"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 27 de octubre de 2021

Obsolescencia programada

Esta semana les traigo un cuento de mi autoría, publicado en el libro "COLA DE CERDO, EL SUICIDA FALLIDO. 


Espero lo disfruten: 

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OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Cuando mi profesor de medicina interna decía que debíamos creerle a los enfermos, yo me convencí de que tenía toda la razón. Incluso cuando el doctor González, mi profesor de psiquiatría nos presentaba sus pacientes, siempre tuve la certeza de que a pesar de que por muy disparatada que fuera la idea delirante de alguno, siempre había algo de cierto en ella.

Eso fue lo primero que pensé cuando a mi consulta llegó por primera vez don Guillermo, un hombre de unos cincuenta y cuatro años, que solicitaba mis servicios por un motivo que jamás yo había escuchado.

—Doctor, vengo a que me oriente. Desde hace tres meses vengo sintiendo cosas muy extrañas. A veces veo y en otras escucho un mensaje en mi cabeza que dice: “Su cerebro está llegando a la capacidad máxima de almacenamiento. Por favor póngase en contacto con el servicio técnico para hacerle mantenimiento”.

Mi primera reacción fue mirar si el hombre tenía algún tipo de cámara escondida en el botón de su camisa. Era la consulta más disparatada que yo hubiera escuchado en treinta años de ejercicio.

Por supuesto, mi ética profesional me impidió soltar una carcajada. Con el tacto que había aprendido de mis maestros, comencé mi anamnesis con las consabidas preguntas: cuándo le empezó la condición, cómo le empezó, a qué lo atribuye, etc.

Fue así como pude enterarme de que el paciente era un hombre con una vida relativamente normal. Hasta el momento no había sufrido de ninguna patología relevante.

Era antropólogo, y se desempeñaba como profesor en el área de humanidades, en una prestigiosa universidad. Tenía un matrimonio convencional, y nada de su vida podía catalogarse como fuera de lo común.

Me contó que hacía cerca de tres o cuatro meses había tenido una especie de ceguera temporal mientras leía el diario. Todo se le puso negro por unas centésimas de segundo y mejoró al parpadear. El siguiente evento ocurrió unos días después, mientras leía un libro. Esta vez la duración de la oscuridad fue mayor y vio —como si se encontrara en una sala de cine— una advertencia que decía que su cerebro estaba llegando a la capacidad crítica de almacenamiento y que debía comunicarse con el servicio técnico para programar el mantenimiento.

—Era un letrero escrito en letras verdes sobre un fondo negro. Estaba rodeado por un marco del mismo color —agregó.

Por supuesto don Guillermo pensó inicialmente que se había tratado de un microsueño, que no dejaba de ser extraño, pero no prestó atención hasta que la advertencia volvió a aparecer a los pocos días, mientras calificaba unos exámenes.

El hombre consultó a un oftalmólogo, quien le recetó unos lentes ya que, había descubierto una leve deficiencia visual, pero no encontró nada que explicara la imagen observada. Le recomendó que consultara a un psiquiatra, cita que ya había pedido el paciente desde el mismo día del evento.

El psiquiatra tampoco encontró ninguna alteración de percepción que pudiera enmarcarse en una psicopatología. Su diagnóstico fue agotamiento, y le dio una incapacidad por una semana que el paciente aceptó a regañadientes.

Cuando reanudó su actividad académica no sólo volvieron a aparecer los letreros, sino que también escuchaba en su cabeza una sensual voz femenina, con acento español, que sobre una música de fondo le recordaba que su cerebro se acercaba a un nivel crítico de almacenamiento y debía ponerse en contacto con el servicio técnico para adelantar labores de mantenimiento.

Consultó varios psiquiatras, fonoaudiólogos, oftalmólogos, sin que ninguno pudiera encontrar la causa de sus visiones y alucinaciones auditivas. Las advertencias se hicieron más frecuentes.

—¿Y por qué cree usted que yo puedo ayudarlo?

—Doctor, usted es uno de los mejores neurólogos del país, y me dijeron que tal vez, podría tratarse de un problema neurológico.

El paciente sacó de su maletín una carpeta con todo tipo de estudios: Tomografías, resonancias magnéticas cerebrales, electroencefalogramas, pruebas de sangre y de orina: todo absolutamente normal.

El examen físico no arrojó ninguna información adicional con excepción de un retardo en los reflejos osteomusculares, posiblemente debidos a la fuerte medicación antipsicótica que había prescrito el último psiquiatra.

Tuve que ser honesto y confesar que yo tampoco encontraba la causa para sus alucinaciones y sugerí que todo apuntaba a un trastorno psiquiátrico.

—Usted está siendo víctima de alucinaciones visuales y auditivas. Aunque dichas manifestaciones pueden verse en algunos tipos de tumores, las tomografías y resonancias no muestran ninguna masa mayor a tres milímetros que pueda ser detectada. Es probable que se trate de un trastorno psiquiátrico por lo que lo más prudente es continuar la medicación que le ordenó el psiquiatra y seguir buscando otras posibles causas. Le di una orden para que se hiciera otros estudios y le programé con mi secretaria, una revisión en ocho días.


Esa noche, en mi casa relaté el caso tan extraño que me había llegado, por supuesto sin violar la confidencialidad de mi paciente.

—Pá, ¿no será un caso de obsolescencia programada?

—¿Un qué?

—Un caso de obsolescencia programada —respondió mi hijo que ya se sentía un ingeniero, a pesar de que apenas iba en la mitad de la carrera.

—¿Y eso qué es?

—Eh, Ave María, Pá. ¿No sabe? —dijo con aire de suficiencia— Eso es lo que hacen las empresas para que las cosas se dañen a propósito y poder fidelizar sus clientes.

—Sigo sin entender…

—Muy sencillo. ¿Recuerda la impresora que dejó de funcionar y sacó un aviso para que la lleváramos a mantenimiento? La mayoría de las veces no se necesita. Pero ellos ponen un chip para que luego de 5.000 impresiones deje de funcionar y uno tenga que llevarla. Lo mismo que pasa con los celulares de ahora: están hechos para que cada dos años uno los tenga que cambiar, porque no le caben las aplicaciones.

—Eso es porque las cosas de ahora están mal hechas…

—No, Pá, las hacen muy bien, pero las programan para que se dañen más rápido… En la universidad nos contaron que uno de los primeros bombillos que hizo Thomas Alva Edison lleva más de cien años encendido sin fundirse¹. ¿Se imagina una empresa que haga bombillos y ninguno se queme? ¿O un pantalón que no se rompa ni se decolore? Hay que hacer cosas que se dañen rápido para que haya trabajo para todos.

—Eso está muy mal. En mi época las cosas no se dañaban. Mi mamá todavía tiene una nevera General Electric que compró cuando se casó.

—Pero es que ya no estamos en tu época. Es la época de nosotros —afirmó en plan de sorna.

—¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Obsolescencia programada.

—Voy a tener que leer sobre eso. Nunca lo había oído mencionar. Aprendí una cosa nueva, gracias.

—¿Para qué estudiamos ingeniería? —respondió con picardía mientras terminaba la cena.

A la semana siguiente mi paciente no llegó a la revisión. Pedí a la secretaria que lo llamara, y se disculpó porque había olvidado la cita. Le abrimos espacio para el día siguiente.

—Doctor, la situación se ha vuelto peor. Cada vez es más frecuente el aviso, con el agravante de que se me están olvidando las cosas y en ocasiones, es como si me quedara en standby. Haga de cuenta que uno fuera un computador y el cerebro se “reseteara”. A veces mis estudiantes me tienen que hablar fuerte, porque dando la clase me quedo bloqueado.

Fui honesto con él. Su caso excedía mis conocimientos. Le prometí que trataría el tema en un staff, aunque le recomendé continuar el manejo por psiquiatría. Mientras tanto comencé a enfocarme en una posible isquemia cerebral transitoria, aunque eso no explicaba las alucinaciones.

Cuando comenté el caso con el grupo de colegas del hospital, se rieron pensando que lo de los avisos era una broma mía. Por más de que les aseguré que hablaba en serio, no me tomaron en cuenta. Uno de ellos, incluso, preguntó si también había películas y a qué horas se presentaban. Finalmente, ante mi insistencia, accedieron a que a la próxima reunión yo llevara al paciente.

Un día cercano a esa fecha, mi secretaria me recibió con una mala noticia. La familia de don Guillermo había llamado. Tuvieron que llevarlo de urgencias a un centro hospitalario. En la mañana no se había levantado y cuando fueron a ver lo que le ocurría, el hombre no podía hablar.

Pedí los datos y me dirigí al Instituto Neurológico. Me identifiqué como su neurólogo y descubrí que visitaba a otros tres. Uno de ellos, el doctor Eusebio Ramírez, antiguo condiscípulo, también había ido a visitarlo a la Unidad de Cuidados Intensivos. Luego de saludarnos efusivamente, después de no vernos por varios años, hablamos con el médico a cargo, que nos contó que el paciente había tenido un infarto cerebral masivo y que su pronóstico era reservado. Aún se desconocía la causa.

La reacción de mi colega fue imprevista. Se puso pálido y tuvimos que acercarle una silla para que no se cayera. Nunca había visto un grado tal de empatía con un paciente.

Unos minutos más tarde, cuando el doctor Ramírez se repuso, nos sentamos en la cafetería a hablar de nuestro paciente y comparar impresiones.

—Es el caso más extraño que he tenido —dije—. Inicialmente pensé que se trataba de un cuadro psiquiátrico, pero luego me incliné por una epilepsia del lóbulo temporal. Eso explicaría las alucinaciones visuales y auditivas. Después pensé que se trataba de un problema isquémico, pero todas las pruebas habían salido normales.

—¿Y qué te hace pensar que las advertencias fueron alucinaciones?

—¿Y qué otra cosa puede ser? ¿Acaso crees que el aviso era real?

Entonces el doctor Ramírez puso su mano sobre mi antebrazo y se inclinó hacia mí.

—¿Puedo pedirte un favor muy especial?

—Claro, Eusebio. Dime qué necesitas.

—Estoy asustado. Necesito averiguar en dónde o quienes prestan el Servicio Técnico. Ayer recibí el primer aviso. 




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Cola de cerdo, el suicida fallido


ISBN 978-958-49-1505-4

Autor: Velasquez Cordoba, Carlos Alberto
Editorial: Libros para Pensar
Prólogo a cargo de Luis Fernando Macías
Materia: Narración de cuentos
Publicado: 2021-02-07
Número de edición: 1
Número de páginas: 152
Tamaño: 14x21cm.
Encuadernación: Tapa blanda o bolsillo
Soporte: Impreso
Idioma: Español

Pedidos: calveco@une.net.co 
WhatsApp: 305 3997940

También puede ser adquirido en las librerías Resplandor (Centro Comercial Unicentro) y en Librópolis (Centro Comercial Orquídea Plaza), en el Instituto Tecnológico de Artes Eladio Velez (Itagüí) o directamente en la Editorial Libros para pensar.

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1.  Aquí les dejo un video de Veritasium que habla de la obsolescencia programada y de la famosa bombilla de Edison. 

miércoles, 20 de octubre de 2021

La migraña no solo es dolor de cabeza

El dolor de cabeza es tal vez, uno de los síntomas más frecuentes en la consulta médica.  Se supone que prácticamente todas las personas han tenido al menos un dolor de cabeza que ha requerido tratamiento. No conozco a nadie que jamás haya tenido un dolor de cabeza. 

Sin embargo, no todo dolor de cabeza es una migraña. La migraña es mucho más que dolor de cabeza:  Se acompaña de otros síntomas y de otras condiciones que la hacen muy especial. 

Esta semana les comparto un "Minutico de Salud" escrito por mi profesor Rodrigo Isaza Bermúdez, Neurólogo clínico y experto en el tema, donde nos habla de esta enfermedad tan "misteriosa". 

Pueden seguir al doctor Isaza en su muro de Facebook

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MINUTICOS DE SALUD 

LA MIGRAÑA NO SÓLO ES DOLOR DE CABEZA


Por Dr. Rodrigo Isaza Bermúdez. 

Neurólogo clínico U. de Antioquia.

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La migraña tiene como entidad de salud muchas cosas que no solamente son dolor. En los niños los “equivalentes migrañosos” cursan con indigestión con síntomas abdominales, otras veces con vértigo que también se presenta en los adultos, estados alucinatorios llamado el Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas” y otras cosas que también afectan al adulto con fenómenos de despersonalización que parecen que se estuviera saliendo usted del cuerpo y se percibe como si hubiera otra persona: usted, al lado suyo, que es como para salir corriendo donde el psiquiatra pero que es una jugarreta del cerebro afectado por el proceso inflamatorio migrañoso que se le llama autoscopia.

Los estados previos al dolor suelen ser emocionales, porque uno o dos días previos se pueden presentar alteraciones del ánimo con euforia o también desaliento y pérdida del estado del ánimo, como si amaneciéramos deprimidos. Los antojos alimenticios “como en el embarazo” son órdenes que nos manda una parte del cerebro: el hipotálamo, donde se regulan patrones hormonales y el sueño. No es raro, entonces, la somnolencia previa, el insomnio, sed, ganas de comer helado o productos cítricos lo que lleva a asociarlos como desencadenantes, cuando, al contrario, ya son eventos de inicio muy temprano de la crisis migrañosa.

El cerebro busca energía que produzca placer, esto nos lleva a la ingesta de sustancias altamente energéticas como el chocolate o los dulces, que a su vez también asociamos como un factor que predispone al dolor. Lo que sí sucede es que la variación en los niveles de azúcar en la sangre con cambios bruscos, sin causar hipoglicemia como piensan algunos, es un factor que se debe corregir al enseñarle al paciente que maneje una dieta fraccionada.

Sin hablar de un “perfil de personalidad”, con lo cual me echaría a todos los psicólogos de enemigos, hay algunos patrones con los  identificamos: como ser madrugadores, áltamente rendidores, responsables, no delegan nada, todo lo supervisan, acumulan trabajo y tareas porque saben que las pueden realizar cuando se propongan lo que los lleva a una sobrecarga emocional , más que de cansancio, pero con una alta intolerancia a la frustración, cualquier comentario los pone preocupados porque tienen una alta valoración de su eficiencia. Sin entrar en discusiones filosóficas puede ser las alteraciones de la Serotonina, Dopamina y Noradrenalina actuando en otros sistemas diferentes a los del dolor.

En definitiva, se ha demostrado que el paciente migrañoso tiene pérdida de los procesos cerebrales de acostumbramiento, lo que los hace intolerantes siempre al ruido, la luz, los cambios bruscos de ambiente, clima, sueño y vigilia y estrés. Estudios con estímulos luminosos visuales muestran actividad de la corteza cerebral visual con respuestas continuas a la luz, comparado con personas no migrañosas, luego de muchos estímulos éstas últimas el cerebro deja de reaccionar a la luz, lo que no sucede con el migrañoso que termina desencadenando dolor y todos los otros síntomas.

Si no podemos cambiar al cerebro del paciente migrañoso, son ellos los que tienen que cambiar llevándole los caprichos a ese órgano manipulador y marrullero.


Fuente: https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=10158722196033579&id=526048578

miércoles, 13 de octubre de 2021

Jubilación equitativa

De acuerdo con el documento Indicadores Básicos 2021 del Ministerio de Salud y Protección social de Colombia, la esperanza de vida al nacer es de 80 años para las mujeres y 74 para los hombres. En otras palabras, las mujeres viven seis años más que ellos. 

Sin embargo, la edad de jubilación para los hombres es de 62 años, en tanto que la de las mujeres es de 57. En Colombia, ellas se jubilan cinco años antes que los caballeros. 

No quiero entrar en la discusión de que "las mujeres trabajan más que los hombres porque ellas asumen las labores domésticas", o por tener hijos (no todas los tienen y no todas realizan labores domésticas). Tampoco voy a discutir que más del 90% de los accidentes laborales mortales o incapacitantes ocurren en hombres. Ellos tienen mayor desgaste físico porque son los que tradicionalmente asumen los trabajos de más riesgo y de mayor carga física: (soldados, policías, bomberos, trabajos en alturas, cargadores, obreros civiles, albañiles, operarios de maquinaria pesada, aserredores, mineros, pescadores, soldadores, topos de alcantarillas, carpinteros, etc.).

Mi punto esta semana, independiente de las razones por las cuales nuestro país ha decidido pensionar antes a las mujeres que a los hombres, está relacionada con el tiempo de disfrute de la jubilación.

Las cuentas son muy claras. Una mujer que se pensiona a los 57 años y vive hasta los 80, puede disfrutar de su jubilación por un tiempo promedio de 23 años antes de fallecer (casi el 30% de su vida). El caballero que se jubila a los 62, y tiene un promedio de vida de 74 años solo disfrutará de una jubilación por 12 años. (16% de su vida podrá ser un "jubilado".  Aproximadamente, la mitad del tiempo con el que cuenta una mujer). 

En la actualidad, cuando todos exigen equidad para la mujer, valdría la pena revisar el tema. No parece justo que los hombres tengan 11 años menos de disfrute de su jubilación en tanto que las mujeres sobrepasan más de la cuarta parte de su tiempo como jubiladas. La equidad también se debe mantener en la vejez.




Los 23 años en uso del buen retiro en las mujeres, contra 12 (en los hombres) equivale a casi el doble de tiempo. Un hombre promedio ejercerá su condición de "jubilado"  sólo la mitad del tiempo, que lo hará su pareja. Las cifras hablan solas. 


Ahora, cuando en todos lados se habla de igualdad y equidad, vale la pena exigir que dicha lucha se de en todos los campos y en ambos sentidos.

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Nota posterior (marzo de 2022): 

Un abogado me hace caer en la cuenta de algo que no había vislumbrado: El que una mujer se jubile antes del hombre también es desventajoso para muchas de ellas. Me explico:

La ley establece que si una persona cotiza 1300 semanas, se puede pensionar con un 65% del promedio de salario de sus últimos 10 años.  

Pero si esa persona cotizara 1800 semanas, podría obtener una mesada equivalente al 80% del promedio de sus últimos diez años de salario, porque por cada 50 semanas por encima de 1300 hay un incremento de la mesada en 1.5% al porcentaje inicial de 65%.

Si las mujeres se jubilan cinco años antes que los hombres, como establece la ley,  algunas no podrán incrementar el porcentaje de su mesada porque trabajarán 260 semanas menos que los hombres. Menos mujeres podrán llegar a las 1800 semanas y obtener el 80% de su salario. 

Ahí les dejo la inquietud.  La inequidad es evidente, por cualquier lado por el que se mire. 

miércoles, 6 de octubre de 2021

La enfermedad en el arte, de la mano de Francisco Javier Barbado.

Hace poco un amigo, médico y empresario, me invitó a grabar con con su empresa unos podcast sobre medicina y literatura. Dentro de los temas que hablamos estuvo un tema apasionante: la relación entre la enfermedad y la literatura. A pesar de que muchos escritores no son médicos, en sus obras describen a la perfección la enfermedad humana. 

Igualmente ocurre con la pintura. Muchos pintores han plasmado la enfermedad en sus obras.  

Hace unos meses me llegó un artículo del Periódico El español, escrito por Marcos Domínguez y Javier Carbajal, titulado "Doctor Barbado, el médico que halla enfermedades en los cuadros de Goya y Velázquez", en el que muestran el impresionante trabajo hecho por el Internista Francisco Javier Barbado, analizando las pinturas del Museo del Prado y descubriendo las enfermedades allí expuestas.

El doctor Javier Barbado es el tercero de
izquierda a derecha (el segundo soy yo)
El artículo me trajo bellos recuerdos y me llenó de emoción:  En 2016 la Pontificia Universidad Javeriana de Cali me invitó a presentar una ponencia sobre literatura y medicina en el I Coloquio Iberoamericano de Medicina Narrativa.  Allí tuve el honor y el placer de conocer al doctor Francisco Javier Barbado Hernández, un medico apasionado por la literatura y el arte, quien nos deleitó con una conferencia en la que mostraba pinturas clásicas en las que la enfermedad estaba presente. 

A continuación trascribo el artículo que relaciono y agrego las imágenes que se mencionan en él. Doy los respectivos créditos a sus autores y a El Español. He sacado las pinturas de la web, no solo las que originalmente trae el artículo, sino otras tantas, con fines didácticos. 

Francisco Javier Barbado, en la entrada al museo del Prado


"Doctor Barbado, el médico que halla enfermedades en los cuadros de Goya y Velázquez" 


Palidez reflejo de una anemia ferropénica, lesiones cutáneas de color ocre en la región frontal izquierda, baja estatura y bocio incipiente. A pesar de ser diagnosticada con pubertad precoz, la paciente tiene más de 350 años. Lo que los médicos de la época posiblemente no sabían es que un compañero suyo elaboraría la historia clínica de la infanta Margarita de Austria y llegaría a una conclusión: la que sería por un breve tiempo (murió a los 21 años) una de las mujeres más poderosas de Europa, hija del rey español Felipe IV y emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico, sufría la enfermedad de Albright.

Las Meninas - Diego Velazquez -  Museo del Prado


A Francisco Javier Barbado le fascina especialmente
Maribárbola, la enana de origen alemán que vino a España para formar parte del servicio de la infanta. "Tiene cabeza grande, macrocefalia; tiene una frente olímpica, amplia, nariz en silla de montar, pómulos agrandados… Es un modelo clínico de acondroplasia".


Sabe de lo que habla. Cuando este exjefe de sección del servicio de Medicina Interna de La Paz dejó de ir al hospital (así es como llama él a la jubilación, porque no ha parado desde entonces), se acostumbró a acudir un par de veces por semana a su museo predilecto, la pinacoteca más grande de España y una de las principales del mundo: el Museo Nacional del Prado. 

Durante dos años paseó por sus pasillos como si fuera la planta de su hospital, y cada cuadro era una cama con uno o varios pacientes a los que visitar. "Cada día pasaba unos 10-12 cuadros, una sala entera". Llenó decenas de libretas con sus observaciones. "Me di cuenta de que había muchos signos físicos de enfermedades que yo había visto". Y es que a su experiencia en el mayor centro hospitalario de España se añadía su participación en el grupo de Enfermedades Minoritarias de la Sociedad Española de Medicina Interna. "Había síndrome de Cushing por todos los lados y muchas enfermedades raras", la mayoría de origen genético, con los Austrias siendo sus abanderados.

"Dice Gregorio Marañón que el factor genético de los Austrias era una bomba autodestructiva. El árbol genealógico y las enfermedades de esta familia no los puedes retener en la cabeza: a veces tienen hasta 15-20 parentescos". Y la pobre infanta Margarita fue una víctima de la consanguinidad.

Barbado acude a Óscar Valtueña, médico que en 1999 diagnosticó a la pequeña. "Él interpreta que el búcaro (el pequeño jarrón que le ofrece en una bandeja la menina María Agustina Sarmiento) es de arcilla, pero en palacio el agua no se ofrecía en estos recipientes porque daba un sabor amargo y cierta podredumbre; la daban en vidrio refrigerado con hielo, así que esto no es para beber. Probablemente masticaba la arcilla para frenar la menstruación: tendría metrorragia por pubertad precoz, característica del síndrome de Albright. Lo veo bastante verosímil, sobre todo por los cuadros posteriores, que también se pueden ver en el Prado". 


Las meninas - Detalle.
Obsérvese el jarrón de arcilla

El segundo paso del doctor Barbado fue comparar sus apuntes con los de otros 'médicos de cuadros' para corroborar sus impresiones, como si estuviera en una junta médica: Castillo Ojugas y su "Una visita médica al Museo del Prado"; Amador Schüller con "La patología en la pintura de Velázquez"; Alejandro Aris y  "La medicina en la pintura"; Martí i Vilalta con "Neurología en el arte"… Por aquel entonces dejó de acudir dos veces por semana para hacerlo 'solamente' una al mes y apuntarse a las visitas didácticas de los amigos del museo. 

Su amplio conocimiento de las obras que allí se encuentran y las patologías que afloran en las mismas lo ha plasmado en numerosas conferencias y artículos en revistas médicas especializadas. EL ESPAÑOL le ha pedido que seleccione cinco cuadros de la pinacoteca para analizarlos en profundidad, obras de Velázquez, Goya, El Bosco, Strozzi y… ¿Leonardo Da Vinci?

El primer cuadro de todos es, por supuesto, Las meninas, del que ya hemos hablado. Para cerrar este capítulo queda hablar del tercer personaje clínicamente más interesante: Nicolasito Pertusato, enano de origen italiano que molesta al perro que está dormitando en primer plano. "Debería tener entre ocho, diez, doce años, quizá más. Lo estudió mucho Gregorio Marañón. Es grácil, aniñado, juguetón… Tiene un psiquismo normal y es proporcionado en las extremidades. Su enanismo hipofisario hoy en día se curaría con hormona de crecimiento".

Enfermedades que cambian con el tiempo

Si hay algún autor estrella en el museo, con permiso de Velázquez, es Francisco de Goya. Es el artista que más obras tiene en el edificio, entre cuadros y cartones para tapices. El doctor Barbado considera que es, de los pintores españoles, quizá el más interesante desde el punto de vista médico, pues "pinta unos niños con enfermedades infecciosas, con tiña, etc. que son ejemplares".

Goya:  Los pobres en la fuente
De entre todas las pinturas del aragonés universal se queda con Los pobres en la fuente, uno de los cartones que pintó para ser trasladado a un tapiz con destino al comedor del Palacio de El Pardo pero que nunca lo hizo. La escena representa una madre y dos niños yendo a rellenar con agua unos cántaros.

Enseguida llama la atención uno de los niños. Es el que está de cara al observador: más bajo, con los brazos cruzados como si estuviera pasando una rabieta. "Lo más importante para nosotros es la facies dismórfica, de progeria, la implantación baja del pelo que se da en el hipotiroidismo", que es la interpretación clásica de la enfermedad. Pero hay más.

"Se ve que la ceja derecha está caída, que es signo de hipotiroidismo; la nariz, un poco en silla de montar; los pómulos, agrandados y la boca de carpa, cuello corto muy metido, hombros redondeados, codos por encima de la cintura… Esto es una enfermedad genética y lo más probable es, siguiendo a los pediatras que han analizado la obra, que sea un síndrome de Noonan", enfermedad descrita en 1962.

Aquí, el erudito doctor hace una puntualización. Igual que en la vida real, los diagnósticos de los cuadros son ejemplos de su tiempo. "En los años 70 estábamos diagnosticando enfermedades que ahora no existen, como el síndrome de Banti, que no es más que una cirrosis hepática con esplenomegalia gigante, hipertensión portal y varices, o la enfermedad de Ayarza, que es enfermedad obstructiva crónica con insuficiencia cardiaca. Tampoco existe ya la púrpura benigna hiperglobulinémica de Waldenström. Pero también han aparecido enfermedades nuevas, como el VIH, el síndrome tóxico, esta pandemia…"

Un ejemplo clásico en los cuadros del Prado es la 'Monstrua' de Juan Carreño de Miranda, que la pintó desnuda y vestida. Se trata de Eugenia Martínez Vallejo, una niña de seis años y 70 kilogramos de peso que, en 1680, fue llevada a la corte para ser contemplada como un espectáculo circense. A pesar de ello, Carreño, a la manera de Velázquez, retrató a la niña con humana dignidad. 


Carreño:  La monstrua vestida y la monstrua desnuda

"Para don Gregorio Marañón era un Cushing de libro", comenta el médico. Se trata de un trastorno hormonal causado por el exceso de cortisol, que provoca una acumulación de grasa en el tronco, una cara redonda y roja, y estrías de color púrpura en la piel. Sin embargo, hoy en día está aceptado que Eugenia Martínez Vallejo padecía de un síndrome de Prader-Willi, un trastorno genético que provoca problemas endocrinos en la infancia, estrabismo y retraso en el desarrollo. "El diagnóstico depende de la época y va cambiando, como en la vida real".

¿Antibióticos o cirugía de cataratas?

No todo van a ser enfermedades genéticas en el Prado. Es más, el interés del cuadro no tiene por qué ser la representación de la enfermedad sino de su sanación milagrosa que, a la vista del conocimiento médico de hoy en día, tiene una explicación perfectamente plausible. Así sucede con La curación de Tobías, de Bernardo Strozzi, pintor italiano del Barroco. 

Se basa en un relato bíblico. Tobit y Ana son judíos que están refugiados en Nínive "y, como tantos refugiados de ahora, vivían hacinados". Durmiendo, a Tobit le cayeron excrementos de ave en los ojos que lo cegaron y le impidieron seguir trabajando. Su hijo Tobías, yendo a cobrar un dinero que le debían a la familia, se encuentra con el arcángel Rafael, que le dice que frote los ojos del padre con la hiel de un pez que pesque en el río Tigris. Al hacerlo, Tobit recupera la visión.

La curación de Tobías  - Bernardo Strozzi- Museo del Prado

En el cuadro de Strozzi, Tobías "parece un residente de primer o segundo año, muy solícito" frotando la hiel sobre los ojos de su padre. Al doctor Barbado le fascinan las pseudoescamas blancas que Tobit tiene en los ojos. "Los oftalmólogos dicen que se trata de una queratoconjuntivitis epidémica con un sobrecrecimiento bacteriano y que, al ser la hiel bactericida, por eso acabó curándose". Y pone como ejemplo a Ramón y Cajal, "que usaba bilis de conejo y veía cómo los neumococos eran destruidos en laboratorio".

No es la única teoría que rodea al cuadro: "Hay un oftalmólogo que sostiene que lo que vemos es una cirugía de catarata, algo que no me convence mucho. La zónula filiar, la estructura que sostiene al cristalino, en los ancianos está muy frágil y la catarata está un poco bailando entre la cámara superior y el cuerpo vítreo. Al frotar vigorosamente los ojos, la catarata se introdujo en el cuerpo vítreo y bueno, consiguió ver mejor. A mí me convence mucho más la otra teoría porque le caen encima excrementos de ave". 

Estafadores y piedras en el cerebro

Si hay una escuela de pintura que sea especialmente interesante desde el punto de vista clínico, esa es la flamenca. El costumbrismo de artistas como Brueghel el Viejo o El Bosco, con cuadros inundados de personajes a cada cual más pintoresco, suscita un interés especial tanto por los diagnósticos que se pueden inferir como por las prácticas, presuntamente médicas, que se observan.

Una de las más chocantes de estas prácticas es la cirugía que se les realizaba a los locos, en el siglo XVI, para curarles de su enfermedad: sacarle una piedra de la cabeza, a la que atribuían su locura. Por supuesto, era una intervención falsa que curanderos y charlatanes escenificaban con la connivencia del loco.

"Muchos se dejaban extraer la piedra de la locura porque la Inquisición les había condenado por ser brujos y herejes, y de esta forma probaban que estaban locos y se podían librar de la hoguera", comenta el exjefe de sección de La Paz, que añade una teoría propia. "Es probable que en las autopsias de algunos de estos locos se encontraran tumores cerebrales calcificados. Basta con que se extrajeran unos cuantos para que asociaran esa 'piedra' con alteraciones".

El Bosco escenificó una de esas operaciones en un cuadro enormemente simbólico, La extracción de la piedra de la locura. Se ve a un charlatán (con un embudo en la cabeza) practicando una incisión a un pobre diablo. Pero de ahí extrae no una piedra sino una flor. "Parece un tulipán: probablemente se lo haya sacado de la manga. Castillo Ojugas dice que es un lirio, símbolo de homosexualidad".

Extracción de la piedra de la Locura.  Museo del Prado


Aquí entra otra cuestión: quién era considerado loco en aquella época, principios del siglo XVI. "Muchas veces solo eran gente con una personalidad distinta y se pensaba que estaban endemoniados. También aquellos con deterioro cognitivo, deficiencia en las facultades mentales, epilepsia y cefaleas. Se creía que al quitarle la piedra iban a mejorar y ahí se acababa el problema, pero todo era una farsa".

La enferma más famosa de la pintura

Finalizamos el recorrido médico por el Museo del Prado con un cuadro de otra pinacoteca. La Gioconda, además del retrato más famoso de la historia, es un "compendio de la Medicina Interna": se le ha diagnosticado más de 20 enfermedades: hiperlipidemia por un xantelasma en el ojo izquierdo, alopecia, parálisis facial periférica, esclerodermia, atrofia muscular, Parkinson, incluso bruxismo y caries. 

"Es de risa", critica Barbado, que descarta todos estos diagnósticos anteriores gracias a un hallazgo menos reciente de lo que parece en la que es su tercera casa, siendo la segunda La Paz: una copia del original que conservaba el Prado en sus almacenes y que, tras una serie de radiografías, se comprobó que era un cuadro que se pintó al mismo tiempo que el de Leonardo Da Vinci.

"Los pentimenti o arrepentimientos -alteraciones en el cuadro que marcan cambios de idea del pintor conforme va realizando su obra- son exactamente iguales a los del original del Louvre. Si Leonardo cambiaba el velo, los dedos u otro detalle, al mismo tiempo lo hacían quien estaba a su lado pintando esta otra versión", probablemente obra de Salai o Francesco Melzi, alumnos del taller de Leonardo más cercanos al maestro.


Gracias a la Mona Lisa del Prado podemos comprobar que todas las patologías que se le han atribuido a la del Louvre no aparecen. "El xantelasma (acumulación de grasa en la piel, bajo el párpado) aquí no aparece, seguramente sería un barniz de la pintura". Tampoco la alopecia, pues la Gioconda del Prado "tiene párpados". Incluso la mano izquierda en forma de garra que podía ser símbolo de una atrofia se observa que "está agarrando pliegues del manto. Podría seguir pero no tiene sentido". 

Solo observa una posible enfermedad: en la mano derecha se ve, tanto en el cuadro del Louvre como en el del Prado, "un nodulito en la mano derecha, puede ser un lipoma o, vaya usted a saber, una contractura muscular. ¡La Gioconda del Prado está más sana que tú y que yo!"

Sin ánimo de polemizar, el doctor critica el exceso de celo de algunos de sus compañeros, empeñados en ver patologías en todos los cuadros. "El San Jerónimo de Marinus es una esclerodermia de libro: esos dedos filiformes, telescopados, típicos de la esclerodermia…" La cuestión es que el artista neerlandés pintaba los mismos dedos en todos sus personajes, "y no todos pueden tener esclerodermia".

Marinus: San Jerónimo

Otras patologías sí están suficientemente claras, como el enanismo, ampliamente representado en la pintura, sobre todo la de Velázquez. Sebastián de Morra, "una acondroplasia de libro", el Niño de Vallecas, "caso de hipotiroidismo", la propia Maribárbola de Las meninas. 

Sebastián de Morra

El niño de Vallecas










Sin embargo, el paciente favorito del doctor Barbado se encuentra en el único Caravaggio del museo: David, vencedor de Goliat. El héroe bíblico aparece sujetando la cabeza del gigante, que acaba de seccionar, mientras se apoya en el pecho de su víctima. "Es una acromegalia de libro, con un gigantismo… Los hombros, la cara, la cabeza… Es el cuadro que más me seduce y simplemente se le ve la cabeza, los hombros y un poco el tórax. Caravaggio pintó con un naturalismo asombroso", comenta, mientras finaliza el paseo por la pinacoteca. En Madrid hace buen tiempo y el Prado, que ha abierto sus puertas hace unos minutos, comienza a llenarse de personas de todas las edades, como si fueran a visitar a familiares después de haber recibido la visita médica del doctor Barbado. A pesar de las enfermedades y los achaques de los años, los cuadros del museo están en un fantástico estado de salud.

Caravaggio:  David vencedor

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Reitero los créditos a El Español, a los autores del artículo y a las páginas de las que he sacado las pinturas (Principalmente de la wikipedia).  Agradezco en especial al doctor Barbado sus fascinantes enseñanzas. 

Finalmente, les comparto un texto escrito por el Dr. Francisco Javier Barbado: Arte y ciencia:  Un relato común de las infecciones, publicado en las memorias del I Coloquio Iberoamericano de Medicina Narrativa. 

Hasta la próxima semana. 



miércoles, 29 de septiembre de 2021

De la vida real de un médico, al cuento

Esta semana les comparto un podcast en el que mi amigo y colega, el doctor Sebastián Alba y yo, conversamos sobre cómo un médico se mete en el cuento de contar historias.

Hablaremos de la creatividad y de la imaginación, de darnos permiso de seguir imaginando y creando mundos.  Todo lo que existe, alguien lo imaginó en el pasado. 

Los invito a pasar un rato agradable. 


Mis agradecimientos a Sebastián Alba, gerente de Revive Entrenamiento Medico Integral  y a Tatiana y Dana que hicieron posible esta charla. 





miércoles, 22 de septiembre de 2021

El revuelvis. Cuento de Emilio Alberto Restrepo Baena.

Esta semana, otro cuento del escritor Emilio Alberto Restrepo Baena. Este texto hace parte del libro "Un hombre solo y mal acompañado", Un proyecto ganador de los Estímulos al talento creativo, modalidad Literatura del municipio de Envigado 2020. Las ilustraciones que acompañan este relato y hacen parte del libro son de Carlos Marín. Para este blog fueron extraídos de la página Laterales.com.



EL REVUELVIS

Emilio Alberto Restrepo Baena


No me gusta el trago en exceso, nunca me tomo más de tres copas de un buen vino tinto y no paso de dos vasos de whisky. Odio las transformaciones que obran en los cerebros y en los comportamientos de las personas que no saben controlar el consumo de licor. Me repugna esa sobadera, esa hipocresía contenida, ese humor tonto y ramplón, esa sinceridad forzada e hiriente que hace sentirse a los malos borrachos con derecho a ofender a los demás, esos aires de cretinismo que lleva a muchos machos maldotados a creerse hermosos, deseables, apetecibles, cuando no son más que unos mantecos ordinarios y ramplones. Vicios secos tampoco tengo. Lo único que me gusta es fumarme un porro pequeño antes de acostarme. Lo hago desde que tengo memoria. Me relaja, me regula el sueño, me baja los niveles de ansiedad y hasta la jaqueca que me ocasiona estar tantas horas ante la pantalla de un computador. No me afecta mis relaciones con los demás (de por sí escasas), no le causo daño a nadie con esa costumbre y en justicia, creo que a nadie le importa, ninguna persona me ha tenido que pagar ni una dosis. Además, es una costumbre barata, ecológica y ya está legalizada la dosis personal. Tiene que estar uno muy de malas para que a uno lo joda un policía tratando de redondearse la quincena.
Ilustración de Carlos Marín
Ilustración de Carlos Marín


Desde que estamos confinados y para no ahumar los muebles y cortinas de mi apartamento, me acostumbré a bajar en las noches al parquecito a fumarme el cigarrillo de la merienda. A esa hora está muy solo y nadie parece reparar en uno con moralismos y reproches, pues en ese momento de la noche los biempensantes ya están encerrados y el resto está en lo mismo que uno.

En ese escenario fue que conocí a don Bernardo, un señor que pasó parte de la cuarentena en mi unidad, en el apartamento de los hijos, todo un personajón.

Inicialmente empecé a notar que todas las noches, un muchacho bajaba con su padre ya setentón, lo dejaba allí tranquilo mientras el viejo se fumaba su cigarrillo y lo recogía a los 20 minutos. Era una rutina milimétrica que no se salía del libreto, como si lo cuidaran mucho, pero de manera más mecánica que afectiva. Al principio el vejete era callado, su cuerpo era rígido y se movilizaba como en bloque, parecía que le costaba andar; hablaba con voz gangosa, la lengua era pesada y arrastrada y parecía estar bajo el efecto de algún medicamento. No socializaba, apenas el saludo, unos cuantos comentarios sobre el clima, el virus y la cuarentena. Cada uno continuábamos en lo nuestro sin apenas prestarle atención al otro.

Pero una noche, después de darle una calada a su cigarro, le sobrevino un ataque de tos que lo hizo parar de la piedra en que se encontraba recostado, y empezó a tener dificultad respiratoria. No había mucha luz, pero parecía tener una tonalidad morada en sus labios y cuando menos pensé, estaba en el suelo, consciente aún, pero como sufriendo una especie de síncope.

De inmediato procedí a auxiliarlo, ayudándolo a levantarse y tratando de determinar si había tenido alguna lesión durante el desvanecimiento. Lo que más me preocupaba era que hubiera sufrido un infarto, un derrame, una convulsión o algún evento parecido. Y ni siquiera sabía de qué apartamento era. Pensé que tenía que acudir a alguno de los vigilantes, pero al mirar para pedir ayuda, no había ninguno por esos lados. Preferían hacerse los locos para no decirme nada por estar fumando bareta, o eso era lo que me parecía y me sentía cómodo con su actitud.

-Señor, señor, ¿cómo se siente? ¿Puede respirar? ¿Le duele el pecho o sufre del corazón o es epiléptico? Dígame como le ayudo.

-Tranquilo, tranquilo. Ya se me va a pasar. No me aprete tan duro, déjeme respirar, home. Cof, cof. Últimamente sufro ataques de tos por una droga que me tomo para la presión, pero se me pasa rápido. No es nada grave. Me da cada nunca, cuando aspiro muy hondo el humo del cigarrillo, me agarra una tos muy espesa, me alcanzo del pecho para respirar y si me descuido, me voy de culos para el piso.

-Pero, ¿no se quebró nada en la caída? ¿puede mover todo?

-Fresco, señor. No me pasó nada, ni siquiera un raspón, la caída fue como despaciosa y no alcancé a perder del todo el sentido, entonces logré medio apoyarme. Muchas gracias. Déjeme me acomodo.

El hombre parecía controlar la situación, se recuperó muy fácil, como si no fuera la primera vez que le ocurría.

-Un favor, amigazo −dijo mirando para todos los lados para comprobar que nadie lo había visto−. No le vaya decir nada de esto a mi hijo. Me muelen a cantaleta y de pronto vuelven y me encierran en la casa o no me dejan fumar mi puchito y es de la única forma como me dejan salir un rato.

-No se preocupe señor. No me meto en los asuntos de nadie. Por mí, quédese tranquilo, ni siquiera sé en qué torre vive.

En ese preciso momento llegó el hijo y sin apenas mirarme, lo tomó del brazo y se lo llevó. Noté que ya caminaba con más dificultad, movía con menos facilidad su cuerpo, pero me dio la impresión de que se esforzaba por parecer más limitado de lo que era, o por lo menos aquello fue en lo que pensé entonces.

Durante los días que siguieron, el hijo no lo dejó solo, se quedó rondando por los lados del gimnasio, mientras hacía unas llamadas por el celular, pero el viejo me saludó amable, como con ganas de conversar, pero haciéndome entender que no quería ganarse los reproches del hijo ni hacer nada que pusiera en peligro su salida de todas las noches. Como si hubiera sido un privilegio duramente ganado a pulso.

A la semana siguiente, todo volvió a la normalidad, el hijo lo acompañaba y lo dejaba. Se veía tranquilo y no se obstinó en acompañarlo.

– ¿Cómo le va amigazo, qué hay de sus cosas?

– Muy bien don Bernardo. ¿Cuénteme, cómo va su salud? −le pregunté de manera genuina. Por alguna razón de codificación interna de mi cerebro, el tipo me caía bien, no me sentía encartado con su presencia ni con su charla. No hice nada por repelerlo, ni por alejarme.

Y así seguimos varios días, algún saludo, cada cual en lo suyo, pero sin profundizar en los terrenos del otro, entendiendo muy bien que cada cual tenía su espacio y sin mostrar ningún interés en violentarlo. Me parecía bien y me hacía sentir cómodo.

Una noche, apenas al llegar, me disparó sin rodeos:

-Amigazo, le pido encarecidamente un favor. Deme un porrito de los suyos. Le digo la verdad, no la vengo consumiendo, pero me ha gustado. Le tengo mucho cariño, pero en la casa no lo saben. Le cogí la buena a la bareta cuando sufrí el linfoma, superé las quimioterapias y me di cuenta de que me servía mucho para las náuseas. Estaba que le decía, pero no encontraba la forma, hasta que me decidí…

-No se preocupe, don Bernardo, tome tranquilo −saqué mi tabaquera y le extendí un cigarrillo pequeño, bien compactado. Se sonrió, y se pegó de una de él, como un canero viejo, chupando como un murciélago veterano y curtido en esos menesteres.

-Me tiene jodido este puto confinamiento, amigazo. El presidente nos encerró. Mis hijos no me dejan salir, pero ellos sí pueden entrar y salir con sus novias y amigos como les da la gana, y sabiendo que viven en otros barrios. Será que los bichos de ellos no se pegan. Pero yo salgo media hora, y me tengo que empapar en alcohol y hasta bañarme. No es justo, pero ni forma de hablar. Ya uno como viejo no tiene ni voz ni voto. Lo que ellos digan y piche caliche, y uno encerrado como una güeva…

-Será por su edad y sus enfermedades, don Bernardo. Me imagino que es por cuidarlo.

-Que cuidarlo ni qué nada, home. ¡Es un asunto de poder! Es por mostrar quién es el que manda, y yo ya no mando. Es por ver quién es el que la tiene más grande y avanza más el chorro, y yo ya orino sentado. Mi tiempo pasó, amigazo, y míreme, recogido y arrimado en la casa de mis hijos. A merced de lo que ellos quieran hacer conmigo, obligado a hacer lo que ellos consideran conveniente.

-Así se ponen a veces las cosas −respondí como por decir algo, pero ya con ganas de encerrarme. En ese punto comprendí que le había dado confianza al viejo, y me estaba usando para desahogarse, para hacer catarsis conmigo. Y eso ya no me estaba pareciendo simpático.

-Es que antes yo era el que mandaba la parada, era el del billete. Conseguí mucha y la boté toda. Les enseñé a ser independientes, a no depender de nadie y parece que aprendieron muy bien. Ahora, ya viejo y enfermo, me toca hacer lo que digan, amigazo. Pero le confieso, no es que esté muy contento que digamos.

-Las cosas cambian, y no siempre hay forma de tener el control. Por eso vivo solo, para no rendirle cuentas a nadie…

-Yo también vivía solo desde que murió mi esposa. Me conseguí muchas viejas, pero todas eran por sacarme plata. Eso es claro: si una mujer sale con un vejestorio como yo, es para ruñírselo. ¡Quién le va a dar besos a uno si no es por puro interés! Y para eso las mujeres son unas expertas. Al que pueda se lo escurren.

-¿Y por qué no vive independiente?

-Qué va, me quebré, me quedé sin un peso, y luego me enfermé. Y ya no tengo forma de rebuscarme. Antes hacia los negocios que fuera, y en todos me iba bien. Y ya ni siquiera le puedo dar al “revuelvis”, ya no hay con quién.

-¿Al revuelvis?

-Si home, a la mezcla, al revuelvis, que es como todos los ricos de este país consiguen plata. Usted sabe que detrás de todo negocio legal, hay uno sucio. Por encima le damos a la propiedad raíz, y por debajo a los mandados. Por encima al ganado y a las fincas, por debajo a los apuntados. Por encima al comercio y por debajito al lavado. Eso no es pecado, todo el mundo lo hace, en este pueblo no hay fortuna limpia, a mí que me la muestren. Todos se han untado. Ese es el “revuelvis”, viene de revolver, ¿me “entiendis”?

-Hombre don Bernardo, yo estaba sano de todo eso.

-Por eso es que no ha conseguido plata, amigazo. Yo conseguí la que usted se imagine, y se me evaporó. En este punto no tengo un peso. Antes me sobraban las hembras, y ahora, para sonsacar una sirvienta, me toca pagarle a un muchacho para que me deje entrar al cuarto útil de los sótanos, para que le haga un cariñito a uno.

-¿En el cuarto útil? ¿Aquí, en la unidad?

-Por plata baila el perro, amigazo. Los pelaos no tienen moral, bueno, no es que yo tuviera mucha, pero ahora por veinte mil pesos alquilan los cuartos útiles a las parejas de noviecitos. Yo me pillé a un muchacho que lo hacía y le dije que, si no me lo alquilaba a mí para ir con una muchacha que tenía conversada, lo iba a aventar con los papás. Le cuento más, me lo prestó gratis, se cagó del miedo, pero a la muchacha no la volví a ver, como que en la casa le preguntaron que quién era ese viejo que la llamaba, les entró desconfianza y como que la echaron con la disculpa de la cuarentena.

-¿En serio, don Bernardo? ¿Usted hace todas esas cosas?

-Pues ganas no me faltan, pero estas drogas me afectan mucho, pues me producen muchos efectos secundarios, usted me entiende. Y las voladas, un problema. Eso bien difícil que está, con los hijos marcándolo a uno, llenos de desconfianza con uno, a toda hora pensando lo peor de uno, ni los culpo, como me dicen a cada rato que le di tan mala vida a la mamá, hasta razón tendrán…

-¿Y cómo maneja los asuntos, con esos medicamentos, sin plata…?

-La droga casi no me la tomo, eso hace mucho daño, lo emboba a uno, le tumba el pájaro, le mata la naturaleza a uno y lo deja a uno sin ilusiones, casi sin alegrías. Hago como si me la tomara, pero no, la boto al baño, les hago creer que estoy juicioso. Llevo ya una semana así. El problema es que lo va cogiendo a uno el insomnio y las ganas de andar la calle, en medio de este encierro tan condenado, pero qué se le va a hacer, unas por otras…En ese preciso instante llegó el hijo a recogerlo, tuvo que suspender su discurso y partió con él sin ofrecer repulsa. Mientras se despedía, me mató el ojo y me dijo que “mañana hablábamos”.

En ese momento me reconocí a mí mismo que me caía bien tamaño personaje. No me disgustaba su cháchara y, por el contrario, me estaba haciendo un “efecto Sherezada”, pues esperaba volvérmelo a encontrar para que me siguiera contando sus anécdotas. Y me hacía sentir como en la crónica de Truman Capote, cuando se trababa con la mucama para que le contara historias y salían a andar por New York cagados de la risa.

Durante varios días bajó al parque, pero lo acompañaba una hija que no se le despegaba. No hablaba mucho, se mantenía haciendo una especie de curso de inglés en una tableta y era pendiente de lo que me decía don Bernardo, quien por supuesto, en su astucia de perro viejo no decía nada, ni pedía un chutecito del bareto que tanto le gustaba, ni siquiera yo pude hacerlo delante de ella, mejor esperé hasta más tarde para hacerlo cuando se fueran, para no darle motivos de que le prohibieran los encuentros con este vecino−mala− compañía en que yo me había convertido.

Cuando ya pudo por fin quedarse solo conmigo, estaba ávido de trabarse, lo noté ansioso y mucho más suelto que las primeras veces.

− Estoy tristón, amigazo. Me he acordado mucho de mi papá, que en estos días ajustó años de muerto. Ese sí que era todo un varón, siquiera no alcanzó a conocer muchas cosas mías, para no hacerle pasar vergüenzas, como se las he hecho pasar a mis hijos. Ese hombre sí que era correcto, era un riel, no se torcía para nada.

− ¿Y se murió hace muchos años? −pregunté por darle continuidad a la charla que había iniciado.

− Hace como treinta o treinta y cinco años, se murió en una rabia, de pie y dando guerra, cuando lo iban a secuestrar. Decía que a él le iba a pasar como su amigo Berto, que lo mató la guerrilla al momento de secuestrarlo, que él tampoco se iba a dejar. Era un momento en que a todo el que tenía plata la chusma, política o delincuencia común, se lo llevaba para quitarle el patrimonio, los ricos no estaban tranquilos, pero al momento de caerle a la finca, cuando iba a sacar la automática para encenderse a plomo con esos bandidos, le vino un infarto fulminante que le partió el corazón en pedacitos. No alcanzó a disparar ni se dejó asesinar. El obispo dijo en el entierro que lo había matado la indignación, que se murió en un ataque de “ira−justa”, lo que daba el derecho inmediato al cielo. Yo de teología no entiendo, pero me parece muy acertado.

− Juepucha, era como agrio el cucho.

− Ese lo que tenía era los pantalones muy bien puestos. Su amigo Berto, el que él citaba, sí le hacía al “revuelvis”, y era muy amigo de los traquetos y enredaba negocios de todo tipo con ellos, pero mi papá sí que le reprochaba eso. Nunca estuvo de acuerdo con sus extravagancias ni con sus excesos ni con la farándula de tener avioneta y helicóptero y mostrarse ante todo mundo montando bestias caras y el billete y el rejoneo y las muchachas. Al mío le encantaba la plata, eso sí, pero camellando por lo legal.

− ¿Y murió muy joven?

− Si acaso de cuarenta añitos, home. Era prácticamente un bebé. Él se hizo muy conocido allí en el barrio Laureles, porque fue el último que retó a un contrincante a duelo, con todas las de la ley. Nada de mandarle sicarios, pura cuestión de honor. Pregunte y verá.

− ¿Y cómo fue eso don Bernardo?

− Una vez hizo un negocio de ganado a utilidades, en compañía de un tío de su misma edad, que era su mejor amigo, prácticamente como si fuera un hermano. Pero eso es como así, los que le roban a uno son los más cercanos, los de más confianza, lo cierto fue que hicieron un negocio de palabra con unas reses, y como que las que se morían eran siempre las de mi papá. El tío se mantenía en la finca y mi cucho en Medellín, manejando la vuelta por teléfono. Y así, lo de siempre, se descuadraron en varios millones, el negocio nunca dio, el tío decía que las cuentas estaban mal hechas, que los gastos, que los cuatreros, que la aftosa, en fin, lo cierto fue que al liquidar no dieron ganancia y mi papá estaba debiendo harta plata. Quedaron mal a mucha gente de la ciudad que los conocía y que confiaban en ellos. Pero el tío no les dio la cara y a mi papá le tocó frentiar todo ese mundo de acreedores.

− Y, ¿entonces?

−Nada, lo llamó, lo confrontó, le dijo “vea hombre. Usted y yo somos familia. Eso no se le hace ni al peor enemigo. Yo no le robé, usted dice que no me robó. Entonces esto no es una cuestión de robarle al otro, porque los dos resultamos dizque los más honrados del mundo. Entonces es una cuestión de honor y la única forma de arreglarlo es con honor. Entonces no hay de otra. Veámonos en donde usted diga, con las armas que usted disponga. Y nos partimos a bala o nos picamos a machete o nos molemos a garrote. Traiga sus testigos y yo los míos. Voy a citar a la gente de la Feria de Ganados, que nos acompañen como refrendatarios, que vean cómo es la cosa. Y el que quede de pie, se queda con el ganado que quedó vivo y con la buena fama y entierra al otro con la dignidad de haber asumido el compromiso como un verdadero hombre, sin preguntas y sin dudas”

− ¿En serio? Eso parece de una película de vaqueros.

− Qué película ni qué cuartos, home. Palabrita pa´mi Dios que es como se lo cuento o que me caiga un rayo si digo embustes.

− Pero así no fue como murió su papá, según me dijo.

− Claro que no, home. A él le dio un infarto, así como le conté. Póngame cuidado, le sigo contando. Nada, mi papá se presentó con testigos, con padrinos, con todas las armas para que el tío escogiera. Muy madrugado lo esperó en el segundo parque de Laureles. Eso estaba lleno de patos, ni que estuvieran repartiendo plata. Luego de 2 horas, el tipo nunca apareció. Le dio cutupeto, puro culillo. Quedó como un cobarde. Mi papá tenía la conciencia limpia y sabía para dónde iba, afrontó todo con valor, él sabía que nada debía y nada temía. Quedó como un príncipe con los amigos, como el señorazo que era. Todos lo apoyaron y nunca dudaron de él ni le perdieron el respeto. A las 10 de la mañana ya estaban todos borrachos y cantando abrazados y cargando en hombros a mi papá en reconocimiento a sus cojones. Al tío nunca se le quitó la fama de pícaro, perdió el prestigio, nadie le volvió a dar crédito y murió rechazado por todos y alcoholizado en la finca. Hasta su mujer lo dejó por miserable y muerto de hambre. Lo mordió una culebra y murió desangrado. Para resumirle, ese era un bobo−hijueputa.Y de nuevo, como en las mil y una noches, llegó el hijo y se lo llevó para la casa. Parecía como con el tiempo medido, no le daban tregua. “Mañana vuelvo, para contarle otras cositas”, me susurró. El hijo pareció oírlo, y lo apresuró asiéndolo por el codo.

Al otro día me cumplió la cita, la que sin acordarlo, quizá los dos ya estábamos esperando que fuera de las últimas. Estaba extrañamente fluido, parecía atacado por las ganas de hablar. Tenía un brillo nuevo en sus ojos, inyectados de un soplo de vida. No sé por qué, pero lo asocié a que no se estaba tomando la droga y que había encontrado en mí a un interlocutor que le permitía soltar todo ese voltaje que llevaba adentro. Supuse que me estaba esperando durante todo el día para echarme el rollo, sin apenas saludarme:

“Esto que le voy a contar, nadie lo sabe, casi ni mi familia, pero yo fui quien salvó a Hidrohituango de la tragedia. Cuando era inminente que el río iba a arrasar con todos esos pueblos, recibí una razón. Yo ya vivía en Caucasia, andaba muy restiado de plata y ya era un buen viviente, no le digo que un santo, pero andaba en cosas buenas, mucha pensadera en la gente y tratando de hacer obras de caridad para compensar tanta cagada que había hecho por tanto tiempo. Un taita de Tarazá, con poder de sanación, dijo que me necesitaba; no sé de dónde se averiguó, pero sabía que yo tenía la energía que él precisaba, que yo, como él, era uno de los elegidos y debía acompañarlo, pues no se sentía capaz de hacerlo solo, me requería y mandó por mí para complementarlo en su labor. Era anciano y entre su hijo y yo lo llevamos cargado al monte, a una especie de santuario en la roca y rezamos tres jornadas seguidas. No sentíamos ni hambre ni sed, apenas dormíamos y nos sosteníamos con agua y troncos de panela. Al final, el conjuro funcionó, las aguas se calmaron y volvimos exhaustos al pueblo. Tuve una semana de fiebres malignas y supe que el viejo murió a los días. Pero valió la pena: miles de personas, animales, cosechas y casas se salvaron. Cuando era inminente la tragedia, el Señor nos escogió como vehículo −de−su− misericordia y hoy pueden contar el cuento. Yo no hice aspavientos, pero tuve que contarle a mi familia cuando me perdí esos días, pues las hijas fueron a buscarme al hospital y hasta en la morgue y pusieron el denuncio y todo. No estaban para nada contentos porque me fui sin avisar, me pidieron que no le dijera a nadie, pero saben que fue por una buena causa.”Me lo contaba con absoluta seriedad y coherencia, convencido y reafirmado en cada una de sus palabras. Cuando el hijo bajó, se calló de inmediato y se fue sin despedirse, como si no quisiera que se enterara de que estaba hablando conmigo de ese tema. Disimuló como cuando un niño no quiere que se sepa que está haciendo algo prohibido.

Al otro día volvió, y tenía la misma ansiedad de contarme su historia, otra distinta: “La humanidad no quiere verlo, pero la cura del COVID−19 está ahí desde siempre. Es la Ivermectina, una droga veterinaria. Yo he hecho milagros con ella, llevo más de 20 años curando casos desahuciados por la ciencia. Lo aprendí de un indio cuando manejaba ganado con los Ochoa en el Cauca. Empecé dándoselo a los peones y a sus hijos y a sus mujeres. Todos se curaban, incluso de ataques epilépticos, de disenterías y hasta de apendicitis, que por allá lo llaman cólico miserere. De todas partes me buscaban. No falla. El pueblo me cree, pero en los hospitales y en el gobierno nadie me paró bolas. Por envidia. He levantado gente y animales prácticamente muertos. Es una maravilla. Pero a los laboratorios no les conviene, por eso me tienen bloqueado”

En esas bajó su hijo, esta vez acompañado de la muchacha de la otra noche; se veía que ella estaba llorando, y don Bernardo volvió a callarse. Tuve el pálpito de que estaban escuchando todo detrás de la columna de un parqueadero, pero no lo podría asegurar sin equivocarme. Eso me pareció. Lo acompañaron a irse. Fue la última vez que lo vi.

Un rondero me dijo que lo habían hospitalizado. Que cuando se lo llevaban en la ambulancia, cantaba en un idioma extraño, que el doctor Oscar que es profesor de la Nacional y también lo vio salir, le dijo que era o en sánscrito o en arameo. Una señora del servicio con la cual me encontraba en las mañanas me dijo que creía haber escuchado que se había muerto por el virus de la “herpidemia”.

No he vuelto a saber de él.

Mis noches volvieron a la tranquilidad del humo y la levedad, un poco silenciosas y solitarias. De todas maneras, estoy tomando Ivermectina… por si las moscas…

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*Cuento perteneciente al libro Un hombre solo y mal acompañado, Proyecto ganador de los Estímulos al Talento Creativo Modalidad Literatura “Narrativas en tiempos de pandemia” Municipio de Envigado 2020.


Publicado por Grammata Ediciones en 2021. También fue incluido en la Antología latinoamericana de relatos Eso es… puro cuento, de la Editorial Libros para Pensar, publicada en 2021.


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