la tardanza en llegar de la muerte? ¿Cómo desarrollaron esa habilidad de no mezclar una cosa con la otra? ¿Se imaginan lo que representaría para todos que pudiéramos al menos separar los problemas del trabajo y de la casa?

No es el endurecimiento de su alma lo que explica esta habilidad. Sólo una convicción especial de su oficio y un sentido de responsabilidad y de compromiso por el bien de los demás pueden explicar que estos ángeles con zapatos cómodos hagan lo que hacen. Ojalá algo de esto se nos pegue.
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Juan David Escobar Valencia.




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