miércoles, 25 de noviembre de 2020

Dilema. Microrelato

El 18 de noviembre de 2020, la Fundación Plagio anunció a los ganadores del concurso Medellín en 100 palabras 2020. 

Se presentaron 18.952 relatos cortos. Entre ellos, el jurado escogió tres ganadores por categoría (Infantil, juvenil y adultos).  Además se escogieron 91 relatos adicionales que hicieron parte del libro Medellín en 100 palabras, de la colección Palabras Rodantes de Comfama. 

Este año tuve el honor de que uno de mis relatos estuviera dentro de los finalistas y fuera escogido para el libro.   

Se los comparto. 

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DILEMA

 

Un profesor de literatura de la Universidad de Antioquia propone a sus jóvenes estudiantes un concurso: Escribir el microcuento de suspenso más corto que se les ocurra. Al día siguiente les comunicaría cuál, en su concepto, sería el mejor. 

Uno de ellos, de tan solo cinco palabras, capta su atención:

 Profesor, mañana voy a asesinarlo

 

Ahora no sabe si denunciarlo ante la policía, reportarse enfermo y faltar a clases, o declararlo ganador.

 

Carlos Alberto Velásquez Córdoba 

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Para quienes deseen tener el libro, les dejo el enlace.  Medellín en 100 palabras.  





miércoles, 18 de noviembre de 2020

Dos textos de Cindy Santiz Gamarra

Esta semana quiero compartir dos textos de la escritora  Cindy Santiz Gamarra a quien conocí por ser  coautora en un libro que nos publicó Fallidos Editores llamado Sumergirse  con motivo de los cinco años de la editorial.  

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PERFECCIÓN


Convertida en la nada, en el espacio vacío, en donde todas las formas geométricas existen, aquí mi yo deja de ser y solo hay una nada incorpórea.

Siempre logro, no sé cómo, escapar de la Muerte, las aguas tormentosas que tratan de ahogarme no lo han conseguido, camino encima de ellas, encima del mal que me acecha. Voy caminando en paz.

Como ya me cansé de ver espejismos, ahora  he decidido andar sólo con mi sombra. Me he ido quedando en este rincón, viendo cómo cae la lluvia y sale el sol, busco el calor cuando tengo frío y se abre en llamas mi interior.

A veces me congela el miedo que juega en contra o a favor, en contra de la Muerte y a favor de la Vida. Me he ido quedando en este rincón, con lo llorado, lo sufrido, con la nada.

Me sé viva, tengo conciencia de ello, soy de carne y hueso. Aquí, ahora, cierro mis ojos y floto, los abro y camino, no puedo escapar de mi destino, vivo, como no puedo huir relajo 
mi cuerpo, mi alma, mi espíritu, todo aquí, en mí, me parece el paraíso, con luminosos manantiales, colores verdes, amarillos, rojos, azules, todo el arcoíris. 

Sí, éste es mi destino:  fluir libre hacia la perfección.


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EN EL PASADO HUBO, EL PRESENTE DICE QUE FUE UN SUEÑO


“Un escritor puede escribir lo que le dé la gana

siempre que sea capaz de hacerlo creer”.

Gabriel García Márquez



-Papá Elías, nosotros no queremos que nos coma el tigre, ma­ñana no vamos para la finca.


-Ese tigre no hace nada, si no lo molestamos.


Al día siguiente estaban ensillados los tres mulos, el de Erotida, el de José y el de su papá, Elías Gamarra, cada mulo lle­vaba pimpinas vacías que debían traer al día siguiente llenos de la leche con la que hacía el queso, la que vendía y la que se tomaban en la casa.


En el camino tenía que pasar por varias hectáreas de tie­rras, cuyos dueños eran acaudaladas familias del pueblo. Los Turizo, quienes eran los que tenían el monopolio del mercado de la leche, y la doña de la casa, Rita, se encargaba personal­mente de vender cada litro, pero no permitía que la gente del pueblo la tocara, y menos si llegaban del puerto con olor a pes­cado, por eso tenían un mozo que recogía las jarras, se las llevaba, ella despachaba y él las regresaba a sus respectivos dueños. Cuando quedaron sin nada, doña Rita entró en tal desespero, que enfermó, su cuerpo fue consumido por los gusanos estando viva. Unos nietos de Elías la bañaban y la limpiaban por cari­dad, porque nadie se le quería acercar, hasta que murió mientras un líquido putrefacto salía de entre sus piernas; los Benavidez, que tenían la mejor Toyota de toda la región. Allá iban los nie­tos de Elías a lavarla para ganarse unos centavos y para disfrutar viendo la casona por dentro… pero eso sí, no se les permitía a los niños jugar con los hijos de los dueños. Cuando esos niños crecieron era tal el despilfarro, que en una noche de parranda vendieron todo y quedaron borrachos en una esquina. Al poco tiempo no murieron de hambre porque los Gamarra les daban de comer, pero de lo que sí murieron fue de cirrosis; Los Leyva, cuyas riquezas eran tan incontables como sus cabezas de gana­do, terminaron al final malvendiendo todo para quedar con una flota de busetas en las que terminaron por perder hasta el último centavo, porque los caminos, como todos los tiempos, están en mal estado y destruyen hasta los tanques de guerra. Luego los veían un día como ayudantes de busetas y agachaban la cabeza; los González, esos eran los que más empleados tenían: peones, jornaleros, capataces; tierras, ganado. En las fiestas del pueblo discutían con los demás pudientes cuántos días y cuántos toros iban a donar para que la gente se divirtiera, iban a la ciénaga con sus jornaleros, escogían 40 toros de los más bravos, los sol­taban al ruedo y ellos desde los palcos empezaban a tirar fajos de billetes para que los más arriesgados se atrevieran a torearlos de frente. Cada herido por los cuernos de los astados producía una placentera sonrisa en los hacendados. Su estirpe terminó vendiendo bolitas de leche por las calles para poder comer. Don Felipe, que todavía vivía, recordaba esos tiempos; enloqueció y caminaba las calles del pueblo pidiendo una monedita. Cuando los tres por fin llegaban a la finca, papá Elías empezaba a juntar la leña con la que en la noche hacía la fogata que mantenía alejado al tigre, pero había noches en las que los niños, Erotida y José, subidos en el zarzo lo escuchaban rugir, y lloraban rezando para que no se los comiera. Al día siguiente encontraban dos caballos o una vaca con las vísceras afuera, devoradas en su mayoría.


Regresaban con las pimpinas llenas de leche, por el mismo camino rodeado de fincas, cuyos dueños eran los ricos que creían que iban a tenerlo todo para siempre.


Años después, de los terrenos no quedaba ni uno solo que perteneciera a alguna persona de las familias originarias, todo fue quedando en manos de las gentes de guerra para terminar hasta hoy con otros dueños que ni conocen la historia de las tierras donde corría la leche como un río. ­

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Cindy Santiz Gamarra

Escritora, Comunicadora Social, con título de especialización en Educación, Cultura y Política. Con conocimientos en procesos de participación ciudadana, pedagogía para la democracia y análisis del contexto sociocultural y político. Experiencia en consultoría e investigación académica, redacción, gestión, planeación, formulación y ejecución de proyectos. Coordinadora local del Parlamento Internacional de Escritores, de Cartagena, Colomba. Participante mensual del periódico cultural "Amigos de la poesía y la literatura" de circulación en Narón, España. Su más reciente obra titulada "Aconitina" fue editada y publicada por la editorial Fallidos Editores, de Medellín, Colombia, con prólogo del poeta antioqueño Pedro Arturo Estrada y su portada- única en el mundo con la corriente cinética temática- fue hecha por el pintor español Francisco Pérez Alonso; en ella mezcla de manera inédita varios géneros literarios, como el género Narrativo(relatos), Lírico (prosa poética), Didáctico(ensayo).



Aconitina está disponible en las librerías de la editorial o contactando a su autora.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Sean Connery y el Nombre de la Rosa

Hace poco murió Sean Connery uno de los mejores actores del siglo XX.  Fue el primero en encarnar al Agente 007, personaje del magistral Ian Fleming. Trabajó en cientos de películas, entre las que vale la pena mencionar las primeras de James Bond, La roca,  Los intocables, Highlander, El nombre de la rosa, Indiana Jones y la última cruzada, La caza del octubre rojo, Descubriendo a Forrester, entre otras. 

Esta semana quiero recordarlo en una de sus mejores películas, El nombre de la Rosa, que fue basada en la novela de Umberto Eco. 

Desde la primera vez que leí el libro, en sus múltiples relecturas, y todas las veces que he visto la película, jamás he tenido duda de que Sean Connery es el mejor William de Baskerville que hubiera podido existir jamás. No imagino a otro actor en ese papel. 

Sin más preámbulos, los dejo con la película. Espero que la disfruten. 



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Sean Connery (Thomas Sean Connery) Actor y productor de cine británico,  nacido en Edimburgo 1930, muerto en Nassau (Bahamas) en 2020. Ganador de un premio Oscar, dos premios BAFTA y tres premios Globo.  


Sobre la película:   El nombre de la Rosa (1986) es una película de drama y suspenso con tintes policiacos, producida entre Alemania, Francia e Italia, dirigida por Jean-Jacques Annaud. Trata de una serie de muertes sospechosas que ocurren en una abadía del norte de Italia durante el Medioevo. 


Sobre el libro:  El nombre de la Rosa. Es una novela histórica y de misterio escrita por  Umberto Eco, y publicada en 1980. Está basada en una serie de crímenes que ocurren en una abadía del norte de Italia en el año 1327 y hasta la cual llega el franciscano William de Baskerville con su novicio Adso de Melk. 

El libro es un documento histórico impresionante, ademas de crear una trama maravillosa de carácter policíaco, nos envuelve en una reflexion sobre el poder de los libros. A pesar de que la película esta muy bien lograda, no sería posible plasmar todo el contenido del libro, ya que el texto tiene un montón de datos históricos y descripciones que no pueden ser mostradas en una película. 

El nombre de la Rosa es un libro que recomiendo completamente. Pueden descargarlo haciendo click en este enlace. 


Nota adicional:  para que se animen a leer el libro, quiero trascribir un aparte del primer capítulo donde William (o Guillermo ) de Baskerville muestra toda su capacidad deductiva.  Esta escena con Brunello no aparece en la película. 


Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba formando un trivio, con dos senderos laterales, mi maestro se detuvo un momento, y miró hacia un lado y hacia otro del camino, miró el camino y, por encima de éste, los pinos de hojas perennes que, en aquel corto tramo, formaban un techo natural, blanqueado por la nieve.

—Rica abadía —dijo—. Al Abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas.

Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté. También porque, poco después, escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes y servidores. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:

—Bienvenido, señor. No os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillerero del monasterio. Si sois, como creo, fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al Abad. ¡Tú — ordenó a uno del grupo—, sube a avisar que nuestro visitante está por entrar en el recinto!

—Os lo agradezco, señor cillerero —respondió cordialmente mi maestro—, y aprecio aún más vuestra cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha. No podrá ir muy lejos, porque al llegar al estercolero tendrá que detenerse. Es demasiado inteligente para arrojarse por la pendiente…

—¿Cuándo lo habéis visto? —preguntó el cillerero.

—¿Verlo? No lo hemos visto, ¿verdad, Adso? —dijo Guillermo volviéndose hacia mí con expresión divertida—. Pero si buscáis a Brunello, el animal sólo puede estar donde yo os he dicho.

El cillerero vaciló. Miró a Guillermo, después al sendero, y, por último, preguntó:

—¿Brunello? ¿Cómo sabéis…?

—¡Vamos! —dijo Guillermo—. Es evidente que estáis buscando a Brunello, el caballo preferido del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra, pelo negro, cinco pies de alzada, cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular, cabeza pequeña, orejas finas, ojos grandes. Se ha ido por la derecha, os digo, y, en cualquier caso, apresuraos.

El cillerero, tras un momento de vacilación, hizo un signo a los suyos y se lanzó por el sendero de la derecha, mientras nuestros mulos reiniciaban la ascensión.

Cuando, mordido por la curiosidad, estaba por interrogar a Guillermo, él me indicó que esperara. En efecto: pocos minutos más tarde escuchamos gritos de júbilo, y en el recodo del sendero reaparecieron monjes y servidores, trayendo al caballo por el freno. Pasaron junto a nosotros, sin dejar de mirarnos un poco estupefactos, y se dirigieron con paso acelerado hacia la abadía. Creo, incluso, que Guillermo retuvo un poco la marcha de su montura para que pudieran contar lo que había sucedido. Yo ya había descubierto que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza y, habiendo tenido ocasión de apreciar sus sutiles dotes de diplomático, comprendí que deseaba llegar a la meta precedido por una sólida fama de sabio.

—Y ahora decidme —pregunté sin poderme contener—. ¿Cómo habéis podido saber?

—Mi querido Adso —dijo el maestro—, durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla como por medio de un gran libro. Alain de Lille decía que
omnis mundi creatura
quasi liber et pictura
nobis est in speculum

pensando en la inagotable reserva de símbolos por los que Dios, a través de sus criaturas, nos habla de la vida eterna. Pero el universo es aún más locuaz de lo que creía Alain, y no sólo habla de las cosas últimas (en cuyo caso siempre lo hace de un modo oscuro), sino también de las cercanas, y en esto es clarísimo. Me da casi vergüenza tener que repetirte lo que deberías saber. En la encrucijada, sobre la nieve aún fresca, estaban marcadas con mucha claridad las improntas de los cascos de un caballo, que apuntaban hacia el sendero situado a nuestra izquierda. Esos signos, separados por distancias bastante grandes y regulares, decían que los cascos eran pequeños y redondos, y el galope muy regular. De ahí deduje que se trataba de un caballo, y que su carrera no era desordenada como la de un animal desbocado. Allí donde los pinos formaban una especie de cobertizo natural, algunas ramas acababan de ser rotas, justo a cinco pies del suelo. Una de las matas de zarzamora, situada donde el animal debe de haber girado, meneando altivamente la hermosa cola, para tomar el sendero de su derecha, aún conservaba entre las espinas algunas crines largas y muy negras… Por último, no me dirás que no sabes que esa senda lleva al estercolero, porque al subir por la curva inferior hemos visto el chorro de detritos que caía a pico justo debajo del torreón oriental, ensuciando la nieve, y dada la disposición de la encrucijada, la senda sólo podía ir en aquella dirección.

—Sí —dije—, pero la cabeza pequeña, las orejas finas, los ojos grandes…

—No sé si los tiene, pero, sin duda, los monjes están persuadidos de que sí. Decía Isidoro de Sevilla que la belleza de un caballo exige «ut sit exiguum caput et siccum prope pelle ossibus adhaerente, aures breves et argutae, oculi magni, nares patulae, erecta cervix, coma densa et cauda, ungularum soliditate fixa rotunditas». Si el caballo cuyo paso he adivinado no hubiese sido realmente el mejor de la cuadra, no podrías explicar por qué no sólo han corrido los mozos tras él, sino también el propio cillerero. Y un monje que considera excelente a un caballo sólo puede verlo, al margen de las formas naturales, tal como se lo han descrito las auctoritates, sobre todo si —y aquí me dirigió una sonrisa maliciosa— se trata de un docto benedictino…

—Bueno —dije—, pero, ¿por qué Brunello?

—¡Que el Espíritu Santo ponga un poco más de sal en tu cabezota, hijo mío! — exclamó el maestro—. ¿Qué otro nombre le habrías puesto si hasta el gran Buridán, que está a punto de ser rector en París, no encontró nombre más natural para referirse a un caballo hermoso?

Así era mi maestro. No sólo sabía leer en el gran libro de la naturaleza, sino también en el modo en que los monjes leían los libros de la escritura, y pensaban a través de ellos. Dotes éstas que, como veremos, habrían de serle bastante útiles en los días que siguieron. Además, su explicación me pareció al final tan obvia que la humillación por no haberla descubierto yo mismo quedó borrada por el orgullo de compartirla ahora con él, hasta el punto de que casi me felicité por mi agudeza. Tal es la fuerza de la verdad, que, como la bondad, se difunde por sí misma. Alabado sea el santo nombre de nuestro señor Jesucristo por esa hermosa revelación que entonces tuve.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Los sonidos del Halloween

Hace poco fue Halloween. Una fecha en que se conmemora el eterno pacto entre los humanos y la naturaleza. (ver Mi halloween personal)

Es una fecha muy especial porque se trata de reconocer que como especie estamos enfrentados al miedo que produce lo desconocido. Es una fecha en que los humanos reconocemos nuestra inferioridad frente a la naturaleza y tratamos de pactar con ella. 

Esta semana quiero traer un video que muestra como el sonido y la música ayuda a crear atmósferas de miedo o suspenso. 



Hasta la próxima semana. 



Recomendado.